Orgullo LGTBI

El Orgullo 2020, sin grandes fiestas reivindicativas por el covid y sacudido por la polémica en torno a los derechos trans

Ambiente en el barrio de Chueca, en Madrid, a una semana del Día del Orgullo LGTBI.

Mismas fechas que de costumbre, demandas que no han perdido fuelle y decenas de organizaciones que día tras día cultivan un trabajo de base vital para el colectivo. Este año, sin embargo, el formato es inédito: adiós a las manifestaciones multitudinarias y a los desfiles que congregan a cientos de miles de personas. En esta cita, marcada por el Día Internacional del Orgullo LGTBI, que se celebra todos los 28 de junio, la acción se traslada a casa haciendo uso de un modelo online que prevé esquivar los obstáculos que la crisis sanitaria ha impuesto para el desarrollo normal de las actividades más cotidianas. Y en ese transcurrir anómalo de la vida, el movimiento hace balance.

Los retos por delante no han menguado, aunque con el paso de los años parece que los pequeños avances van sembrando cambios. A nivel legislativo, el colectivo entrevé más cerca las leyes prometidas, especialmente la ley de igualdad y la ley trans. Ambas acumulan años de demora, pero el compromiso gubernamental parece firme. Los activistas han aprendido a convivir con una calma tensa que se debate entre la confianza y la decepción. Entretanto, mantienen sus demandas y claman por los derechos aún sin conquistar.

La activista y abogada Charo Alises reconoce que todavía hay quien le pregunta qué derechos son esos, si las personas del colectivo no disfrutan de las mismas garantías que todo el mundo. Si no pueden ya vivir en paz como el resto de la ciudadanía. "Pero ¿sabes una cosa?, el pasado fin de semana un joven malagueño recibió una paliza al grito de maricón" y el Orgullo "también sirve para visibilizar esto", para demostrar que "sigue haciendo falta salir a la calle, a las redes sociales, a los medios, para seguir reivindicando la igualdad real".

Una igualdad que sólo será posible si viene precedida por la equidad formal. Así lo entiende Toño Abad, presidente del colectivo Diversitat y director del Observatorio Valenciano contra la LGTBIfobia. "El reto de esta legislatura es sacar adelante una normativa que garantice nuestros derechos" porque todavía a día de hoy existe una "situación de violencia y discriminación". En ese contexto, reflexiona, "los cambios no siempre vienen desde la sociedad, sino que necesitan de un impulso desde las propias leyes".

Quienes construyen las normas, quienes las impulsan, son aquellos que tienen no sólo la responsabilidad sino también la "obligación de trabajar por la ciudadanía", recuerda Alises. Las organizaciones pueden decir que ya han cumplido su parte: llevan trabajando desde hace ya un lustro por una ley integral para el colectivo, pero "todo ha sido un cúmulo de mala suerte que ha ido paralizando" el avance de la ley. El colmo, dice la abogada, ha llegado en forma de una pandemia que ha sacudido al mundo. Pero el esfuerzo no cesa. "Desde muchos espacios seguimos trabajando por que la ley salga adelante, aunque no se vea".

Ver, mostrar, existir

La presión legislativa se conjuga con un trabajo de calle constante, precisamente para dar respuesta a los conflictos que ocupan la vida de las personas. Las miradas indiscretas, los rumores en el centro de trabajo, el acoso en las aulas, la violencia en el espacio público, las trabas para acceder a una vivienda, las vejaciones, los insultos. "Como movimiento social trabajamos por la vía de los hechos para visibilizar todos los delitos de odio" y al tiempo "seguir demandando a las administraciones políticas públicas encaminadas a erradicarlos", señala Charo Alises.

Una tarea que se ha demostrado urgente durante la crisis sanitaria. "Tenemos una situación que ha puesto de manifiesto las vulnerabilidades y exclusiones específicas y preocupantes del colectivo en el acceso al empleo y la precariedad", completa Toño Abad. Una realidad en continua colisión con la que proyectan, a su juicio, los grandes medios de comunicación. "Gais, habitualmente hombres, personas de éxito: eso es una ficción". Hace poco más de una semana, esa persona de éxito era Pablo Alborán. El artista malagueño salía públicamente del armario, pero al tiempo reconocía su privilegio: lo que para él no ha sido motivo de graves problemas, se convierte en foco de conflicto para tantos otros.

Esas otras vidas son en realidad la mayoría. De acuerdo a un estudio conjunto entre España y Portugal, el 72% del colectivo vuelve al armario, total o parcialmente, en su trabajo y el 45% de quienes tienen hijos no habla de ellos en su entorno laboral. El 48% de las parejas LGTBI prefiere no darse la mano en público y el 32% evita determinados espacios por temor a una agresión, según la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA). El mismo organismo concluye que el 41% de los encuestados dice haber sufrido acoso en el último año y sólo el 11% denuncia ante la policía actos de violencia física o sexual. El 26% de los estudiantes LGTBI, por su parte, afirma haber ocultado su orientación sexual o identidad de género en la escuela. En base a un estudio de la Federación Estatal, el 32% de las personas LGTBI mayores de 65 años soporta síntomas de ansiedad o depresión, tres veces por encima que la población general. El 72% de las mujeres trans está en riesgo de pobreza, la tasa de desempleo roza el 80% para ellas y el 47% a nivel mundial ha experimentado algún tipo de agresión sexual. Sobran los motivos.

Recuperar las calles

Si la crisis sanitaria ha puesto en primera línea a los más vulnerables, también ha interferido en uno de los eventos más multitudinarios y de mayor impacto: el Orgullo LGTBI. Pocas manifestaciones congregan cada año puntualmente a cientos de miles de personas de todo el país y pocos eventos son capaces de retener la fidelidad de sus asistentes con tanta firmeza. Esta vez, la celebración y la reivindicación habrán de adaptarse al espacio virtual.

Toño Abad dice tener "poca confianza en el poder de las redes sociales" y elogia por el contrario el valor de lo físico. "La calle es el lugar donde hemos sido apaleados y a la vez donde nos hemos hecho visibles". Por eso no renuncia a ocupar el espacio que les corresponde. "No debemos perderlo y veo con preocupación cómo la extrema derecha intenta de nuevo apropiarse de las calles", reconoce. Si bien este año toda solución posible ha pasado necesariamente por los modelos online –así se ha visto en el plano laboral y en el educativo–, los activistas miran hacia delante con la vista puesta en las calles para "seguir sacando el mensaje de igualdad".

Eugeni Rodríguez es portavoz del Front d'Alliberament Gai de Catalunya (FAGC) y presidente del Observatorio Catalán contra la Homofobia. Después de más de tres décadas fiel a la manifestación del 28 de junio en Barcelona, el activista coincide en que la batalla se da en las calles. Algunas localidades mantienen de hecho las movilizaciones físicas para este domingo, extremando las medidas de seguridad. En todo caso, el catalán apuesta por pensar esta convocatoria en el marco de un año absolutamente excepcional que ha impuesto una serie de limitaciones inesquivables. Bajo esa premisa, recuerda que "el 28 de junio no marca un antes y un después", sino que el trabajo se cultiva todos los días del año.

La polémica trans y las alianzas con el feminismo

A los retos legislativos, los derechos por conseguir y los desafíos logísticos de la crisis, le sigue otra cuestión central: la polémica en torno a las personas trans y la brecha con el movimiento feminista. Para Toño Abad, sin duda una de las asignaturas pendientes del colectivo tiene que ver con la forma de "tender nuevos puentes y alianzas con otros movimientos sociales" que en estos momentos parecen percibir "la presencia de las personas trans como una amenaza".

A principios de junio, el Partido Socialista elaboró un argumentario feminista "contra las teorías que niegan la realidad de las mujeres". Aunque el posicionamiento brotaba esta vez de la formación política, la misma lógica ha sido defendida anteriormente en determinados sectores del movimiento feminista, fuera y dentro de las fronteras estatales. Es un debate añejo, teórico en exceso y extremadamente complejo.

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Abad cree que reconocer nuevos derechos nunca ha significado la pérdida de otros ya consolidados, del mismo modo que el reconocimiento del matrimonio igualitario, que celebra este año su quince aniversario, tampoco "puso en peligro a la familia tradicional" y ni siquiera la Ley de Identidad de Género de 2007 "supuso un riesgo para la vida de nadie". Se trata, defiende el activista, de "dar pasos hacia la extensión de derechos". Abad apuesta, en todo caso, por "hablar y debatir, con el máximo respeto a la causa feminista". Critica la deriva del debate hacia formas abruptas, en ocasiones, por parte de ambos bandos: "Lo que no entiendo es que se utilicen las herramientas del patriarcado para echarnos los trastos a la cabeza".

Para Alises, el problema es que "hay una parte del feminismo que no quiere aceptar que las mujeres son diversas" y por tanto ningún sujeto invisibiliza a otro. La activista habla de mujeres en plural y censura los discursos de odio desde "el poder político y académico". Comulga también con la necesidad de trabajar para evitar un cisma entre ambos movimientos: "Lo natural es ir de la mano, los dos tienen muchos objetivos comunes y muchas de las opresiones vienen del mismo sitio". Pero recuerda que "detrás del debate hay personas y no se puede jugar con la vida de la gente escudándose en teorías".

Eugeni Rodríguez se desmarca del debate y hace un alegato a la calma. "En estas circunstancias hemos de estar por encima de muchas cosas", reflexiona y recalca que "es tiempo de cuidados, solidaridad y dignidad, no de peleas". Especialmente, sentencia, entre miembros de una misma comunidad.

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