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Yolanda Díaz: "Lo mejor de nuestro país es la alegría y la diversidad"

María Granizo Yagüe

Con sentidiño. Así ha sido su caminar durante 49 años en los que, de tanta choiva, ha aprendido a “reclamar cautela, a desplegar ironía, firmeza y dulzura gallega, por ese clima que nos hace tan especiales”. Sus apellidos son comunes, Díaz Pérez, pero sus actuaciones son tan comprometidas como las de alguien que mamó de las ubres sindicales, que creció como rapaza escuchando música y estudiando leyes, y que se convirtió en muller defendiendo los derechos laborales de pescadores y mariscadores, de maltratadas y desfavorecidos, haciendo de la subida del salario mínimo, a fines del 2018, uno de los momentos más importantes de su posterior carrera política. Precisamente, su empeño en desplegar su programa mediante el diálogo social ha conseguido también, este año, la aprobación del último aumento de ese sueldo mínimo con acuerdo de la patronal y los sindicatos, convirtiéndose en uno de los logros del primer gobierno de coalición desde la II República.

Mecida por el aire del Atlántico, Yolanda Díaz sabe de vientos y tempestades pero también de la calma y la brisa suave que sigue a los ciento cuarenta días, al año, poblados de paraguas en Galicia. Tal vez por eso, afronta con serenidad y sonrisa continua los retos a los que se enfrenta el ministerio más azotado por las consecuencias de la pandemia. Reconoce que duerme poco, “cuatro horas”. En su cartera de Trabajo y Economía Social, la agenda, tras el estado de alarma, no da tregua: un máximo histórico de parados; más de medio millón de empresas acogidas a expedientes temporales de regulación de empleo; el laborioso desmantelamiento de la reforma laboral del PP que comenzó con la derogación de los despidos por baja médica reiterada; y una expansión sin precedentes del teletrabajo reclamando legislación: “Estoy convencida de que el trabajo a distancia ha venido para quedarse. Nuestro ministerio ya ha hecho una consulta pública, vamos a presentar una ley en breves días, que regule un elemento tan importante como es el teletrabajo. El enorme reto que tenemos que diseñar es que primero lo dignifique y, sobre todo, lo que vamos a hacer es dotarlo de derechos. Tenemos que tener derecho a la desconexión, a un registro horario y, por supuesto, los derechos vinculados a la conciliación y también todo lo que tiene que ver con las normas de prevención en puesto de trabajo o los propios gastos que conlleva el trabajo a distancia que, en la pandemia, los han sufragado los propios trabajadores y trabajadoras en sus casas”.

Hija de sindicalista y militante comunista

Alejada del gran horizonte que siempre es el mar, “el lugar al que estoy deseando regresar”, la ministra amplía su sonrisa, de oreja a oreja, hablando de su tierra y echando la vista atrás, viajando hasta el barrio de San Valentín, en Fene (A Coruña), a dos pasos del astillero de Navantia. Allí está el sitio de su corazón, el que le recuerda las canciones que le cantaba su madre, Carmela, que son “la banda sonora de mi vida”. En aquel ambiente obrero abrió los ojos al mundo, al comunismo y al de la reivindicación sindical encabezada por su padre, secretario general de CCOO en Galicia y de su tío, diputado del BNG en el Parlamento gallego. Por aquellas calles húmedas, de musgo en las piedras y olor a tierra mojada, con apenas cuatro años, recibió con extrañeza y cariño un beso, en su mano izquierda, del líder del partido en el que siempre ha militado, Santiago Carrillo.

En esa ría de Ferrol, la ministra que sacó los colores a la diputada del PP Elvira Rodríguez a cuenta de los ERTE y del Ingreso Mínimo Vital –“Ustedes les dejaron caer, nosotros no”–, consumió su infancia mientras estudiaba y jugaba a la rayuela con sus dos hermanos mayores y sus amigas de colegio con las que aún mantiene un estrecho contacto. Fascinada por la magia contagiosa de la pluma de Cunqueiro, se interesó por la filología mientras devoraba las páginas de Merlín e familia soñando con conocer la fantasía de la Tierra de Miranda, a la reina Ginebra y al mago de leyenda.

El feminismo como proyecto político

Alimentando nuevas miradas, estudió Derecho en la ciudad del apóstol Santiago. Licenciada y con un máster en Urbanismo, otro en Relaciones Laborales y un tercero en Recursos Humanos, que le servirían para ser la figura de Podemos en el pacto de Toledo, ejerció la abogacía como pasante en un despacho de abogados hasta que, en 1998, abrió su propio bufete en Ferrol. Bebiendo de sueños y de su concepto de la política como “ese espacio difícil y convulso que tiene la bondad de permitirnos cambiar la vida de la gente”, dejó aparcadas, en 2012, sus visitas al juzgado defendiendo a los trabajadores de ERE, de despidos improcedentes o de condiciones abusivas, para pisar la arena política.

Acostumbrada a la trinchera, a empaparse de la indefensión de los más débiles para hacer valer sus derechos, asesoró también a mujeres maltratadas. Por eso, aunque no sea competencia de su ministerio, reclama el feminismo no como una herramienta más sino como un proyecto político que coloca la vida en el centro y que lo cuestiona todo: “Creo que la centralidad de la sociedad en este momento, justamente detrás de la pandemia, es que coloquemos ese debate en el centro y no sólo el debate, es que hay que resolverlo. Tenemos que hablar de derechos, de igualdad retributiva, de corresponsabilidad, tenemos que dar una salida a este problema que es enorme. Yo misma he aprendido en esta pandemia que, por una parte, ejercía mis labores como ministra pero también mis labores de cuidados con mi hija Carmela, como muchas madres y padres de este país que estamos teletrabajando pero, a su vez, estábamos atendiendo las tareas educativas a través de la tele educación con nuestros hijos e hijas. Y esto tiene que ser cambiado. Yo creo que nuestros hijos e hijas se merecen otras atenciones, y los padres y las madres debemos poder trabajar en condiciones dignas y, por otra parte, tenemos que resolver la problemática de los cuidados. Me consta que la ministra de Igualdad, Irene Montero, está trabajando en esta cuestión. Y, desde luego, es el gran debate democrático que tenemos. O resolvemos el tiempo en trabajo y el abordaje de los cuidados o, como sociedad, tendremos un enorme problema”.

Díaz habla con fundamento de causa: ocho años antes de convertirse en ministra, ya quiso visualizar las dificultades de ser madre y trabajar fuera del hogar apareciendo en reuniones de trabajo, de su partido, con su hija recién nacida en brazos, algo habitual en los países del Norte de Europa pero que, en el nuestro, acaparó portadas. Otras políticas como Carolina Bescansa o su gran amiga Irene Montero, más tarde, la imitarían.

Una ministra que se casó de rojo

Quienes la conocen de cerca afirman que Trabajo le viene como anillo al dedo. En 2018, los periodistas de las Cortes la reconocieron como la parlamentaria más activa. Movida por encontrar soluciones a los tres graves problemas del país “el paro, la temporalidad y precariedad insoportable, con un 26,6%, y una desigualdad galopante”, esta gallega que se casó de rojo para atraer la buena suerte y dar testimonio de su compromiso político y social hasta en el día de su boda, no se detiene ante las cincuenta y dos reformas laborales que ha vivido ya nuestro país. Sabe lo que es trabajar desde abajo para alcanzar la tercera planta de su despacho en el ministerio del madrileño Paseo de la Castellana. Entre 2005 y 2017 fue la Coordinadora Nacional de Esquerda Unida, también ha ejercido como diputada por A Coruña en el Parlamento gallego durante cuatro años y, antes de llevar la cartera de Trabajo y Economía Social, fue diputada en las Cortes Generales, en las tres legislaturas, de 2016 a 2019.

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Aunque afirma que no le impulsa “ningún tipo de ambición política” y que su vida “es aburrida”, su día a día es un interminable segundero que no se detiene hasta que llega la noche. Entonces, sueña con reencontrarse con sua terra, con su hija y con la familia, con los viejos camaradas, con sus maestras del colegio “que siguen formando parte presente de mi vida”. Entonces, con el aire fresco que no trae el deber, se toma un tiempo para disfrutar, a ritmo de jazz, Love Supreme de John Coltrane, el disco que escucha una y otra vez. Y si no concilia el sueño, se deja llevar por Years and Years, su serie favorita.

Ser testigo, a través de la pantalla, de cómo es la sociedad británica, le lleva a reconocer que, “sin lugar a dudas, lo mejor de nuestro país es la alegría y la diversidad: la diversidad lingüística, la diversidad de culturas, la diversidad gastronómica. Creo que tenemos una riqueza que es para mimar y cuidar. Esto es maravilloso, pongámoslo en valor”. Su optimismo perpetuo, como manantial de fuerza, le lleva también a decir, cuando se le pregunta por lo peor de los españoles que, “después de esta pandemia y el ejercicio cívico que nuestro pueblo ha dado, la solidaridad que ha manifestado, creo que en este momento no toca decir nada malo porque ha sido muy grande el ejemplo de civismo, de res pública, que se ha puesto de manifiesto. A pesar del ruido de algunos, estoy convencida de que nuestro país ha dado lo mejor de sí mismo”.

Haciendo suya la cita de la poeta y activista Adrienne Rich, “cuando una mujer dice la verdad está creando la posibilidad de más verdad a su alrededor”, Yolanda Díaz despide su Playlist. Cierra su apretada agenda, por unas horas, soñando saborear sus orígenes con una buena tortilla “como las que hacía mi madre” porque, como apuntaba su admirado escritor de Mondoñedo, “la dieta que el hombre precisa es, en primer lugar, como quien bebe agua, beber sueños”.

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