Elecciones gallegas

De la normalización sin conflicto al conflicto sin normalización

Día das Letras Galegas Lugo

Henrique Monteagudo | Tempos Novos

El pasado mes de mayo se cumplieron diez años de la aprobación del Decreto do plurilingüismo no ensino (2010), que derogaba el Decreto polo que se regula o uso e a promoción do galego no sistema educativo, vigente durante tres cursos escasos. Ambos decretos, con sus correspondientes títulos, son piezas emblemáticas de las políticas lingüísticas de los períodos anterior y posterior, respectivamente, al ascenso del PP a la Xunta: “el uso y promoción del gallego” cedió paso al “plurilingüismo”. El decreto de 2007 había significado el punto de llegada de un camino iniciado en 1983 con la Lei de Normalización Lingüística, que, poco a poco, arrastrando los pies, bambaleando, con piruetas, pero con rumbo definido, habían recorrido sucesivos gobiernos autónomos del Partido Popular. Con el plurilingüismo se ponía punto final a la política de mínimos, de buscar consensos, de consolidar un suelo para sentar las bases del gallego con el horizonte de la normalización lingüística —para unos aspiración utópica, para otros etiqueta propagandística— y se estrenaba la política de reforzar los techos —los legales y los de cristal— y apagar los horizontes del gallego.

Recordemos algunos hitos: 1982, aprobación de las Normas do idioma galego de la Real Academia Galega/Instituto da Lingua Galega; 1984, creación del Centro Dramático Galego; 1984/1985, puesta en marcha de la Radio y la Televisión de Galicia; 1987, decreto sobre el uso vehicular do gallego; 1988, Lei de uso do galego polas corporacións locais; 1991, creación de los equipos de normalización lingüística en los centros de enseñanza; 1995, nuevo decreto de uso del gallego en el sistema educativo que estipula su uso en, al menos, 1/3 de las materias; 2003, aprobación de la reforma normativa “de la concordia”; 2004, acuerdo unánime del Parlamento de Galicia sobre el Plan Xeral de Normalización da Lingua. Añádase a todo esto, por no cansar más, la ratificación de la Carta Europea de las Lenguas Regionales y Minoritarias por el Parlamento Español, con mayoría absoluta del PP y con un gobierno presidido por José María Aznar (2001). ¿Alguien podría aducir algún hito comparable a los anteriores a favor del gallego, después de 2009? ¿Alguien vio cualquier medida gubernamental que tome nota de las recomendaciones del comité de expertos de la Carta Europea para cumplir los compromisos adquiridos, por ejemplo, en materia de enseñanza? ¿Alguien recuerda una autoridad gallega denunciado su flagrante violación por parte de los gobiernos de Castilla-León y Asturias, o por parte del poder judicial español?

Los mencionados avances habían venido arropados por un discurso oficial amable para el idioma del país, que apelaba al bilingüismo y a la igualdad entre las dos lenguas oficiales. Un discurso que fue combatido con más saña que acierto desde la corriente mayoritaria del nacionalismo gallego, que primero se opuso a la cooficialidad, después arremetió XX contra la Lei de Normalización, después afrontó la polémica ortográfica, y, justo cuando empezó a enderezar la derrota, fue incapaz de articular una propuesta en positivo. Pero si no hubo consenso de partida, con la reforma normativa de 2003 y con el Plan Xeral de Normalización de 2004, gobernando Fraga con mayoría absoluta, acabó fraguándose un consenso de llegada. Hasta que, con la derrota electoral del vello patrón en 2005, el PP de Mariano Rajoy puso en cintura al homónimo de Galicia, pasando sus riendas a las manos de Feijóo. A partir de ese momento se imponía la sintonía con Madrid, el lugar simbólico donde la derecha española estaba en volcánica mutación desde un conservadurismo moderado a un desenfrenado radicalismo neoliberal, desde un nacionalismo español en proceso de asunción de las realidades autonómicas a un españolismo de viejo cuño, vociferante y beligerantemente recentralizador.

Núñez Feijóo aprovechó el momento, se subió a la ola de aquella enorme fake new de la “imposición del gallego”, agitada por la alt-right en aquel momento emergente, y la surfeó en la tabla de la “libertad de la lengua”. Aquello fue llegar y besar el santo. Algún día habrá que preguntarse por qué un discurso tan engañoso como el articulado sobre aquellas imposturas se difundó tan rápidamente, por qué resultó tan eficaz y por qué caló tan hondo en amplios sectores sociales. A no ser para quien suscriba teorías conspiratorias, no llega con aludir a los servicios, ciertos y dolosos, de los medios de comunicación más potentes. Probablemente, la campaña contra el gallego no respondió a unas convicciones ideológicas fuertes, ni por parte del líder ni, mucho menos, por parte de su partido, pero encontró terreno abonado tanto en el malestar de los círculos dirigentes de la economía del país, monolingües en castellano y enfadados por el creciente prestigio social que el gallego estaba adquiriendo, en cuanto en los prejuicios diglósicos, viejos y nuevos, arraigados y florecientes, de determinados sectores de la población (por caso, entre algunos neohablantes urbanos de castellano). Pero, sobre todo, encontró un aliado poderosísimo en la ideología dominante de nuestro tiempo: el neoliberalismo.

No es el momento de detenerse a analizar cómo el rancio españolismo centralista se remozó en las aguas frescas del neoliberalismo, con la enfervorizada contribución de un plantel de intelectuales antes progresistas. Pero no hay duda de que la batalla de las lenguas librada durante las últimas décadas en España y en Galicia no se puede entender sin ese contexto. Ahora bien, la derecha gallega tampoco vuela tan alto. Conseguido el objetivo, recuperar el poder y reafirmar su inveterada hegemonía, obligó a reducir la presencia del gallego en la enseñanza, des-oficializó el gallego en la Administración, haciendo más laxos los requisitos para el funcionariado, desinvirtió en política lingüística, le dio continuidad en versión light a los aspectos más ineficades de las antiguas politicas y dejó que el desaliento ciudadano y el huracán neoliberal hicieran el resto. El tsunami de la virulenta crisis económica que arrasó el país trajo al primer plano otras urgencias más apremiantes, y los daños para el gallego pasaron a ser colaterales. Pasado el tiempo y con las aguas más tranquilas, “pasó lo que pasó”. Toca cubrir con el velo del olvido todo aquel feo episodio. “Bien pensado, tal vez aquello fue excesivo y hasta, quién sabe, un tanto innecesario”, le musita a alguno su mala conciencia. “Es un incomodo recuerdo, pero a lo hecho, pecho. Punto en boca”, responde el ego pragmático para acallar remordimientos.

El PP de Feijóo agudiza la consolidación del gallego como la única lengua cooficial que pierde hablantes

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Pero el daño en la política lingüística no se puede explicar sólo por las iniciativas del Partido Popular. Si antes de 2009 el PsdeG no se hubiese dotado de un discurso lingüístico mínimamente sólido, y si el BNG no se acababa de aclarar, entre la inercia de las consignas caducadas y la levedad de las tácticas de regateo, lo peor es que diez años después estamos en las mismas. (En esto, la nueva política es humo). Si cabe, estamos peor, porque el idioma ha ido marchitándose y a fuerza de repetirse por la falta de propuestas, la deliberación pública se limita a proclamas ocasionales y rituales golpes de pecho. El idioma gallego tiene un serio problema político. Pero, ¿dónde están las propuestas de una política lingüística alternativa para la enseñanza, la juventud, las nuevas tecnologías, de cara al futuro digital? El ciclo iniciado en 2009 continúa abierto... y el porvenir se va estrechando.

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NOTA.- Este artículo lo publica en gallego y en el número 278 del mes de julio la revista en papel TEMPOS NOVOS (temposdixital.gal)

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