Elecciones autonómicas

Feijóo se la juega a todo o nada con nervios por la covid-19 y bajo la mirada de Casado

El presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, interviene en un mitin en el Pazo de los Escudos de Vigo.

Todas las encuestas dar por seguro que Alberto Núñez Feijóo obtendrá mayoría absoluta, si bien el trabajo de campo se llevó a cabo antes de que las autoridades sanitarias de la Xunta perdiesen el control del brote de SARS-CoV-2 en la comarca lucense de A Mariña. Aún así, incluso quienes desde la oposición creen posible derrotar al PP admiten que sería una enorme sorpresa que Feijóo acabase el domingo con menos de 38 diputados, la cifra mágica que garantiza el control del Parlamento de Galicia.

Ese listón mínimo es con el que tanto Fraga como el propio Feijóo iniciaron sus respectivos mandatos, el primero en 1989, el segundo en 2009, para después ir ampliando sus márgenes. El exministro franquista llegó a disfrutar de nada menos que 43 diputados (1993) y hasta en tres ocasiones (1993, 1996 y 2001) consiguió superar la abrumadora cifra del 52% de los votos.

Feijóo no ha conseguido (todavía) superar esas cifras, que la fragmentación política hace hoy difícilmente repetibles, pero ha estado muy cerca: 41 escaños en 2012 y 2016 y un 47,5% de los votos en las elecciones celebradas hace cuatro años. Cifras muy similares a las que pronostican las encuestas.

Una cuarta mayoría absoluta consecutiva engrandaría la figura del presidente gallego en un momento clave porque le igualaría a Manuel Fraga. A la vista de las encuestas, parece haberse disipado por completo el temor a que tanto Vox como Ciudadanos erosionen el enorme caudal de votos que necesita para conseguirlo.

La esperanza de la oposición, en especial del PSOE, es que los gallegos voten como lo hicieron en las generales de 2019, cuando claramente lo hicieron a favor de las formaciones de izquierdas. La última vez que los gallegos votaron, en las generales del pasado 10 de noviembre, el PP volvió a ser la fuerza más votada, pero se quedó en un 31,9% de los votos, apenas seis décimas por encima del PSdeG.

Las generales, sin embargo, nunca han anticipado el voto en las autonómicas en Galicia. No ha ocurrido nunca. Un buen ejemplo es lo que sucedió en 2016. Entre las generales y las gallegas de ese año pasaron sólo tres meses pero fueron suficientes para que en ese período el PP incrementase su porcentaje de voto en 6,5 puntos y el BNG en otros 5,5, mientras el PSOE retrocedía 4,2 y Podemos y sus confluencias 2,2. El resultado: otra mayoría absoluta del PP.

El análisis de diez elecciones autonómicas en Galicia demuestra dos cosas: las mayorías absolutas del PP necesitan, para hacerse realidad, reunir todo el voto del centro derecha para sumar un porcentaje de voto superior al 46% o, por debajo de esa cifra, que la oposición se presente dividida. Es lo que sucedió en 1989, cuando Fraga logró imponerse con el 44,2%, o en 2012, cuando Feijóo apuntaló su mayoría con un 45,8%. En el primer ejemplo fueron cuatro las candidaturas de la oposición que obtuvieron escaños (PSdeG, Coalición Galega, BNG y Esquerda Galega) y en el segundo tres (PSdeG, BNG y Alternativa Galega de Esquerdas). La prueba de lo contrario tuvo lugar en 2005, cuando Fraga perdió la mayoría absoluta a pesar de haber conseguido un porcentaje mayor que en 1989 (45,8%).

Esta vez todo apunta a que Feijóo se moverá al límite del listón que le garantiza la mayoría absoluta —ese 46%— pero, aunque baje un poco, cuenta a su favor con la división de su adversarios: enfrente habrá, como mínimo, tres candidaturas con posibilidades de obtener representación (PSdeG, BNG y la lista que previsiblemente reunirá a Podemos, Esquerda Unida y Anova). Las últimas encuestas le pronostican una holgada mayoría absoluta y un extraordinario porcentaje de voto por encima del 47%.

La izquierda en Galicia, nacionalista y no nacionalista, se mueve normalmente en torno al 40% de los votos. El PSdeG es, por regla general, el líder de la oposición: ha conseguido ocupar ese puesto en siete de las diez convocatorias celebradas hasta la fecha. En dos ocasiones (1997 y 2001), sin embargo, el BNG se situó por delante y en las últimas elecciones celebradas fue el espacio alternativo construido en torno a Podemos, Esquerda Unida y Anova (En Marea) el que se hizo con el simbólico liderazgo de la oposición.

La clave

Esa es la clave de las elecciones en Galicia: el voto de la derecha lleva décadas unificado en torno a una sola candidatura y el de la izquierda no. Y eso ha marcado históricamente la diferencia en una comunidad en la que además las provincias con menos población urbana y con mayor peso del voto conservador —Lugo y Ourense—mantienen una clara sobrerrepresentación parlamentaria en perjuicio de las más pobladas —A Coruña y Pontevedra—.

PSOE, BNG y ahora el espacio construido en torno a Podemos se reparten ese 40% desde hace décadas pero de momento no han conseguido ensancharlo, al menos en unas autonómicas. Lo que gana unos lo pierden los otros. Y viceversa. Pero el cómputo final no afecta al PP, que depende en última instancia de la movilización de sus propios votantes.

Fue eso lo que le costó la mayoría absoluta a Fraga en 2005, las primeras autonómicas después de la catastrófica gestión que el PP hizo del naufragio del Prestige y la marea negra que se extendió desde el norte de Portugal hasta la costa francesa pero que sobre todo tiñó Galicia de chapapote y de indignación. Esa desmovilización es lo único que quita el sueño a Feijóo, temeroso de que el brote descontrolado del virus en el norte de Lugo aleje a sus votantes de las urnas, particularmente a los mayores, que votan mayoritariamente al PP.

PSOE, BNG y Galicia en Común se afanan estos días, en la recta final de la campaña, en utilizar el confinamiento de A Mariña como la prueba del nueve de que la buena gestión de la pandemia por parte de Feijóo no es más que un mito construido gracias a una incidencia epidemiológica hasta ahora muy baja. Y le acusan abiertamente de falsear la realidad para mantener a toda costa las urnas abiertas este domingo aunque eso suponga poner en peligro a la población.

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Feijóo se la juega todo o nada. Si pierde la mayoría absoluta, perderá también la Presidencia de la Xunta, porque PSOE, BNG y Galicia en Común ya han anunciado su disposición a forma un Gobienro de izquierdas. Y su carrera política habrá terminado de forma abrupta, su mayor temor —según sus colaboradorees— desde que ganó por primera vez las elecciones, hace ahora once años.

Si gana, en cambio, no sólo habrá garantizado al PP cuatro años más de dominio político en Galicia sino que habrá demostrado la fortaleza de un liderazgo que contradice las leyes de la política moderna, marcadas por la inestabilidad y la atomización. El líder del PP, Pablo Casado, estará pendiente del resultado electoral porque, de confirmase una cuarta y arrolladora victoria de Feijóo, las voces de la derecha política y mediática que reclaman al presidente gallego al frente de la nave conservadora para hacer frente con garantías a Pedro Sánchez habrán encontrado un argumento de peso para poner en marcha el recambio.

Casado celebrará sin duda la victoria de su partido en Galicia, si finalmente se confirma. Pero su liderazgo será más débil. En Galicia todo el mundo da por sentado que Feijóo no completará la legislatura gallega y que, esta vez sí, atenderá la llamada del PP nacional, si es que finalmente se produce.

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