Gobierno de coalición

Fin de curso político: el Gobierno sobrevive sin fisuras al covid-19 y Casado busca su sitio bajo presión de Vox

Pedro Sánchez tras la XXI Conferencia de Presidentes en el monasterio de San Millán de Yuso, en San Millán de la Cogolla.

La política española es volátil. La montaña rusa de acontecimientos que se suceden desde que la atomización puso fin a las mayorías absolutas —la declaración unilateral de independencia de Cataluña, la moción de censura de Mariano Rajoy, la derrota presupuestaria de 2019 y la celebración de cinco elecciones en apenas seis meses, entre ellas dos convocatorias generales— no ha dado tregua.

Tampoco en 2020. A la complicada investidura de Pedro Sánchez y la inédita formación del primer Ejecutivo de coalición de la restauración democrática siguió casi inmediatamente una crisis sanitaria sin precedentes en 100 años y una crisis económica y social cuya intensidad y profundidad todavía desconocemos. Es el escenario en el que se ha tenido que mover, e improvisar, como reconocen muchos de los ministros, un Gobierno que cuando tomó posesión creía que su mayor reto sería el diálogo sobre Cataluña.

Un Gobierno con diferencias, pero sin fisuras

Seis meses de gestión —pronto serán siete— han servido, en primer lugar, para poner a prueba la fortaleza de la coalición. Ahí los dos socios coinciden: la magnitud de reto que ha supuesto la pandemia y el acoso impenitente liderado por Pablo Casado, el presidente del PP, con la ayuda de la ultraderecha de Vox, no ha hecho más que fortalecer los vínculos entre ministros en el Ejecutivo y entre diputados en el Congreso.

A pesar de las diferencias, que las ha habido y con cierta intensidad, como reconocen fuentes de Unidas Podemos, socialistas y morados han sido capaces de mantener bajo control las discrepancias, sobre todo —reconocen ambos— gracias a la “comunicación fluida y la buena sintonía” que han sido capaces de construir Sánchez y el vicepresidente segundo y líder de UP, Pablo Iglesias. Unas veces con el presidente intercediendo a favor de los morados, como en algunas de las demandas de las que siempre han hecho bandera, como la aprobación de buena parte del escudo social desarrollado durante la pandemia. Otras, frenándolas, como sucedió con el intento de Iglesias de sacar adelante un impuesto sobre las grandes fortunas.

De un modo u otro, las escaramuzas de estos meses no han pasado de eso, pese al intento de la oposición de agudizarlas con sus iniciativas en el Congreso. Aunque sí han permitido visualizar a la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, y a la vicepresidenta tercera y ministra de Economía, Nadia Calviño, como las principales antagonistas de las políticas de los morados. Ya sea en materia de igualdad, donde la discrepancias entre Calvo y la ministra Irene Montero son notorias, como en el terreno de la legislación laboral, que Unidas Podemos —igual que los sindicatos— quiere cambiar cuanto antes pero que Calviño trata de mantener lo más posible.

Lo que está por ver es si Unidas Podemos mantiene su estrategia de unidad, que según algunos analistas le está perjudicando en las encuestas porque permite a Sánchez capitalizar las iniciativas sociales, o si decide reforzar su perfil más de izquierdas. Paradójicamente, Podemos como organización vive sus horas más bajas coincidiendo con su llegada al Gobierno. Y un mal resultado en Cataluña, algo que empiezan a sugerir las encuestas, puede abrir un incómodo debate interno sobre el papel que están jugando en el Ejecutivo. 

Pedro Sánchez, en el centro, y sus ministros celebran el acuerdo europeo. A su derecha, el vicepresidente Pablo Iglesias. Efe

Oposición frontal

La oposición lo ha intentado casi todo con tal de deshacer el Gobierno. Incluidos varios intentos de sabotear la estrategia europea del Gobierno buscando minar su credibilidad en las instituciones de la Unión y tratando de cobrarse la cabeza de varios ministros, hasta ahora sin ningún éxito. Desde el titular de Fomento, José Luis Ábalos, por el incidente provocado en Barajas por la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, hasta el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, por la destitución del comandante de la Guardia Civil en Madrid tras conocerse la existencia de un informe manipulado que trataba de culpar al Gobierno de la epidemia. Pasando por la gestión de la crisis sanitaria llevada a cabo por el responsable de Sanidad, Salvador Illa, o, en los últimos días, por el vicepresidente Iglesias, al que PP y Vox tratan de cuestionar a cuenta del llamado caso Dina, una pieza separada de la investigación judicial sobre las actividades ilegales del excomisario Villarejo.

La estrategia de Pablo Casado durante estos meses ha clonado la de Vox. El objetivo siempre ha sido romper la unidad del Ejecutivo buscando las contradicciones entre PSOE y Unidas Podemos, poniendo en duda su legitimidad apelando constantemente a ERC y EH Bildu, sin cuya abstención no hubiese sido posible la investidura, y tratando de judicializar la acción de gobierno, incluso durante la pandemia.

El líder del PP ha optado por una línea dura que aparentemente ha sido castigada en las elecciones vascas y desautorizada por las gallegas, donde el moderado Feijóo revalidó su cuarta mayoría absoluta. Y se ha enredado en la contradicción de reivindicar la paternidad del fondo de reconstrucción europeo, celebrar su contenido y al mismo tiempo estigmatizarlo como “un rescate en toda regla”.

Tal ha sido la dureza de Casado que ha conseguido ocultar los numerosos acuerdosacuerdos a los que el PP sí ha llegado con el Gobierno, especialmente en relación con las medidas económicas para afrontar la crisis derivada de la pandemia.

El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, y el líder de Vox, Santiago Abascal.

Vox, la tercera fuerza del Congreso, ha seguido su propio guión. Compitiendo por el espacio de oposición a Sánchez con el PP, tratando de aupar a su líder, Santiago Abascal, en los debates con Pedro Sánchez y desmarcándose de cualquier cosa que huela a acuerdo con el Ejecutivo, hasta el punto de ser la única fuerza política del Congreso que no presentó una sola propuesta para los pactos de reconstrucción económica y social y el único partido que se ausentó del homenaje a las víctimas de la pandemia. Su golpe de efecto tuvo lugar esta misma semana al anunciar, con meses de anticipación, la presentación de una moción de censura contra Pedro Sánchez sin ninguna posibilidad de prosperar pero que durante semanas obligará a Casado a enfrentarse a la evidencia de que no hay alternativa a la mayoría progresista que hizo posible la investidura.

Ciudadanos, en cambio, se ha convertido en la gran novedad de la legislatura. Después de años de oposición frontal al PSOE, producto de la estrategia diseñada por Albert Rivera para superar al PP y convertirse en la alternativa a Sánchez, Inés Arrimadas está intentando otro camino. La nueva líder naranja ha optado por sacar al campo a sus diez diputados y jugar la carta de la relevancia y el distanciamiento del PP. Ciudadanos “es útil”, repiten sus dirigentes desde que han comenzado a pactar con el Gobierno en un giro de guión que ha acabado por distanciar a los dirigentes más reaccionarios, entre ellos el exdirectivo de Coca-Cola Marcos de Quinto.

La gran incógnita, sin embargo, sigue siendo hasta dónde está dispuesta a llegar Arrimadas, especialmente en relación con los Presupuestos para 2021. Sánchez le ha ofrecido el rol de oposición constructiva, pero sin renunciar a la reforma fiscal y a los compromisos nucleares de la coalición con Unidas Podemos.

Los desafíos pendientes

Más allá de la actitud de la oposición, todos en el Gobierno están satisfechos de la tarea desarrollada hasta ahora, especialmente en lo que se refiere al esfuerzo para poner bajo control la pandemia y levantar un escudo social con el que reducir los daños que inevitablemente la paralización de las actividades ha causado en el tejido social y económico del país. Pero unos y otros, sin embargo, saben perfectamente que la verdadera prueba que la unidad de la coalición debe superar son los Presupuestos. No sólo porque definirán las políticas del año próximo –y bocetarán las de la legislatura– sino porque obligarán a repartir recursos y sobre todo, a buscar aliados en el Congreso. PSOE y Unidas Podemos suman 155 escaños, 21 por debajo de la mayoría absoluta.

Es ahí donde, aparentemente, la fortaleza de la alianza PSOE-Unidas Podemos revelará su verdadera naturaleza. Descartado un acuerdo con el PP –nadie en el Gobierno ve la más mínima posibilidad de que Casado vaya a negociar siquiera los presupuestos, por más que el presidente y su ministra de Hacienda, María Jesús Montero, se lo pidan siempre que tienen ocasión–, son dos las opciones que maneja el Ejecutivo. La primera, que es la preferida por los de Iglesias, reproduciría la mayoría de la investidura, con un sesgo a la izquierda y la connivencia de Esquerra. La segunda, que es con la que juega el PSOE, en un intento de privar a los republicanos de su capacidad de condicionar la continuidad de la legislatura, pasa por inclinarse hacia la derecha y sacar las cuentas de 2021 con el respaldo de Ciudadanos.

El plan A, reconocen en Moncloa, volvería a colgar la legislatura del débil hilo del diálogo sobre Cataluña. El plan B ofrece otro escenario, pero previsiblemente afectará a la coalición y complicará los pactos con otros socios que también son necesarios, porque los diez escaños de la formación naranja suman pero, al mismo tiempo, alejan a otros aliados potenciales.

Hace cuatro meses, cuando preparaba el proyecto de Presupuestos —que entonces aspiraba a aplicar ya en 2020—, el Gobierno sólo podía explorar la primera opción. Ahora, gracias al cambio de actitud de Ciudadanos puede al menos intentar otra alianza. Pero la incertidumbre es mayor que entonces porque la desconfianza es patente en algunos de los partidos que hicieron posible la investidura, alguno tan relevante como el PNV, con el que el PSOE comparte gobierno en el País Vasco.

Las encuestas publicadas durante las últimas semanas confirman, casi sin excepción, que la alianza PSOE-Unidas Podemos ha salido bien parada de la pandemia y que la estrategia de PP y Vox no ha logrado el vuelco que buscaba. Pero aun así los socios de gobierno no han conseguido rentabilizar su gestión como esperaban en las convocatorias electorales de Galicia y Euskadi, marcadas por un universo político propio. En las elecciones gallegas el PSOE se vio superado por el BNG y la coalición de la que formaba parte Podemos ni siquiera consiguió entrar en un Parlamento que sigue dominado por una aplastante mayoría del PP. Y en las vascas, socialistas y morados quedaron también por debajo de sus expectativas. Que ambos comicios hayan seguido su propia lógica política, al margen de las tendencias en España —algo que confirman todos los analistas consultados por infoLibre— apenas sirve de consuelo.

Los electores se autoafirman

“Tenemos pocas certezas sobre cómo ha atribuido la ciudadanía responsabilidades por la crisis sanitaria”, asegura el politólogo Joan Font, doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador del Instituto de Estudios Sociales Avanzados del CSIC. En su opinión, lo único que está claro es "que los sesgos cognitivos han sido muy fuertes” y que, por tanto, “quien ya era progobierno tiende a pensar que este lo ha hecho lo mejor posible y que Fernando Simón es el nuevo gran héroe. Todo lo contrario para quienes eran antigobierno”. Del mismo modo, los papeles “se invierten” a la hora de juzgar a las comunidades gobernadas por el PP y sus aliados de Ciudadanos y Vox.

“Sí parece”, puntualiza Font, “que en el período más duro la visibilidad del Gobierno hizo que lo mejor y lo peor de la gestión de la crisis le fuera atribuido”.

Desde su punto de vista, y por lo que se refiere al PP, el debate entre “aislar o copiar a Vox está lejos de estar cerrado”. Fuera de Galicia, donde “la derecha extrema es más pequeña y es más fácil ningunearla”, el PP “puede necesitar combinar guiños con abrazos del oso”.

En el caso de Ciudadanos, lo que ocurrió es que “la táctica del periodo anterior ya no servía: ser la muleta del PP sin tener perfil propio ni poder aspirar al sorpasso ya no era viable”. Pero eso no significa que le vaya a ir mejor ahora porque, aunque “algunos de los votantes que perdió agradecen su actitud actual, en un clima tan polarizado eso puede no ser suficiente para compensar los votos que pueden arrebatarle el PP, beneficiándose de la gestión compartida en Andalucía o Madrid, o Vox en el rol de gritón y azote del nacionalismo periférico”.

Inés Arrimadas (Cs), en el Congreso.

Las encuestas reflejan esta estabilidad y parecen confirmar el sesgo cognitivo del que habla Font. La última conocida, la del CIS publicada esta semana, otorga al PSOE una ventaja sobre el PP en intención de voto de 13 puntos, dos más que en el barómetro del 15 de julio, la máxima desde las elecciones generales de noviembre de 2019.

El estudio otorgaba al PSOE una intención de voto del 32,4%, mientras que el PP retrocedía del 21,2% al 19,4%. Unidas Podemos estaría prácticamente igual, ya que sumaría cinco décimas hasta un 12,6%, y Vox también: siete décimas más, hasta el 12,3%. También Ciudadanos permanecía estable: 8,7% ahora frente al 8,8% de hace quince días.

Verónica Fumanal, presidenta de la Asociación de Comunicación Política, cree que el Gobierno ha salido “bastante vivo” de lo peor de la crisis sanitaria. “Pasada la primera etapa de la pandemia, no hay un vuelco significativo en las encuestas”. Y si ya no ha pasado, cree que será difícil que ocurra en otoño aunque llegue una segunda ola.

Al principio, reconoce, “muchos analistas pensábamos que no habría gobierno que lo aguantase”, pero ha sucedido justo lo contrario. La prueba es el buen resultado obtenido por Alberto Núñez Feijóo e Iñigo Urkullu en las elecciones vascas y gallegas.

Del otro lado, el del PP, Fumanal diagnostica una “estrategia muy errática”. A diferencia de Ciudadanos, explica, que en el futuro podrá decir que, “para bien o para mal”, mantuvo una cierta actitud, los de Pablo Casado pasaron de apoyar a abstenerse para después votar en contra. “Es una muy mala estrategia porque no contenta a nadie,”. Y el resultado es que “sigue estancado en las encuestas”.

La del CIS fue la primera encuesta realizada después de que Pedro Sánchez consiguiese el golpe de efecto de cerrar el semestre con una gran victoria en Bruselas que permitirá al Gobierno financiar la reconstrucción económica y social con 140.000 millones de euros, la mitad de ellos subvenciones que no habrá que devolver. Un éxito que el presidente ya ha utilizado para atizar a Casado y con el que quiere involucrar a las Comunidades Autónomas y a los ayuntamientos en sus propios objetivos de transformación digital y transición ecológica, dos de los ejes de su programa político de aquí a 2024.

El as en la manga de Sánchez

La legislatura depende ahora de la habilidad de Sánchez para tejer la mayorías que necesita en el Congreso para sacar adelante unos Presupuestos de los que depende la reconstrucción de la economía. Algo que no será nada fácil, como demostró la dificultad de PSOE y Unidas Podemos para sacar adelante los pactos poscovid en la Cámara Baja. Sin olvidar las incertidumbres sanitarias que crecen cada día en torno a la pandemia, que ahora gestionan bajo su responsabilidad las Comunidades Autónomas, y las que se derivan del escenario político catalán, en el que todos dan por hecho que habrá elecciones anticipadas.

Sánchez necesita unas cuentas públicas a las que trasladar sus políticas y a través de las cuales hacer posible la llegada del maná europeo. Si lo consigue sabe que habrá legislatura de cuatro años. En ese contexto Fumanal sostiene que los tres grandes temas de lo que queda del año serán la crisis económica, la segunda ola de la pandemia y los Presupuestos. Sánchez, asegura, no puede permitirse seguir con unas cuentas de otra época, “de la era precovid”, que son “absolutamente inservibles”.

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La incertidumbre electoral en Cataluña, que en su opinión se puede prolongar incluso hasta el año que viene, hará muy difícil que ERC pueda ser el socio que Sánchez necesita para sacar adelante las cuentas. Así que tiene que intentarlo con Ciudadanos. La pandemia, explica, ha demostrado que los naranjas, el PNV y Unidas Podemos pueden votar con el PSOE. “Ya no son incompatibles”.

El problema, opina, vendrá de la mano de Unidas Podemos, porque “tratará de marcar perfil propio” después de ver, en las elecciones gallegas y vascas, “el peligro de la irrelevancia”. “No ha podido rentabilizar el relato del escudo social”, así que va hacerse ver en el debate presupuestario. Y eso hará más difícil tender puentes con Cs.

Fumanal echa cuentas y recuerda que para entonces Sánchez tendrá un as en la manga para presionar a Unidas Podemos y al PP: la posibilidad de convocar elecciones. Si no hay presupuestos no habrá más remedio que ir a las urnas, y eso es algo que, desde su punto de visto, no quieren ni Casado ni Iglesias. El primero no puede permitirse acabar por tercera vez “en la lona” en un período tan corto. El segundo necesita tiempo para remontar.

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