Sanidad pública

Cuatro historias de MIR en huelga: "Casi en cada guardia hay un número infinito de veces que piensas que tu trabajo no está pagado"

Varios médicos residentes protagonizan una sentada en la Puerta del Sol de Madrid.

"Enlazas semanas con cuatro fines de semana seguidos, y es agotador. No he tenido tanto sueño en mi vida como estoy teniendo durante la residencia. Estoy cansada siempre, hace tiempo que no veo una película sin dormirme". La persona que habla se llama Irene Cabanillas, es madrileña y acaba de empezar su tercer año como médico interno residente (MIR) de Medicina Interna en el Hospital Severo Ochoa de Leganés, al sur de la Comunidad. Tal y como explica ella misma desde el otro lado del teléfono, que descuelga poco después de llegar a casa tras otro día de trabajo, vive con un cansancio que se ha hecho endémico porque se ve obligada a hacer entre cinco y seis guardias al mes. En todas suma 24 horas prácticamente ininterrumpidas de trabajo. No le queda más remedio que aguantarlo hasta que acabe la residencia. "Si no hacemos guardias, el salario no nos da. Cobraríamos, netos, unos 1.100 euros", dice. Si, como le ocurre a ella, hay que restar un alquiler a esa nómina, la vida se torna complicada. Como dice Sandra Jiménez, residente de primer año de Medicina de Familia y Comunitaria en el Hospital de Getafe: las guardias, además de permitir a los MIR pagar el alquiler, pueden ayudarles a poder tener "una vida". Pero sacrificada, eso sí, añade Irene.

Irene Cabanillas, en una protesta de los MIR de la Comunidad de Madrid.

La pandemia les hartó. No sólo a Irene y a Sandra, sino a todos los demás. Vino a confirmar lo que ya sufrían antes: guardias interminables, falta de supervisión, obligación de dormir sobre las mismas sábanas que el resto de sus compañeros… Situaciones de las que la carrera no avisa. Y situaciones que tampoco pensaban experimentar. Hace un año, Sandra no imaginaba lo que iba a vivir como residente. "Después de tantos años de carrera y tras terminar el MIR —el examen que da acceso a la especialidad— estás en una especie de nube. Empiezas una nueva etapa en la que conocerás gente nueva. Digamos que comienzas a ver la luz al final del túnel de tanto estudiar", recuerda desde el otro lado del teléfono. Al principio, confiesa, las ilusiones la cegaron. No había nada negativo porque por fin había conseguido plaza en la especialidad que quería desde que comenzó la carrera de Medicina. Al llegar la pandemia empezó a darse cuenta de que no era tan idílico. "Remarcó muchas cosas que ya estaban ahí, pero que no eran tan notables", confiesa. Así empezó a abrir los ojos. Irene y Sandra no se conocen, pero comparten una parte importante de su vida. Ambas son MIR, ambas trabajan hasta casi la extenuación para tener un sueldo decente que les permita, también a ambas, pagar su alquiler. Y ambas, además, se ocultaron bajo un equipo de protección individual (EPI) durante los días más duros de la pandemia, escondieron sus manos tras unos guantes y cubrieron la mitad de su cara con una mascarilla. Ahora, las dos protestan por las calles de Madrid cada lunes y reclaman detrás de las pancartas los derechos laborales que denuncian no tener. Junto a ellas, otros miles de residentes que el pasado 13 de julio comenzaron una huelga indefinida contra la Comunidad de Madrid y su Consejería de Sanidad que, hasta este jueves, les había hecho caso omiso en sus demandas. En la reunión de ese día, el Gobierno autonómico, liderado por la conservadora Isabel Díaz Ayuso, se comprometió a alcanzar un preacuerdo, aunque las posiciones siguen distanciadas en algunos aspectos.

Silvia Moreno recuerda que le ocurrió algo parecido. Está en su cuarto año de Medicina Familiar y Comunitaria, pero en el Hospital Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares. Siempre quiso ser médico. "Vocación", dice. La especialidad, en cambio, llegó de casualidad. "Lo que a mí me gustaba era Ginecología", relata. Pero no pudo ser y ahora, contra todo pronóstico, es una "enamorada" de la rama que forma a los futuros médicos de atención primaria. "Todo pasa por algo", cree, porque no cambiaría la forma en la que ocurrieron las cosas.

Lo que sí cambiaría, en cambio, son sus condiciones. "A todos nos pasa. Después de una carrera tan larga y tras el año en el que te preparas para hacer el MIR, cuando estudias seis días a la semana y diez horas cada día, estás deseando trabajar. El primer momento es superilusionante, pero pasan los días, las guardias, empiezas a asumir responsabilidades y te ves, en pocos meses, atendiendo a pacientes tú sola, algo que no viene en los libros. Te agobias, te das cuenta del cansancio que supone trabajar hasta 60 horas semanales y empiezas a ver todas las injusticias que se cometen contigo", explica. Por eso se sumó a la huelga a principios de junio, cuando sólo había "15 personas en un grupo de Whatsapp".

Alexander Javier Trujillo, MIR en la Comunidad de Madrid.

Alexander Javier Trujillo tampoco dudó en unirse en cuanto vio lo que se reclamaba. Él, como residente de cuarto año de Medicina Interna en el Hospital Príncipe de Asturias de Alcalá, comparte todas las demandas. "Independientemente de lo que ha pasado estos últimos meses, creo que la situación del MIR en España, y más en concreto en Madrid, puede mejorar mucho. Normalmente estamos siempre detrás del adjunto —el médico que ya acabó su residencia—, sin una supervisión adecuada. Y se nos paga muy poco para la responsabilidad que tenemos. Si hubiéramos podido hacer la huelga tal y como queríamos —ya que las trabas han sido constantes—, en cinco días hubiéramos conseguido todo lo que pedimos, porque los hospitales no habrían podido salir adelante", asegura.

"Hay un número infinito de veces que piensas que no puedes más"

Si se les pregunta a los cuatro por esas situaciones que tanto critican y que les han llevado a la huelga, los cuatro responden, en primer lugar, con lo mismo: las guardias. "En prácticamente cada una de las que hemos hecho, todos podemos recordar un número infinito de veces en las que te marchas pensando que tu trabajo no está pagado, que no puedes más, que no tiene sentido. Normalmente ocurre a partir de las 12 de la noche, cuando ya estás agotado", afirma Silvia.

Hay varios tipos de guardias, no todas son iguales. Irene y Alexander, por ejemplo, las hacen o bien de lunes a viernes o bien los fines de semana. Las primeras son de 17 horas y se suman a su horario habitual, que es de 8.00 horas de la mañana a 15.00 horas de la tarde. En ese momento, bajan a las urgencias y trabajan, casi sin parar, hasta las 8.00 horas de la mañana del día siguiente. Las segundas son, directamente, de 24 horas: de 8.00 de un sábado, por ejemplo, a 8.00 de un domingo.

Sandra y Silvia, por su parte, tienen las guardias en distintos servicios del hospital —pediatría, traumatología…—, independientemente de si son entre semana o en fin de semana. Luego, además, hacen otras en centros de salud rurales, puesto que su especialidad se orienta al trabajo en los ambulatorios, donde pasan, de hecho, el último año de su residencia.

Sandra Jiménez, MIR en la Comunidad de Madrid.

Todos explican que las 24 horas de trabajo que suponen las guardias las hacen casi sin parar. Casi porque, como critica Silvia, duermen entre dos y tres horas. "Pasamos al menos 21 horas del día viendo paciente tras paciente. Es extenuante y por supuesto que dan ganas de dejarlo, más todavía cuando llega tu nómina y ves que eso no está compensado, aunque sabes que estás condenado a hacerlo porque, si no, cobras un sueldo ridículo", lamenta. De hasta 900 euros, en algunos casos.

Durante las guardias no están solos. Pero se podría usar la misma expresión: casi lo están. Todos, sin excepción, explican que las guardias de las urgencias son soportadas por los MIR. "Los adjuntos se supone que te supervisan, pero hay algunos que ni están en las urgencias", dice Irene. Y eso, a veces, juega malas pasadas. A ella le ocurrió. "Una vez le provoqué un shock anafiláctico a una señora. Estuvo a punto de morir porque nadie me supervisó cuando le ponía el antibiótico y, además, me metían prisa. Era mi primer año y yo llevaba seis meses trabajando. Por suerte, me ayudó una residente mayor. Las urgencias de los hospitales se caen sin nosotros", denuncia.

Los lugares de descanso, una "indecencia"

No obstante, las dos o tres horas durante las cuales pueden descansar, tampoco saben a mucho. No pueden hacerlo. Es otra de sus demandas, acabar con lo que han bautizado como camas calientes. "Antes del covid, en las guardias de urgencias éramos, normalmente, seis residentes. Para descansar teníamos una habitación con cuatro camas que nos íbamos turnando pero en las que, sí o sí, alguien tiene que dormir en las mismas sábanas que otro. Además es un ambiente muy seco en el que sudas bastante", lamenta Irene. La pandemia no acabó con ello. De hecho lo acrecentó, porque de seis residentes pasaron a ser ocho en cada guardia de urgencias. "Teníamos que dormir todos en la misma cama que había sido usada antes. Cuando nos quejamos, nos mandaron a dormir a un quirófano, así que pasamos de sudar a pasar un frío horrible. Después nos acondicionaron dos habitaciones de la planta de ginecología, que estaba vacía, pero un sindicato nos denunció por dormir ahí. Parecía una caza de brujas, no querían que descansáramos", dice, riendo. 

Irene, que a finales de marzo se contagió de covid por la escasa protección que tuvo frente a él las primeras semanas de colapso sanitario, llegó a dormir en una de esas camas justo antes de coger la baja. "Ya tenía síntomas y dormí ahí. El compañero o compañera que vino después durmió en mis mismas sábanas. No sé si contagió o no por mi culpa, pero podría ser", lamenta. "Yo durante la pandemia he tenido un pánico atroz a contagiarme porque soy asmática. Y dormir en las mismas sábanas usadas por otro compañero sabiendo que muchos han sido positivos es una indecencia", coincide Silvia. 

El covid, "la gota que colmó el vaso" de las "injusticias"

Las experiencias que cuentan Irene, Alexander, Sandra y Silvia son personales. Pero también colectivas. Las demandas e "injusticias" que relatan desde el otro lado del teléfono no son únicas, ni mucho menos. Pero lo peor es que se acrecentaron con la llegada de la pandemia, que fue, dice Sandra, "la gota que colmó el vaso" de su hartazgo. Ella, que apenas llevaba un año de residente, vivió la pandemia "en todo el epicentro". Cuando comenzó todo se encontraba rotando en el servicio de Medicina Interna de su hospital, zona a la que llegaron los primeros contagiados. Durante las guardias, lo vivió en las urgencias. Y se encontró sola. Como antes, pero con una responsabilidad mayor. 

Alexander, que era residente de tercer año durante la pandemia, la recuerda como una "situación horrible", como "una locura". Tal y como recuerda, el corredor del Henares —la zona de Madrid en la que se encuentra su hospital— fue el epicentro del coronavirus en la Comunidad cuando el covid aterrizó en ella. "Llegó de golpe y las condiciones de los hospitales no eran las adecuadas para atender a tal magnitud de pacientes", dice. Y por eso llegó lo peor. "Hubo muchas ocasiones en las que no podíamos hacer más por los pacientes y la única opción que teníamos era ayudar a que descansaran. Fue catastrófico", lamenta. 

Irene recuerda los mismos momentos. Ella estaba en su segundo año de residencia cuando estalló la crisis sanitaria. Y también le pilló de imprevisto. "Estuve de vacaciones tres semanas a finales de febrero. Regresé a mi servicio, Medicina Interna, el 10 de marzo, cuatro días antes de que se declarara el estado de alarma. Ese día solo había dos pasillos en el hospital con covid. El jueves ya había un ala entera. El viernes, dos. El 15 de marzo, ya en una guardia en urgencias, la situación empezó a ser horrible. Se desbordó todo y tuvimos que poner a los pacientes en sillas de madera. Además, el porcentaje de fracaso terapéutico era muy alto y la situación demasiado frustrante... Creo que no se ha hecho suficiente hincapié en la situación que había en los hospitales, en que tuvimos que hacer, prácticamente, un triaje de guerra: este sobrevivirá, podemos hacer algo; este no, no podemos ayudarle", recuerda. 

Los MIR alcanzan un preacuerdo con la Comunidad de Madrid y desconvocan la huelga

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La pandemia que vivió Silvia comenzó peor. Ella estaba en Mozambique, haciendo una rotación externa de dos meses. O esa era la idea inicial, porque la experiencia sólo le duró dos semanas. El 16 de marzo, por orden ministerial, cancelaron todas las rotaciones externas y obligaron a todos los MIR a regresar, cuenta. "Nos dijeron que nos teníamos que volver, pero nadie nos ayudó. Las embajadas y nuestro empleador, el Sermas [Servicio Madrileño de Salud], se lavaron las manos", denuncia. Tuvo que pagarse su propio vuelo, que le costó alrededor de 1.000 euros —"el sueldo de un mes", lamenta. Aterrizó en Portugal y, hasta Madrid, tuvo que llegar "cogiendo taxis y autobuses". 

Cuando se reincorporó, no fue mucho mejor. "Volví el 23 de marzo y ese día salí llorando de trabajar. El día 24 pasé las peores 24 horas de toda mi vida. Como residentes, hemos pasado de ser profesionales de segunda a ser hipernecesarios, así que nos lanzaron a la primera línea de batalla", lamenta. 

Por todo eso seguirán en la calle. Al menos, dijeron, hasta que tengan una propuesta en firme por parte de la Comunidad de Madrid para aceptar sus demandas, que tampoco son únicas en España. Los MIR valencianos comenzaron el pasado 21 de julio otro paro indefinido. A partir del 22 de septiembre se unirán los MIR de Castilla y León

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