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Crisis del coronavirus

Así ha repercutido la pandemia en nuestro menú: los que comían bien comen mejor y los que lo hacían mal, peor

Imagen de archivo de una mujer en un supermercado.

A mediados de marzo, cuando todavía no se había decretado el confinamiento generalizado del país pero la posibilidad de que eso ocurriera era cada vez más real, los supermercados se llenaron de gente y se vaciaron de productos. Las largas colas a sus puertas y los estantes vacíos fueron imagen en todos los medios de comunicación y, probablemente cuando el covid-19 deje de ser la amenaza que es ahora, se convertirán en un recuerdo imborrable de la memoria de todos los españoles. Pero, ¿qué había en esos carritos de la compra? Más allá de los paquetes de papel higiénico, un producto de primera necesidad cuyas ventas aumentaron exponencialmente en las primeras semanas de la pandemia, los españoles compraban más fruta (un 23,1% más) y más hortalizas, según los datos recogidos por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación entre los días 30 de marzo y 5 de abril. Pero no todo iba a ser comida sana. También aumentó la compra de platos preparados (un 23%) y la de bebidas alcohólicas, tabletas de chocolate, snacks y frutos secossnacks (cuyo consumo creció por encima del 50%). ¿Estábamos mostrando en cifras que nuestros hábitos alimenticios estaban cambiando?

No es fácil responder a la pregunta. Ni siquiera para los expertos en nutrición. Anna Costa, portavoz del Col·legi de Dietistes-Nutricionistes de Catalunya (Codinucat), contesta explicando que "en la actualidad no existe casi ningún estudio o estadísticas que puedan ayudar a responder de forma objetiva". Los pocos que hay en España, indica, "exhiben poca representatividad", puesto que se han centrado en sectores poblacionales muy concretos. Sólo en mujeres. Sólo en menores de 35. Sólo en personas con ingresos medios o bajos. La Universidad de Granada, por ejemplo, llevó a cabo un estudio con grupos de investigación de 16 países dentro del proyecto "COVIDiet" en el que el 70% de la muestra poblacional escogida estaba formado por mujeres mayores de 35 años con estudios superiores. Reveló, explica Costa, que durante las primeras semanas de confinamiento se incrementó el consumo de verduras y hortalizas, frutas y pescado. Pero el estudio dejó "el interrogante de qué comportamiento es representativo del resto de población española no incluida dentro de esos datos demográficos". 

Alma Palau, presidenta del Consejo General de Colegios Oficiales de Dietistas-Nutricionistas, también asegura que el estudio realizado por el Ministerio de Agricultura tiene sus limitaciones. "Los nutricionistas analizamos esos datos, que indicaban por ejemplo que el consumo de alcohol se había incrementado mucho con respecto a la misma semana del año anterior. Eso dio mucho que hablar, pero realmente tiene lógica. Lo que consumíamos antes fuera, comenzamos a consumirlo dentro de casa", explica. No había bares ni restaurantes ni muchísimo menos posibilidad de socializar en esos espacios donde, generalmente, se consume alcohol. 

Entonces, si no hay datos representativos ni concluyentes, ¿hay alguna manera de responder a la pregunta? Según las nutricionistas consultadas por infoLibre, la manera más adecuada es observando a quienes acuden a las clínicas. Qué comían, cómo, qué empezaron a comer, de qué manera. En esa observación, todas coinciden en que el confinamiento ha cambiado los patrones alimenticios de forma dual: quien comía mal empeoró sus hábitos y quien lo hacía bien, los mejoró. Así, según Costa, se ha registrado "un empeoramiento de los hábitos y un incremento sustancial del peso y la grasa corporal" en quienes, ya antes de que la crisis sanitaria comenzara, no priorizaba la alimentación "como una herramienta de prevención de enfermedades y de mejora de la calidad de vida". Y en quienes solían "mantener un patrón dietético y alimentario desorganizado". Y en quienes abusaban de "productos ultraprocesados y platos preparados". Y en quienes solían "mantener mucha irregularidad en los horarios de comidas diarias". Y en quienes no cocinaban habitualmente. En definitiva, en quienes comían mal

Por el contrario, ha habido "una mejora de los hábitos alimentarios, así como un mantenimiento e incluso una reducción del peso y la grasa corporal" en aquellas personas que partían "de una base de mínimo aprendizaje alimentario" que les generaba interés en lo que compraban y comían. "La gente que cuida su estilo de vida ha protagonizado una mejora, promoviendo los productos frescos, para cocinarlos con tiempo, y han evitado los procesados al máximo", explica Costa en respues a infoLibre. "A la gente interesada ya de antes en llevar una buena alimentación el confinamiento les ha ayudado a mejorar porque, al final, han tenido menos estímulos y tentaciones y mucho más orden que ha facilitado llevar la dieta que tenían pautada", coincide Palau. 

Laura Zurita, dietista nutricionista del Colegio Oficial de Dietistas Nutricionistas de Madrid, cree que lo que más ha influido en esto es el propio hecho de que la gente estaba confinada. Muhos de los que trabajaban fuera empezaron a hacerlo dentro. Y el tiempo de ocio se trasladó a las viviendas. Eso daba tiempo para planificar qué cocinar y tiempo para comer. "Antes del confinamiento se comía en cinco o diez minutos, eso se acabó", dice. No para todos, claro, pero sí para una mayoría. 

El problema del atracón ansioso

Costa apunta a otro aspecto importante. Durante las primeras semanas de confinamiento, tal y como concluyó el Ministerio de Agricultura, comprábamos más frutas, verduras y hortalizas. Sin embargo, a medida que pasaban las semanas se vaciaban las estanterías de los supermercados donde allá por febrero rebosaban las levaduras, las harinas, los papeles para hornear... No fueron pocos los que quisieron convertirse en reposteros improvisados. Según Costa, esto ocurrió cuando aumentó la "preocupación, el hastío y la tristeza", sentimientos que trataban de compensarse "con el consumo compulsivo de alimentos y productos, la mayoría con exceso de azúcares añadidos y harinas refinadas". 

No es la única que lo ha advertido. Palau explica que que aquellos que tienen una "alimentación más emocional" han consumido más alimentos "precocinados o procesados". "Cuando la persona tiene ansiedad genera hormonas inflamatorias que requieren algo de placer que ayude a contrarrestarla", añade Zurita.

Hay quien, frente la ansiedad, come sin parar. Y hay quien no puede hacerlo. Es biológico. Así lo explica Anna Romeu, presidenta de Emergencias del Col·legi Oficial de Psicologia de Catalunya, que afirma que "debería haber un trabajo conjunto entre nutricionistas y psicólogos". "La comida tiene un componente emocional muy fuerte", dice, desde el otro lado del teléfono. Tiene hasta una explicación física. "Hay un nervio, que se llama 'nervio vago', que va directo desde el estómago hasta la amígdala. Es decir, tenemos el estómago y las emociones conectados directamente", explica. "Intercambian información, de tal manera que el estado emocional influye en la alimentación y la alimentación influye en el estado emocional", añade. 

¿Y de qué manera influye? Pues de dos, extremas y opuestas, tal y como explica Romeu. "Tenemos dos sensores, uno que nos indica cuándo comer, que es el hambre, y otro que nos indica cuándo tenemos suficiente, que es la saciedad. En épocas de alteraciones emocionales, estos pueden dejar de funcionar. Si lo hace el de la saciedad, no paramos de comer; si lo hace el del hambre, no comemos", dice. Nos pasa a todos, pero es verdad que a unos más que otros. "Las personas que saben gestionar mejor las emociones y han llevado mejor el confinamiento han visto menos alterada su alimentación, pero las que son emocionalmente más inestables han podido tener más dificultades para adaptarse a la situación", continúa. "Depende de la capacidad de resiliencia, del manejo del estrés", sentencia.

Según un estudio publicado en la revista Journal of Affective Disorders y realizado en base a más de 5.000 encuentas, el 65% de la población tiene síntomas de ansiedad o cuadros depresivos derivados del confinamiento. Según publicó infoLibre, la segunda ola que ya sufrimos podría tener un impacto psicológico aun peor. La fatiga derivada de la situación que ya se extiende por ocho meses, el quiebre de las expectativas que apuntaban a una mejora de la situación y la falta de profesionales es lo que preocupa a los expertos que consultó este diario. 

El factor socioeconómico, siempre determinante

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No hay que perder de vista tampoco, cuando se habla de alimentación y salud, el papel determinante que juega el factor socioeconómico. Según un estudio publicado en el año 2018 por el Ayuntamiento de Madrid en colaboración con la Universidad Complutense de Madrid (UCM), hay "diferencias significativas" de mayor sobrepeso u obesidad en la población escolar que pertenece a distritos de menor y medio-bajo desarrollo (46,7% y 42,5% frente a 34,7%). Además, el informe alertaba de que "se evidencia la relación entre la mayor dificultad de acceso de las familias a la alimentación por motivos económicos con el sobrepeso y la obesidad de los niños y niñas". 

Tres años antes de la publicación de ese estudio, el Consistorio madrileño publicó otro, esta vez junto a la Asociación Española de Pediatría (EP), que concluyó que "la calidad de la dieta" era "peor en aquellos niños y niñas de familias con padres desempleados y/o que manifestaban que tenían dificultades para llegar a fin de mes". Esos menores consumían menos pescado, menos frutas y menos hortalizas y, en cambio, más refrescos y zumos industriales. "Siempre se ha asociado una peor situación socioeconómica a una peor alimentación", certifica Palau.

El problema es que la crisis sanitaria ha provocado otra económica tan fuerte que, según Oxfam Intermón, el número de personas en situación de pobreza podría aumentar en más de 1,1 millones. Con este aumento, se pasaría del 20,7% de la población en situación de pobreza antes del covid-19 al 23,07% tras los efectos del coronavirus. 

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