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Crisis del coronavirus

La carrera por la vacuna se acelera con casi 50 proyectos avanzados y las mismas dudas sobre la efectividad real

Recipiente de Sputnik V, la vacuna desarrollada por Rusia.

A fecha de 12 de noviembre de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce a 48 proyectos de vacuna contra el covid-19 como inmersas en una "evaluación clínica" que permita discernir su efectividad o la gravedad de sus posibles efectos secundarios. Otras 164, incluyendo las españolas, están aún en "evaluación preclínica". Tras los anuncios de Pfizer y Moderna, el mundo ha recobrado la esperanza por una salida más cercana a la crisis del coronavirus: las farmacéuticas aseguran que los estudios preliminares señalan efectividades de más del 90%. Es decir, que al menos nueve de cada diez vacunados no desarrolla la enfermedad. Pero se trata solo de notas de prensa, no de informes independientes, por lo que los expertos mantienen la cautela: aún queda mucho por conocer y por demostrar. Las técnicas, eso sí, son distintas: pocas utilizan ya el virus debilitado que se inyecta para despertar una respuesta inmunitaria, a la vieja usanza. Y solo Pfizer, la primera en poner en números su éxito, necesita –que sepamos– unas temperaturas bajísimas para su conservación, más propias de la Antártida que de un ambulatorio. 

Efectividad alta, pero en cuarentena

El anuncio de la farmacéutica Pfizer, junto al centro investigador BioNTech, de que la efectividad de la vacuna rondaba el 90% disparó a la empresa en bolsa y llenó de alegría a los países que han firmado un contrato para su adquisición, entre ellos España a través de la Comisión Europea. Pero no se sabe cómo ha calculado la compañía exactamente la tasa. Tampoco se conoce cuánto dura la inmunidad, un dato vital, o si previene no solo los casos graves sino también los leves, si los vacunados pueden contagiar a otros o cómo afecta a las personas mayores, las más vulnerables y en las que los anticuerpos suelen responder peor. Algunos analistas advirtieron de que tras el anuncio de la empresa estadounidense se produciría una cascada de efectividades a cual mejor. Y efectivamente: Moderna, otra biotecnológica del país norteamericano, afirmó este lunes que su remedio contaba con un 94,5%. Dio algo más de información que su principal competidora: aseguraron, en una nota de prensa, que once de los casos del grupo placebo fueron "graves", por lo que estiman que el compuesto protege contra los peores casos de covid-19. No se detectó ninguna dolencia grave en los voluntarios que sí recibieron la vacuna. 

Son buenas noticias, e incluso mejores que las que ha dado Pfizer, pero los expertos siguen llamando a la calma: falta mucho para saber si se trata de remedios eficaces. No se puede saber todo con notas de prensa de empresas. Las agencias estatales del medicamento serán las que, cuando concluyan los ensayos, determinarán si se da vía libre para su comercialización y distribución. La más pesimista fue la viróloga del CSIC Margarita del Val, que afirmó este martes que tanto la vacuna de Pfizer como la de Moderna no le convencen. "Estas vacunas no garantizan, de momento, que vayan a proteger de lo que nos interesa de verdad: los síntomas graves y la muerte. Yo no estoy nada entusiasmada. Al contrario. Estoy un poco molesta porque estas precisiones no se han hecho", declaró.

Junto a las dos empresas estadounidenses, el Gobierno ruso aseguró hace cinco días que su vacuna, Sputnik V, cuenta con "una efectividad del 92%". Son las únicas tres que han dado un número. No lo han hecho las dos chinas, las desarrolladas por las empresas Sinovac BiotechCanSino Biologics. Tampoco el resto de las avanzadas que podrían llegar a España en base a las negociaciones de la Unión Europea: los proyectos de las compañías Sanofi, Johnson & Johnson, Astrazeneca, Novavax y Curevac, que no han puesto cifra. Sí que han prometido, con diversos argumentos y pronunciamientos, que sus compuestos funcionan, y han comprobado que los inoculados con la vacuna desarrollan los suficientes anticuerpos –aunque sin determinar su efecto por franjas de edad–. En el gigante asiático, de hecho, han empezado a inyectarse a sanitarios y compatriotas que trabajan en el extranjero. 

Diferentes –e innovadores– métodos

El método más usado para obtener una vacuna es lograr versiones de los patógenos muy debilitadas, que no puedan enfermar a su portador ni replicarse en el cuerpo, para lograr despertar la respuesta inmunitaria del sistema. Sin embargo, en 2020, la mayoría de los laboratorios que están trabajando en una solución a la pandemia no lo están utilizando. Y algunos de ellos están apostando por otros procedimientos más innovadores, que no han sido probados nunca en otras vacunas que hayan demostrado ser exitosas. Sin embargo, su desarrollo es mucho más rápido y mucho más seguro, ya que no tienen por qué trabajar con el SARS-CoV2 directamente.

Tanto la solución de Pfizer como la de Moderna utilizan una técnica que promete ser revolucionaria: la basada en el ARN mensajero, al igual que Curevac, propiedad parcial del Gobierno alemán. De manera muy resumida, se inyecta en el cuerpo información genética de las proteínas que necesita el coronavirus para multiplicarse que las células pueden recoger, generando estas mismas proteínas y, a su vez, anticuerpos que reaccionen en caso de infección con el SARS-CoV2. Hay, sin embargo, ligeras diferencias en el método, que explica aquí la bioquímica y bióloga molecular Carmen Álvarez. 

Otras vacunas candidatas a llegar a España, como la de Astrazeneca –en colaboración con la Universidad de Oxford– y la de Johnson & Johnson, utilizan adenovirus: patógenos inofensivos que son manipulados genéticamente para que el organismo, al reaccionar, genere una protección contra las proteínas del coronavirus. Este mecanismo, si bien ha sido utilizado con éxito en vacunas como la del ébola, ha arrojado fracasos en otros ensayos: y algunos analistas temen que este método genere con más probabilidad reacciones neurológicas adversas. De hecho, ambas empresas comunicaron la paralización de sus ensayos por la aparición de enfermedades en los voluntarios: en el caso de Astrazeneca, se trató de dos personas con síntomas de mielitis transversa, sin que haya trascendido aún si hay una relación ya comprobada con el compuesto inoculado. Este contratiempo ha provocado que las compañías hayan perdido el liderazgo de esta particular carrera, en favor de Pfizer y Moderna. 

Se trata del mismo sistema que utiliza la vacuna rusa, Sputnik V, al igual que una de las soluciones chinas, la de la empresa CanSino Biologics. Sinovac, la otra compañía asiática, ha probado con una versión atenuada del propio SARS-CoV2. Novavax, que colaborará con un laboratorio ubicado en O Porriño (Galicia) para su producción, y Sanofi se han decantado por otro mecanismo: la vacuna contiene directamente las proteínas de las que se sirve el nuevo coronavirus para engancharse a las células y replicarse. Aunque han trascendido pocos detalles, parece que es también el camino escogido por Soberana, la vacuna que se está desarrollando en Cuba, un país con una destacada industria biotecnológica. Es, de hecho, el compuesto más avanzado de todos los que se trabajan en América Latina, ha reconocido la OMS. Sus ensayos clínicos ya están terminando y se espera que pueda distribuirse por todo el continente, aunque el Gobierno ha reconocido que necesitarán ayuda logística. 

En este gráfico de Nature, traducido por la revista Investigación y Ciencia, se detallan cuáles son las ocho estrategias para obtener una vacuna contra el nuevo coronavirus.

Conservación y distribución

Las ligeras diferencias entre la vacuna de Pfizer y de Moderna se convierten en enormes cuando hablamos de su conservación en frío. Pese a que ambas comparten el mismo método, el ARN mensajero, el compuesto de la primera inyecta una cantidad muy inferior de ARN, por lo que si se empieza a estropear, hay muy poco margen hasta perder su efectividad. La de Moderna cuenta con una mucho mayor concentración. Así, mientras que la primera necesita temperaturas de en torno a -70 grados centígrados, a la segunda le basta con entre 2º y 8º (la temperatura de un frigorífico normal) para no degradarse del todo durante 3o días. Y aguanta hasta seis meses a -20º, el frío que se experimenta en cualquier congelador casero. Además, a temperatura ambiente aguanta 12 horas.

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El resto de vacunas de sus competidoras, por ahora, cuentan con rangos similares de conservación. De hecho, se están investigando en India vacunas calientes contra el covid: capaces de aguantar durante horas a temperaturas de más de 40 grados, pensadas para países con mucho calor y poca infraestructura frigorífica –como los africanos–. Aún quedan meses para saber cuál será el desenlace de esta competición por la salud pública global, pero todo apunta a que Pfizer tiene las de perder en este ámbito. 

En todo caso, no queda claro si Pfizer puede garantizar con solvencia la distribución. El Gobierno confía en la farmacéutica, que ha prometido repartir la vacuna en bidones que permiten mantener el producto farmacéutico durante dos semanas en cualquier lugar. Pero la Organización Mundial de la Salud es más escéptica y ha advertido: ningún país está preparado para ello.

Menos la vacuna rusa, las soluciones más avanzadas requieren dos dosis, espaciadas en el tiempo por –mínimo– 14 días, y todas se inoculan mediante un pinchazo en el brazo. Por lo tanto, dicha necesidad retrasaría, en caso de que salgan adelante, la soñada inmunidad de grupo que nos libraría de la emergencia sanitaria. Todo, eso sí, contando con que las farmacéuticas sean exitosas en sus ensayos y que las agencias estatales den su visto bueno: el principal requisito que diferenciará un remedio del humo. 

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