45 años de la muerte del dictador

Silencio en el Valle, una misa 'light' y empujones en Mingorrubio: si hay muchos franquistas, ya no rezan por el dictador

Simpatizantes y nostálgicos del franquismo visitan la tumba del dictador Francisco Franco en el cementerio de Mingorrubio, este viernes en Madrid.

No son todavía las 10.30 de la mañana en la puerta que da acceso al Valle de los Caídos. Han pasado 45 años de la muerte del dictador, Francisco Franco, y los nostálgicos del oscuro régimen parecen estar de capa caída. Pero alguno de ellos empieza fuerte la mañana. A la entrada del complejo monumental, un hombre se baja de un coche estacionado y se acerca a los guardias civiles de la garita. Discute. Visiblemente molesto, se dirige a otro vehículo y conversa con sus dos ocupantes. Se caga en todo. Carga contra el rey, contra el PP. A tres minutos al volante de allí, ya dentro de Cuelgamuros, dos hombres, gomina en pelo, camisa y pantalones chinos, se acercan a la entrada de la Basílica. También lo hace un grupo de cuatro mujeres, que discuten sobre el aperitivo de después hasta que una de ellas propone hacerse una foto. Tras un par de intentos, se hacen la instantánea en la explanada que hay a los pies de la gigantesca cruz. La misma por la que hace poco más de un año salieron los restos del dictador tras su exhumación. La misa en su honor, y en el del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, está a punto de comenzar. Otro año más de exaltación.

“Esta vez somos las mujeres las que vamos a salvar España. Los hombres con los que he hablado están acojonados”, dice una de las mujeres del grupo mientras esperan a pasar el control de seguridad en la entrada del templo. Una vez hecho, avanzan en penumbra por el largo pasillo que conduce al epicentro de la Basílica. A su lado, varias capillas laterales pasan desapercibidas. Todas ellas albergan restos óseos de unas 5.000 personas. Una parte importante, extraídos de cunetas sin el permiso de la familia durante la dictadura y llevadas a reposar junto al verdugo. Pero el grupo ni se inmuta. No ha venido a rezar por sus almas. Vienen a rendir culto a Franco y al fundador de la Falange. Llegan a los bancos y toman asiento. Se tienen que separar. “No más de tres en cada uno”, avisa amablemente una vigilante de seguridad. El coronavirus acecha. Pocos minutos después, arranca la ceremonia. Los feligreses, no llegan al centenar, con una media de edad que supera ampliamente los cincuenta años. Como mucho, la convocatoria, hecha por el Movimiento Católico Español, ha atraído a diez jóvenes.

La misa se alarga durante casi una hora. La puesta en escena es un regreso a los años cuarenta. Niños vestidos con túnicas blancas –pertenecen a la Escolanía que tiene la Abadía– que entran cantando y portando grandes cirios, oscuridad y mensajes que rebotan entre las altas paredes del templo. Ecos del pasado en una penumbra como a la que la dictadura sumió al país durante casi cuatro décadas. Durante la ceremonia, no se pronuncia ni una sola vez el nombre de los homenajeados. Después de tratar de impedir por todos los medios la exhumación del dictador, parece que andan con pies de plomo tras el anuncio del Gobierno de que la nueva Ley de Memoria Histórica lleve aparejado un cambio de régimen jurídico del complejo y una salida de los monjes. “Para que los caídos […] descansen eternamente y su recuerdo fomente la paz de todos los españoles, roguemos al señor”, es lo máximo que sacan los pies del tiesto ante la atenta mirada de los feligreses.

Tras la comunión, la misa finaliza y los religiosos desaparecen. Entonces, comienza el verdadero homenaje a los pies del altar, donde todavía se encuentra la tumba de Primo de Rivera. Sobre ella, una docena de ramilletes de rosas. Poco a poco, se van acercando en silencio buena parte de los asistentes a la ceremonia. Se aproxima un hombre, se pone firme y hace el saludo romano. Luego, una pareja de mujeres hace lo propio. A continuación, dos jóvenes. Uno ataviado con una gabardina. El otro, con una chaqueta bomber y la cabeza rapada. Dos perfiles diferentes que hacen lo mismo: levantar el brazo. Desde el tercer banco, una muchacha con mantilla mira arrodillada con expresión triste hacia la tumba. Nadie se acerca a las losetas de mármol negro que ahora tapan el lugar donde hace poco más de un año yacía el dictador. Todos se arremolinan alrededor del fundador de la Falange. Quizá sabedores de que la próxima batalla que librará el Ejecutivo central será la de exhumar y llevar a un lugar no preeminente del templo a Primo de Rivera.

Entrada a la Basílica del Valle de los Caídos este viernes, 20 de noviembre de 2020. | ASC

Los momentos posteriores a la ceremonia son casi igual de fríos que la temperatura dentro del templo. Todos los feligreses evitan exhibir más simbología que mascarillas o mochilas con la bandera rojigualda. Incluso el joven con tirantes, cabeza rapada, botas militares y cazadora bomber, que lo más duro que lleva es un brazalete con los colores rojo, amarillo y rojo. Sin embargo, alguno de ellos, a escondidas, se retira la careta. Una mujer quiere una fotografía. Otra más. Abre su mochila con los colores de la enseña constitucional y, por sorpresa, saca una con el Águila de San Juan. La extiende y posa para la foto. Una vez hecha, rápidamente vuelve a doblarla y la guarda en la bolsa. Metáfora deliciosa de aquellos que ocultan con la bandera de todos sus creencias más oscuras. No se ven, tampoco, brazos en alto. Este viernes, el calor ultraderechista está a cincuenta kilómetros de allí, en el cementerio de Mingorrubio, camposanto que depende de Patrimonio Nacional y al que fueron trasladados en helicóptero los restos del dictador después de que el Ejecutivo consiguiese doblar el brazo a los Franco en los tribunales.

“Le estamos dando carnaza a los rojos”

El panteón familiar está a reventar de flores, mensajes y banderas. La del águila. La del yugo y las flechas. La Cruz de Borgoña. Son las 13.00 horas y los ultras del Movimiento Católico Español (MCE) han convocado allí un acto. Poco a poco, va llegando gente. De nuevo, empiezan las fotografías junto a la tumba. “José Antonio, sube y que nos echen una”, dice un hombre. A otro, que sube a leer todos los mensajes, el móvil parece mandarle una señal para que abandone el lugar: “En la rotonda, coja la primera salida…”. Falsa alarma, se había olvidado de apagar el GPS. De pronto, llega Pilar Gutiérrez, la franquista más mediática de España. Allí, en un encuentro que se ha organizado con total libertad, pide a Franco que les libre “de esta situación” y les permita “recuperar la justicia” que asegura les han robado. Poco después, comienza un acto que apenas reúne a unas treinta o cuarenta personas. Algunas, aquí sí, más jóvenes. Hay, prácticamente, casi tantos periodistas y cámaras como asistentes. Y eso que el colectivo ultra había fletado un autobús para intentar aglutinar al mayor número de personas.

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La batuta la lleva el dirigente del Movimiento Católico Español (MCE), José Luis Corral. El plan está bien marcado. Primero el Yo tenía un camarada, luego un responso y, por último, el Cara al Sol. Brazo en alto, por supuesto. Pero todo empieza a torcerse nada más arrancarse con la primera. Un hombre de avanzada edad, con doble mascarilla, se viene arriba a pocos centímetros de la tumba. Parece que quiere llevar la voz cantante. Algo que, por lo visto, molesta al organizador del acto. Comienza un cruce de reproches.

–¿Quiere dejar desentonar?

–Yo canto lo que me da la gana y como me da la gana, gilipollas.

–Por favor, no es el momento. No es el día ni el lugar –interviene una mujer–.

–Me enfado porque me dice el gilipollas que estaba desentonando.

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Los asistentes piden tranquilidad. “Le estamos dando carnaza a los rojos”, dice una mujer. Comienzan algunos empujones. El hombre está a punto de caer por las escalerillas del panteón. Mantiene el equilibrio y se encara con un joven. “A mí no me toque”, le dice. Al final, las aguas se calman, se llevan al señor del lugar y continúa el acto. Tras el Cara al Sol y el clásico “¡Arriba España!”, el presidente del Movimiento Católico Español se despacha con los medios. “El afán totalitario de este Gobierno frentepopulista que padecemos pretende no solo ilegalizarnos sino prohibir cualquier tipo de manifestación política que a ellos les moleste, como un saludo, como una canción”, se arranca. Sin ruborizarse, señala que el régimen actual es “infinitamente más totalitario” que el franquista: “Este régimen elimina a los que le estorban por edad para pagar pensiones, este régimen nos amordaza, esto –se señala la mascarilla– no se tenía que llevar en el régimen anterior”. “¿Se considera entonces usted negacionista?”, pregunta una periodista. “No, me considero prudencialista”, dice.

En todo momento, el hombre hace referencia a la nueva Ley de Memoria Democrática, que todavía debe tramitarse en el Congreso de los Diputados. Esta norma, que reforma la de 2007, establece que las administraciones públicas deben, en el marco de sus competencias, prevenir y evitar la realización de actos efectuados en público que entrañen “descrédito, menosprecio o humillación de las víctimas y de sus familiares, y supongan exaltación del golpe militar o de la dictadura franquista”. “A tal efecto, si en la celebración de un acto público de esa naturaleza se advirtieran hechos que pudieran ser constitutivos de delito, se pondrán los mismos en conocimiento del Ministerio Fiscal”, recoge el texto en su artículo 39. Además, la apología del franquismo será “causa de extinción” de una fundación”, una medida que puede tener impacto sobre la Fundación Francisco Franco.

Corral reconoce que este año ha habido menos gente en los actos. Lo achaca a la pandemia. “No pueden venir de provincias”, sostiene. Y se muestra sorprendido por el hecho de que en la misa en Cuelgamuros no se haya hecho una sola mención a los dos homenajeados. “Nos ha resultado sorprendente”, apunta. Lo achaca a la “amenaza política de expulsarlos” del Valle de los Caídos. No obstante, se consuela con el hecho de que el “oficiante principal” portase una “casulla negra preconciliar”. “Esto quiere decir que le daban a la ceremonia un significado especial”, sentencia. Pero algunos de los asistentes parecen haberse quedado más con el mutismo en la Basílica. “¿Has visto que ni siquiera les han mencionado?”, dice una mujer molesta a su amiga. Tras las declaraciones, acoso a algunos de los periodistas. Y los mismos mantras de siempre: “¡Las checas! ¡¿Dónde está el oro de Moscú?!”, grita un joven de unos treinta años. Poco a poco, se alejan en dirección a la tumba de Carrero Blanco, donde tienen previsto continuar con el tour. Y mientras exigen una supuesta libertad arrebatada, miles de familias tratan de recuperar de fosas comunes los restos de sus seres queridos. Esos a los que se asesinó en la oscuridad de hace ya varias décadas.

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