INVESTIGACIÓN INFOLIBRE

El chat de 'La XIX del Aire' destapa la fuerza del nacionalismo ultra que domina la historia golpista del Ejército español

El rey Felipe VI, junto a la Reina Letizia, durante el desfile del Día del la Fiesta Nacional en Madrid en 2019.
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El historiador José Luis Gutiérrez Molina suele negar con la cabeza cuando, en el debate sobre las bases ideológicas y culturales de la ultraderecha española, empiezan a aparecer explicaciones alambicadas y conceptos complejos. ¿Trumpismo? No. ¿Fascismo? Mmm. Tampoco. El fascismo es demasiado sofisticado, a juicio de Gutiérrez Molina, porque al fin y al cabo “es un movimiento que forma parte de la modernidad del siglo XX, con la crisis de los sistemas liberales burgueses después de la Primera Guerra Mundial”. Aquí la ultraderecha no ha llegado tan lejos. Su cuerpo ideológico es previo a la Revolución Francesa, señala. Tampoco se ha apoyado en movimientos de masas ni ha tenido aspiración de ruptura ideológica. Al contrario. Gutiérrez Molina simplifica en tres palabras la descripción del pensamiento básico de la ultraderecha española, con el franquismo como principal referente: "España como cuartel”. A juicio del historiador, “no hay elaboración teórica ni hay nada” en el auge ultra. Sólo militarismo, nacionalismo y cojonazos. Y mucha retórica cuartelera. Ese es, según Gutiérrez Molina, el ADN de Vox, que ha logrado sacar del armario un nacionalismo cuartelero que ya estaba ahí, aunque disimulado, y que ahora se expresa sin dobleces. Un fenómeno transversal en la sociedad, pero que tiene mimbres para una significativa implantación en los cuarteles.

Los cuarteles dan que hablar estos días. ¿Qué es ese movimiento de los viejos uniformados, que ha llevado incluso a Defensa a acudir a la Fiscalía? ¿A qué obedecen esa carta al rey y esos mensajes en el grupo de Whatsapp de altos mandos retirados que, liberados de las ataduras del servicio, exhiben sin complejos un nacionalismo desatado envuelto en retórica exaltada? A tenor de los distintos análisis recabados para este artículo tras desvelar infoLibre las proclamas intercambiadas por 'La XIX del Aire', son síntomas de un problema que debe tomarse en serio y obliga a una reflexión sobre el calado de ideas antidemocráticas en un cuerpo híper sensible como el Ejército, pero todos coinciden en que no hay una amenaza inmediata. La aceptación de la autoridad democrática está generalizada, porque la democratización del Ejército fue un logro duradero. Pero aún es fácil detectar, más aún con el boom de la ultraderecha, un irreductible nacionalismo esencialista y salvapatrias que fantasea con una tutela militar de la vida política española, en línea con una tradición de siglos. 

Por suerte, la nostalgia se queda en el campo platónico. Al menos, de momento.

El eterno papel providencial

La retórica de la carta enviada al rey, con su “gobierno socialcomunista” apoyado por “filoetarras”, así como el papel de salvadores de la patria que se arrogan con la misiva los militares le traen recuerdos al historiador de la Economía Carlos Arenas. “Algunos no se bajan del burro”, lanza coloquialmente Arenas, que hace una doble lectura de la expresión de malestar de los altos mandos retirados: 1) El franquismo ideológico sigue vivo en el ámbito militar. 2) Sus valedores ya no constituyen un peligro inminente, como demuestra el hecho de que tengan que colgar el uniforme antes de salir del armario. La perspectiva de Arenas es relevante, porque conoce la cadena genética del Ejército, en calidad de autor del ensayo Por el bien de la patria. Guerras y ejércitos en la construcción de España (Pasado y Presente, 2019), en el que bucea en la larga historia del nacionalismo militarista español. ¿Qué hilo histórico desvela? El de un Ejército que a lo largo de siglos se ha opuesto a todas las impugnaciones a la férrea jerarquía social y territorial, atribuyéndose un papel providencial de tutor del devenir de la nación, como si en última instancia fuera suya. En términos históricos, el Ejército democratizado es una breve novedad. No es raro que haya quien no se acabe de acostumbrar.

El mazo del “nacionalbelicismo”, anota Arenas, ha caído una y otra vez sobre la cabeza machacada de la “antiespaña”. Ha caído sobre las rebeliones campesinas bajomedievales que iban contra el poder paraestatal de los señores, sobre los motines populares contra las levas, sobre los comuneros que se atrevían contra la desviación imperial de recursos, sobre las revueltas contra los impuestos y el pan caro del XVIII... Un dato. Entre 1814 y 1974 se producen en España 81 pronunciamientos militares. Tras la coartada nacionalista, suele haber una trastienda de intereses. Los de 1843, 1854 y 1868 fueron "diseñados y ejecutados para cambiar gobiernos que ponían trabas al desarrollo capitalista", escribe Arenas. Por supuesto, ese mismo mazo cayó en el siglo XX sobre el republicanismo y el laicismo frente a la patrimonialización del Estado, sobre el obrerismo frente a los abusos del capital y sobre cualquier cuestionamiento de la uniformidad –no sólo de la unidad– de España, nervio trigémino del estamento militar.

“Antiparlamentarismo” y “portavocía” de la naciónAntiparlamentarismo” y “portavocía” de la nación

Durante el primer tramo del pasado siglo XX, cuando ya se había implantado políticamente en España un cuestionamiento de las corrupciones, derroches y arbitrariedades del Ejército, se consolida en su oficialidad un "antiparlamentarismo" que acabaría expresándose en toda su brutalidad desde 1936. Aparecen siempre, en los foros militares, las mismas expresiones contra quienes aspiran a una hegemonía de lo civil en España: “Hay que salvar el cuerpo social infectado", “debemos proteger a España de sus enemigos...”. De fondo, un misma fijación, siguiendo lo escrito por Arenas: la “inevitable” entrega al Ejército del timón de una nación que ha perdido el rumbo.

La sublimación de estas ideas, que toman siempre como pretexto para su puesta en práctica la inminencia de una amenaza externa o interna, llega con el africanismo, impreso en una estirpe de militares que se consideran "herederos de los caballeros cristianos de la Reconquista, de los tercios que sostuvieron el imperio", en palabras de Arenas. Aquellos "buenos españoles" de estirpe gloriosa eludieron todo examen crítico por los fracasos de Cuba, Filipinas y Annual y acabaron decidiendo por su cuenta que había que enderezar el rumbo del país a base de mano dura. ¿Les recuerda a los anhelos expresados en algún chat? Claro, la diferencia es que ahora son sólo ensoñaciones. Envolviéndolo todo, siempre, la paranoia "anticomunista", tan alentada por el franquismo y presente aún ahora en el chat de La XIX del Aire.

Los apellidos de los que no se quedaron en simples ideas y pataletas nos suenan: Franco, Sanjurjo, Queipo, Cabanellas, Mola, Millán Astray... El franquismo, tras apropiarse del Estado, rescata y ensalza una tradición nunca enterrada: la del Ejército como garante del orden público, guardián de las esencias y garante del honor de la madre patria, identificador y represor de los "enemigos sistémicos" de España, que Arenas identifica como "obreros, librepensadores y separatistas". La institución militar se atribuye así la "única portavocía de la nación", señala en Por el bien de la patria. A eso se suma toda una corriente de pensamiento reaccionario que defiende la existencia del Ejército como "unidad autónoma" que no rinde cuentas ante el pueblo, sino sólo ante el rey y ante Dios.

La fijación con el rey

El nacionalismo ontológico y militarista, escribe Arenas, subordina la soberanía popular a la nación, que no es una comunidad política, sino un legado histórico unitario tutelado por el soldado, el cura y el señor. Y por encima de todos ellos, el rey, precisamente al que dirigen su carta ahora los militares indignados. El rey, siempre el rey. El último pronunciamiento del siglo XIX, el de Martínez Campos, el que se cargó la Primera República en 1874, llegó al grito de "viva Alfonso XII". Mucho más tarde, los instigadores del 23F presentaban como credencial un supuesto apoyo del rey, que nunca lograron demostrar. Siempre ha sido una fijación de los salvapatrias implicar en sus operaciones a la Corona. Ahora expresan su nostalgia mandándole cartitas. No deja de ser un progreso.

No hay más que asomarse al grupo de Whatsapp LaXIX del Aire para comprobar cómo, en fondo y forma, esa ideal del Ejército providencial resuelto a depurar España y devolverla al recto camino sigue presente: "No queda más remedio que empezar a fusilar a 26 millones de hijos de puta”. “Creo que me quedo corto fusilando a 26 millones!!!!!!!!". "Yo prefiero la República porque tendremos más oportunidades de repetir las maniobras del 36". “España está llena de gente ingobernable y la única forma posible es culturizar a la gente, cosa que es imposible con la izquierda. Es triste pero es la realidad española”. “Tal como está la situación la única forma de atajarla es extirpando el cáncer!!!!!".

Se trata de mensajes privados que deben ser valorados como tales. En público la terminología es muy diferente. Lo que sí queda es un resto inconfundible de grandilocuencia. Así, por ejemplo, la carta al rey. O las soflamas de Vox, que ha recuperado la vieja retórica exaltada de la nación, el honor y la sangre. Y las ideas son recurrentes: la izquierda como enemigo que destruir, España como enfermo que curar de la enfermedad de media España, la intervención como única alternativa ante la deriva. El libro de Arenas abunda en citas en este registro, que mezclan la típica euforia ampulosa con la reivindicación del Ejército como columna vertebral de la España eterna. Esto es lo que Gutiérrez Molina llama "España como cuartel". Una urgencia de recobrar el orden perdido a base de mandobles.

La siempre amenazada unidad

Sí, por supuesto que ha habido una democratización del Ejército, como recalca el propio Arenas. De hecho, es uno de los más significativos logros del periodo democrático. Pero Arenas detecta, al hilo de los recientes acontecimientos, rescoldos de las viejas ideas de siempre, aunque cargadas de impotencia. Ahora, explica, intentan ampararse en el artículo 8 de la Constitución, que atribuye a las Fuerzas Armadas la "misión" de "defender" la "integridad territorial" de España. La supuesta amenaza a la unidad de España ha justificado la mayoría de episodios en que militares y exmilitares han alzado la voz. El ejemplo más claro llegó en 2006. El entonces ministro de Defensa José Bono ordenó el arresto domiciliario del teniente general José Mena después de que dijese que las Fuerzas Armadas tendrían que intervenir si algún Estatuto sobrepasase los límites de la Constitución, eso con el debate del Estatut en carne viva.

José Luis Rodríguez Zapatero, al hilo de la carta enviada al rey, ha manifestado que durante su etapa como presidente hubo algún episodio de tensión más, que aún no se conoce. En cualquier caso, la sangre no ha llegado al río. Ni se conocen planes golpistas recientes. ¿Debemos por tanto desdeñar la importancia de lo ocurrido? Arenas cree que, sin ser anecdótico, no hay un peligro de desestabilización. Lo ocurrido, más que como amenaza real, le parece revelador de un extendido reaccionarismo. Los militares cuyas ideas ahora quedan expuestas son "deudores de una ideología antiquísima", según la cual constituyen "una casta superior a la sociedad civil, con derecho a organizarle la vida", explica Arenas. 

Franco, una figura “venerada”

El militar retirado José Ignacio Domínguez constata la influencia ideológica de Vox en los recientes episodios protagonizados por militares retirados: la carta dirigida al rey alertando del peligro de ruptura de España, previa a la revelación por infoLibre del contenido del chat de antiguos altos mandos que fantasean con golpes de Estado y fusilamientos masivos [ver aquíaquí, aquí y aquí informaciones en detalle]. “Vox tiene una importancia fundamental. Se nota en el trato diario. Antes éramos amigos, había trato, se podía quedar para comer... Ahora se ha despertado un odio. Se ha roto la convivencia”, señala Domínguez.

Su diagnóstico es claro: las expresiones antidemocráticas en el ámbito militar son más sintomáticas de una ideología con presencia en el Ejército, ahora desinhibida por la irrupción de Vox, que de un peligro real de que elementos de las Fuerzas Armadas se insubordinen ante la autoridad del Gobierno, a la que están todos sometidos.

Lo que vemos estos días invita a la cautela, pero no hay lo que se solía llamar ruido de sables. Y no porque no haya militares a los que les pudiera agradar, sino porque es impensable en una España con más de 40 años de Constitución dentro de la UE y la OTAN. No obstante, Domínguez está lejos de quitarle hierro. “Lo ocurrido es inaceptable. No es anecdótico. Es un reflejo del Ejército que hemos tenido y que en parte tenemos. La imagen de la UME apagando incendios queda tirada por la borda por estos señores, que estaban activos hace nada, que han tenido altos cargos en el Ejército del Aire. Es para que la gente se preocupe, claro”, señala. 

En los mensajes de Whatsapp, Domínguez ve una auténtica “añoranza de la dictadura”. “Formalmente, la carta enviada al rey, más allá de alguna alusión en la que se ve de qué pie cojean, se podría firmar por muchos, porque defiende la Constitución y al rey, algo que defiende mucha gente razonable. Pero, claro, esa carta esconde lo que queda al descubierto en esos mensajes privados, en los que se ve que en público no se atreven a decir lo que defienden en realidad”, explica el que fue teniente coronel del Ejército del Aire.

A su juicio, estamos ante la manifestación de un problema que no es exclusivo del Ejército, sino de la sociedad y la política españolas. “El franquismo sigue muy arraigado en las Fuerzas Armadas. En las academias militares no se habla de dictadura, no se explica lo que es la dictadura. Tampoco en los colegios. Es un defecto nacional. ¿Qué pasa? Que hay militares que veneran la figura de Franco. Recordemos el manifiesto de oposición a la retirada sus restos. Tengamos en cuenta que su estatua ecuestre estuvo en la Academia General Militar de Zaragoza hasta agosto de 2007, a la vista de todos los cadetes que iban a estudiar, presentado como un señor venerable”.

Domínguez cree que no se ha conseguido romper del todo con una cultura de defensa de la dictadura, en la que se han criado militares que entienden que ahora “sus enemigos están en el poder”, en referencia al PSOE y Unidas Podemos. Liberados de las limitaciones del ejercicio militar en activo, ahora se dedican a expresar lo que durante años no han podido. Se trata de algo que no es nuevo, pero que –según Domínguez– ahora es facilitado por el hecho de que la tercera fuerza política de España sea abiertamente defensora del franquismo y coquetee con términos como “levantamiento”, al mismo tiempo que acude una y otra vez a palabras como “traición” u “honor”, tan queridas del militar-hidalgo. Como ha escrito el propio Domínguez, “no hace falta ser un especialista para concluir que la extrema derecha tiene una gran implantación en las Fuerzas Armadas”. “En las últimas elecciones generales, en las mesas donde votaron militares, como es el caso de El Goloso o El Pardo, sedes de grandes unidades del Ejército de Tierra, la extrema derecha sacó un porcentaje de votos cuatro veces superior a la media obtenida en la provincia de Madrid”, recalca.

Domínguez cree que en España hay un déficit de base: la inexistencia en España de una derecha antifascista. “Se nos olvida que una derecha como la de Vox no existe en el resto de Europa o es extraparlamentaria. Nadie defiende a Hitler, o a Pétain o a Salazar. Aquí Vox, con el mismo relato de los vencedores de la guerra, tiene una representación tremenda”, añade Domínguez, que afirma que en España nos parece normal lo que en países como Alemania o Francia es “impensable”, en referencia a la carta al rey.

Nostálgicos “sin poder fáctico”

Sin entrar en los detalles de los acontecimientos recientes, el militar en la reserva Jesús Núñez Villaverde, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH), despliega un análisis matizado en zona de grises sobre el ruido en torno a las Fuerzas Armadas. “Si tratamos de interpretar los hechos en blanco y negro, nos equivocaremos. Las Fuerzas Armadas como institución han hecho un proceso de transformación a la democracia tras el final de la dictadura que ya querríamos para otras instituciones. Hace mucho que han dejado de ser un poder fáctico, aunque pueda haber individuos que lo desearan”, expone. Es más, recalca que en países como Estados Unidos o Israel el poder del Ejército a la hora de determinar el rumbo político del país es mucho mayor que en España. “Ahora bien”, añade, “¿quiere esto decir que no hay elementos que sigan creyéndose salvadores de la patria, que no sigan con esa idea de que hace falta un golpe de timón? Evidentemente los hay”.

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A su juicio, no conviene sobredimensionar el peligro, ni tampoco bajar la guardia. “A efectos reales, el que haya unos militares retirados que actúen de esta manera, expresando su deseo de un cambio de rumbo acorde con sus ideas, no tiene graves consecuencias prácticas. Pero simbólicamente es inquietante”, señala Núñez Villaverde, que mide cada palabra consciente de que, cuando se habla del Ejército, nada es baladí.

Es necesaria, opina Núñez Villaverde, una “cautela permanente” para evitar que un colectivo “con acceso a las armas” pueda utilizarlas en algún momento “al margen del poder del Estado”. Esta cautela, recalca, va de suyo en una democracia, pero conviene intensificarla en un contexto de polarización generalizada, no sólo en España. Aquí recuerda que Alemania ha tenido que disolver nada menos que una unidad de las fuerzas especiales del Ejército por lazos con la extrema derecha.

Hay grupos populistas, xenófobos y racistas cuyos discursos tienen receptividad en miembros de las fuerzas de seguridad y el Ejército, como ocurre en el resto de la sociedad”, señala. No obstante, su mensaje central es de cautela sin caer en la alerta. Entre otros motivos, subraya, porque España tiene correctamente resuelto el problema en la Constitución. “No cabe por ningún lado, por ninguno, la idea de que las Fuerzas Armadas puedan actuar en ninguna circunstancia como poder autónomo, ajeno al Gobierno de la nación, ni tampoco la de que puedan invocar al rey como comandante en jefe. Los límites están claros y están definidos. Otra cosa es que haya quien tenga esa voluntad, pero la norma está clara”, explica.

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