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Por los que lucharon, luchan y lucharán

Trabajos de exhumación en Andorra (Teruel).

Cuando por las calles no circulaba ni un alma, cuando todo contacto con la realidad se circunscribía a las ventanas, los balcones o los teléfonos móviles, la pequeña pantalla se convirtió en la vía de escape para evadirme de la dolorosa realidad que nos había tocado vivir. Durante aquellos meses, los prácticamente nulos ratos libres que deja esta profesión los dediqué a devorar series, películas y documentales. En algunos casos, por segunda vez. Ya no recordaba el Baltimore que dibuja con maestría David Simon en The Wire. Ni tampoco el puñetazo que te propina en la boca del estómago con cada visionado El silencio de otros, una realidad desgarradora que sigue pesando como una losa inmensa sobre nuestra democracia y que me encargué de repasar de nuevo tras la muerte de un luchador incansable como era Chato Galante. El maldito virus consiguió lo que no pudieron sus torturadores.

Durante seis años, los directores Almudena Carracedo y Robert Bahar acompañaron a las víctimas y supervivientes de la dictadura franquista en la búsqueda a través de la denominada vía argentina de una justicia tantas veces negada. Y, si hubiesen querido, podrían haber continuado perfectamente otros cuatro años más. Porque quienes sufrieron todos aquellos crímenes siguen esperando, a día de hoy, una mínima reparación. Algunos, como Chato, ya no podrán verla. Y a otros tantos se les está acabando el tiempo poco a poco. Mercedes Abril, que roza los 90 años, todavía no ha sido capaz de sacar los restos de su padre del Valle de los Caídos. Y eso que hay una sentencia de 2016 que da vía libre a las víctimas para rescatar a sus seres queridos del mausoleo franquista. Pero, ya sea por una cosa o por otra, los trabajos no paran de demorarse. La perdiz se sigue mareando mientras Abril, poco a poco, se va consumiendo.

Como sociedad moderna se nos debería caer la cara de vergüenza sabiendo que hay miles de compatriotas todavía esparcidos por toda la geografía española. Personas, con nombres y apellidos, a los que se les tragó la tierra de la noche a la mañana y cuyos familiares –hijas, sobrinas o nietas– no tienen ni siquiera un sitio al que poder ir a llorarles. ¿Cómo es posible que cuatro décadas después del derrumbe de la dictadura sigan existiendo discursos que pongan en cuestión la necesidad de ayudar a todas estas víctimas? ¿Cómo es posible que se califique de “injustificable” dedicar fondos públicos para reparar a todas estas personas? ¿Cómo a alguien se le puede llenar la boca hablando de “democracia y libertad” mientras defiende que el Estado no mueva ni un dedo para cerrar una herida de la que es directamente responsable el propio Estado? Todo esto sí que no tiene justificación alguna.

Las víctimas están hartas de esperar, de las promesas anunciadas a bombo y platillo que se terminan diluyendo como un azucarillo. El Estado tiene que respaldarlas. Y lo tiene que hacer ya, sin perder ni un solo segundo. Son demasiadas décadas de inmovilismo mientras pervive el sufrimiento de tantos y tantos compatriotas. Ni viví la guerra ni soporté la dictadura. Pero eso nunca va a impedir que me posicione firmemente al lado de mujeres como Ascensión Mendieta, protagonista del documental y cuyo llanto desconsolado cuando recuperó y enterró finalmente a su papá se convirtió en el mejor ejemplo del inmenso dolor que aún pervive en buena parte de la sociedad. Unas lágrimas que desgarraban el corazón. Sin cerrar esta herida, nunca avanzaremos como democracia.

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Esto no va de gasto público. Ni tampoco tiene que ser utilizado como parte de una estrategia política. Esto va, directamente, de ser un demócrata o no serlo. De querer un país que avance o de aferrarse a un inmovilismo perpetuo esperando que la memoria acabe por borrarse con el paso de los años. Y ya aviso de que no será fácil que esto ocurra mientras existan tantas y tantas personas que sin importar la edad, los achaques de salud o la existencia de una maldita pandemia mundial seguirán manteniendo el recuerdo de todos aquellos compatriotas que una noche fueron asesinados y arrojados a una cuneta. Estoy convencido de que nunca dejarán de dar la batalla por conseguir una verdad, justicia y reparación tantas y tantas veces negada. Porque hablamos de derechos humanos, a ver si se entiende de una vez en 2021. Por todos los que lucharon, luchan y lucharán, mi más sincero reconocimiento y agradecimiento en este año tan complicado.

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Álvaro Sánchez Castrillo, redactor de infoLibre.

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