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La situación en el PP

Casado intenta tapar con la venta de la sede el fiasco del PP en Cataluña y su falta de explicaciones sobre la corrupción

Periodistas en la puerta de la sede del PP de la calle Genova número 13 de Madrid.

Fernando Varela

No habrá, de momento, refundación del PP, como demandan algunos sectores del partido, todavía minoritarios. Pero sí un gesto simbólico que, de paso, vendrá muy bien a las finanzas del partido: Pablo Casado ha ordenado vender la emblemática sede central de la calle Génova número 13, producto del poder económico de los conservadores en los años de vacas gordas y éxito en las urnas. ¿Su objetivo? Desprenderse de un símbolo histórico para representar una ruptura con la etapa de la corrupción aprovechando que estos días un tribunal de justicia trata de determinar si el PP pagó obras en el edificio con dinero negro.

El de Génova es un inmueble al que ordenó mudarse Manuel Fraga cuando el partido todavía era Alianza Popular (en febrero de 1983) y que Mariano Rajoy mandó comprar en 2006, con Luis Bárcenas al mando de la caja del dinero, por 37 millones de euros. Algunos medios aseguran que el edificio puede venderse ahora por 50 millones, una suma que sin duda vendrá muy bien para enjugar total o parcialmente la deuda del partido. Según el último informe de fiscalización del Tribunal de Cuentas el PP debía hace tres años 36,21 millones. La cifra habrá crecido desde entonces, sobre todo después del retroceso electoral que sufrió el PP en 2019.

Un mensaje muy disinto al que el propio Casado difundía en 2018:

 

A quienes le pidieron una reacción tras el fracaso de las elecciones catalanas, Casado les ofreció vender la sede y abrir un buzón anónimo para que quien quiera pueda denunciar cualquier práctica de corrupción. Y, para sorpresa de muchos, no volver a hablar de Bárcenas y de la corrupción. Ni él ni su equipo, proclamó, volverán “a dar explicaciones sobre ninguna cuestión pasada que corresponda a una acción personal que no haya sido en beneficio del partido o incluso haya podido perjudicarle”. “Sencillamente”, añadió, “no nos lo podemos permitir con el calendario judicial que se avecina. El coste electoral ha sido y es tremendo, y el daño para la urgente alternativa que necesita España es inasumible”.

Eso fue todo. No habrá cambios en la cúpula, incorporación de nuevas personas ni giros estratégicos.

El presidente del PP se propone ahora continuar la travesía hacia el centro que anunció el año pasado como principal estrategia para reunificar el espacio político a la derecha del PSOE y culminarla en otoño en una convención, la segunda que se celebrará bajo su mandato, para “ampliar” la “base electoral [del partido] en el centro político” sobre la base de “principios y valores constitucionales y europeístas” que él a menudo opone a los que defiende Vox. Un viaje al centro, sin embargo, que pretende hacer compatible con seguir apoyándose en la ultraderecha para gobernar comunidades autonómicas y ayuntamientos tan importantes como Madrid, Andalucía o Murcia.

Si algún dirigente conservador esperaba que Casado hiciese autocrítica por el desastre electoral de Cataluña se quedó con las ganas. El diagnóstico que el líder del PP hace de lo ocurrido este domingo sólo detecta causas externas al partido y a sus propias decisiones. Fue, dijo a sus compañeros de partido, “una tormenta perfecta” organizada por sus “adversarios” políticos, fundamentalmente Pedro Sánchez, su Gobierno, la Fiscalía, el CIS, el PSOE y la prensa, que según el calló sobre los escándalos de otros mientras se dedicaba a hablar, todos los días, de Luis Bárcenas y de la corrupción en el PP.

“Lograron que tuviéramos que estar ocho días hablando de un tema pasado” que según él “nada tiene que ver” con la actual dirección del PP. “Sólo hay que repasar las decenas de portadas, editoriales y columnas publicadas y las horas y horas de televisión y radio sobre el tema”, se quejó.

Él, naturalmente, no tuvo ninguna responsabilidad. Tampoco en el diseño de una campaña que también recibió muchas críticas. Ahí las decisiones, subrayó, las tomó el candidato, Alejandro Fernández. Desde la estrategia electoral a la decisión de concurrir en solitario y no en coalición con Ciudadanos, pasando por “el lema, el programa y la orientación de la campaña, así como de la configuración de las listas electorales”. También “la apuesta de integrar a personas procedentes de otras formaciones”, que ha hecho que de los tres diputados conseguidos el domingo solo uno tenga carné del PP.

Tampoco influyó, desde su punto de vista, su implicación personal en la campaña, que según algunos dirigentes eclipsó al candidato. Si así fuera las culpas también estarían repartidas con los barones que participaron en actos electorales, sugirió.

Críticas a Rajoy

Ni una palabra de su decisión, estrictamente personal, de criticar en plena campaña la gestión que Mariano Rajoy hizo de la crisis catalana en los días previos al 1 de octubre de 2017 y el día del referéndum de autodeterminación. Ni de su afirmación, desmentida por otros dirigentes, de que se negó a ejercer como portavoz del PP aquel día porque estaba en desacuerdo con lo que estaba pasando —dos días después salió en TVE respaldando sin reserva alguna la labor de Rajoy y las cargas policiales del 1.O—.

La pérdida de un escaño, se justificó ante los demás dirigentes del PP, fue producto de “las circunstancias” y específicamente de la escasa participación, que “penalizó a los partidos moderados, constitucionalistas y con un electorado más mayor”. Una excusa, que no resiste la comparación con las elecciones gallegas de 2020: Alberto Núñez Feijóo obtuvo entonces mayoría absoluta con una participación bastante más baja que la de Cataluña este domingo (49% frente a 54%). Eso sin contar con que la de Galicia es la tercera comunidad más envejecida de España, bastante por encima de Cataluña.

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En su intento de minimizar los malos resultados de su partido, Casado llegó al extremo de tratar de ningunear la victoria del PSC diciendo que sólo consiguió el domingo 40.000 votos más que Miquel Iceta en 2017 y pasando deliberadamente por alto que los socialistas ganaron las elecciones. Para completar su particular aritmética electoral —en la que a propósito obvió los efectos de una participación alta o baja en el reparto de escaños— comparó ese dato con los resultados del PP nada menos que de hace diez años. Entonces, dijo, su partido logró apenas 16 escaños con “casi medio millón de votos”.

En su análisis autoexculpatorio, Casado también comparó el sorpasso de Vox con el que sufrió el PSOE el año pasado en Galicia a manos del BNG —una formación que sólo se presenta en las provincias gallegas—, sin que eso diese lugar a que Pedro Sánchez asumiese ninguna responsabilidad. O con el retroceso que sufrió el PP en 2017, de 19 a cuatro escaños, con Rajoy al frente del PP. “Nadie pidió entonces autocrítica”, recordó en defensa propia.

Para el líder del PP, lo ocurrido el domingo es el resultado de que la polarización política en Cataluña ha reducido “el espacio central de moderación al mínimo exponente”. Desde su punto de cierta, en ese espacio no está el PSC, que según todos los analistas acaba de ganar las elecciones precisamente desde el centro del arco parlamentario catalán.

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