4M | Elecciones en la Comunidad de Madrid

Usera nunca alcanza la media de participación, Chamartín siempre la supera: la izquierda busca tomar Sol rompiendo la abstención

Tres vecinos conversan frente a la entrada del Metro en Carabanchel (Madrid).

Vallecas, enclave elegido por la extrema derecha para el arranque de la precampaña del 4M, es uno de los caladeros de voto más importantes de la capital. En los pasados comicios autonómicos, sólo los distritos de Puente y Villa de Vallecas aglutinaban en conjunto a casi 241.000 potenciales votantes. Es un barrio históricamente obrero, uno de esos feudos tradicionales de la izquierda madrileña. En mayo de 2019, casi siete de cada diez papeletas metidas en la urna tenían el nombre de una de las tres candidaturas progresistas –PSOE, Unidas Podemos y Más Madrid–. El problema es que se vota poco, muy poco.

"En revertir esa tendencia está la clave de las elecciones", insisten una y otra vez desde los equipos de Ángel Gabilondo, Pablo Iglesias y Mónica García. Y no solo en este distrito, sino en todos aquellos que abrazan la capital por el sur, que aglutinan alrededor de un tercio de los votos en disputa y donde predominan altos niveles de desempleo. Y, con ellos, el conocido como cinturón rojo.

En la gran urbe, la renta neta media por habitante se situaba en 2017, últimos datos disponibles del Instituto Nacional de Estadística (INE), en los 15.930 euros. Muy por debajo este umbral, seis distritos: Usera, Puente de Vallecas, Villaverde, Carabanchel, Vicálcaro o Villa de Vallecas. Zonas obreras muy pobladas a las que la izquierda puede sacar una enorme rentabilidad en términos electorales de cara a la cita con las urnas del próximo 4M.

Siempre y cuando, claro está, consiga llevar a los vecinos en masa al colegio electoral. Algo que no resulta nada sencillo en estas plazas. En todos estos distritos, la participación siempre ha estado históricamente bastante por debajo de la media de la gran ciudad. Desde 1991, última legislatura en la que el PSOE lideró el Ejecutivo regional, sólo en una cita con las urnas y solo en uno de estos barrios se registró una asistencia por encima de la media. Fue en los comicios de 2015 en Vicálvaro.

La movilización de 2003 y 2015

En aquella jornada electoral, siete de cada diez vecinos de este distrito acudieron a los centros de votación. Casi cuatro puntos más respecto a las autonómicas previas. Un aumento de la misma envergadura que también se registró en Puente y Villa de Vallecas. Aunque ni estos dos ni los restantes consiguiesen alcanzar una participación del 70%, aquellas elecciones quedaron grabadas a fuego entre las fuerzas progresistas porque por primera vez en algo más de una década el bloque de la izquierda había logrado superar al de la derecha en votos en una contienda autonómica.

No habían vivido nada igual desde las primeras de 2003, las del tamayazo. Unos comicios en los que la movilización en estas zonas obreras fue especialmente elevada. En Villa de Vallecas, Carabanchel y Villaverde superó el 70%, mientras que en Usera, Puente y Vicálvaro se situó por encima del 67,9%.

Volver a unos niveles de participación semejantes en estas zonas es el objetivo que se han marcado las fuerzas progresistas. Por eso, los partidos de la izquierda se volcarán durante la campaña en pisar todas estas calles de la capital. Más Madrid, por ejemplo, decidió arrancar la carrera hacia el 4M en el barrio de Orcasitas, en el distrito de Usera, donde la renta neta media por persona es la más baja de la gran urbe y donde la abstención alcanza habitualmente las cotas más elevadas: en las nueve últimas autonómicas, la participación media se situó en el 61,7% –en las de 2019 fue de algo menos del 58%–. El líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, ya se ha dejado ver por Vallecas, el barrio que le vio crecer. Lo hizo pocas horas después de acudir a su último Consejo de Ministros con una visita a una red de apoyo vecinal en Entrevías.

Los partidos de la izquierda reconocen en privado que la batalla por Madrid será complicada. Sin embargo, creen que todavía tienen margen de crecimiento. Se agarran a los datos del barómetro preelectoral del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), que daban un empate técnico a los dos bloques a pesar de que el electorado progresista se mostraba bastante menos movilizado que el del PP y Vox, por lo que todavía parece haber margen de crecimiento. 

No es un secreto que las zonas donde gana ampliamente el PP se acude a votar con mayor intensidad. Son, en resumen, los cinco distritos con las rentas más altas –por encima de los 20.000 euros–: Chamartín, Salamanca, Chamberí, Moncloa-Aravaca y Retiro. Si en la media decena más pobre la media de participación desde 1991 no pasa del 65%, en todos estos no cae por debajo del 70%. En todas las elecciones, incluso en aquellas con mayor abstención, dichos distritos siempre han tenido una afluencia a los centros de votación por encima de la media de la ciudad. Entre dos y cinco puntos arriba.

De Coslada a Móstoles

Un buen caladero de votos progresista se encuentra también en el conocido como cinturón rojo, aquellas localidades ubicadas al sur y sureste de la capital que históricamente han sido feudos de la izquierda madrileña. En total, una docena de municipios grandes que acumulan a cuatro de cada diez ciudadanos que no viven en la capital y donde la renta neta media por persona en 2017 se encontraba por debajo de la de toda la región –13.099 euros–.

Esta será la otra zona en la que se centrará buena parte del trabajo en campaña de Unidas Podemos. De hecho, lo primero que hizo Iglesias al acabar su última reunión con el resto del Gobierno fue reunirse en Coslada con un colectivo vecinal cuya sede había sido atacada con pintadas. También la tiene bien marcada en su estrategia electoral Más Madrid. En la principal urbe, en Móstoles, se encargarán de organizar el acto de precierre de campaña el próximo 1 de mayo

De la docena de municipios analizados, solo en dos no ha habido desde 1991 ningún registro de participación superior a la media autonómica. Es el caso de Parla y Fuenlabrada, los dos con la renta más baja, donde el promedio de asistencia a las urnas desde 1991 se sitúa en el 60,1%. Una cifra que va trepando a medida que se incrementa la renta.

Sin embargo, solamente en cinco –San Fernando de Henares, Coslada, Getafe, Alcorcón y Rivas-Vaciamadrid– se ha superado en alguna ocasión la barrera psicológica del 70%. En el último de ellos, justamente el que tiene la renta más elevada de todos, es en el que este efecto se ha producido en más ocasiones. En concreto, en seis de las nueve últimas elecciones autonómicas. 

La mejor media de participación en esta docena de grandes localidades que integran el cinturón rojo se registró justamente en las elecciones de 2015, aquellas en las que IU se quedó a las puertas de entrar en la Asamblea de Madrid y la derecha pudo gobernar a pesar de haber conseguido menos votos. Fue del 68,22%. Le siguen, curiosamente, los comicios de 2011, los últimos en los que el PP se hizo con mayoría absoluta –67,99%–.

La tercera mejor, la registrada en mayo de 2003, la cita con las urnas que habría puesto al socialista Rafael Simancas en la Puerta del Sol de no haber sido por aquel oscuro episodio de transfuguismo. En aquella ocasión, la participación media de esta docena de municipios se situó en el 67,95%, que se combinó con el 69,4% registrado de media en los seis distritos más pobres de la capital, el dato más elevado en esa zona de las últimas tres décadas.

La relación abstención-renta

De nuevo, todas estas cifras contrastan con las registradas históricamente en los cinco municipios con mayor renta de la región –más de 19.000 euros por persona–: Pozuelo de Alarcón, Boadilla del Monte, Majadahonda, Las Rozas y Torrelodones. Son feudos conservadores con mucha menor población que las de las grandes urbes del cinturón rojo. Pero con una asistencia a las urnas que tradicionalmente ha sido mucho mayor.

Sólo en un caso se ha situado por debajo de la media regional: Boadilla, 1991, medio punto menos. Lo habitual es que la supere ampliamente y que se mueva por encima del 70%. A modo de ejemplo, los últimos comicios autonómicos. En aquella jornada, la participación en esta media decena de localidades estuvo entre 8,5 y 11,2 puntos por encima de la media de toda la Comunidad de Madrid.

La correlación entre renta y abstención es algo ampliamente analizado a nivel político. Varios estudios acreditan que los barrios pobres españoles –no solo los madrileños– votan en mucha menor proporción que los barrios ricos.

"Las urnas se llenan de votos procedentes de las zonas integradas de las ciudades. Un 74,1% de ellos votan siempre. Apenas la mitad de los ciudadanos que padecen algún tipo de exclusión declara que siempre se acerca a las urnas cuando llegan las elecciones. La brecha es demoledora", recogen los investigadores en Ciencia Política y Sociología Manuel Trujillo y Braulio Gómez en La segregación electoral interurbana en España, publicado por la Fundación Foessa en 2019 y recuperado este domingo por infoLibre. Un abstencionismo que, además, se hereda, como la pobreza.

¿A quién perjudica la baja participación?

Pero, ¿y a quién perjudica es baja participación? Hay estudios que indican que a medida que se incrementa la cantidad de electores que acuden a las urnas, sube la proporción de ciudadanos que vota por partidos de izquierda. De hecho, hace unos días elDiario.es publicaba que la derecha domina electoralmente la Comunidad Madrid imponiéndose únicamente en el 30% más rico del área metropolitana.

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Un vistazo a los resultados por secciones censales en las autonómicas de 2019 muestra también una relación bastante ajustada entre renta, abstención y apoyo a las fuerzas progresistas. A modo de ejemplo, los dos extremos. En el área más pobre de Madrid –10.027 euros de renta media por hogar–, la izquierda sacó un 67,6% y la abstención fue del 95%. En las más ricas –89.015 euros–, la abstención no superó en la mayoría de los casos el 30% y la izquierda no llegó a sacar ni tres de cada diez papeletas emitidas.

Algunos expertos sostienen que la baja participación en estas zonas de renta baja viene determinada por factores profundos. Algunos votantes interiorizan esa idea de que las elecciones no van con ellos y que no tienen capacidad para decidir sobre las mismas. "Y también está la idea de que lo que se hace con el voto no sirve, una idea que se basa en la percepción de falta de avance. Es un comentario muy frecuente en los barrios obreros: 'El político sólo viene en campaña", analiza Trujillo. Una política que, por lo general, está centrada en "una agenda de clase media".

Un problema estructural que no se soluciona, en opinión de algunos expertos, simplemente con una campaña electoral. Para revertir esta tendencia, son necesarias políticas que vayan a la raíz del problema. Pero eso lleva tiempo. Y la cita con las urnas está a la vuelta de la esquina. El próximo 4M se verá si los llamamientos de la izquierda al voto masivo han tenido efecto en los barrios obreros de la Comunidad de Madrid.

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