Memoria histórica

Mercedes, Silvino, Agradable y Jesús se van apagando a la espera de sacar a sus padres del Valle de los Caídos

De izquierda a derecha, Paco Cansado con su padre Jesús y su tío Pascual, en un monumento en memoria de republicanos asesinados en la represión franquista.

Un fino hilo de voz se escucha al otro lado del teléfono. Es Mercedes Abril, que en cuanto ha visto una llamada perdida en su móvil no tarda ni un minuto en devolverla. No se encuentra bien, se la nota alicaída. "Estoy con un ataque de ciática, hijo", dice tras las respectivas presentaciones. A pesar de ello, quiere hablar, aunque sea unos minutos. Han pasado pocas horas desde el fallecimiento de Manuel Lapeña, uno de los "compañeros" de fatigas en la batalla por la recuperación de sus seres queridos del Valle de los Caídos. Y se muestra dura, durísima, con la clase política, con el Gobierno. "Son unos sinvergüenzas", dice. E iría más allá, pero prefiere morderse la lengua. Al fin y al cabo no es una persona "mal hablada". Pero está aburrida ya de tanta palabrería y escasos hechos: "Años de lucha y todo son largas, es como si no tuviéramos derecho a nada. Nos vamos a morir y nadie nos hace ni caso". La espera se hace eterna. Y los años pesan.

La última vez que estuvo con su padre, Mercedes apenas tenía tres años. Ella llegó en 1933. A él, Rafael Vera, se lo llevaron detenido en Clarés de Ribota (Zaragoza) a mediados de septiembre de 1936. Fue el último abrazo. Nunca volvió a verlo. Las fuerzas franquistas lo asesinaron en Calatayud menos de una semana después. Entre los papeles que forman parte de su expediente político, una denuncia del cura del pueblo. "Comunista extremista", "por el teléfono de la estación recibía órdenes que comunicaba a sus amigotes", "religiosamente hablando era ateo, no podía ver a la Iglesia de la que siempre hablaba mal", "acompañó a los propagandistas del comunismo", "asistió a un mitin", "era un sujeto muy malo en toda la extensión de la palabra". Una carta que su hija todavía conserva en un archivador. Y a la que responde de forma clara. Su padre era "bueno e inocente". Si lo mataron fue, símplemente, porque era socialista. Y eso es todo.

Tras el asesinato de Rafael, su mujer Eusebia se tuvo que poner a coser camisas y capotes para aquellos que la vistieron de negro. Con enorme esfuerzo, dio unos estudios a su hija. Ella prometió a su madre antes de su fallecimiento que traería de vuelta a papá, al que están convencidos –a la espera de que los trabajos lo confirmen– de que las autoridades franquistas sacaron de una fosa común y se llevaron al Valle de los Caídos sin el consentimiento de la familia. Y ahí sigue, luchando sin descanso. Hace cinco años, la familia Lapeña logró abrir, por la vía judicial, el melón para las exhumaciones en Cuelgamuros. Dos, desde que Patrimonio Nacional dio luz verde para que se iniciasen los trabajos. Y casi tres meses desde que el Ayuntamiento de San Lorenzo del Escorial otorgó la licencia para las obras, después de que el Ejecutivo aprobase una subvención para las mismas. Pero más allá de la promesa de que todo comenzará de forma "inminente", apenas sabe nada.

Mercedes tiene ahora mismo 88 años. Algunos de los que la conocen cada vez la ven más apagada. Pero dan por descontado que no tirará la toalla hasta recuperar los restos de su padre, ese al que toda la vida ha "añorado", "querido" y "deseado", tal y como trasladó por carta a Pedro Sánchez hace un par de años en un grito desesperado de auxilio. "Me encuentro mal, llena de dolores", sostiene al otro lado del hilo telefónico. Está harta de esperar, de existir solo para cuando a algunos "les conviene". Ya no se fía de las promesas. No quiere más "palabras y palabras". Solo le valen ya los hechos. "No somos nadie, no lo hemos sido nunca", dice. Y, antes de colgar, lanza una pregunta: "¿A qué están esperando, a que desaparezcamos todos como ha pasado con nuestro compañero?".

Silvino Gil: "Será un día muy emocionante"

Algo más de ánimo deja entrever al otro lado del teléfono la voz de Silvino Gil. Tiene 85 años. Y más allá del bastón que se ha convertido en su compañero inseparable, y algún que otro achaque asociado a la edad, cada frase que pronuncia desprende vitalidad. Habla con tono calmado desde el pueblo, donde pasa algunos meses del año con su mujer. Y a medida que se va desarrollando la conversación, se muestra cada vez maz cercano. En alguna que otra ocasión, se le escapa una sonora carcajada. Pero cuando se mete en el tema de Cuelgamuros, se pone serio. De nuevo, desilusión. "Yo lo que quiero es que lo traigan porque llevamos ya años esperando", afirma. Habla de su padre, de quien apenas tiene recuerdos porque tenía unos pocos meses cuando él murió. Se lo llevaron, cuenta, al Valle de los Caídos, el mausoleo en el que el dictador fue enterrado junto a más de 33.000 personas.

Silvino Gil junto a su mujer.

El caso de Pedro Gil Calonge es la otra cara de la moneda. Natural de Tajahuerce (Zaragoza), fue movilizado por el ejército franquista en 1936. Afortunadamente, no fue destinado a la primera línea del frente. A él se le puso a cavar trincheras. Pero murió el 1 de julio de 1937 cuando una bala perdida le alcanzó en la cabeza. Apenas consiguió vivir a su llegada al hospital. Su hijo siempre ha vivido con ese vacío. "Llegó un momento en el que se atrevió a expresar el dolor", cuenta su hija Rosa. Todo comenzó con Silvino solicitando la partida de nacimiento de su padre. Fue ese el pistoletazo de salida de una investigación en la que se ha implicado buena parte de la familia y que les llevó a descubrir que Gil no se encontraba inhumado en el cementerio de Torrero, sino que había sido trasladado a Cuelgamuros. Ahora, piensan llegar hasta el final para conseguir cumplir con esa frase que encabeza el grupo de Whatsapp en el que están todos los nietos: "Abuelo Pedro a Casa".

A Silvino le hubiera gustado que la vuelta se hubiese producido antes. Hace quince o veinte años, para que sus "amigos" o sus "primos" hubiesen podido verlo. "Toda su época ya ha muerto", se lamenta. Ahora, cuenta, solo queda él y un sobrino en Barcelona para hacerlo. "Será un día muy emocionante", apunta. Su hija cuenta que él no concibe otra cosa que poder ver cómo se le da digna sepultura después de tantas décadas. "Tú dirás cuándo tengo que avisar en el cementerio para que los operarios hagan el hoyo", le ha dicho en alguna ocasión. Aunque dice que los nietos siempre estarán ahí, al pie del cañón, Rosa tampoco quiere imaginarse un regreso del abuelo Pedro sin que Silvino pueda estar presente. "Esto tiene que hacerse ya. Mi padre y el resto de estas personas mayores tienen que verlo. Los restos se tienen que entregar a los hijos, no a los nietos", sentencia. Mientras eso ocurre, reconoce que están viviendo una "tensa espera".

La familia Cansado: "¿Acabaremos con esto algún día?"

La familia Cansado lleva también en vilo desde hace años. Los años no pasan en balde para los descendientes directos de José Cansado Lamata y Antonio Cansado Lamata. Los hermanos, naturales de Ateca (Zaragoza), fueron asesinados en octubre de 1936. Todo comenzó una tarde de verano, cuando el primero de ellos, agricultor, se encontraba en el campo y recibió el avisó de que tenía que presentarse en el ayuntamiento de la localidad. Era socialista y uno de los fundadores de la UGT en el pueblo. Poco después, en el consistorio se retuvo también al hermano. "A las horas, se los llevaron para Calatayud, donde estuvieron un mes arrestados", cuenta en la actualidad uno de los nietos, que relata cómo su tío Pascual, que entonces tendría unos catorce años, permaneció agarrado al camión hasta que dos culetazos de fusil en las manos le obligaron a soltarse. Y allí quedó, llorando mientras veía a los dos hermanos por última vez.

Aquel joven tiene a día de hoy 99 años. "Los cumple en Nochebuena", dice con orgullo su sobrino Paco Cansado. De hombros para arriba, cuenta con un marcado acento maño, está "casi perfecto". Pero cuando se levanta, "le duele todo". Muy mayor es también Jesús, el padre de Paco e hijo del agricultor. Cuando se llevaron al sindicalista tenía cuatro años. Ahora, va a cumplir 90. A pesar de ello, dice que mantienen el ánimo. "Cada vez que veo a mi tío siempre pregunta: ¿Acabaremos con esto algún día?", relata Paco. Eso sí, en ocasiones dejan entrever algunas muestras de cansancio. La lucha está siendo agotadora, por eso hay ocasiones en las que se escapa un "déjalo ya" o el cada vez más habitual "no sé si llegaré a verlo".

Hasta hace algunos años, ninguno de ellos quería tocar lo que sucedió aquel mes de octubre de 1936. Era un tema tabú, un muro que en tantas familias se instaló tras el golpe de Estado de 1936. Pero, poco a poco, la familia consiguió ir derribando esa pared. Así fueron recuperando su historia. Y así llegaron a la conclusión de que sus restos pueden encontrarse en alguna de las nueve cajas con 81 fallecidos que llegaron desde Calatayud y su entorno al Valle de los Caídos en abril de 1959. Esas a las que esperan llegar de una vez por todas. "Yo me imaginaba que iba a ser complicado y que se tardaría. Por eso yo a mi padre le dije desde el primer momento que podía ir para largo. Pero ahora que hay un presupuesto, que hay un permiso del Ayuntamiento de San Lorenzo de El Escorial, ¿qué más hace falta para que se dé la orden y se pongan a trabajar?", se queja Cansado.

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Agradable Baragaño: "Si lo hubieran hecho hace diez años, estaría consciente"

Como él, también Maribel Luna habla por su madre. En su caso, la familia trata de recuperar a Aquilino Baragaño Montes. Minero de Candaneo (Asturias) vinculado a la CNT, el güelín se alistó a las milicias tras el golpe de Estado y emprendió el camino hacia el frente. Tras ser herido en la cabeza en el campo de batalla, fue trasladado a un hospital militar del bando sublevado en Salas, donde falleció. Dos décadas después, el 2 de julio de 1959, sus restos fueron depositados en el Valle de los Caídos sin el permiso de la familia. En su caso, individualizados e identificados. Reposan en el columbario 2.135, ubicado en la tercera planta de la Cripta Derecha, tal y como figura en uno de los documentos del monumento recuperado tras una laboriosa investigación.

Agradable Baragaño tenía cinco años cuando perdió a su padre. Ahora, tiene alzheimer. Y ya no podrá vivir igual la vuelta de Quilinín. "Si lo hubieran hecho hace diez años, ella estaría consciente", cuenta su hija. Eso es algo, dice, que no le podrá perdonar al PSOE. Por eso, exige al Gobierno que se ponga las pilas para evitar que más hijos e hijas se vayan apagando, como este martes hizo Manuel Lapeña, antes de recuperar a los suyos. "Tristeza, rabia e impotencia, eso es lo que sentimos", sentencia.

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