Violencia machista

Casi 200 mujeres menores de 21 años llevan pulsera contra maltratadores: "Antes del guantazo, hay una violencia invisible"

Dos participantes en la manifestación del 8M en Madrid en 2019.

Sabela Rodríguez Álvarez | Ana Moreno

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Tienen menos de 21 años y en su día a día conviven con el riesgo de sufrir violencia por parte de sus parejas o exparejas. Por eso llevan consigo un artilugio que se encarga de protegerlas: las conocidas pulseras contra maltratadores. A día de hoy, 190 mujeres jóvenes llevan un dispositivo telemático, lo que significa que deben estar vigiladas las 24 horas del día.

Así lo señaló este miércoles Ángeles Carmona, presidenta del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), durante la presentación de un informe sobre las víctimas más jóvenes de la violencia machista. El dato de las 190 chicas que están siendo protegidas por las fuerzas de seguridad corresponde a información interna que maneja el Ministerio del Interior y cuya evolución el departamento que dirige Fernando Grande-Marlaska rechaza hacer pública, en aras a la seguridad de las víctimas.

Esas 190 jóvenes forman parte de las 2.444 mujeres de todas las edades que llevan hoy un dispositivo electrónico de seguimiento, según datos de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género. Fuentes de Interior explican que la decisión de autorizar un dispositivo telemático corresponde a la autoridad judicial y "lo habitual" es que las mujeres en riesgo extremo lleven una de estas pulseras, pero "hay otros supuestos en los que el juez entiende que es la medida más efectiva para proteger la integridad física de la víctima", de manera que las mujeres en un riesgo más bajo también pueden estar protegidas por uno de estos dispositivos. Según los datos del Sistema de Seguimiento Integral en los casos de Violencia de Género (VioGén), correspondientes al mes de agosto, un total de 18 menores de entre 14 y 17 años estaban catalogadas como riesgo alto. En el tramo de edad de entre 18 y 30 años, son 178 las mujeres en riesgo alto y ocho en riesgo extremo.

En la presentación del estudio, Carmona, letrada judicial con experiencia de más de una década en el Juzgado de Violencia sobre la Mujer número 3 de Sevilla, destacó además que las jóvenes sufren de forma más "dramática el aislamiento", ya que temen no sólo al agresor, sino también la reacción de sus progenitores. Reconocerse como víctimas no es un paso fácil y sobre ellas pesa la vergüenza y la culpa. Desde que existen datos en 2003, un total de 45 mujeres menores de 21 años han sido asesinadas a manos de sus parejas o exparejas. De ellas, sólo once habían dado el paso de denunciar.

Violencia emocional y de control

Cristina (nombre ficticio) prefiere no dar muchas explicaciones sobre por qué decidió no acercarse a una comisaría. No quiere poner excusas, pero tampoco quiere que gane el sentimiento de culpa. Tenía catorce años cuando empezó su relación de pareja. El primer amor, recuerda al otro lado del teléfono. "Como le ocurre a tantas chicas, al principio todo fue muy bonito, lo disfrutas con una intensidad muy especial". Pero conforme pasaron los meses, la adolescente empezó a vivir en sus propias carnes lo que ahora identifica como las primeras señales. "Control, preguntar constantemente dónde estaba, qué hacía. Y luego empezaron las limitaciones: no me gusta que salgas con tus amigas, no me gusta que vistas de esa manera". Siempre, recalca la joven que hoy tiene 24 años, de manera muy sutil. Ahí estaba la trampa: su agresor no le prohibía ni imponía nada de manera directa, sino que se servía del chantaje y la violencia psicológica para controlar a su pareja.

"Él mostraba interés en mis relaciones sexuales previas y siempre ponía en duda lo que le contaba", rememora la superviviente. "Era muy sutil, muy psicológico". Una de las formas más sibilinas que adopta la violencia machista. Según la última Macroencuesta sobre violencia de género, elaborada en 2019, el 23,2% de las mujeres españolas mayores de dieciséis años ha sufrido violencia psicológica emocional de alguna pareja actual o pasada y el 27% ha padecido violencia psicológica de control.

A Cristina, su agresor le castigaba también de forma sutil, con estrategias como el silencio: "Dejaba de hablarme todo el día si hacía algo que él no quisiera. Al final temes ese castigo". Las señales eran inequívocas: ella pasó a ser una joven introvertida, dejó a un lado su vida social y sus notas académicas empeoraron. La relación duró dos años y el punto de inflexión lo marcó una agresión física. Aquel episodio despertó una reacción en su entorno. Sus padres, sus amigas, identificaron la violencia. El golpe fue la gota que colmó el vaso, a pesar de que aquello no dejó tantas marcas en la víctima como sí lo hizo la violencia psicológica que se prolongó por dos años y que hoy recuerda como lo más duro de la relación.

A partir de aquel momento, se puso en marcha todo el entramado de ayuda: la joven se mudó y acudió a la Fundación Ana Bella, donde le asignaron una psicóloga y le brindaron el acompañamiento necesario para poner nombre a lo que le estaba pasando y romper con ello. Pero Cristina no denunció. Se detiene un minuto para tratar de explicar su decisión: "No me sentía preparada, es un shock muy grande. Soy de un pueblo pequeño, las familias nos conocíamos, él era un chico muy joven". Coge aire y zanja: "En ese momento no se decidió hacerlo así y ya está". No hay pretextos, es que las circunstancias no siempre acompañan y la denuncia es en ocasiones una puerta infranqueable: sólo el 21,7% de las mujeres que han sufrido violencia en pareja ha denunciado.

Sara sí denunció. Varias veces y contra dos agresores. El primero la maltrataba físicamente cuando ella tenía dieciséis años y él le sacaba diez. Interpuso la primera denuncia con 17 años, después de que los golpes se hicieran insoportables. "A los seis meses de relación me pega por primera vez y va siendo más agresivo" conforme pasa el tiempo, dice en conversación con este diario. "Me aislé de mi familia, me quitaba el móvil, me echaba de casa y me dejaba en la calle de madrugada, no podía saludar a otros chicos y su familia normalizaba que me pegara", rememora. La "última paliza" fue el detonante. "Mis amigas me dijeron que iba a acabar matándome". Así que Sara decidió denunciar y consiguió una orden de alejamiento de nueve meses. Pero la pareja volvió. Sara no reparó en los motivos: quizá la dependencia, quizá la falta de salidas. El caso es que volvió y la violencia prosiguió. La Policía percibió que la orden de alejamiento se había roto y la prolongó otros cinco años. Entretanto, una paliza casi mortal hizo que la víctima denunciara de nuevo. Resultado: dos años de prisión.

Sara, hija también de una mujer maltratada, inició una nueva relación, pero volvió a caer en las garras de la violencia, esta vez eminentemente psicológica, aunque también había golpes cuando él "se emborrachaba o venía drogado". Después de tres años de relación, la joven acudió de nuevo a las autoridades, quienes determinaron una orden de alejamiento que duró apenas unos meses. Cuando ese tiempo expiró, el agresor regresó a la senda de la violencia a través del acoso a su excompañera. Sara se vio sin fuerzas para volver a denunciar. "No pude más. Piensas que vas a encontrar una salida y no es así. Preferí irme fuera", reconoce.

Con 24 años, la mujer decidió marcharse a Inglaterra e iniciar allí un proyecto empresarial. Ahí, dice, fue cuando empezó a ser consciente del deterioro físico y mental producto de la violencia que durante años hizo mella en su salud. "Yo sabía lo que pasaba, sabía lo que era la violencia. Pero pensaba que nunca iba a pasarme y tenía mucha dependencia. Te crees que te quiere y que por eso te mira el teléfono. Antes del guantazo, hay una violencia invisible" que dificulta el proceso de reconocimiento como víctima, admite.

"Cada día es más llamativo"

Cristina se formó como educadora social y se aferró a la fundación que la había salvado. Hoy se encarga de impartir talleres en colegios, institutos y universidades. "No hay ni un solo taller en el que no haya chicas que admitan estar pasando por una relación violenta. Muchas han roto el silencio en los talleres". El último programa que ha desarrollado llegó a 450 estudiantes. De todos ellos, 22 se identificaron como víctimas e iniciaron el camino de recuperación junto a la Fundación Ana Bella.

Según el último Barómetro Juventud y Género, realizado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la FAD, uno de cada cinco adolescentes y jóvenes varones cree que la violencia de género no existe y que sólo es un "invento ideológico". A Cristina no le sorprende el dato: lo ve en las aulas y admite que "cada día es más llamativo". "Me lo encuentro diariamente y de una manera que cada vez me asusta más".

Las señales que Cristina no supo identificar cuando sólo tenía catorce años siguen vivas en muchas otras relaciones. Esos golpes, los que no dejan marca, los más sutiles, son precisamente "los que más se dan". Cristina confía en la educación, la única respuesta para cultivar la igualdad real. Al fin y al cabo, reflexiona, explicar a tiempo qué es una relación abusiva y cuáles son las señales de alarma puede salvar vidas.

Sara cree que es fundamental dar voz a las supervivientes. "Hace falta información. La violencia no es mentira: yo lo he vivido, casi me matan", clama. Pero la información de nada vale si no va acompañada de formación. Para ella, el proceso de denuncia estuvo cerca de ser traumático: "Hay muchas campañas de concienciación, pero luego vas a la comisaría y no encuentras personas que te arropen". La primera vez que denunció, el agente que la atendió le preguntó "qué había hecho ella" para ser agredida. Urge una respuesta que parta del "apoyo y la defensa" de las víctimas.

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