Cumbre del clima de Glasgow

La COP26 se alarga sin garantías sobre si se mantendrán los tímidos avances en financiación y metas nacionales

Manifestación de Oxfam en la COP26.

Lo realmente sorprendente sería que una cumbre del clima terminara el viernes, como marca el calendario oficial. La COP25, celebrada en Madrid, duró hasta el mediodía del domingo y los negociadores tuvieron que recurrir a la súplica tras varias noches sin dormir. Hay que remontarse a la COP12, en 2006, para encontrar el último encuentro que se clausurara a tiempo. Los observadores creen que la cumbre del clima de Glasgow, que sigue en marcha al cierre de esta edición (20 pm, hora española) podría batir récords, a pesar de los esfuerzos de la presidencia de Reino Unido para acortar las discusiones. La situación no es de bloqueo total: se han producido avances, siempre insuficientes para los ecologistas, pero avances. Los cuatro temas principales (mercados de carbono en base al artículo 6 del Acuerdo de París, mitigación y nuevas metas, financiación y combustibles fósiles) se siguen debatiendo con forma de castillo de naipes: cada parte defiende sus intereses y un movimiento en una de las cartas puede derrumbar toda la baraja y repetir la vergonzante falta de consenso de 2009, en Copenhague. 

"El foco se ha trasladado desde el artículo 6 a otros asuntos", considera el coportavoz de Verdes-Equo Florent Marcellesi, presente en Glasgow. Muchos creían que los mercados de carbono serían el tema principal, pero las discusiones sobre mitigación y sobre justicia climática, con unos países pobres y emergentes reclamando recursos y dinero con más fuerza que nunca, han cobrado mucho protagonismo. Pero la discusión sobre este mecanismo, al que el Acuerdo de París abrió la puerta y que lleva seis años debatiéndose, sigue viva y candente. El miércoles se publicaron varios borradores que incluían miles de corchetes, es decir, que aún se consideraban millones de posibles combinaciones para el texto final. 

Ahora esos corchetes se han reducido a unos cientos, lo que implica que las conversaciones han avanzado, pero los más críticos lamentan que las puertas a las trampas siguen abiertas. Estos mercados de carbono sirven para que un país mejore en el cumplimiento de sus objetivos de reducción de emisiones (NDC's, siglas en inglés) adquiriendo derechos de emisión de países que hayan avanzado por encima de sus metas, o con empresas transnacionales que implantan iniciativas de mitigación en otras latitudes. Lo que la Unión Europea busca evitar, con la oposición de Brasil como principal país, es que se permita la doble contabilidad: que tanto el país receptor del proyecto como el impulsor se apunten la misma reducción.

Según explica a infoLibre el experto en mercados de carbono del World Resources Institute, Chirag Gajjar, lo que se plantea al cierre de esta edición (20 pm hora española) es un sistema de dobles créditos: unos "buenos", autorizados para mejorar los compromisos de cada país, y otros "utilizados para otros propósitos" como apoyo al cumplimiento nacional. Aún faltan muchos detalles sobre cómo funcionará exactamente esta iniciativa, pero Gajjar cree que esto permitiría "vigilar la doble contabilidad" y ser una "posible solución". Los países más vulnerables llevan dos semanas pidiendo que cada transacción incluya un impuesto destinado a la financiación climática –la transferencia de dinero desde los países más ricos y culpables de la crisis hacia los que tienen menos responsabilidad– pero las posiciones siguen alejadas por, entre otros, la firme oposición de Estados Unidos. 

La atención del público no especializado, en todo caso, se suele dirigir a los NDC's: las promesas de cada país sobre cuántos gases de efecto invernadero van a dejar de emitir de cara a 2030, pero con 2050 y 2060 también presentes. Se mantiene la brecha entre los compromisos adquiridos, que nos llevan a un calentamiento de entre 2,4 y 2,7 grados a final de siglo si se cumplen, y lo acordado en París (entre 1,5 y 2 grados de máximo). Lo ideal sería que todos los países hubieran aprovechado Glasgow para actualizar sus metas a corto plazo y hacerlas compatibles con la ciencia y el bienestar global, pero nadie esperaba en serio que fuera a pasar. El borrador que se discute en estos momentos es "razonable" para los observadores, en todo caso: exige a las partes que antes de que termine 2022 actualicen sus contribuciones. 

No, no es vinculante. Pero se aumenta la presión. En la diplomacia climática, cada verbo es importante. Y en el último borrador se utiliza "request" (solicita, en español) que, aunque pueda parecer lo contrario, es más duro que el anterior "urges" (urge, en español), según varios observadores consultados. Es el mismo verbo que se utilizó en el Acuerdo de París cuando se estableció que los países debían presentar planes de reducción de emisiones. El texto también pide a los países que actualicen sus NDC's si aún no lo han hecho y que presenten planes para alcanzar las cero emisiones netas en 2050, pero no hay ningún mandato obligatorio, como se barajaba, para adelantar a 2022 o 2023 la revisión que establece el Acuerdo de París en 2025. 

Los activistas se temían que esta parte fuera críticamente recortada en las rondas de negociaciones de la pasada noche, pero se mantuvo. Aun así, nada está escrito con tinta indeleble por el momento. En el plenario celebrado el viernes a mediodía, China advirtió que el acuerdo final debería "permitir a las partes decidir por su cuenta la hoja de ruta y los tiempos", lo que claramente va en contra del espíritu del texto y a favor de la estrategia del gigante asiático, proclive a seguir emitiendo más cada año hasta 2030 y que los países más ricos hagan el gran esfuerzo. El acuerdo firmado por EEUU no ha desbloqueado demasiado. Las economías emergentes llevan dos semanas manifestando su rechazo a que los países del Norte Global les marquen el camino. Y en esta batalla no tienen el favor de los países más pobres y vulnerables, que quieren más ambición venga de quien venga. 

En el apartado de la financiación, emergentes y vulnerables sí que van de la mano. Los más ricos deben dar recursos y dinero a los más pobres para solventar un problema del cual son mayoritariamente culpables. Uno de los temas en discusión es la promesa incumplida de ceder 100.000 millones de euros anuales entre 2020 y 2025, ya sea en forma de préstamo o de donación, para afrontar tanto la mitigación como la adaptación, y que no se ha cumplido. El segundo borrador, como el primero, manifiesta su "arrepentimiento" por esta grave carencia en la acción climática. Pero ha habido avances: el texto "urge" a las naciones desarrolladas a alcanzar la cifra de aquí a 2025. Y en cuanto al apartado de "pérdidas y daños", que busca ayudar a los que sufren el efecto de graves desastres naturales agravados por el calentamiento global, se ha acordado la creación de un mecanismo de asistencia técnica para que los países que no están afectados ayuden a los que reciben el impacto. 

Pero en el primer apartado, el Sur Global sigue reclamando que se compensen las carencias fijando una nueva meta de 500.000 millones de 2021 a 2024, y que se empiece a hablar de cuál será la cifra a partir de 2025. Y en cuanto a las pérdidas y daños, Escocia sigue siendo el único país que ha puesto un número concreto de dólares que dedicará a este concepto: un millón en un primer anuncio, aumentado posteriormente a dos. El mecanismo de asistencia técnica es una buena noticia, pero las naciones que más van a sufrir una crisis climática descontrolada ya no están dispuestas a ceder más en pos del consenso. La Unión Europea y Estados Unidos siguen sin dar su brazo a torcer, bloqueando activamente las iniciativas en este sentido. Y si no cambian de postura, "puede que no salgamos de aquí ni esta noche, ni el sábado, ni tampoco el domingo", en palabras de Alden Meyer, de E3G, prestigioso analista de política climática. 

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En la última semana de la cumbre del clima se coló un invitado inesperado y que fue recibido con satisfacción por la mayoría: el fin de los combustibles fósiles. Se cerraron varias alianzas que se comprometían al desenganche definitivo del carbón y a la prohibición de nuevas extracciones de otros viejos conocidos, como el petróleo y el gas natural. Pero la verdadera sorpresa fue comprobar que el borrador del miércoles, aunque sin demasiado detalle, llamaba al fin de los subsidios a estas tecnologías energéticas. Varios observadores advirtieron de que países como Arabia Saudí o Australia pelearían para eliminar esa referencia, y no lo consiguieron del todo, pero sí que se apuntaron un tanto. 

El borrador distribuido el viernes por la mañana llamaba a eliminar los subsidios a combustibles fósiles... pero solo los "ineficientes". Es decir, puerta abierta de par en par a no hacer nada. Y en cuanto al carbón, se añadió un matiz clave: solo se referían a las centrales "unabated", con una traducción al español poco precisa. Se refieren a las térmicas que no cuentan con tecnología de captura de carbono para reducir a sus emisiones de CO2. Es decir, nos parece bien que se siga quemando carbón, probablemente la iniciativa más dañina para el clima que se pueda emprender, pero evitad montar las peores instalaciones de todas. "Es increíble como dos palabras pueden cambiarlo todo", lamentaba Marcellesi durante la tarde de este viernes. 

La mención a estas energías sigue siendo histórica (no se hablaba de ellas en un acuerdo final, aunque sea contradictorio, desde la COP de Kioto) pero ha quedado dramáticamente descafeinada. Tanto, que la delegación de Arabia Saudí aseguró que el borrador es "viable", lo que dice mucho tratándose de una potencia petrolera en una cumbre del clima. En todo caso, las negociaciones siguen, aunque no se sabe todavía hasta cuándo. No habrá milagros, pero hay margen tanto para una catástrofe como para un pacto que, de verdad, ayude contra el cambio climático. 

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