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Apátridas, la población del 'no': no país, no derechos, no horizonte

Sin DNI y sin nacionalidad. Los apátridas son personas que “no son reconocidas por ningún país como ciudadanos conforme a su legislación”. Dicho de otro modo, una especie de ‘no ciudadanos’. Esa es la definición que da ACNUR (la Agencia de la ONU para los refugiados), que cifra en 4,2 millones las personas que se encuentran en esa situación en hasta 76 países. El periodista y director de la revista 5W, Agus Morales, una de las voces más autorizadas del país en el campo de las migraciones, refugiados y personas en movimiento, señala que el pueblo apátrida por excelencia de este siglo son los rohinyás, “un grupo étnico establecido, en parte, hoy en Bangladesh que antes vivía en Birmania”, explica. “En el primero de ambos países no eran considerados ciudadanos”, continúa, “pero una vez han llegado al segundo tampoco están teniendo derecho al asilo”. Según ACNUR, son hasta 730.000 los rohinyás que malviven en Bangladesh, mientras que unos 600.000 permanecen en Birmania, donde siguen sin gozar del estatus de ciudadanos legales. En ambos casos se mantienen en un limbo que llegó, incluso, al Tribunal de la Haya.

Pero, ¿cómo es posible que un grupo de población no tenga nacionalidad? En el caso de los rohinyás, “se trata de una minoría”, tal y como relata Morales, “que se ha visto desplazada por motivos históricos”. La ONU apunta tres razones por las que puede aparecer la ‘apatridia’. Por un lado, puede deberse a la discriminación contra determinados grupos étnicos o religiosos —como los rohinyás, de tradición musulmana en un estado, Birmania, de mayoría budista—, por motivos de género y por la aparición de nuevos Estados y “las transferencias de territorio entre Estados ya existentes”. Los apátridas o personas a las que ningún país reconoce como ciudadano tienen sus “derechos morales y fundamentales” constantemente en peligro, tal y como avisa ACNUR. Prueba de ello es el genocidio que el estado birmano llevó a cabo, en 2018, en contra de los rohinyás, quienes no solo tuvieron que huir del país por cientos de miles, sino que vieron como miles de los suyos eran asesinados y cómo las mujeres y las niñas sufrían violaciones y vejaciones. Fue todo eso lo que penetró en la agenda del Tribunal de La Haya, que dictó medidas para proteger a la población.

Con todo, los apátridas son personas sin nacionalidad y, en muchas ocasiones, sin derechos, pero también sin horizonte. Eso lo comparten con los refugiados y los desplazados internos. Agus Morales recuerda que, en sus incursiones en los campos de refugiados y entre población desplazada por culpa de la guerra y la violencia, uno de los mayores problemas con los que se encuentran los afectados es “la falta de horizonte vital, la falta de proyectos”. El futuro se antoja harto complicado para todos ellos. En el caso de los refugiados, matiza Morales, el proceso es el siguiente: “Cuando alguien huye de la guerra y pasa una frontera, normalmente termina en un campo de refugiados que linda con la frontera del país en conflicto”. En ese punto, a todos aquellos que han tenido que salir corriendo de su casa “les cueste definir su futuro”, que, en palabras del periodista, “es precisamente lo que define al ser humano”. Esa sensación que invade a los refugiados, que se encuentran fuera de su patria por culpa de la violencia, se agudiza entre los apátridas, que directamente no tienen una patria ni una bandera bajo la que cobijarse.

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No todos los desplazados son refugiados

Todos los refugiados son desplazados, pero no todos los desplazados son refugiados. “Y son conceptos que se confunden habitualmente”, subraya Morales. Por situar términos, “una persona desplazada es aquella que ha tenido que huir de su hogar por la violencia”, aclara. “Y las personas refugiadas son las que han tenido que cruzar una frontera internacional para huir de esa violencia”. Por tanto, los desplazados internos son todos aquellos que han huído de su hogar, pero que se han tenido que quedar dentro del país en conflicto, por ejemplo en Siria o Afganistán. En inglés, se usan habitualmente las siglas IDP (Internally Displaced Person) para hacer referencia al colectivo. Es importante poner sobre la mesa a los desplazados internos con el mismo ahínco que a los refugiados, reflexiona el periodista, que explica que “de los 80 millones de desplazados que hay en el mundo, solo unos 26 millones tienen el estatus de refugiados”. En cambio, hasta 45,7 millones son desplazados internos, con todos los problemas añadidos que ello implica.

“A las ONG les cuesta mucho más entrar a trabajar en un país en guerra”, tercia. “También a nosotros, los periodistas, nos cuesta explicar qué pasa en esos lugares; es muy complicado y peligroso acceder”. Con todo, el riesgo que supone permanecer en un país en guerra, fuera de casa, sin poder pedir protección internacional (al no haber cruzado ninguna frontera) y, por si fuera poco, la dificultad para recibir ayuda humanitaria convierte a los desplazados internos en personas mucho más desprotegidas, como lo están también los apátridas. A pesar de que el caso de los rohinyás en Birmania y Bangladesh es el más conocido, hay minorías apátridas en muchos otros lugares del mundo, entre ellos, en África Occidental, donde cientos de miles de personas tratan de conseguir una nacionalidad y de asegurarse, en definitiva, un futuro, un horizonte. “Cuando te lo quitan”, resuelve Agus Morales, “te arrebatan una parte de tu humanidad” y los que la recuperan “han perdido —en muchos casos— algunos de los mejores años de su vida”.

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