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Transhumanismo, del blindaje contra enfermedades a las diferencias sociales 'biológicas'

“La principal crítica que se hace a los defensores del transhumanismo es que terminaría por generar mayores desigualdades sociales”, explica Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Málaga (UMA): “Incluso podrían cristalizar las diferencias sociales en diferencias biológicas y eso las convertiría en mucho más profundas”. En su libro Transhumanismo: la búsqueda tecnológica del mejoramiento humano (Herder, 2017), define el concepto como un movimiento en el que se dan la mano tesis filosóficas, científicas, tecnológicas y político-sociales y que “preconiza el uso libre de la tecnología para el mejoramiento del ser humano, tanto en sus capacidades físicas, como en las mentales, emocionales y morales, trascendiendo de todos sus límites intelectuales”. En otras palabras, el transhumanismo tendría como fin último dirigir la evolución del ser humano hacia una condición en la que el cuerpo físico, que los propios transhumanistas entenderían como una fuente de problemas, no fuera imprescindible para la existencia.

Después de varios años de investigación en este campo y a punto de publicar su segundo libro sobre la cuestión, Diéguez vislumbra un futuro –“nada fantasioso”– en el que “una élite económica que pudiera pagar los avances tecnológicos quedaría afianzada como una especie de élite biológica”, lo que desembocaría, muy probablemente, en un incremento considerable de los conflictos sociales. En cuanto a la otra gran crítica al transhumanismo, el profesor no tiene tan claro su fundamento. “Además de las diferencias de clase que pudieran provocar los avances del transhumanismo, se suele decir que este tipo de tecnología terminaría modificando la naturaleza humana y, por ende, atentaría contra la dignidad humana”, apunta. Se caería, según los críticos, en una instrumentalización del ser humano, lo cual llevaría a un menoscabo de su valor como persona. Sin embargo, Diéguez no lo ve tan claro. “Sí que entendemos todos que, en el caso de que, por ejemplo, unos padres músicos eligieran para su hijo unas cualidades que lo condujesen a ser músico, lo estarían instrumentalizando, le quitarían libertad de elección”, explica, “pero si los padres eligieran para su hijo cualidades que le abrieran posibilidades vitales, como más longevidad, resistencia a determinadas enfermedades o cartílagos de más duraderos, no estarían atentando contra la dignidad del ser humano”. Con lo cual, resuelve, “no creo que se deban desechar los avances en ese sentido”.

Más aún. En su libro, recoge (aunque para criticarlas) las palabras del reputado historiador israelí Yuval Noah Harari, que, en palabras llanas, no cree que se puedan poner vallas al campo, es decir, que por “muy convincentes que puedan ser los argumentos éticos, es difícil ver cómo pueden detener durante mucho tiempo el siguiente paso”. Y ese siguiente paso tiene que ver con “la inmortalidad, vencer enfermedades incurables y mejorar nuestras capacidades cognitivas y mentales”. Pero, ¿a qué se refieren los transhumanistas cuando hablan de inmortalidad? “Su fin último”, resuelve Diéguez, “sería volcar los seres humanos en máquinas, prescindir del cuerpo biológico”. Eso es algo que, para el profesor, carece de todo sentido: “El que piense que puede volcar su mente en un ordenador es que no sabe lo que es la mente”. De todos modos, sí reconoce que hay expertos de primer orden que lo defienden.

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¿En qué punto estamos?

Si el fin último de los transhumanistas es la inmortalidad, la realidad es que, hoy por hoy, según el catedrático, se conforman con ir alargando la vida y manteniendo el cuerpo joven. “Hay que distinguir dos modalidades en el transhumanismo”, especifica: “Una tiene que ver con la biotecnología y otra con la inteligencia artificial e integración con la máquina”. Existe una diferencia semántica importante en la que la comunidad científica y bioética suele situar la frontera entre lo lícito y lo ilícito: no es lo mismo curar, que mejorar. No obstante, Diéguez apunta que, muchas veces, esa frontera es difusa. “En el campo de la biotecnología, ya existen terapias génicas, consistentes en modificar genéticamente células somáticas (todas excepto espermatozoides y óvulos), para curar ciertas enfermedades”, desliza. “A pesar de que son caras y poco accesibles para el gran público, son prometedoras”. Pero esto está muy lejos del intento de mejora que realizó He Jiankui, un científico chino que se saltó los códigos éticos y deontológicos que rigen en su disciplina y alteró los embriones de dos gemelas y –como más tarde se supo– también de otro niño. Mediante esa modificación, trató de evitar que las personas que nacerían de esos embriones pudieran contraer el SIDA, una enfermedad que sí tenía uno de sus progenitores. Recibió una condena unánime de la comunidad científica.

“Hay muchos que piensan, sin embargo, que ese era un primer paso necesario”, advierte Diéguez, pero la mayoría de la profesión señala que el proceso que siguió para llevar a cabo el experimento fue corrupto y que, además, puso en peligro la vida de las niñas, toda vez que, en palabras del profesor, “no consiguió que todas sus células tuvieran esa modificación, con lo que el resultado de la intervención fueron mosaicos genéticos”, una alteración en la que, en un mismo individuo, existen dos o más líneas celulares con distinto genotipo originadas a partir de un único cigoto. “Esas niñas”, resuelve el profesor, “podrían tener problemas de salud”. El tribunal de Shenzhen condenó a prisión a He Jiankui y lo inhabilitó de por vida. “En la mayoría de países, los científicos que modifican embriones humanos, y, por tanto, afectan a la línea germinal, están obligados a destruirlos y evitar que se conviertan en seres humanos”, completa Diéguez. En cuanto a la inteligencia artificial aplicada al cuerpo humano, los avances más significativos se están produciendo en las prótesis biónicas, aquellas que se pueden conectar al sistema nervioso. Con todo, el transhumanismo es, en nuestro tiempo, una de las corrientes de pensamiento que más interés despiertan.

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