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Síndrome de Stendhal: ¿podemos llegar a sufrir un empacho de belleza?

Florencia es una de las ciudades más bonitas del mundo, ¿pero tanto como para afectar psicológicamente a quien la visita? Eso es lo que trató de demostrar la psiquiatra italiana Graziella Magherini en 1979, cuando la sorprendió una acumulación de cuadros clínicos de malestar psíquico que sufrían pacientes del Hospital de Santa Maria Nuova. Aunque, en realidad, no trataba de demostrar que esos síntomas podían aparecer cuando un viajero visita únicamente la ciudad toscana en cuestión, sino que lo que quería explicar era que ese exceso de belleza artística o paisajística que puede sobrevenir a cualquier persona en muchos lugares puede tener un efecto en su estado psíquico. En conversación con este medio, la psicóloga clínica del Instituto Psicológico Cláritas de Madrid Josselyn Sevilla define el síndrome como “un trastorno psicosomático, cuyo arranque se encuentra en la percepción de la información visual por parte del sujeto. A este le resulta tan abrumadora la belleza que observa, que los efectos psicológicos que experimenta pueden somatizar y transformarse en efectos físicos como mareos, taquicardias o, en los casos más extremos, desmayos”. Pero, ¿por qué se bautizó al síndrome como ‘Stendhal’? ¿Cuáles son sus síntomas? Y, sobre todo, ¿hasta qué punto está probada su existencia?

La primera de las preguntas es la que tiene una respuesta más sencilla. El nombre tiene su origen en el escritor francés Henri Beyle, más conocido como Stendhal, que en 1817 publicó Rome, Naples and Florence. Fue lo que explicó el novelista francés en ese volumen lo que constituye el primer embrión escrito del síndrome. En el libro, un caballero berlinés visita las principales ciudades italianas. Al llegar a Florencia y, más concretamente, a la catedral de Santa Croce, experimenta —tanto por las sepulturas de Maquiavelo, Galileo y Miguel Ángel, como por la gran belleza del edificio religioso y la plaza— una serie de sensaciones incluso físicas que atribuye a la magnificencia del lugar. A pesar de que la novela está escrita en tercera persona, se ha convenido que Stendhal explicó a través del caballero berlinés su propia experiencia y que el agotamiento y las taquicardias que atribuía al personaje al ver Santa Croce eran, en realidad, las suyas propias.

Con todo, cuando la doctora Graziella Magherini observó los síntomas que experimentaban algunos de los pacientes que llegaban al hospital Santa Maria Nuova, los identificó de forma inmediata con los que describía Stendhal y bautizó el síndrome con su nombre. Tal y como explican en A.L. Guerrero, A. Barceló Roselló, D. Ezpeleta en Síndrome de Stendhal: origen, naturaleza y presentación en un grupo de neurólogos (un artículo científico publicado en Elsevier), Magherini explicó que todos los cuadros clínicos de los turistas enfermos que llegaban al centro eran “breves, de inicio inesperado y agudo, relacionados con la visita a una ciudad artística, si bien, analizando detalladamente la biografía del paciente, el viaje se integraba como un eslabón de una cadena de hechos personales”.

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Aceptado clínicamente, pero con controversia

La doctora Sevilla apunta que, a pesar de que el síndrome está aceptado clínicamente, ha suscitado, desde la misma aparición del término, una gran controversia. Son muchos los estudios que han tratado de probar la existencia o no del trastorno. Sin ir más lejos, el trabajo que firman A.L. Guerrero, A. Barceló Roselló y D. Ezpeleta, anteriormente citado en este artículo, afirma, en su apartado de conclusiones, que, a pesar de que “no hubo ningún caso de síndrome de Stendhal” drástico entre los participantes en el estudio, sí que “un significativo número de ellos experimentó alteraciones parciales del afecto y uno de cada cuatro reconoció haber presentado una forma parcial del síndrome”.

¿Qué información arrojan, por tanto, las conclusiones? Magherini, cuando acuñó el término a finales de la década de los setenta, distinguió tres niveles de gravedad del síndrome. Por un lado, un 66% de los pacientes que ella evaluó presentó “trastornos predominantes del pensamiento” (alteración en la percepción de los colores, sentimiento de culpa, de ansiedad, etc.); un 29%, trastornos predominantes de los afectos (angustias depresivas, sentimientos de inferioridad, inutilidad, etc.) y un 5% de los pacientes padecieron crisis de pánico, dolor, taquicardia o malestar epigástrico. Por su parte, uno de cada cuatro de los sujetos que participaron en la investigación de Guerrero, Barceló Roselló y Ezpeleta padecieron algunos de los síntomas de los que hablaba Magherini, pero ninguno de todos ellos declaró haber sufrido el síndrome como tal. ¿Se puede uno, entonces, empachar de belleza? Por el momento, la respuesta sigue siendo algo ambigua y el síndrome de Stendhal, como tantos otros relacionados con las fobias, seguirá generando controversia.

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