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Olimpiada Popular de Barcelona, la alternativa a los JJOO nazis que desbarató la Guerra Civil

El 1 de agosto del año 1936, Adolf Hitler veía cómo su Alemania —la Alemania nazi— daba el pistoletazo de salida al evento deportivo que más miradas atrae hacia el país que lo organiza, los Juegos Olímpicos. La plana mayor del Tercer Reich los tomaría como una puesta de largo en una Europa que pronto pondrían contra las cuerdas. Sin embargo, no fue el único acontecimiento deportivo internacional que estaba previsto para ese año. Aproximadamente dos semanas antes, en Barcelona estuvo a punto de dar comienzo la Olimpiada Popular, una iniciativa que pretendía ejercer de alternativa a los juegos oficiales. Sin embargo, tal y como explica Gabriel Colomé en La Olimpiada Popular de 1936: deporte y política (Institut de Ciències Polítiques i Socials, Universitat Autònoma de Barcelona), “no llegó a inaugurarse porque el día previsto para su apertura coincidió con el estallido de la Guerra Civil española”. Así las cosas, toda la preparación del evento deportivo se fue al traste y los alrededor de 6.000 atletas que se habían inscrito se quedaron sin participar.

Pero, ¿por qué había sido Barcelona la ciudad europea elegida para tratar de hacer sombra a la Alemania nazi? ¿Quién estuvo detrás de la organización? ¿Cuáles fueron los atletas que se inscribieron? Y, de haberse podido disputar, ¿cómo hubiera sido la olimpiada?

Colomé, en el mismo trabajo, cita un artículo aparecido el 15 de julio de 1936 en el diario La Veu de Catalunya en el que se explicaba que “los motivos por los cuales Moscú había escogido Barcelona como sede del encuentro deportivo que estaba a punto de comenzar eran dos”. Por un lado, pesaba el hecho de ser “la primera ciudad deportiva de la península ibérica”. Por el otro, en el artículo se alaban las excepcionales instalaciones deportivas con las que contaba la Ciudad Condal. No obstante, queda por resolver la incógnita más peliaguda: ¿por qué se escogió Barcelona de entre todo el resto de ciudades europeas? Colomé habla de su “gran tradición deportiva, olímpica, obrera, nacionalista y asociativa”.

En otro trabajo, en este caso El proyecto de la Olimpiada Popular de Barcelona: entre comunismo internacional y republicanismo regional (Université Marc Bloch), André Gounot investiga y analiza una serie de archivos del Komitern (Internacional Comunista), que, en sus propias palabras, “ofrecen fuentes documentales fundamentales para entender el desarrollo de la Internacional Deportiva Roja (IDR)” —también conocida como Sportintern—, impulsora de la iniciativa de organizar competiciones deportivas paralelas a los Juegos Olímpicos de Berlín. Es, precisamente, ese espíritu, el de ejercer de alternativa a la competición oficial, el que emana de unas declaraciones del Comité de Organización de la Olimpiada Popular (COOP) que aparecieron en L’humanité el 12 de mayo de 1936, tal y como recoge Gounot en su trabajo: “Los Juegos Olímpicos de Berlín tienen el fin de propagar el espíritu del nacional-socialismo, de la esclavitud, de la guerra y del odio racial. La Olimpiada popular de Barcelona, al contrario, quiere defender el verdadero espíritu olímpico que reconoce la igualdad de razas y de pueblos y estima que la paz es la mejor garantía para la educación sana de deportistas y de la juventud de todas las naciones”.

Entre el deporte y el folklore

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Con todo, queda clara la intención de la propia IDR y de los cuatro agentes que financiaron la Olimpiada Popular, a la sazón el gobierno del Frente Popular francés, que fue el que más dinero aportó, y, en menor medida, el gobierno republicano español, también compuesto por miembros del Frente Popular, la Generalitat de Catalunya y el Ajuntament de Barcelona. Pero, ¿cuál iba a ser la naturaleza de la competición? Existen dos diferencias llamativas entre la Olimpiada Popular y unos Juegos Olímpicos al uso. La primera tiene que ver con el folklore. El deporte no iba a ser el único protagonista del encuentro, toda vez que la tradición y la cultura de los distintos países participantes iba a tener también una importancia capital en la semana que habría durado el evento. “Si miramos los componentes de las diferentes delegaciones”, comenta Gabriel Colomé en su trabajo, “encontraremos agrupaciones musicales o grupos de danza”, lo que da cuenta del carácter cultural —además de deportivo— de la cita.

Por otro lado, en la Olimpiada Popular no solo los Estados podían tener representación, sino que también regiones con entidad nacional. Así las cosas, tal y como explica el referido autor citando a Santacana y Pujadas, de los 6.000 atletas que iban a participar en el evento, “la mitad eran de las delegaciones española, gallega, vasca y catalana”. De la otra mitad, 1.500 tenían que llegar desde Francia. El resto se repartían entre deportistas estadounidenses, canadienses, argelinos y del protectorado francés y español de Marruecos y hasta de Palestina. De todos modos, matiza Colomé, “se trataba de europeos allí establecidos, sin participación de atletas árabes o bereberes”.

Sin embargo, toda la organización fue en vano. La Olimpiada Popular tenía que celebrarse entre el 19 y el 26 de julio de 1936 y entre el 17 y el 18 de julio los sublevados dieron el golpe de estado que conduciría a la Guerra Civil española y que, de resultas, impediría que la Olimpiada Popular mutase de proyecto a realidad.

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