Talento a la fuga

El otro lado del sueño alemán

El otro lado del sueño alemán

El despertador de Javier Hidalgo suena a las 3 de la madrugada, la hora en la que empieza para este gaditano de 41 años su larga jornada laboral en Múnich, la ciudad alemana a la que se marchó hace ahora dos años asediado por el paro y la falta de oportunidades de su Cádiz natal. Ingeniero técnico mecánico de profesión y padre de una niña de 7 años que ha tenido que dejar en España, Javier se vio empujado a cambiar los estudios de arquitectura e ingeniería donde había trabajado hasta el momento, por dos minijobsminijobs: uno en una tienda en la que dobla ropa de madrugada y otro en un establecimiento de hostelería en el que realiza labores de limpieza. Mientras tanto, se afana por aprender el idioma que le permita escalar posiciones e integrarse en la sociedad alemana, dividida entre esa que aparece frecuentemente en los medios como la locomotora económica europea y otra, más oculta, de la emigración y el trabajo precario. “Aquí al menos tengo dos trabajos, estoy ya viviendo en un apartamento para mí solo y puedo conseguir una ayuda para mi hija. El proceso es lento, pero yo creo que voy a mejor”, explica.

Se alejó así de una España aplastada por la crisis, que veía sin perspectivas y que, dos años más tarde, sigue mirando con pesimismo: “Yo lo veo todo negro. No creo que mi país levante cabeza en mucho tiempo. Es como un bosque, cuando se queman los árboles, tarda años en volver a ser lo que era”. Por eso, y como tantos otros españoles emigrados, Javier se muestra dispuesto a aceptar los empleos que se le vayan presentando: “Es duro, pero estás en el extranjero y tienes que vivir. No se me caen los anillos por aceptar ningún tipo de trabajo”, asume casi sin reparar en los buenos tiempos en los que trabajaba como delineante en un estudio de arquitectura. “Siempre he sido ingeniero delineante industrial, pero he trabajado más en el sector de la construcción. Primero con un arquitecto, luego con un aparejador y tres años con otro arquitecto”, recuerda.

Víctima, como tantos otros, de la destrucción del sector productivo español, Javier se agarra ahora a los trabajos “mini” que le ofrece Alemania. Una polémica modalidad de contrato laboral que ha suscitado numerosas críticas por parte de la propia Comisión Europea, en la que se establece un claro tope salarial de 450 euros para trabajos de no más de veinte horas y que, como muchos afirman, ya ha llegado sigilosamente a nuestro país, donde los contratos de media jornada por semanas e incluso días se han disparado. Es el éxito del modelo alemán basado el abaratamiento de los costes de trabajo. Un 'éxito' que, en cualquier caso, ya ha logrado que cerca de 800.000 jubilados alemanes se hayan encontrado en la necesidad de aceptar algún tipo de minijob.

“Ojalá que cuando regresemos no sea para mendigar un trabajo”

“Ojalá que cuando regresemos no sea para mendigar un trabajo”

Es el otro lado de una prosperidad que se asienta a costa del trabajo y el esfuerzo de los más desprotegidos. Es el establecimiento de una precariedad laboral que, según Javier, lleva incluso a que se desate la competitividad entre los españoles: “A veces son tus propios compatriotas los que te echan la soga al cuello. Hay españoles que temen que les quieras quitar el trabajo. Pero a la gente de otros países les pasa igual: a los polacos les pasa con los polacos. Hay como miedo a que la gente del mismo lugar te quite el trabajo”. Señala así una falta de conciencia colectiva entre los emigrantes y una soledad que tampoco parecen mitigar los ciudadanos de Múnich, una ciudad “poco preparada para tanta emigración”.

“He perdido quince kilos; aquí no se hace otra cosa más que trabajar. Es como estar en un país de robots: vienes solo para eso”. Una realidad con la que se topó nada más llegar. “Lo he pasado muy mal. Al principio estuve trabajando en un hotel, pero era tan duro que no podía más, ni yo ni mucha gente que estaba ahí. Alemanes no había ni uno, porque ese tipo de trabajo no lo quieren. Llegué a un hostal con siete personas más y luego me tocaba limpiar. Era como hacer la mili. Y cada semana debía cambiar de habitación, con todos los bártulos. Esos dos meses fueron mortales: venía de limpiar arrodillado, con los trapos en el suelo. Yo me decía 'dios mío de mi vida, qué es esto'”. Javier describe así un panorama del que advierte a los compatriotas que como él estén pensando en hacer las maletas para probar suerte en un país que roza el pleno empleo: “Que nadie piense que todo el monte es orégano. La dureza del trabajo es tal, que hay gente que se desespera y se va”.

Javier habla de una dureza que considera acentuada por el particular carácter alemán, tan distinto del calor gaditano que dejó atrás. Tal vez por ello, se niega a renunciar a lo que él llama “el camino recorrido”: esos dos años que ya lleva alternando trabajos precarios y aprendiendo un idioma que exige meses de estudio intensivo. Así, sacando fuerzas del recuerdo de su hija en España, de la esperanza de lograr un futuro mejor para ella, Javier sale cada noche a la calle a empezar una jornada laboral que solo se cierra al caer el sol, a pelear por su trozo del sueño alemán.

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