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El fin de las teles públicas

Canal Nou triplica su audiencia bajo el control de los trabajadores

Mariola Cubells

Poco después de que se anunciara el cierre de la televisión autonómica valenciana (por primera vez en la historia audiovisual española) Rita Barberá, alcaldesa de Valencia, y Alfonso Rus, presidente de la Diputación coincidieron, más o menos, en el siguiente diagnóstico: Que la cierren, total, a mí no me sacaban nunca. Ya sé que como argumento parece pobre, ya sé...

– ¿Cuántas veces he salido yo en Canal 9?”, decía Rus.

– Puedo decir lo mismo que Rus, a ver cuándo me habéis sacado a mí”, ratificaba Barberá.

Raimon, el cantautor valenciano más universal tampoco ha salido nunca en Canal 9. La razón: demasiado catalán. Da igual que sea de Xàtiva, y que hable el mismo idioma que los habitantes de ese lugar. Era demasiado catalán, y en Canal 9, desde siempre, ser procatalán era feo. Así que nada de Al vent.

Francisco, en cambio sí ha salido mucho. Incluso presentó un programa. Entre otras cosas porque él habla un perfecto castellano. Por eso quizá ahora se siente con autoridad moral para decir que no descarta presentarse a alcalde y que no le importaría dirigir Canal 9.

Junto a Francisco y en lugar de Raimon, han desfilado a lo largo de la historia de Canal 9, estrellas de relumbrón. Bárbara Rey tuvo un programa de cocina. Mar Flores presentó un concurso musical de altura cuyas preguntas podían ser: “¿Qué va después de Borriquito como tú?”. Y Terelu Campos llevó un programa de entrevistas por donde pasaron españoles ilustres como Julio Iglesias o Jesús Mariñas. Por citar tres ejemplos al azar de la penosa historia de esta tele que inventó Tómbola.

Un día, la recién nombrada directora de la tele, Genoveva Reig (que venía de ser la responsable de Medios de la Generalitat) llegó y dijo que al ínclito Eduardo Zaplana no se le podía grabar por el perfil izquierdo. La razón era maravillosa: al presidente se le caía un poco el mentón por ese lado y no quedaba bien. Ahora Zaplana, con sus retoques estéticos, seguramente ya no lo necesitaría.

Poco después de esa orden insólita, se intentó cambiar incluso el protocolo de la Casa del Rey para acatarla. Un día que coincidieron en un acto Julio Iglesias (al que tampoco se le podía grabar por un determinado perfil) y Zaplana, hubo casi una guerra civil. Ganó el bando del cantante, porque tenía gorilas mejor pertrechados. El Comité de Redacción denunció esa y otras tantas tropelías durante meses.

El ERE, que ahora la justicia ha declarado nulo, se llevó por delante a buena parte de los profesionales que conformaron aquel comité. Y por supuesto a los que lo secundaban o han sido incómodos durante años. Con ellos en informativos no hubiera sido fácil obviar la palabra TRAJES de las noticias, escasísimas e inconexas, sobre Gürtel.

Cuando Esperanza Aguirre llegó al poder nombró director general de Telemadrid a Manuel Soriano, el que había sido su jefe de prensa. Eso es algo que pasa mucho en las teles públicas. Pasó en Canal Sur, en Canal 9, en IB3... Y es normal. Mi jefe de prensa me conoce bien, no va a hacer falta que le de consignas, él ya sabe. Así que, ¿quién mejor que él para dirigir MI TELEVISIÓN?

Volvamos a Soriano. Fue mítico aquel documental sobre el 11-M realizado por los servicios informativos de la cadena con un anagrama de ETA sobreimpresionado, mientras en pantalla se veían imágenes de la manifestación contra los atentados de Atocha. Hubo 80 periodistas de la cadena que dejaron de firmar sus crónicas, como protesta. Casi todos ellos se vieron afectados, años después, por el ERE. Un ERE que la justicia, por cierto, ha declarado improcedente.

Soriano remitió una copia del reportaje al jefe de gabinete de la presidenta, antes de su emisión, con la siguiente notita: “Querido Regino. Te mando la primera parte del documental que daremos el jueves y el viernes en prime time. Pásaselo a la presidenta. Creo que ha quedado bastante bien cinematográficamente e ideológicamente. Un abrazo. Manolo”. Edificante, ¿eh? Las voces contrarias a ese reportaje dentro de la cadena apenas se oyeron: fueron eclipsadas por el enorme y clamoroso silencio de todos los demás profesionales de la casa.

TV3 acaba de poner en marcha una polémica privatización (aunque el término cuidadosamente elegido sea externalización), del departamento comercial. El pliego de condiciones para acceder al concurso parece haber sido diseñado para que se lo lleve un grupo concreto, puesto que sólo ese grupo tiene las condiciones precisas para concursar. ¿Qué curioso, verdad? Será casualidad, sin duda.

Los trabajadores de TV3 llevan días haciendo paros parciales para protestar contra esa intención, que consideran que es “una renuncia incomprensible a un departamento estratégico”. También se unieron cuando se inició el ERE. Y se negaron a firmar las crónicas electorales para protestar contra la dictadura de los tiempos establecidos por decreto para cada partido. Y cuando Carles Francino se negó a acatar una orden absurda y arbitraria del director de informativos, se pusieron monolíticamente de su lado. Y vencieron. Sí, pero de momento el departamento comercial se va a externalizar.

En Canal Sur, uno de sus exdirectivos, Pablo Carrasco, que había hecho un viaje de ida y vuelta (siempre en cargos ejecutivos. El que vale, vale) de TVE a la tele pública andaluza, y viceversa puso en marcha en Andalucía el programa Tiene arreglo. Tiempo después abandonó su cargo en Canal Sur, se fue a TVE, volvió a Canal Sur, montó su productora (eso es lo que hacen los grandes ejecutivos emprendedores) y le vendió a TVE el mismo formato, con la misma presentadora, y el mismo equipo, esta vez bajo el nombre de Entre todos.

Programa por cierto, que creo es el más nocivo y más perverso de la televisión ahora mismo, por su contenido, por dónde está ubicado, por lo que esconde, por su intención... Está siendo muy vapuleado por voces diversas, entre ellas la mía. Aunque ahora ha llegado Doña Sofía y ha dejado un titular para la historia, una de esas frases que piden mármol: “La reina es fan de Entre todos”. Evidentemente, la máxima real que ha sido sabiamente aprovechada por el programa.

La televisión de Castilla La Mancha la dirige Nacho Villa, aquel experiodista de la Cope que era el profesional incendiario de derechas antes de que el gran Paco Marhuenda llegara a nuestras vidas. Desde su puesto asume sin pestañear las órdenes de María Dolores de Cospedal. Cuando todo el asunto Bárcenas, el canal autonómico omitió, por ejemplo, la rueda de prensa más esperada de la presidenta autonómica.

Claro que tampoco habían dado los famosos papeles de Bárcenas, así que no tenía mucho sentido oír a la presidenta explicar algo que los espectadores quizá no sabían. Siempre y cuando fueran espectadores que SÓLO veían esa tele autonómica. Porque la noticia salió en todas partes, menos allí.

Por la mañana, en su programa matinal usaron una portada de El País, la de la primera edición, justo en la que NO salía la noticia de los papeles. Luego dijeron que si tal y que si cual. En esa cadena pasaban cosas bien parecidas con Jordi García Candau, el director de la tele autonómica, mientras gobernó el PSOE.

En TVG, los periodistas pusieron en marcha un blog hace algún tiempo, para denunciar y CONTAR las tropelías, las censuras informativas, los desmanes y las manipulaciones. Todos los días hay alguna. Por ejemplo, hay una máxima no escrita, una especie de orden que conmina a ocultar la afiliación política de cualquier imputado siempre que sea del PP y resaltarla cuando es de otras formaciones.

Algunos periodistas lo cuentan en su blog y el mundo sigue. Ningún jefe es destituido. Nada cambia. La cabecera del informativo no se tambalea. Recuerdo lo que hace años muchos colegas gallegos me contaban con tristeza. Cuando se hundió el Prestige, los gallegos comprobaron que TVG les estaba mintiendo y ocultando información. Salieron a la calle, se manifestaron, protestaron ante los profesionales de la cadena pública que acudían a cubrir la catástrofe. En Muxía, un vecino acusó a un cámara de manipulador. Él, cansado y dolido le contestó:

– No me eche a mí la culpa. Lo que tiene que hacer usted la próxima vez que vaya a votar, es votar en consecuencia.

El vecino, contrariado, le respondió:

– No me mezcles la política con esto.

Hasta aquí algunas anécdotas delirantes. Ahora, el delirio global. Umberto Eco decía que la diferencia entre un régimen fascista y un régimen mediático es que en el primero la gente sabe que los medios no comunican más que circulares gubernativas, y que no puede escucharse Radio Londres bajo pena de cárcel. En un régimen mediático, en cambio, la gente cree que hay libertad de expresión, porque ve disenso, ve críticas al Gobierno en determinados medios. Luego ve la tele y cree en lo que dice. Eco explicaba esto en su día sobre Italia y Berlusconi y yo, con horror, noto que puedo poner otros nombres propios y otros países, y la ecuación funciona igual o peor.

No todas las televisiones públicas son iguales, desde luego. Y sería tremendamente injusto meterlas a todas en el mismo pozo negro de ERE, deudas astronómicas, incumplimiento sistemático de su deber, manipulaciones, despropósitos, clientelismo, intentos de burlar el servicio público que deben prestar... Por eso intento darles pinceladas, para que los botones sirvan de muestra.

Solamente cinco de las 13 televisiones autonómicas superan el 5% de share, y no es que a mí me guste sacralizar las audiencias, entiéndanme. Si ese 5% estuviera lleno de buena tele, de compromiso, de informativos transparentes, de programas sin baraturas, de ficción propia solvente, de espacios no lesivos, de gente interesante con cosas que contar, capaces de subir el nivel, en todos los sentidos, pues la verdad, no importaría.

Pero cuando se descubre que ese 5% se debe al desprestigio por los años de engaño sistemático; a la falta de cuidado; a la burla al ciudadano; a una programación casposa y triste, sin ambición, sin criterio, sin sentido, llena de folclore barato y loas empalagosas a la tierra, la verdad, ese 5% sí importa.

Las deudas astronómicas que tienen casi todas las televisiones públicas no son todas iguales tampoco. Los ciudadanos normales, sensatos, los que creen de verdad en el servicio público, las comprenderían si tras ellas, tras las deudas, hubiera una gestión clara, y no la mala praxis que las ha precedido. Pero si se demuestra que un director general (Canal 9) se ha llevado fraudulentamente un sobresueldo de 500.000 por la cobertura de la visita del papa a Valencia, (que encima era algo muy poco cristiano, la verdad) el ciudadano no va a tragar. El director general, imputado por cierto, era amigo del Bigotes. También fue jefe de prensa de Francisco Camps. Y no, tampoco necesitó nunca consignas.

Si las plantillas se sobredimensionan con demasiados enchufes, demasiados amigos a los que colocar, demasiado clientelismo, el ciudadano no va a tragar. A no ser que esté su propia hija, o su hermano, entre los enchufados. Y cuando la empresa anuncie un ERE y los profesionales pidan solidaridad, buena parte de la sociedad civil les dará la espalda. Incluso puede que antes les haga un corte de mangas.

Si, década tras década, han dejado de ver en sus informativos lo que sí podían ver en otros medios, los ciudadanos no van a tragar. Un ejemplo paradigmático, y casi antropológico, es este. Cuando el Prestige se hundió, gobernaba Galicia Manuel Fraga. La TVG llevaba mucho tiempo amagando planos del presidente, que estaba mayor, mayor, se dormía en los plenos y caminaba cada vez peor.

– No quiero primeros planos de Fraga, y si los hay intenta que estén desenfocados. Ten cuidado cuando le sacáis escuchando. Y por supuesto ni un plano de él andando.

La orden la daba el director de la TVG a los realizadores de la casa. Y tenía su explicación: si había primero planos, se le verían las manchas, el rostro de un hombre mayor que se dormía a menudo en el Parlamento. Y un hombre así, quizá no era el mejor candidato a presidente en las siguientes elecciones.

Así que el día que Manuel Fraga acudió a las playas de Galicia acompañando al rey en pleno chapapote (palabra, por cierto, que tampoco se decía en la TVG) aquellos gallegos que sólo veían la TVG y que no salían de sus casas a menudo, vieron por primera vez que Fraga caminaba mal, con una considerable cojera y se tambaleaba de una manera casi patética. No lo vieron en su tele autonómica: lo vieron en todas las demás.

Así que tenemos a ciudadanos a los que nadie les han explicado que una buena tele pública es necesaria, y que cuando la desprecian, simplemente dejan de verla. Ha sucedido ahora con TVE. El español medio ha hecho una enmienda a la totalidad: ya ni siquiera protesta por una tele que ya no es la que había sido, ahora simplemente le da la espalda. Por eso los informativos han dejado de ser líderes. Por eso Informe Semanal fue perdiendo fuelle.

Un espectador maduro y exigente que viera el infame y antiperiodístico reportaje sobre Esperanza Aguirre, por citar otro ejemplo al azar, ya no puede volver a confiar en ese programa ni en sus directores. Tenemos además a presidentes autonómicos decretando su cierre tras un revés judicial, y justificándolo, sin pudor con frases sonrojantes como esta:

– Con ese dinero podemos hacer más hospitales y más escuelas.

También tenemos a políticos convencidos de que la tele pública es SUYA, algo en lo que está la génesis de todos los males que acechan a las televisiones autonómicas y a TVE.

Tenemos a profesionales que se plantan y a otros muchos que han nadado siempre a favor de la corriente, porque pensaban que eso iba a garantizarles el futuro. Pero el futuro ha llegado y es negro, y amenazante. Y resulta que además los ha dejado en la calle, sin comerlo ni beberlo. Ha sucedido en Canal 9, que como ya sabemos todos, ha sido pionera en tantas cosas: Tómbola, defenestraciones de los periodistas incómodos, adalid de la manipulación informativa, pagos de favores y pésima gestión económica, desprestigio paulatino, ERE y desaparición.

Debería ser un aviso para navegantes, incluidos los colegas de TVE. Y no me refiero a los que llevan años posicionándose, plantándose, arriesgándose. No. Me refiero a los que atienden la orden de Cospedal y los suyos de no dar el caso de las urgencias en Tembleque, Toledo. A los profesionales de la casa a los que cuando les preguntan qué creen que sucedió con el cese de Ana Pastor, responden sin rubor:

– No sé lo que pasó con Ana Pastor ni quiero saberlo.

A los que asumen las órdenes intolerables sin cuestionarlas siquiera. Un día, quizá, el neoliberalismo imperante se lleve por delante también la tele en la que están, cuando se compruebe que ni siquiera el ERE arbitrario ha sido suficiente. Dará igual que entonces salgan a la palestra en plan abanderados de la necesidad de una información plural, veraz, de un servicio público sólido. Nadie creerá en ellos, nadie les tendrá en cuenta.

Se convertirán en el hazmerreír, como les ha pasado a esos tropecientos colegas de Canal 9 que tras años de silencio absoluto, tras haberse salvado, oh casualidad, de un ERE arbitrario, salieron a contarlo todo, a denunciarlo todo, justo el día que se anunció que se iban a quedar sin trabajo. De pronto se volvieron honestos, íntegros, periodísticamente intachables. Y claro, nadie les creyó.

Y ahora es cuando me pongo muy seria. Las teles públicas no se cierran para hacer más hospitales ni más escuelas. Las teles públicas se cierran cuando ya no le sirven para nada al gobierno de turno y cuando están tan demacradas, tan desprestigiadas que nadie las busca, ni las desea, ni las quiere: nadie las necesita. Pero las teles públicas son las únicas que pueden contarle al ciudadano que faltan hospitales, o escuelas, y que los recortes laceran a la sociedad, y todo aquello que el gobierno de turno no quiere que se sepa.

Las teles públicas no pueden albergar un programa como Entre todos, que confunde justicia con caridad. La tele pública debe contarle al ciudadano que si no se aplica bien la Ley de dependencia, por ejemplo, a los parias de la tierra, a los pobres, no les va a quedar nada. Las teles públicas, muchas de ellas, necesitan un fundido en negro y empezar de cero, con menos fastos, con menos alardes, con criterio. La tele pública, la buena tele pública, es lo que diferencia a los países de primera de los países de segunda. La tele pública es la que necesita la democracia. Estamos perdidos sin las teles públicas. Ustedes, los ciudadanos, y nosotros, los periodistas.

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Mariola Cubells es periodista especializada en televisión. Trabajó en medios como Canal 9 y TVE. Ha publicado varios libros sobre la televisión en España. El último acaba de aparecer con el título de ¿Y tú qué miras? (Roca Editorial).

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