Mundial 2014

Brasil pide más pan y menos fútbol

Brasil pide más pan y menos fútbol

José Manuel Rambla

Fútbol, samba y carnaval conforman la santísima trinidad del estereotipo de Brasil. Y sin embargo quien pasea estos días por las calles de Rio de Janeiro, São Paulo o cualquiera de las otras diez ciudades que a partir de hoy acogerán la Copa del Mundo de Fútbol, se sorprende por la ausencia de ese entusiasmo que los tópicos le harían esperar. En su lugar lo que encuentra es más bien un ambiente de desencanto y una cierta apatía que la mayoría de brasileños ni siquiera intentan disimular.

Las propias encuestas oficiales, aunque destacan que un 53% de los brasileños apoya la Copa, reflejan ese escepticismo, con un 38% contrario al evento y un 53% que cree que la competición no traerá ningún beneficio a Brasil o, incluso, perjudicará al país (40%). Y los sondeos privados aún son más negativos. El realizado por CNT/MDA, por ejemplo, destaca que un 75,8% de los brasileños considera innecesarias las inversiones realizadas y un 80,2% opina que debería haberse dedicado el dinero a otras prioridades. Así mismo, un 66,6% descarta que las obras programadas estén acabadas a tiempo y un 50,7% asegura que si tuviera que presentarse hoy no apoyaría la candidatura de Brasil para la Copa.

Este desencanto parece contagiarse del desánimo general del país. Desde hace meses la popularidad de Dilma Rousseff no deja de caer en los sondeos a pocos meses de las elecciones presidenciales de octubre. Pérdida de apoyos para la candidata a la reelección por el Partido dos Trabalhadores (PT) que, sin embargo, no logra capitalizar ninguno de sus rivales pese a los intentos por implicarla en alguno de los numerosos casos de corrupción que nunca faltan en la política brasileña. O que la hagan responsable de los malos datos económicos. Porque con un frenazo del crecimiento que le pone a la cola de los países BRICS y una inflación cercana a la línea roja marcada por el propio gobierno, son muchas las voces que ya hablan de un agotamiento del alabado milagro brasileño. Un augurio exagerado a juicio de otros, como el analista Antonio Delfim Netto, para quien “buena parte de lo que acontece en la economía tiene sus raíces en el empeoramiento de la situación externa, ayudando a nutrir un pesimismo exagerado, cuando nuestra situación económica no tiene nada de dramática”.

La Copa, un lujo que el país no podía permitirse

Pero posiblemente lo que más socava el moral de los brasileños sea comprobar como en este admirado nuevo Brasil persisten muchas de las lacras del viejo país. Por ello las alusiones a la Copa, que pretendía ser –junto a las olimpiadas de Rio en 2016- el colofón simbólico de ese éxito, han terminado convirtiéndose en una coletilla en los comentarios a cualquier contrariedad, de la más insignificante a la más grande. “Para la Copa tienen dinero, pero para la población no invierten nada; eso sí, luego vendrán a pedirnos el voto”, se queja Fabiana, una joven carioca que lleva semanas acogida, junto a otras 300 personas, en la iglesia de Nossa Senhora de Fátima. Son algunos de las miles de personas que residían en la favela Telerj de Rio, hasta que el pasado 10 de abril fueron desalojadas violentamente por la policía. Desde entonces peregrinan por instituciones e iglesias reclamando una vivienda.

Para ellos, la Copa -la más cara de la historia- es un lujo que el país no podía permitirse. En total, el Mundial y las Olimpiadas han costado hasta la fecha unos 25.600 millones de reales (8.200 millones de euros), con un sobrecoste presupuestario solo en el caso de los estadios deportivos del 300%. Estas cifras han indignado a muchos pese a que desde el gobierno no se quieran presentar como un “gasto” sino como “inversiones” que permanecerán más allá de las celebraciones.

Sin embargo, son muchos como Fabiana, consideran que hay otras prioridades de inversión, como la vivienda- Y eso a pesar de los esfuerzos gubernamentales que con el programa Minha Casa, Minha Vida ha repartido ya 1,5 millones de viviendas y tiene otras 2,75 millones en fase de construcción o proyectadas. "Detrás de estos números -destacaba la presidente Rousseff- hay millones de personas y familias que nunca consiguieron comprar una casa y que ahora tienen la oportunidad de lograr una financiación al alcance de su bolsillo”.

Especulación inmobiliaria y alquileres desorbitados

Se trata de una “gran conquista”, según la presidenta, empañada por el hecho de que 5 millones de brasileños sigan esperando una vivienda. O que 3 millones de familias vivan en favelas y ocupaciones irregulares. Es el caso de Gleida Parecida que junto con su esposo y sus cuatro hijos, malvive desde hace quince años en Vila de Paz, un pobaldo de Minas Gerais surgida debajo de un viaducto. Allí, en una chabola construida con neumáticos y sacos viejos, ajena a los preparativos de la Copa, esta mujer de 39 años anhela un cambio de vida: “Quiero salir de aquí, quiero seguridad –comenta–, porque hace años que no duermo, solo logro pegar alguna cabezada del miedo que paso”.

El problema se complica todavía más con la especulación inmobiliaria surgida al calor del crecimiento económico y la Copa y unos precios de alquiler desorbitados y en muchos casos fuera del alcance de familias con menos recursos. Y para agravar aún más las cosas, las reurbanizaciones e infraestructuras proyectadas para la Copa y las Olimpiadas ha desplazado de sus hogares a unas 200.000 personas, muchas de las cuales siguen esperando la indemnización prometida. Ante este panorama, no es extraño que el Movimiento de los Trabajadores Sin Techo sea uno de los colectivos más activo en las protestas contra la Copa.

Pero la falta vivienda no es más que una de las caras del problema número uno de Brasil: la pobreza y la desigualdad. Males endémicos que parecen resistirse al avance registrado gracias a un programa como la Bolsa Familia que ha sacado de la pobreza extrema a 55 millones de personas. Con todo, todavía hay 22,2 millones de brasileños con unos ingresos mensuales por debajo de los 60 dólares, de ellos unos 6,5 millones que ni siquiera tienen un dólar diario para sobrevivir. Pese a ello, el economista Marcelo Neri, director del Instituto de Investigación Económica Aplicada, se muestra relativamente optimista. "Los últimos datos de 2012 muestran cómo ese año, pese a que el PIB creció poco, tres millones y medio de personas salieron de la pobreza y un millón de la extrema pobreza", subraya.

Aumento del salario mínimo

Por otro lado, iniciativas como la Bolsa Familia también han incrementado la capacidad adquisitiva de un sector de población excluida hasta hace poco del consumo. Esto, junto a la elevación del salario mínimo y el fuerte descenso del desempleo -situado hoy en el 4,3%- han permitido articular un importante mercado interno, consolidando esa sensación hoy cuestionada de prosperidad y optimismo. Unos resultados con los que la presidenta Dilma Rousseff ha alimentado la idea de que Brasil había dejado atrás la pobreza para transformarse en un país de clase media dispuesta a seguir emocionado los partidos de la Copa desde sus televisores de plasma comprados a plazos.

Crecía así el mito de la “nueva clase media”, un término exagerado para muchos si se piensa en que designa a una franja social con una renta per cápita de entre 97 y 340 euros en un país con precios en muchos casos equiparables a los españoles. “Lo que hemos tenido es un movimiento de 40 millones de personas que eran trabajadores miserables y que ahora siguen siendo trabajadores pero dejaron de ser tan pobres. Personas que pasaron a tener un salario mejor, con seguridad social, derechos laborales y ampliación de su capacidad de consumo”, destaca el economista Márcio Pochmann.

Porque en la práctica, las distancias sociales se mantienen en el Brasil de la Copa y las Olimpiadas. Y más tratándose de un país donde sus sectores acomodados se caracterizan por su fuerte sentimiento clasista. Por eso no faltan voces que reclaman más cambios estructurales. El pasado 8 de mayo, por ejemplo, miembros del Movimiento de Trabajadores sin Tierra (MST) ocupaban en São Paulo la sede de la firma Odebrecht, una de las constructoras beneficiadas por las obras de la Copa, para reivindicar la reforma agraria. Esta organización estima que en todo el país hay unas 150.000 familias a la espera de tierra, mientras 180 millones de hectáreas de grandes propietarios están improductivas. "Muchas familias están viviendo en barracas de lona o construyen casas en condiciones muy precarias y duras, mientras el proceso de reforma agraria se encuentra muy retrasado en todo el país", destaca Elisãngela Carvalho, dirigente del MST en Rio. La situación es tal vez aún más dramática para las comunidades indígenas, unas 896.000 personas en todo Brasil, distribuidas en 305 pueblos originarios y 274 lenguas. La mayoría malviven con el futuro amenazado por la desestructuración social, la presión de grandes proyectos como la macropresa en el río Xingu, o la falta de reconocimiento de sus territorios históricos. En el Brasil del milagro económico, más de medio millar de indígenas han sido asesinados desde el año 2000, muchos en conflictos con latifundistas.

El negocio de la soja transgénica

Esta exclusión indígena y campesina se explica por el peso económico y político del agronegocio, especialmente la soja transgénica. El país cerró 2013 con un superávit de su balanza comercial de agronegocio de 30.960 millones de dólares, en gran medida gracias a las exportaciones a China. Un negocio suculento que atrae capitales procedentes de otros sectores, entre ellos la mayoría de las grandes constructoras beneficiadas por las obras del Mundial, como la firma Odebrecht cuya sede ocupaba simbólicamente el MST.

Si los lazos entre estas grandes constructoras de la Copa y el agronegocio ponen de relieve la exclusión en el campo, la obsesión por la seguridad evidencia el aparheid social que sigue caracterizando a muchas de las ciudades brasileñas. Las protestas del pasado 22 de abril en Rio tras la muerte en un operativo policial del joven bailarín Douglas Rafael Pereiras, llevaron toda la tensión que se vive en las favelas hasta en el mismo corazón turístico de la ciudad, Copacabana. Un malestar que en las últimas semanas se ha intensificado por los excesos policiales en algunas favelas, con la excusa de combatir la reorganización de grupos criminales a pocas semanas de la Copa.

Y lo cierto es que esa preocupación por la seguridad no es totalmente infundada en un país donde, según Naciones Unidas, se registran 50.000 muertes violentas al año, un 10% de todas las contabilizas en el mundo. Solo en Rio, la ciudad que acogerá la final de la Copa, se produjeron entre enero y septiembre del año pasado 3.501 asesinatos, un 15% más que el año anterior, además de dispararse un 17% el número de asaltos.

La seguridad pública enfocada como una guerra

Sin embargo, para Wadih Damous, presidente de la comisión nacional de Derechos Humanos del Colegio de Abogados de Brasil, la forma de abordar este problema es equivocada. "Nuestra seguridad pública está enfocada como una guerra y mientras esta perspectiva siga imponiéndose a los agentes de seguridad pública, esta situación no cambiará". La reciente ocupación en Rio del complejo de favelas de Maré, en una operación en la que participan 2.700 militares con apoyo de vehículos blindados, es una buena muestra de esta forma de entender la seguridad. "Quienes acaban pagando el precio son los propios policías y, sobre todo, la población pobre de jóvenes negros de las favelas que son vistos como el enemigo a combatir", subraya Damous.

A su juicio, es preciso romper estas dinámicas, respaldadas por aquellos sectores que consideran que “el delincuente bueno es el delincuente muerto". Frente a ello, este abogado insiste en luchar contra el crimen desde la legalidad y en la necesidad de ser conscientes de que "a la pobreza y la miseria se les combate con políticas económicas distributivas, salud, educación y empleo". Unos planteamientos compartidos por muchos dentro de las "comunidades", término políticamente correcto para designar las favelas. En este sentido, Roberto Borges, dirigente vecinal del Complexo do Alemão, destaca las graves carencias que persisten en este conjunto de favelas cariocas tras su "pacificación" policial. "¿Dónde está todo lo que el gobernador prometió de reurbanización, educación mejor o salud? La gente está viviendo peor que antes, con las calles sin asfaltar, con las aguas fecales corriendo a cielo abierto y con muchas familias viviendo por debajo de la línea de la pobreza", señala indignado.

Gran despliegue policial durante la Copa

En cualquier caso, combatir la inseguridad ciudadana durante la Copa no es, en opinión de algunos, la única causa explicación el blindaje policial que el país está viviendo. De hecho, la experiencia demuestra que estos grandes despliegues apenas alteran los índices de criminalidad, ya que la gran mayoría de delitos ocurren en los barrios pobres de la periferia, lejos de los estadios de fútbol y de las zonas turísticas protegidas. Por eso hay quien ve en que estas demostraciones de fuerza un intento de disuadir la posibilidad posibles movilizaciones multitudinarias como las vividas el pasado año. Más teniendo en cuenta que la mayoría de aquellas reivindicaciones por la reforma del sistema político y la mejora de los servicios públicos, sigue pendiente.

De hecho, hace tiempo que los brasileños no dejan de comparar irónicamente el deficiente funcionamiento de sus transportes públicos, o la mediocre asistencia educación y sanidad públicas, con el patrón FIFA, esto es, los rígidos criterios de calidad que rigen en todo lo relativo al mundial. Fiel a su estilo provocador, el músico Ney Matogrosso condensaba todo este sentimiento de agravio comparativo: “Brasil está gastando millones en la Copa, todos los estadios doblaron o triplicaron el precio, pero la salud es una vergüenza y la educación es cero”. Y añadía: “todo es patrón FIFA, pero para nosotros los brasileños no hay patrón FIFA, hay patrón favela”.

Para los analistas, este malestar social difuso respondería paradójicamente al propio avance experimentado por el país. En este sentido, Marcelo Neri destaca que "las condiciones objetivas de vida de los brasileños mejoraron, pero puede que sus aspiraciones hayan aumentado todavía más generando una insatisfacción, dirigida más hacia el sistema que originada que en lo que las personas observan directamente en sus vidas". En cualquier caso, por el momento, este malestar no se ha plasmado en grandes movilizaciones contra la Copa que todos anunciaban.

Ello se ha debido en parte al mayor control, no solo policial sino también administrativo, contra los conatos de protesta. Una presión que incluso ha obligado a Amnistía Internacional a impulsar una campaña en defensa del derecho de manifestación ya que, a su juicio, la respuesta gubernamental a las posibles movilizaciones “ha consistido en criminalizar a los manifestantes dando a la policía carta blanca y proponiendo nuevas leyes que amenazan el derecho a la libertad de expresión”, alerta el director de la organización en Brasil, Atila Roque.

Movilizaciones aprovechando el altavoz del Mundial

Todo ello no ha impedido que las críticas a la Copa no hayan dejado de producirse. Especialmente en las redes sociales, como pudieron comprobar los responsables de uno de los mayores bancos del país, el Itaú, y de la firma cervecera Brahma. Ambas corporaciones tuvieron que bloquear las valoraciones y comentarios de sus cuentas de Youtube ante la avalancha de votos y mensajes negativos que recibían sus vídeos promocionales del Mundial. Pero, sin duda, lo que realmente preocupa ahora al Gobierno es el gran número de colectivos que quieren aprovechar el altavoz de la Copa para plantear con paros y manifestaciones sus reivindicaciones sectoriales, como los profesores, los trabajadores de los transportes públicos o incluso la policía. En el estado de Pernanbuco, por ejemplo, la huelga policial acabó degenerando en asaltos a comercios y obligó al Gobierno a desplegar al ejército para mantener el orden. Desde algunas organizaciones incluso se defiende la necesidad de mantener la escalada e intentar confluir todas estas protestas en una gran movilización unificada.

Mientras tanto, los partidarios de la competición confían en que todo esté listo para el 12 de junio gracias al jeitinho, ese misterioso don brasileño que consigue que todo acabe saliendo bien sin saber muy bien cómo. Porque en el país del fútbol por antonomasia no faltan, por supuesto, quienes aguardan con esperanza el comienzo del campeonato, aunque solo sea llevados por el ufanismo, un peculiar y brasileño sentimiento de orgullo patriótico. Destacan qué, claro está, los seguidores la torcida, esos millones de aficionados que sueñan con ver a su selección sacarse la espina de aquel 16 de junio de 1950, cuando la final del primer Mundial organizado por Brasil se les escapó con un segundo gol de Uruguay que enmudeció a las 200.000 personas que abarrotaban el Maracaná.

Pero también están contando los días que faltan todos aquellos que confían hacer su agosto con la Copa. Entre ellos, inevitablemente, los revendedores. En las inmediaciones del estadio carioca del Botafogo, algunos ya están pidiendo 5.000 reales (1.670 euros) por una entrada para la final que salió a la venta por 330 reales. “Es difícil saber el valor de una entrada. Hoy puede estar a 6.000, 7.000 u 8.000 reales dependiendo del juego y el sector, pero si Brasil llega a la final el beneficio será mayor, será un buen negocio”, comenta uno de ellos mientras insiste en permanecer lejos de las miradas indiscretas.

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Y lo mismo esperan los propietarios de apartamentos. Marcía vivió algún tiempo en Estados Unidos y al regresar a Rio vendió su antigua casa para comprar dos más pequeñas, de unos 40 m2, una para vivir en Botafogo y la otra en Ipanema como inversión. Ahora pretende alquilar las dos durante el mes de competición. “Espero cobrar 800 reales diarios (265 euros) por el apartamento de Ipanema, si lo alquilo todo el mes recuperaré los 20.000 reales de la reforma. En Botafogo espero ganar entre diez y quince mil”, calcula.

Otros sin embargo no tendrán tanta suerte. Glaciela tiene 59 años y se gana la vida vendiendo comida en una barraca próxima del estadio de Mineirão en Bello Horizonte, otra de las sedes de la Copa. Confiaba en que el Mundial le iba a permitir unos ingresos extras, pero no será así. El perímetro de exclusión de 2 kilómetros impuesto por la FIFA para garantizar la exclusividad a los comercios autorizados la han expulsado del que ha sido su lugar de trabajo en los últimos 11 años. “Nosotros también necesitamos trabajar, tenemos una familia que mantener”, se queja Glaciela. “¿Cómo han dejado a la FIFA mandar aquí? ¿Qué quiere decir eso de que sólo ella puede ganar y las personas no?”.

Y es que en el país del milagro económico, de la samba, el fútbol y el carnaval, son muchos los brasileños que se quedan excluidos de patrón FIFA. Para ellos su único consuelo será esperar que, esta vez, su selección gane en Maracaná.

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