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Fútbol, el nuevo becerro de oro

Fútbol, el nuevo becerro de oro

Diego Barcala

¿Qué lleva al Gobierno a pagar 35 millones de euros a la UEFA por los derechos televisivos de los partidos de bajo interés de clasificación de la selección española de fútbol? ¿Por qué la Diputación de Vizcaya paga 50 millones de la construcción del nuevo estadio de San Mamés? ¿Qué plan estratégico de la Generalitat valenciana recomendó dilapidar 235 millones de la desaparecida RTVV en los derechos televisivos de los clubes de fútbol valencianos? ¿Necesita TV3 ganar audiencia a base de invertir tres millones anuales en el FC Barcelona para lucir su logo en la camiseta? ¿Por qué siete de los 20 clubes de Primera División juegan en estadios municipales a cambio de alquileres ridículos?

El fútbol profesional, la principal industria de entretenimiento en España, es a la vez una gran fuente de ingresos públicos y un enorme receptor de beneficios fiscales, subvenciones y recursos estatales por parte de ayuntamientos y comunidades autónomas. Ni la justicia, ni la UE, ni la Agencia Tributaria son capaces de frenar la máquina de amasar dinero público y privado. El pasado 16 de mayo fue anunciado el aumento de sueldo de una de las máximas figuras, Lionel Messi, que pasará a recibir 20 millones de euros al año, nómina a nómina. La declaración de la renta de este peculiar asalariado le supone al Estado cerca de 20 millones de ingresos anuales. El IRPF de Messi alcanza más ingresos de lo que el Gobierno dedicará este año a becas Erasmus, 18 millones.

Una pasión que no se puede explicar

"El fútbol se propagó en el siglo XIX y XX de manera paralela a las grandes migraciones a las ciudades con el desarrollo industrial. Los héroes de ese tiempo en el que comenzaba la prensa deportiva eran boxeadores o ciclistas, protagonistas individuales de grandes epopeyas en los que los inmigrantes tenían dificultades para identificarse como colectivo. Perdida la conexión con el pueblo, los nuevos vecinos de las ciudades, los alienados por utilizar la terminología marxista, necesitaron banderas, barrios, ciudades para conectarse a algo y sentirse parte de algo. Así nació el origen de la pasión por los equipos de fútbol”, explica el periodista Enric González. Es su hipótesis sobre el origen de la locura. La génesis de la pasión a la que todos los políticos temen enfrentarse. La que, empezado el siglo XXI, definió el escritor argentino Eduardo Sacheri en el guion de El secreto de sus ojos que ganó un Oscar: “La persona puede cambiar de nombre, de calle, de cara…pero hay una cosa que no puede cambiar… no puede cambiar de pasión”. Por su equipo de fútbol, claro.

La pasión -que el ministro de Asuntos Exteriores José Manuel García Margallo calificó como “marca España” al enterarse de que las ayudas públicas al fútbol español eran investigadas por la UE- ha generado una deuda consentida con Hacienda de cerca de 720 millones de euros, según los últimos datos aportados por el Consejo Superior de Deportes (CSD). Después de años de engordar sin parar, la cantidad de dinero que los clubes de fútbol profesional deben a Hacienda ha adelgazado en el último año cerca de 30 millones. “Algo funciona bien. Por primera vez no aumenta. Debe ser un punto de inflexión”, advierte José María Mollinedo, secretario general del sindicato de técnicos de Hacienda Gestha.

Acuerdo con el Gobierno para que la deuda no aumente

El Gobierno atribuye el descenso de la deuda con Hacienda al protocolo firmado en abril de 2012 entre la Liga de Fútbol Profesional, el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte y el CSD. Este acuerdo tendrá su prueba de fuego a partir de la próxima temporada 2014/2015 porque los clubes deberán ingresar en depósito el 35% de los ingresos televisivos. Si no pagan sus impuestos, el Gobierno se lo cobrará de esa cantidad. Mientras tanto, seguirán gozando del privilegio de aplazar su deuda acumulada en la última década de juerga económica. La mitad de los 720 millones que Hacienda no ha cobrado de los clubes está comprometida a plazos. El otro 50% está pendiente de cobro del concurso de acreedores al que se han ido acogiendo en los últimos años unos 15 equipos.

“El origen del tratamiento fiscal especial a los clubes de fútbol se debe a su inclusión en la Delegación Central de Grandes Contribuyentes junto al resto de los que pagan más de un millón de euros anuales”, explica el portavoz de los técnicos de Hacienda. El Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero impulsó en 2005 esta oficina especial que, en teoría, lucha contra el fraude fiscal y cuyo objetivo es ser una herramienta de control sobre las recaudaciones sensibles. El caso más polémico fue el de Cemex en 2013, cuando la injerencia política en la inspección a esta empresa provocó varias dimisiones. “Ante el temor a que Cataluña recaudara sus propios impuestos, el Gobierno creó este organismo para garantizarse las grandes recaudaciones. La diferencia es que el control pasa de los técnicos de las delegaciones territoriales a puestos políticos de altos cargos de la Administración”, explica Mollinedo. En opinión de este experto, desde un punto de vista técnico, no existe explicación a incluir al fútbol en el mismo tratamiento fiscal que pueden tener “las grandes empresas solventes, las que tienen una actividad de renombre o estratégicas o señeras de un territorio”.

Los intereses creados de la UE

Un mes antes de que el Gobierno pactara con los clubes el protocolo que ha permitido frenar en seco la morosidad con Hacienda, el presidente del Bayern de Múnich, Uli Hoeness, lanzó una queja pública contra los beneficios fiscales de los clubes españoles cuyas consecuencias todavía están por dilucidar. “Para mí es el colmo, es impensable. Pagamos cientos de millones de euros a España para que salgan de la mierda y luego los clubes se eximen de pagar la deuda. Esto no puede ser así”, dijo el vehemente exjugador alemán. Hoeness, una autoridad moral para los alemanes, ha tenido que dejar la presidencia del club alemán después de ser condenado por evadir 28,5 millones de euros en el fisco alemán. Su poder social ha caído, pero la denuncia que hizo ya había llegado a la Comisión Europea que anunció una investigación a los clubes españoles por ayudas públicas ilegales.

El cúmulo de despropósitos económicos acumulados por los clubes

españoles podría hacer pensar que la Comisión había decidido poner coto al dinero negro o a alguna otra ilegalidad. Pero no se trataba de eso. El motivo de la investigación europea no es otro que la competencia ilegal. Todo un símbolo de la moralidad ultracapitalista de la Unión Europea. Se pueden pagar fichajes con dinero negro, desviar capital a paraísos fiscales, dejar de pagar impuestos, pero lo que ha hecho a la Comisión meter mano al fútbol español es la posibilidad de que los clubes alemanes no lleguen a las finales por culpa del poder económico dopado de los españoles. Lógica empresarial aplicada a la imprevisibilidad del deporte. La Comisión reconoce que fue “un club alemán”, quien puso la denuncia. Todos los datos llevan a pensar que fue el Bayern el denunciante. La charlatanería de Hoeness se desató en abril de 2012, cuando ya tenía en mente negociar con el Athletic Club de Bilbao el fichaje de Javi Martínez. El pase se produjo en verano, el club vasco se puso duro en la negociación y exigió la máxima cantidad a pagar, 40 millones de euros. “No necesitamos el dinero y no vamos a negociar”, declaró el presidente de los bilbaínos, Josu Urrutia. No debió sentar bien al Bayern de Múnich saber que tenía que poner toda la carne en el asador para captar a un jugador de un club que no tributa como sociedad anónima, patrocinado por la Diputación de Vizcaya y que encima ha construido un estadio nuevo gracias a las ayudas públicas del Gobierno vasco.

La salida a Bolsa de los clubes 

La Comisión Europea anunció tres vías de investigación: la tributación de los clubes que no son empresas sino clubes con socios (Real Madrid, Barcelona, Athletic Club y Osasuna), los patrocinios públicos y las operaciones inmobiliarias. Ante la inseguridad jurídica de las enormes deudas acumuladas en los años noventa por los clubes deportivos se promulgó una Ley del Deporte que obligó a los clubes que hubieran tenido pérdidas en los años anteriores a convertirse en sociedades anónimas deportivas. Sólo se salvaron de la transformación los clubes citados y el resto cayó en manos de accionistas. El objetivo era controlar las cuentas y que los clubes pudieran salir a Bolsa. Dos décadas después, el balance deja cero clubes en bolsa de valores y decenas de causas judiciales con los principales accionistas de los clubes condenados. Jesús Gil, José María Ruiz Mateos, José María del Nido, Manuel Ruiz de Lopera o Enrique Ortiz. Todos ellos accionistas de clubes de fútbol y envueltos en delitos económicos.

Los equipos que siguen funcionando como clubes deportivos pagan un 5% menos de impuesto de sociedades que el resto. Eso escuece a las sociedades mercantiles, pero duelen más todavía las subvenciones encubiertas que reciben todos los equipos. “La señora Barberá acude a una final europea en París entre el Valencia y el Real Madrid y se queda prendada del espectáculo. Pregunta qué hay que hacer para tener en la ciudad una final de Champions, le dicen que lo primero es tener un estadio cinco estrellas y, como en ese momento todo el monte era orégano, pues dice: lo hacemos”, recuerda el que fuera candidato a la alcaldía de Valencia por el PSPV-PSOE, Rafael Rubio.

El Valencia CF es el paradigma de la relación tóxica de las instituciones públicas y el fútbol. El sueño parisino de Barberá puso en marcha una operación urbanística que financiaría un nuevo estadio que llenaría de “orgullo a valencianos y valencianistas”. Era 2007 y todos aplaudieron el sencillo plan que consistía en derruir el viejo estadio, construir torres en el solar, venderlas y pagar el nuevo campo. Bancaja financiaba la estrategia y como se supo, Gürtel y trajes mediante, Francisco Camps avalaba con el dinero de todos. Con temor a que le acusasen de ir en contra del amor ché, Rafael Rubio, se cansó de denunciar una operación de poco provecho para los ciudadanos. “A estas alturas el club todavía debe 17 millones y varias parcelas hasta completar 31 millones. El Ayuntamiento cedió terreno público a cambio de unas parcelas de las que no sabemos nada”, denuncia el excandidato socialista a la alcaldía. La voz de Rubio era la de un pepito grillo que nadie quería escuchar en 2007, pero que seis años después explotó porque Bankia decidió ejecutar los avales firmados irresponsablemente por Instituto Valenciano de Finanzas. “Hemos investigado esos avales en la comisión de Economía de las Cortes valencianas y el expediente de esos avales no tuvo informe técnico”, explica.

Pero lo importante era que los valencianos disfrutaran de un equipo ganador y Barberá y Camps de un nuevo evento que sumar a su política de fuegos artificiales basado en el turismo urbano con la Fórmula Uno, la Copa del América y una final de Champions. La búsqueda de una sociedad de triunfo constante cueste lo cueste. “Para el político, la foto con el vencedor deportivo da más rédito que si sale él solo. Las autoridades quieren la foto con el ganador, para ver si de esa forma se les contagia algo de la gloria. Así que, luego de hacerse la foto, si hay que hacer la vista gorda o ser generosos con los clubes de fútbol, pues se hace. La democratización de los palcos de autoridades es una forma muy sutil de tener contentos a gobernantes y políticos, con la voluntad de que luego ellos sean también generosos con los clubes de fútbol convertidos en empresas”, reflexiona el periodista Jacobo Rivero, autor de Del juego al estadio. Reflexiones sobre ética y deporte (Clave intelectual).

Patrocinios escandalosos

El PP de la Comunidad Valenciana ha practicado la comunión pública con los equipos de fútbol como pocos. Y los clubes han respondido cuando el partido lo ha necesitado. Como ejemplo, las pancartas que lucieron los jugadores de los equipos valencianos pidiendo Agua para todos en mitad de la guerra por el trasvase del Ebro. Camps pagó los favores a base de patrocinios escandalosos como el que pagaba al Hércules de Alicante 1,5 millones de euros anuales por lucir el logo turístico en sus equipaciones en previsión de que el equipo luciera la palmera multicolor por la Liga de Campeones. Los blanquiazules acabaron en Segunda División, pero el patrocinio se mantuvo gracias a un contrato que no estaba vinculado a los éxitos del equipo. “El Mallorca lucía los nombres de las islas baleares en sus pantalones en partidos que no se veían en Europa. ¿Se firmó ese acuerdo por una lógica de promoción? No, era una subvención encubierta”, explica Mollinedo.

Esquerra Unida no duda en calificar los contratos de patrocinio firmados por Camps como “corrupción legal”. Este grupo político decidió a principios de año publicar los contratos que la Generalitat valenciana firmó con los clubes en la web eldesconfidencial.com. “Son contratos sin sentido comercial. Sólo pretenden el rescate económico de los clubes”, denuncia el diputado de EU Ignacio Blanco, uno de los responsables de la web. El caso más flagrante en patrocinios es del Villareal CF que consiguió un contrato de 21 millones por cuatro temporadas por lucir Aeroport de Castellón en la camiseta. El acuerdo preveía un retorno espectacular para la instalación de Carlos Fabra que nunca funcionó pero de manera sorprendente el Villareal bajó a Segunda División. El dueño del club, Fernando Roig, dio una conferencia de prensa junto con la entonces consejera de Deporte, Lola Johnson, para anunciar que renunciaban a los cinco millones de euros del patrocinio público. “Son un gran ejemplo para todos en estos tiempos de crisis”, apoyó sin rubor la entonces consejera, que dimitió en mayo de sus cargos, imputada por su gestión en Canal Nou.

Los clubes arruinados siguen siendo atractivos

Con semejante cobertura financiera pública y gracias al potencial de las operaciones urbanísticas firmadas, los clubes arruinados y con deudas descomunales siguen siendo empresas atractivas para los inversores. El nuevo dueño del Valencia CF, el multimillonario de Singapur Peter Lim, se enfrenta a una deuda de 300 millones con Bankia que se compromete a pagar. Sólo con eso debería desbordar la ilusión en Mestalla, pero además ha asegurado que invertirá 60 millones para fichajes. La prensa valenciana dirigida a los hinchas enfatiza casi a la par el pago de la deuda con el dinero para jugadores. En la letra pequeña aparece el socio de Peter Lim en el fútbol, el famoso representante de jugador Jorge Mendes, que ha generado una empresa multinacional, Gestifute, especializada en transformar las urgencias generadas por las pasiones de los aficionados del fútbol en fichajes y fichajes a toda costa de sus representados. El plan de Lim para el club está basado en la misma especulación que ideó el desastre: vender el viejo estadio, construir en el solar e instalarse en el nuevo campo cedido por todos los valencianos en 2019, para el centenario del club.

El dueño del Valencia, como el resto de fondos de inversión interesados en el fútbol buscan ese elixir inexplicable que rodea al deporte. Un fenómeno de masas, transversal y con un poder sobre la sociedad inigualable. Semejantes ingredientes son un polo de atracción descomunal para políticos de toda clase e ideología. Sin embargo, la ciudadanía parece escarmentada del pan y circo y da señales de protesta. Es el caso de Brasil y la celebración del Mundial de fútbol. El país del fútbol vive un intenso debate sobre la conveniencia de haber gastado 3.600 millones de euros en la construcción de los estadios.

“No es rentable. Sólo beneficia a unas pocas empresas y unos pocos empresarios. El capitalismo está en una fase de desarrollo en el que las cuestiones morales importan poco. De lo que se trata es de enriquecerse a costa de otros sin ningún límite ni vergüenza. El Mundial de Brasil quedará como una gran estafa a los ciudadanos, precisamente en uno de los países del mundo donde más se ama el fútbol. Puede ser el principio del estallido de la burbuja futbolística”, aventura Jacobo Rivero. Lo mismo piensan muchos ciudadanos brasileños como el excampeón del mundo en 1994, Romario de Sousa Faría, que califica el Mundial como “el mayor robo de la historia”. “Brasil es un circo y ustedes saben quiénes son los payasos”, declaró el exfutbolista al respecto de los representantes de la organización del evento como Pelé o Ronaldo. Las protestas en Brasil se han extendido por todas las ciudades contra la corrupción y los sobrecostes de las obras frente a la desigualdad y la falta de inversión pública en transportes, educación y sanidad. Según se acerca el Mundial, las protestas han ido creciendo pero la pasión por ver 64 años después a Brasil como anfitriona mitigará las manifestaciones.

Las manifestaciones contra el gasto son un síntoma de que algo va cambiando en el planeta del fútbol. Hace 15 años, la Liga de Fútbol Profesional ordenó el descenso a 2ªB del Celta de Vigo y el Sevilla por no haber sido capaces de avalar el dinero exigido a los clubes profesionales. El escándalo fue monumental. ¿Contra los dirigentes por su mala gestión? No contra los que ordenaron cumplir la ley para frenar las deudas millonarias. Miles de personas se manifestaron en Vigo y Sevilla para conseguir que sus equipos se mantuvieran en Primera. Y así fue, nadie pudo contener los deseos de la afición y al final la Liga se celebró con dos equipos más de los 20 habituales para para evitar que dos ciudades se quedaran sin equipo en Primera.

Valencia, Brasil, Sevilla, Vigo o Múnich. Millones de inversión en un espectáculo que se ha extendido por todo el mundo en un siglo con más fuerza que el cristianismo. No son de extrañar los símiles intelectuales con la religión que hicieron en sus respectivos libros futbolísticos Manuel Vázquez Montalbán o Juan Villoro: "Fútbol: Una religión sin Dios o Dios es redondo".

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