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José Luis Méndez, retrato de un señor feudal

José Luis Méndez

En abril de 2006, José Luis Méndez estaba de celebración. Se cumplieron 25 años desde que siendo un muchacho de treinta y pico se hizo cargo, diríase que para siempre, de Caixa Galicia. Entre todas las alabanzas debió de encajar la que salió de las páginas de ABC. Una joven periodista lo vitoreaba con hipérboles: “La evolución experimentada por la caja, desde que José Luis Méndez fue nombrado director, ha sido verdaderamente espectacular”.

Cuatro años antes, el 12 de junio de 2002, el mismo elogio salió de boca de Luis Pedreira Andrade: “La evolución experimentada por Caixa Galicia, desde el año 1981 en que José Luis Méndez fue nombrado director general, ha sido verdaderamente espectacular”.

Elena Pérez Rodríguez-Somoza plagió la laudatio que ofreció el decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Coruña cuando otorgaron el doctorado honoris causa a Méndez honoris causa. Al festejado no lo afligió la copia grotesca. Tuvo que sonreír y agradecerlo. Se guardó para él una certeza desagradable: de tan sobadas las glorificaciones, los jóvenes gallegos como Elena, no tenían nada que agregar al monumento.

Méndez, que siempre mostró una actitud tímida y distante, recibió más apodos que un púgil bocazas: el Rubio de Oro, el Dueño, el Jefe, el Hércules de las finanzas. Con la política y la prensa a sus pies, el cuento de que era bueno e invencible se sostuvo hasta que la verdad se inmiscuyó en los bolsillos de la gente.

Hoy, exceptuando a sus hijos, es difícil encontrar a alguien dispuesto a plagiar adulaciones semejantes. Amigos, consejeros y defensores del Méndez en la cúspide, como el economista Emilio Ontiveros, prefieren no comentar su caída en desgracia. Los incondicionales sacaron sus manos del fuego. Hasta las palabras de Méndez se vuelven en su contra. En el libro de entrevistas que publicó José Luis Gómez, exjefe de Economía de La Voz de Galicia, y que no podía titularse sino amablemente La fuerza del líder, respondió, interpelado sobre la corrupción: “Es uno de los pecados sociales que existen y que hay que combatir con control férreo, que tiene que ir acompasado con una penalización inmediata para que no prolifere ni queden, lógicamente, sin ser sancionados sus protagonistas”.

A las bodas de plata de 2006, no siguió la evocación de fechas redondas. La próxima, en 2011, hubiera ensalzado sus tres décadas como director general de Caixa Galicia. Pero no fue posible. Con la quiebra técnica en el horizonte, Méndez empezó a bajar de las nubes. En 2009, anunció su jubilación, no como un suceso inminente, sino como algo que iba a producirse de manera que coincidiera con su 75 cumpleaños. En 2010, el plan se desmoronó. Méndez tuvo que marcharse con la cabeza gacha y 16,5 millones de euros en las manos. Era el precio cobrado para no entorpecer la fusión de las cajas de ahorro gallegas.

Méndez quedó relegado. Resulta llamativo que, a pesar de sus excesos, únicamente los ejecutivos que administraron el banco que surgió de las cajas unificadas hayan sido imputados. Aunque sus medallas cívicas y honores académicos han sido revocados —y devueltos con pudor teatral—, Méndez encaró la jubilación de forma distinta al resto de sexagenarios españoles: no iba a empezar desde cero, sino desde los ocho dígitos.

¿Cómo es posible?, se pregunta la gente frotándose los ojos. Con miles de clientes defraudados con los juguetes financieros que llevaron su firma, Méndez aceptó a regañadientes que las conmemoraciones son bagatelas sentimentales. Con caja o sin ella, continúa siendo un hombre de negocios. Lo importante es el dinero. Una convicción que le ha permitido colocarse por encima del bien y del mal. Entiéndase: lejos de la justicia.

Lecciones aprendidas

Antes de residir en su pazo de Pontedeume y cobrar 2,5 millones de euros al año, antes de comprar Picassos y navegar en yates codeándose con la jet set; mucho antes de que comprara una isla y fuera declarado prócer del sistema financiero gallego y, por tanto, urgido a subir al Olimpo, Méndez tuvo que forjar su destino en la cantera plebeya. Nació con nombres y apellidos comunes. Ninguna alcurnia, ninguna herencia extraordinaria. No obstante, estaba implícita la voluntad de fundar una saga: José Luis se llamó como su padre, y así bautizó por la iglesia a su primogénito y a su nieto mayor.

El José Luis de nuestra historia es el Méndez López que vio la luz en A Coruña el 12 de septiembre de 1945. Su familia procedía de Castelo, un enclave rural situado en las faldas del Monte Xalo y territorio de Culleredo. Los padres se trasladaron a la provincia coruñesa; allí, en el número 208 de la rúa Orzán, abrieron una tienda de ultramarinos. Alumnos del Colegio del Ángel, en la plaza de Lugo, Méndez y su hermano menor, Miguel, crecieron en el barrio de Santa Margarita.

La infancia y la adolescencia transcurrieron con las calamidades inherentes a la España tosca y medieval de los años cuarenta y cincuenta. Pese a los apuros, Méndez no abandonó los estudios. Fue instruido en la Escuela de Comercio. Graduado de profesor mercantil, hizo la maleta y se mudó a Madrid. No tenía otra opción que inscribirse en la Universidad Complutense para continuar Económicas y Empresariales.

Al licenciarse en 1967, con 22 años, Méndez asistió a Enrique Fuentes Quintana durante un año. La eminencia lo invitó a colaborar en las páginas de Información Comercial Española. Esta doble distinción acabó definiendo la figura de Méndez. En 1969, en vez de resolver su futuro presentándose a las oposiciones de la Administración pública, inició su carrera en el Banco del Noroeste, una entidad gallega creada siete años atrás.

En 1970, recién casado con la valenciana Matilde Pascual Monzó, Méndez colaboró con la cátedra Economía de la Empresa que dictaba José María Fernández Pirla en la Complutense. En la Universidad de Santiago de Compostela enseñó Teoría Económica. Si bien las actividades académicas lo cautivaban, era difícil conciliarlas con el matrimonio y el trabajo. No tuvo más remedio que apartarse de los círculos universitarios. En las reseñas biográficas de Méndez suele mencionarse un doctorado en Economía por la Complutense. Según el servicio de tesis doctorales de dicha Universidad, no hay registro de que obtuviera el grado.

Intercalando su rutina en las oficinas de A Coruña y de Madrid, las experiencias que Méndez sacó de su paso por el Banco del Noroeste fueron esenciales para construir su visión de las finanzas. Las dificultades de la institución emergieron en 1971 y empeoraron a raíz de la crisis de 1973. Con las ayudas sufragadas por el Banco de España lograron capear el temporal. En 1974, cuando se interpuso un interés político inmediato, cerraron el grifo y se entró en suspensión de pagos.

Con el apoyo del régimen franquista, y por casi nada, José María Ruiz Mateos cazó un nuevo trofeo. Para congraciarse, nombró presidente no ejecutivo del Banco del Noroeste a Nicolás Franco Pascual de Pobil. El sobrino del dictador aprovechó su cargo para falsificar tres letras por un valor de 2.000 millones de pesetas suscritas por una compañía suiza inexistente. El escándalo se aplacó. En la incipiente transición, Ruiz Mateos mantuvo el banco y declaró ejercicios que reportaban ganancias millonarias. La fiesta se acabó en febrero de 1983, cuando el Gobierno socialista expropió Rumasa. Su colmena era un bluf en el que proliferaban los riesgos indebidos y el maquillaje contable.

Para la generación de financieros rapaces a la que pertenece Méndez, el modelo a imitar era el taimado empresario jerezano. Soñaban con ser tan hechos a sí mismos, tan ambiciosos y audaces como José María Ruiz Mateos. Conforme fueron consolidando sus cuotas de poder, y ávidos por el roce y el reconocimiento social, renegaron de él, transfiriendo el brillo del éxito a Mario Conde y Rodrigo Rato. No les interesaba que sus hazañas implicaran penas de cárcel.

El departamento de inversiones del Banco del Noroeste fue definitorio. Méndez lo tuvo claro: el secreto de los milagros económicos radica en la contabilidad; y, sin la anuencia del Estado, los bancos no están en condiciones de alcanzar su máximo beneficio. Los 18 del holding de Ruiz Mateos, su expansión voraz y el mantra ficticio del saneamiento y superávit de sus cuentas, mantuvieron su ascenso con el auxilio político, y, precisamente, a causa de ese caprichoso aliado, se derrumbó de la noche a la mañana.

Junto a su noviciado profesional, Méndez fue madurando como persona. En julio de 1972 nació el primero de sus tres hijos. Una etapa impregnada por los acontecimientos sociopolíticos. En Madrid, al lado de su familia, fue testigo de las tensiones que rodearon la agonía de Franco y la incertidumbre que desató su muerte. Presenció el asesinato de Luis Carrero Blanco, la coronación de Juan Carlos I y el nombramiento de Adolfo Suárez, en julio de 1976, como presidente del Gobierno. Era una época efervescente en todos los sentidos. Para los ojos de un gallego provinciano, el Madrid pacato de los setenta era París bajo el sol de California. Méndez se sentía a gusto con el clima que irrumpió con la Transición, pero las circunstancias lo obligaron a regresar a Galicia. Después del Banco del Noroeste hubo un paréntesis en el Banco de Gredos. Aunque no se quedó a ver los resultados, Méndez volvió a palpar la naturaleza volátil de su medio: después de declarar utilidades consecutivas, la realidad dio un giro de 180 grados. El banco acudió a una ampliación de capital y salió con otro nombre y otro dueño. Un fiasco que pudo evitarse “cocinando” más concienzudamente los libros y guareciéndose bajo el ala de los políticos apropiados.

Un golpe de suerte

El calor de 1977 trajo a un Méndez alicaído. De vuelta al terruño, no podía doblegar la sensación de que consumía sus días de espaldas a los contactos y a las oportunidades. Ignoraba que sobre él se cernía un horóscopo favorable. Después de las elecciones generales de ese año, las primeras en más de cuatro décadas, Adolfo Suárez resultó vencedor con la Unión de Centro Democrático.

Como vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Economía, Suárez designó a Enrique Fuentes Quintana. Enemistado con el status quo, que reclamaba en democracia todas las ventajas antidemocráticas posibles, Fuentes Quintana ocupó fugazmente el cargo entre julio de 1977 y febrero de 1978.

Inmerso en la política de ajuste de la crisis, Fuentes Quintana equiparó la actividad de las cajas de ahorro a la actividad de los bancos. Las cajas tenían su raigambre en los Montes de Piedad del siglo XVIII y estaban reguladas por leyes de 1929 y de 1933. Hasta entonces, se ceñían a la beneficencia, a fomentar el ahorro y a facilitar crédito sin ánimo de lucro. A partir del decreto 2290/1977, de 27 de agosto, que pasó a la posteridad como “Decreto Fuentes Quintana”, las cajas podían ejecutar las mismas operaciones que la banca. En síntesis, se les confería derechos para ampliar y diversificar su actividad, incluyendo la subvención de la pequeña y mediana empresa.

Fuentes Quintana quitó la espoleta convencido de que oponía al sector privado, foco de desestabilización política, un competidor sensato que acabaría imponiendo buenas prácticas financieras. Nunca le pasó por la cabeza que su apuesta iba a redundar en un engendro codicioso que se saldría de control. Las cajas de ahorro mezclaban lo peor del sector público y lo peor del sector privado, y se entendió interesadamente que la ley de la selva había sido declarada.

En el nuevo contexto, las cajas de ahorro eran una mina de oro. Por eso, no fue casual que el presidente de la Caixa de Aforros y Monte de Piedad de Santiago, y presidente de la Federación Gallega de Cajas de Ahorros, Manuel Lucas Álvarez, se apresurara a orientar a Méndez, al que conoció en la Universidad de Santiago de Compostela. Carente de cualquier aval dentro de los linajes gallegos, y ciertamente desprovisto de una trayectoria notable, Méndez se colocó en el radar de los caudillos locales. Políticos veteranos como Lucas Álvarez, despabilados por los cambios que sacudían a España, divisaron una oportunidad para blanquear su pasado franquista oxigenando el viejo anhelo gallego: contar con su propio sistema financiero. Méndez, presentado como discípulo y protegido del flamante ministro de Economía, era el ungido perfecto.

Para el otoño de 1977, Méndez ya era director general de la Caja General de Ahorros de Ferrol. Había encontrado su camino. No era indispensable dejar Galicia para conocer el mundo, tampoco para conquistarlo. La travesía de Méndez por Caja de Ferrol duró cinco meses y era parte de un guión. El siguiente movimiento en la senda del sistema financiero consistía en inaugurar la era de las fusiones. O sea: cubrir mucho terreno en poco tiempo. Así, el 3 de abril de 1978, la fusión entre la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Ferrol y la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de La Coruña y Lugo dio origen a Caixa de Aforros de Galicia. Para darle un aire de confabulación político-regionalista, la fusión se denominó en petit comité el Pacto de Eume.

Los líderes de cada Caja fueron situados en la jerarquía. Se nombró a Manuel López Companioni, vizconde de Meira, presidente del Consejo de Administración, cuya secretaría fue para Claudio San Martín. Tal como lo había venido haciendo durante las últimas décadas en A Coruña y Lugo, la dirección general de Caixa Galicia fue asumida por Antonio Lorenzo Pérez. Su adjunto era Méndez. Transcurrieron dos años y cinco meses para que, en septiembre de 1980, se acometiera la otra jugada clave: la fusión con la Caixa de Aforros y Monte de Piedad de Santiago, una maniobra pactada desde 1978 con Manuel Lucas Álvarez, profesor de Historia y presidente de esta caja entre 1964 y 1980. Lucas Álvarez, motor del relanzamiento del sistema financiero gallego, fue colocado en la cúpula de Caixa Galicia como vicepresidente. Poco después de la fusión, Lorenzo Pérez comunicó que se jubilaba. A su salida siguió la de López Companioni.

La relevancia de Méndez y San Martín era patente. En octubre de 1980, viajaron a Caracas para encontrarse con la respetada Hermandad Gallega y fotografiarse delante de la estatua ecuestre de Simón Bolívar. Méndez no podía sospechar que estaba en el país de Juan Carlos Escotet, el extranjero que, al cabo de 33 años, iba a arrebatarle su feudo.

En la primavera de 1981 el círculo de poder en Caixa Galicia estaba cerrado. El acontecimiento coincidió con la ratificación del Estatuto de Autonomía gallego. Claudio San Martín fue nombrado presidente del Consejo de Administración y José Luis Méndez, director general. Fuentes Quintana ya no pintaba nada en el panorama político; su pupilo aprovechó la oportunidad, se hizo indispensable y ya volaba solo. Desde ese momento, Méndez fue la sombra de San Martín. Iban juntos hasta a los partidos de hockey y de fútbol. Por aquel entonces, el joven ejecutivo empezó a utilizar unas enormes gafas de carey y un pañuelo como seña de identidad. Acusaba un estilo atildado; sus gestos daban a entender que era distraído o ingenuo, o las dos cosas juntas. En realidad, el Méndez de sus inicios era un depredador al que le gustaba atacar sin hacer ruido. Fue después cuando aficionó a los aplausos.

San Martín, un coruñés curtido en el comercio, se encargó de abrir oficinas de Caixa Galicia en Ginebra, en 1985, y en Londres, en 1986. También llevó a buen puerto una política de absorciones, importante a fin de ganar músculo, espacio y abarcar un mayor número de ahorradores. En 1982, absorbieron Caixa de Ahorros Provincial de Lugo; en 1983, la Caja Rural de Pontevedra; y en 1986, la Caja Rural de La Coruña. Seis meses antes de que se produjera la siguiente anexión, la de Caja Rural de Orense en agosto de 1988, San Martín cesó en el cargo de presidente acatando los estatutos. El 27 de mayo de ese año, tres matones de los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (GRAPO), le dispararon mortalmente.

Con la jubilación anticipada de Antonio Lorenzo Pérez y el final de Claudio San Martín, Caixa Galicia tuvo un único regente. A pesar del gesto de Méndez de añadir el nombre del exdirectivo asesinado al de la Fundación Caixa Galicia, creada poco tiempo después de la tragedia, lo cierto es que emprendió una tarea de apropiación de los méritos ajenos. De Lorenzo Pérez ya no se recordó su apuesta por modernizar el procesamiento de datos o el papel que desempeñó en la aplicación de los cajeros electrónicos. Asimismo, los logros de San Martín fueron atribuidos a la inteligencia y capacidad de su subordinado, retratado como el “maestro” y “piloto” de todas las fusiones. En ese culto a la personalidad de Méndez suele velarse la multa de 100 millones de pesetas impuesta a Caixa Galicia por haber arriesgado y perdido en la Bolsa de Barcelona una fuerte suma de dinero. Ese escándalo de 1985 destapó la conexión de la caja con el agente Alejo Buxeres y provocó fricciones entre San Martín y Méndez.

Mejor director que presidente

Para ejercer el poder, según conviniera con puño de hierro o con guante de seda, no era imprescindible alcanzar la presidencia. Se trataba de un cargo que atraía a los chacales y tenía una caducidad legal. Méndez comprendió esta paradoja y fue el único ejecutivo de las finanzas españolas que, ingresando en una Caja de Ahorros como director general, jamás ascendió en los 29 años que tuvo vigencia su contrato. Después de las presidencias de Lorenzo Pérez y de San Martín, siguieron las de José Luis Amor, José Ramón Docal y Mauro Varela Pérez. Todos altos cargos sobre el papel, pero en la práctica no tenían el dominio, el alcance y la fama del director general, al que debían confirmar como primera decisión de su gobierno.

Cuando a las cajas de ahorro se les permitió expandirse fuera de sus zonas naturales de influencia, Caixa Galicia abrió cinco oficinas en 1989: Zúrich, París, Oporto, y cruzó el Atlántico para posicionarse en México y Caracas. Un año después fue el turno de Alemania. Pero la proeza incontestable que puso de manifiesto la osadía de Méndez fue la compra, en 1990, de participaciones del Banco Pastor. Por primera vez una caja se hacía con acciones de un banco. Méndez había invertido la cadena alimenticia, aunque no por morder a un tiburón la sardina deja de ser un pez chico.

Un apellido era todo su nombre: Méndez, y al decirlo cundía un silencio de pura pleitesía. No fue raro que actuara como un señor feudal que exigía lealtad a su extensa red de vasallos, y éstos se la daban como si estuvieran ante su creador. El feudo gallego era pobre, no alfabetizado del todo y deteriorado estatalmente. Lo surcaban las heridas que iba dejando la emigración. El panorama lo oscurecía más el tráfico de heroína y cocaína que campaba a sus anchas. Esa base social pauperizada, combinada con la avaricia de los caciques políticos, fue el contexto del sistema financiero gallego. Las absorciones incidieron en el aumento de volumen de negocios, la obsesión de Méndez. En 1992, se agregó la última caja al conjunto, la Rural de León. La iniciativa de adquirir acciones del Banco Pastor, predispuso a Caixa Galicia a comprar la red de oficinas del Banco de Fomento, en 1994; la del Banco Urquijo, en 1996; y la del BNP, en 2000. Ese año, siguiendo su política de apertura de oficinas operativas y de representación, tocaron tierra en Buenos Aires. Luego sería el turno de Brasil, Panamá y Miami, sin olvidar sus amagos en el mercado chino.

En la medida que la legislación debió adaptarse al esquema europeo, las cajas de ahorro sufrieron cambios que, marcados por la congénita ambigüedad público-privado, exasperaban la concepción neoliberal de Méndez, cada vez más imbuido en las lecturas de Friedrich Hayek. Esa “doble dimensión” de las cajas era un lastre. Si públicamente Méndez se pronunciaba a favor de una “exquisita correlación y complementariedad” entre las directrices de Bruselas, la supervisión del Banco de España y el control por parte de las comunidades autónomas, no dudó en proponer la transformación de las cajas de ahorro en sociedades anónimas. A su criterio, esta mutación, que las privatizaba definitivamente, era primordial para “flexibilizar” su dinámica. El veto del lucro y la ausencia de accionistas era su frustración mayor. Contradictoriamente, y para no incomodar a los partidos políticos y grupos de interés afines, siempre se mostró a favor de desarrollar las “cuotas participativas” que, según él, mejoraban la gestión de las cajas.

Aunque reclamara manga ancha al Estado, Caixa Galicia se comportaba como cualquier banco del sistema. El incremento de su cartera industrial proporcionó a Méndez, además de una partida de ingresos personales, un abanico de todas las áreas productivas, cuyo conocimiento privilegiado favorecía el acomodo de sus intereses. La peligrosa simbiosis Caixa Galicia-José Luis Méndez tenía voz y voto como presidente, vicepresidente o miembro de los consejos de administración en más de 130 empresas. La variedad de contactos de Méndez era abrumadora. Con decir que es difícil encontrar a otro responsable de una caja al que las fuerzas del orden público le hubieran otorgado la Cruz al Mérito Policial con distintivo blanco. Méndez la recibió en octubre de 2000 a propuesta de su amigo Juan Cotino, cuando el político fue director general de la Policía. Valencia es uno de los territorios no explorados en la pujanza financiera de Méndez.

En 2004, cuando la caja parecía tener una envergadura superlativa, Méndez creó la CxG Corporación Caixa Galicia con el propósito de que operara como su brazo inversor. Este apéndice, puesto en manos de su primogénito sin rubor, administró la cartera de empresas y la de desarrollo, las inversiones y el capital riesgo, el fondo social y hasta sus rendimientos inmobiliarios. En esa metamorfosis corporativa de la Caja de Ahorros, aunque siguiera ejecutando obra social —segmentada en cultura, mecenazgo, asistencia sociosanitaria, educación e investigación— estaba inscrita su quiebra técnica. Si lo dibujamos, el desastre se mira así: una cabeza gigantesca bamboleándose irresponsablemente sobre unas extremidades diminutas. Lo de arriba era el modelo de negocio escogido, y las piernas, que ya no podían alargarse, eran los pequeños ahorradores que estaban costeando, sin saberlo, la conversión orgánica de una caja ligada a su vida cotidiana.

La adicción al ladrillo y el gasto a discreción de Méndez, en cualquiera de sus facetas empresariales, fueron los vicios más dañinos de Caixa Galicia. La crudeza del derroche salta a la vista. Unos apuntes, solamente:

2005: Caixa Galicia prestó 93 millones de euros a la promotora Olga Urbana para la compra del terreno y construcción de la torre In Tempo, que se suponía iba a ser el rascacielos residencial más alto de Benidorm y de Europa. La sociedad mercantil que cogió el crédito había sido creada en octubre de 2004 y su capital no superaba los 3.100 euros. La obra, de 47 plantas, no se acabó; tampoco hay quien la compre.

2006: Con fuelle, pero sin una cuenta de resultados fiables, Astroc recibió el respaldo de la Caja a través de dos vías: una financiación directa de 300 millones de euros y la compra de una participación del 5% a cuenta de la CxG Corporación Caixa Galicia. La salida a Bolsa de Astroc parecía haber cuajado. El precio de sus acciones se fue revalorizando frenéticamente. Alcanzado su tope especulativo, el valor cayó en picado hasta causarle un agujero multimillonario a patrimonios que, persuadidos por Méndez, confiaron en la inmobiliaria. Caixa Galicia hizo el ridículo dos veces: la primera, al capitalizar un fraude empresarial y evaluarlo como altamente rentable; y la segunda, habiendo vendido a tiempo un porcentaje que les permitió recuperar una parte del desembolso, cambiaron de opinión —forzados por los inversores engañados— y volvieron a comprar.

2007: En marzo, Caixa Galicia pagó a Francisco de Borja Otero Zuleta de Reales, marqués de Revilla, 8,5 millones de euros por la isla de Sálvora, unas 190 hectáreas integradas desde 2002 en el Parque Nacional de Illas Atlánticas. La compra se produjo, pero finalmente fue anulada por el Ministerio de Medio Ambiente que ejerció su derecho de retracto. Méndez declaró que la adquisición estaba incluida en un programa ecológico por valor de 40 millones de euros.

2008: La Caja de Méndez pagó 49 millones de euros a Procupisa por la parcela de Ingenieros, donde planeaba construir el área residencial Jardines del Pedregal. El vendedor era filial de Cupa Group, una de las empresas participadas por Caixa Galicia.

2009: Méndez declaró a la Comisión Nacional del Mercado de Valores que ese año, Caixa Galicia prestó un total de 23,8 millones de euros a los miembros de su Consejo de Administración. (Ese año debió de informar también a la CNMV que la agencia de calificación Fitch había bajado su nota). ¿De dónde salían estos proyectos? Del cerebro financiero de Méndez. ¿Y quiénes pagaban esas cantidades desorbitadas para echarlos a andar? Los cuentacorrentistas de los depósitos mínimos, de los asalariados con nómina, de las pensiones de los jubilados y de quienes, desde la inmigración, confiaban en la caja por ser gallega como ellos.

2010: en el primer semestre, entre nuevas formulaciones y subrogaciones, Caixa Galicia aseguró haber vendido hipotecas por 815 millones de euros, una cifra inalcanzable desde antes del estallido de la crisis de las subprime. Aquí es donde encajan los abusos de su política hipotecaria (cláusula suelo y el timo de los seguros swap) y la comercialización a mansalva de activos tóxicos como preferentes y subordinadas entre pequeños ahorradores a los que se ocultaron los riesgos. Méndez transformó a sus empleados en un agresivo personal de ventas; llegada la hora de justificarse, no tuvo inconveniente en señalarlos con el dedo. Cientos de ellos ya habían perdido su puesto de trabajo.

Para seguir viviendo la quimera del banco, Caixa Galicia necesitaba liquidez a toda costa. De ahí la propaganda chauvinista con la que asediaron a sus clientes potenciales por radio y televisión: Cada vez que un galego crece, toda Galicia crece.

Camino de la última fusión

Cuando en 1993, se cumplieron 15 años de la creación de Caixa Galicia, José Luis Méndez recibió el premio “Gallego del año”. En 1994, fue nombrado presidente del Consello Social de la Universidad de A Coruña, compromiso que desempeñó por nueve años, y una señal inequívoca de que Méndez había adquirido protagonismo en la escena pública.

Para entonces, su círculo de amigos estaba integrado por pesos pesados como Luis Fernández Somoza, de Transportes Azkar; Manuel Gómez Franqueira, de Coren; Amancio Ortega, de Inditex; Alfonso Paz-Andrade, de Pescanova; Santiago Rey Fernández-Latorre, de La Voz de Galicia; Manuel Rodríguez, de Rodman; y Roberto Tojeiro Díaz, de Reganosa. A esta urdimbre sirvió Méndez de varias maneras; una de ellas fundando y liderando el Club Económico Iñás, que convocaba a reuniones en las que los empresarios gallegos podían efectuar labores de lobby con el político de su interés.

Méndez contó siempre con una contraparte institucional. Las excelentes relaciones con la Xunta de Galicia empezaron con el breve Gobierno de Fernando González Laxe, del PSdeG, y se afianzó con la larga presidencia de Manual Fraga que arrancó en 1990 y acabó en 2005. El último presidente de la Xunta que se entendió con Méndez fue Emilio Pérez Touriño, del PSdeG. El contacto con Fraga data desde que el ministro de Franco presidió la Alianza Popular en el decenio 1977-1987. Además del mando de la Xunta, Méndez cultivó la comunicación directa con varios de sus conselleiros, especialmente con José Antonio Orza, conselleiro de Economía y Hacienda en 1986, y de 1990 a 2005; con Xosé Cuiña, conselleiro de Política Territorial, Obras Públicas y Vivienda, entre 1990 y 2003; y con los cuadros que iban asumiendo la Consellería de Medio Ambiente.

Caixa Galicia nunca distinguió ideológicamente entre populares y socialistas, y en el despliegue de su organización también jugó un papel fundamental el alcalde de A Coruña, Francisco Vázquez, que dirigió el Ayuntamiento de 1983 a 2006. Méndez se convirtió en su íntimo amigo. Un vínculo que mantuvo con José Antonio Quiroga Piñeyro, presidente durante 34 años de la Cámara de Comercio de A Coruña, y con los dirigentes de la Confederación de Empresarios de Galicia: Antonio Ramilo Fernández, de 1991 a 2000; y Antonio Fontenla Ramil, de 2001 a 2013. Fontenla Ramil, dueño de Construcciones Ramil, era accionista de por lo menos otras 12 empresas. Como presidente de la CEG, y se entiende que como beneficiario agradecido, el 23 de mayo de 2008 firmó con Caixa Galicia el convenio “Respuesta a empresas”, por el que se acordó la liberación de 1.100 millones de euros para que el “tejido empresarial gallego” no sufriera falta de liquidez. En 2009, y en sólo dos meses, la Caja había concedido créditos a pequeñas y grandes empresas por un monto de 1.300 millones de euros.

Los empresarios y los políticos formaban una estructura de poder acostumbrada a pasar por caja. Hubo negocios a título personal y empresarial. Dicho de otra manera, el capital que fluyó a raudales generó un permanente conflicto de intereses evidente en asuntos de financiación pública —el cheque asistencial de la Xunta de Galicia para la tercera edad—, inmobiliarios, urbanísticos y ecológicos. Una mezcla indecorosa, por decir algo, en la que los intereses legítimos que preceden a una solicitud de crédito se superponían al ánimo de lucro, al amiguismo y a la falta de transparencia.

Con ser de verdad poderoso, Méndez no era único en su especie. Había otro “jefe” de las cajas de ahorro, que le disputaba la preeminencia. En 1965, cuando Méndez aún no era Méndez y se esmeraba en pegarse al catedrático Fuentes Quintana, otro gallego, éste nacido en Vigo, fue nombrado director general de la Caja de Ahorros y Monte Municipal de Piedad de su comarca. Era Julio Fernández Gayoso y había comenzado muy joven y desde abajo. Su área de acción fue reacia a dejarse absorber por Caixa Galicia, condenada a cohabitar con su némesis. El hecho de que las dos cajas gallegas más destacadas mantuvieran su soberanía y rivalidad frustró la creación de una entidad única que financiara la productividad autonómica.

La oferta variada de cajas nunca satisfizo a Manuel Fraga. Era preciso reducir a los suministradores al mínimo posible. Al menos como una medida de consuelo, se pretendía oficializar la bicefalia financiera Norte-Sur.

El reparto tenía desventajas y prerrogativas, fundamentalmente para el poder político, obligado a no poner todos los huevos en la misma canasta, pero empujado también a desgastarse maniobrando en dos frentes. De esta cuenta, en el año 2000, la caja gobernada por Fernández Gayoso se fusionó, por presión del patriarca Manuel Fraga, con la Caja Provincial de Ourense y con la Caja de Ahorros Provincial de Pontevedra, dando lugar posteriormente a la Caixa de Aforros de Vigo, Ourense y Pontevedra, denominada Caixanova. Sin embargo, el panorama no cambió en esencia. De esta manera, se conservó la polaridad y prosiguió la competencia entre Méndez y Fernández Gayoso hasta que al poder político, en el año 2010, le convino la caja única.

El sistema financiero gallego era la aspiración de una élite que, a lo largo de 32 años, no pudo integrar los polos enfrentados de A Coruña y Vigo. No implicaba de ningún modo reivindicaciones históricas y culturales. Su eje era coruñés, su idioma el castellano y Madrid actuaba como su referencia (Moncloa, no el Banco de España, que simuló supervisar el giro corporativo de Méndez). La constante apelación al orgullo gallego era un combustible bien calculado que potenciaba su ímpetu, empleándose para contraponerle al centralismo español, según fuera el caso, beligerancia o victimismo.

El sistema era tangible para sus dirigentes políticos y económicos. La ficción se sostuvo hasta que los efectos de la crisis del año 2007 desnudaron los pilares endebles en que estaba asentada.

Con la última fusión, se inició el proceso de extinción de las cajas y de los liderazgos longevos de Méndez y de Fernández Gayoso. Para que haya un nuevo Fraga, un político que sobreviva legislaturas y tenga repercusión nacional, todo lo que esté emparentado con el viejo Manuel Fraga debe ser sustituido y fidelizado. Si el ascenso de José Luis Méndez fue el triunfo de una facción económica de A Coruña, puede decirse que su ocaso lo cobraron los políticos locales. Comparando las cifras caixagaliciadas y las del FROB, es obvio que los libros contables estaban minuciosamente “cocinados”, pero, reafirmando las lecciones que se desprenden del desplome instantáneo de Rumasa y similares, la política trazo una línea roja a conveniencia y se deshizo de Méndez.

Como se trata de un protagonista que estuvo años y años en la médula galaica, su caída es simbólica, de aterrizaje dócil. Un financiero sólo cae definitivamente cuando la superficie contra la cual se estrella es una cárcel.

Como sabía que no acudía a un juzgado, José Luis Méndez aceptó comparecer en la comisión de investigación que instaló el Parlamento de Galicia. Asistido por su abogado, Méndez aseguró que en el año 2010, en el momento de jubilarse, la caja bajo su mando reflejaba ganancias por 100 millones de euros.

—¿Cómo pasó la Caja de tener ese resultado a necesitar, una vez fusionada con Caixanova, 9.000 millones de fondos públicos? —interrogó un diputado.

Yo tampoco lo sé —contestó José Luis Méndez.

Mientras el auténtico hombre fuerte de Caixa Galicia no lo “sepa” o “recuerde”, el sistema financiero gallego puede regenerarse con nuevos actores de la política y de la banca. Quizá la respuesta que calló Méndez la haya enunciado, con voz vidente, su viejo —y traicionado— profesor Enrique Fuentes Quintana, allá por 1980, cuando ya era ex ministro: “Sería perturbador convertir en departamentos de tesorería de los entes autonómicos a las cajas de ahorro”.

Caixa Galicia y la malversación relacionada con compra de obras de arte

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Dijo la periodista plagiaria de ABC que citamos al comienzo de este reportaje: “De él cabe destacar su gran amor a Galicia. De hecho, una de sus mayores ilusiones, muy presente en su quehacer diario, es el logro de una mejora en el nivel de vida de los gallegos. Es por ello que no pierde oportunidad alguna de mostrar la satisfacción que le supone trabajar por y para su tierra en una entidad eminentemente gallega…”

Había dicho el decano plagiado de la Universidad de Coruña: “Destaca José Luis Méndez por su gran amor a Galicia. Una de sus mayores ilusiones, que trasciende su quehacer diario, es el logro de una mejora en el nivel de vida de los gallegos, tanto de los que viven y trabajan en su propia tierra como de aquellos que desgraciadamente hayan tenido que emigrar. Por ello, siente una profunda satisfacción de poder trabajar para su tierra en una entidad eminentemente gallega…”

Méndez hizo todo por amor.

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