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El irresistible gancho de la cultura yanqui

Sigourney Weaver en la pasado festival de cine de San Sebastián.

En la Antigüedad, los romanos utilizaron dos herramientas para garantizar la estabilidad y el desarrollo del Imperio: el latín y el Derecho Romano. Siglos después, Estados Unidos imitaría el sistema de colonización, pero con dólares y un segundo elemento aparentemente inofensivo: Hollywood. Fue el llamado plan Marshall, puesto en marcha al final de la Segunda Guerra Mundial, y aunque en España los dólares pasaron como los yanquis por Villar del Río en la película Bienvenido Mr. Marshall, los españoles siempre han aceptado de buen grado, incluso con fervor, la industria cultural producida allende los mares. Consumida, eso sí, bajo sus propias costumbres: el cine, mejor doblado y en sesiones que a veces se prolongan hasta la madrugada; y cantando los hits musicales en un inglés chapurreado y pronunciado a la española.

La americanización ha calado hondo en España, pese a que la relación entre los españoles y Estados Unidos ha sido siempre ambivalente. “En el plano político, hay un antiamericanismo muy arraigado en la izquierda española que deriva de la pérdida de las colonias y se refuerza con la actitud estadounidense tras la Guerra Civil, su apoyo al régimen de Franco y el establecimiento de las bases en Torrejón de Ardoz, Rota, Zaragoza y Morón de la Frontera. Esto se acentuó posteriormente durante la guerra de Irak y el apoyo de Aznar en la reunión de las Azores”, explica el periodista Juan Pedro Velázquez-Gaztelu, corresponsal durante años de la agencia EFE en Estados Unidos. “No obstante, en lo cultural ocurre lo contrario. España ha acogido la cultura de Estados Unidos con un entusiasmo y rapidez sorprendentes, incluso en comparación con el resto de países europeos”. Esta admiración, a veces incluso desbordante, del español hacia lo norteamericano la resume una anécdota que contaba en infoLibre el escritor Manuel Vilas, que vive a caballo entre España y el Estado de Iowa, al hilo de su último libro Lou Reed era español (Malpaso): “Allí [Lou Reed] no es conocido. Es más famoso en España que en Estados Unidos. En toda Europa, en general, pero en España particularmente... Él le ofrecía a España un mundo legendario, y aquí no teníamos leyendas. Aquí teníamos al Dúo Dinámico”.

En un artículo publicado en 2011, Antonio Muñoz Molina, que ha vivido durante largas temporadas en EE UU y dirigió el Instituto Cervantes de Nueva York, escribía que en relación con Norteamérica, el español de izquierdas se relaciona con cierto desprecio, variando el calificativo de yanqui a gringo según cómo de izquierdas se considerara; mientras que el español de derechas admira de aquel país su fervor patriótico, el liberalismo económico y la defensa de la fe sin complejos. Sin embargo, la derecha española no siempre abrazó con tanta adulación los valores y principios estadounidenses. Las relaciones entre el régimen de Franco y Estados Unidos no se suavizaron hasta la firma de los pactos de Madrid en 1953. Hasta esa fecha, la animadversión había sido mutua: España quedó al margen de los esfuerzos yanquis por difundir su cultura a través de organismos como la Division of Cultural Relations, creado en 1938; a la par que el régimen ponía restricciones al comercio de películas norteamericanas durante la inmediata posguerra.

La llegada de los Estudios Bronston

Los primeros acuerdos de índole cultural entre ambos países datan de poco antes de 1953, con la intención de que la estrategia allanase el camino después de más de una década de rechazo y ninguneo mutuo. Empezaba un cambio de ciclo, ya que en 1950 la ONU anulaba las sanciones diplomáticas contra la dictadura española y la península Ibérica se situaba como uno de los enclaves favoritos para las nuevas bases que el Gobierno norteamericano tenía en mente. Asimismo, se favorecieron los intercambios educativos (entre las élites españolas) a través de becas, a pesar de que España entró en 1958, con 12 años de retraso, en el programa Fullbright.

En ese contexto de renovada amistad entre ambos países, se instala en Madrid el famoso productor estadounidense de origen ruso Samuel Bronston. Lo hacía tras la sentencia dictada en 1949 por el Tribunal Supremo de EE UU contra el monopolio de las majors que había desestabilizado todo el sistema de Hollywood. De manera que muchos empresarios del cine buscaron nuevas localizaciones para rodar sus películas en países como Italia y, tras el acuerdo de 1953, en España. Bronston fue el artífice de proyectos tan célebres y exitosos como El Cid (1961), dirigida por Anthony Mann, que por aquel entonces estaba casado con una de las grandes musas del cine patrio: Sara Montiel. Esta película fue considerada de “interés general” y el Estado subvencionó el 50% de su presupuesto total, como recuerda Román Gubern en el libro America, the beautiful (Iberoamericana Vervuert).

Los estudios Bronston repetirían en numerosas ocasiones el sistema de cooperación entre artistas de ambos países, como en La verdadera historia de Jesse James (1957) o Rey de reyes (1961), con Carmen Sevilla en el papel de María Magdalena. Pero la época dorada de Samuel Bronston Productions (en la que se ambienta La reina de España, de Fernando Trueba) fue desgastándose tras varios proyectos ruinosos y las insinuaciones acerca de la simpatía del productor hacia el franquismo, lo que provocó que los estudios cayeran en desgracia y fueran finalmente comprados por Televisión Española en 1965 y rebautizados como Estudios Buñuel.

Este nuevo despertar filoamericano también tuvo su reflejo en el mundo del cómic. Fueron varios los tebeos que expresaron en sus historias un ferviente anticomunismo, como punto de unión entre la católica España del franquismo y los Estados Unidos de la Guerra Fría. En este sentido, se encuentran desde la serie de Hazañas bélicas (1948-1971), ambientado en la Segunda Guerra Mundial y la guerra de Corea, hasta Tras el telón de acero, a la venta entre 1952 y 1953. En este último cómic aparece el FBI, organismo que también tendrá un importante papel en los tebeos Bravo español o Roberto Alcázar (1940-1975). “El protagonismo aquí será compartido entre Roberto Alcázar y Pedrín, su joven compañero fiel. Son unos detectives privados que, poco a poco, se llegarán a presentar como agentes de la Interpol y colaborarán con Scotland Yard, la prefectura del Sena y el FBI”, escribe María del Pilar Loranca en Relaciones en conflicto. Nuevas perspectivas sobre relaciones internacionales de la Historia (Universitat de València).

La relativa influencia de las bases

Con los pactos de 1953 llegaron también las bases aéreas de Morón (Sevilla), Zaragoza y Torrejón de Ardoz (Madrid) y la base naval de Rota (Cádiz). Al final, todo el despliegue anterior había servido como adorno para introducir el nudo gordiano de las negociaciones: la presencia militar de Estados Unidos en España. No obstante, desde el punto de vista de la cultura, la presencia de militares norteamericanos contribuyó, en parte, a que se revitalizara el panorama sociocultural de las ciudades en las que estaban instalados. En sus maletas entraron muchas e importantes influencias literarias, musicales, de ocio y hasta de vestimenta. De hecho, los preservativos empezaron a usarse antes en estas localidades. Y en discotecas como Stones, en Torrejón, los españoles escucharon por primera vez funk, rap, DJs o hip hop. Hubo quien la llegó a comparar con el Bronx neoyorquino. “Desde mi punto de vista, el papel de las bases fue importante porque, en un momento dado, venían cantantes de gira y algunos de los primeros grupos de rock de Madrid iban también a Torrejón. El Dúo Dinámico, por ejemplo, hizo la mili en Zaragoza. Su presencia siempre era interesante, ya que vendían discos en sus tiendas, incluso hubo algún grupo como Joe & The Jaguars, formado por militares norteamericanos que acompañaron por entonces a una muy joven Karina. De todas maneras, su papel se ha mitificado, el desarrollo de la música en este país viene por otros lados: por programas musicales como, por ejemplo, Discomanía, que se crea en la SER en 1959”, valora Ignacio Faulín, escritor, promotor artístico y exdirector del Festival Actual de Logroño.

Faulín, autor de ¡¡Bienvenido Mr. USA!! La música norteamericana en España antes del rock and roll (1865-1955) (Milenio), asegura que durante el franquismo la música que venía de Estados Unidos nunca dejó de sonar y de ampliar el repertorio de muchos melómanos a través de la prensa, las partituras, el cine, la radio o los discos. “Cuando llegó el franquismo estaban de moda las orquestas de swing y el claqué. Todo eso se había mantenido durante la Guerra Civil en ciudades como Madrid y Barcelona. Los teatros no descansaban, la gente salía. Una noche en la ópera, de los hermanos Marx, fue muy popular durante esa época, compitiendo con películas nacionales como las de Imperio Argentina”, abunda. No obstante, lo estadounidense no gozaba de la misma aceptación popular que el cuplé, la zarzuela o la revista, a principios del siglo XX; o artistas como Concha Piquer, Manolo Escobar o la canción melódica, posteriormente. “Los que hacían música de inspiración norteamericana en esa época serían el equivalente actual al grupo indie León Benavente”. En la investigación para su libro, Faulín encontró que en las décadas de los cuarenta y cincuenta hasta se formaron tribus urbanas y culturas juveniles a imagen de las norteamericanas: los pollo swing y las chicas topolino. En esa época aparecieron también nuevas casas discográficas como Zafiro, Hipavox, RCA u Odeón, que difundieron muchos de los éxitos norteamericanos. De los que también dieron cuenta, en la segunda mitad de los sesenta, las revistas musicales Discóbolo y Fonorama.

Hamburguesas o calamares

Así las cosas, el público español cae seducido por el imaginario norteamericano a la par que otros países europeos, pero en lo relativo a las costumbres, la americanización ha sido más pausada. Ninguna invasión imperialista, por agresiva que sea, podría cambiar la relación del español con el tiempo: la falta de puntualidad, las jornadas laborales hasta bien entrada la tarde, series y programas en prime time que terminan rozando la una de la madrugada. No obstante, Halloween aspira a convertirse ya en tradición castiza, pese a quienes hace una década protestaban (y continúan haciéndolo) sobre la inevitable subordinación de España a la cultura yanqui. Hace un par de meses, se celebraba la cuarta edición española del Black Friday que comenzó en 2012 en algunas páginas web y en una popular tienda de electrodomésticos. Este año, hasta las pequeñas tiendas de barrio se sumaron a la moda temiendo quedarse al margen de la emoción del consumo, y hasta alguna pastelería anunciaba el viernes de Black Palmers. Además de la cantidad de neologismos del inglés que se han asimilado, pese al escaso dominio que tienen los españoles de esta lengua. O la tendencia que describe Juan Pedro Velázquez-Gaztelu acerca de cómo la dieta norteamericana ha empezado a desplazar a la mediterránea de la mesa: “Ahora, por ejemplo, es más fácil comer una hamburguesa en el centro de Madrid que un bocata de calamares”.

La industria cultural norteamericana, llamada así sin complejos, resulta fundamental para las relaciones internacionales del país y está considerada -y apreciada- al mismo nivel del cualquier otro producto comercial. A pesar de apelar a las emociones, de servir como entretenimiento, en el mismo paquete de una película, de una serie o de un libro se lanzan píldoras ideológicas del American way of life –aunque, en ocasiones, también lo hagan para criticarlo-. Generalmente, entienden que el desarrollo de la cultura es un motor de la economía como otro cualquiera.

Varias generaciones de españoles han conocido Nueva York, Los Ángeles, Miami o Houston en series y películas. Por ejemplo, en Volver a empezar, de José Luis Garci, cuando el protagonista cuenta que viene de San Francisco, el personaje con el que conversa, responde: “Hermosa ciudad, San Francisco: Junior Square, el Barrio Chino, Fisherman Wards, el famoso muelle”. “¿Conoce San Francisco?”, le interpela, “No, personalmente no, pero como la he visto muchas veces en el cine y en la televisión…”. Con estos antecedentes, en 2016 desembarcaban en España, entre bastante expectación, dos de las compañías de vídeo bajo demanda más populares: Netflix y HBO.

En este sentido, el profesor de literatura y cultura española en Dartmouth College, José María del Pino, editor del libro America, the beautiful (Iberoamericana Vervuert), escribe en esa misma publicación: “La presencia de la cultura americana en España ha calado tan profundamente en los modos de vida y en casi todas las formas de producción cultural, muy en particular en los medios de comunicación, que es palmaria su americanización”.

La programación masiva de ficción norteamericana en las televisiones española y europea comenzó en las décadas de los sesenta y los setenta, ya que resultaban mucho más económicas que las producciones propias, lo que produjo prácticamente una monopolización del mercado internacional de series. Hasta que irrumpieron fuera de sus fronteras series británicas de la BBC o de la cadena ITV como Arriba y abajoUn hombre en casa o Yo, Claudio.

Una parrilla de televisión poco yanqui

Concepción Cascajosa, profesora de Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III de Madrid, coincide con Del Pino al señalar que en el ámbito de creación audiovisual resulta especialmente patente la influencia de Hollywood, tanto en el cine como en las series que se hacen hoy en día en España. “El cine de Hollywood planteó una manera de narrar, lo que en su momento se denominó cine clásico, que al final se acabó convirtiendo en hegemónico en el panorama internacional. En el caso del cine de género, la influencia del cine norteamericano es muy fuerte. Además, en términos industriales, su modelo se convirtió también en hegemónico, ya que si pensamos también en cómo se forman los guionistas, la mayor parte maneja manuales elaborados por guionistas norteamericanos y, al final, ese tipo de técnicas y esa manera de narrar, específica de EEUU, también se adapta”.

Pese a ello, Cascajosa no cree que la televisión que se hace en España, sobre todo los programas que no son ficción, haya sufrido una americanización tan palpable. “Cuando veo la parrilla de Telecinco no creo que haya gran cosa de EE UU. Tenemos que distinguir que haya mucho contenido norteamericano, porque ellos producen mucho y es muy barato, al hecho de que estemos americanizados. Yo creo que se pueden exportar determinadas fórmulas narrativas, sobre todo en ficción, ya que los creadores ven muchas series estadounidenses. Pero fuera de la ficción, no lo tengo nada claro. Es decir, yo tengo la sensación de que una de las características que tiene la televisión actual es la globalización”.

Nacho Vegas: "El sistema utiliza la felicidad como un desactivador político"

Por otro lado, la ficción yanqui que se consume en España está doblada en su inmensa mayoría. De ahí deriva, en buena medida, el bajo dominio del inglés que tienen los españoles. Lo que no ha sido óbice para que numerosos grupos de todos los puntos del país se hayan atrevido a cantar en la lengua de Shakespeare. En muchas ocasiones, el cantante Nacho Vegas ha confesado que nunca se sintió cómodo cantando en inglés durante la etapa con su primer grupo, Manta Ray: “En realidad usábamos el inglés casi como un parapeto para no decir nada”. Pero el indie de la época (los noventa), y también muchos grupos actuales, se empeñaba en seguir utilizando el inglés, ya que sus influencias provenían masivamente de la escena musical anglosajona. Sin tener en cuenta que su público, entonces y ahora, todavía pronuncia punk o U2 tal y como suena en castellano. “La relación de los españoles con lo norteamericano siempre ha sido muy contradictoria”, subraya Juan Pedro Velázquez-Gaztelu, “utilizamos cada vez más palabras inglesas en el lenguaje cotidiano, pero no sabemos muy bien qué significan, ya que somos uno de los países europeos que peor habla esta lengua. Y, luego, además, se produce un rechazo a quienes hablan bien inglés”. Lo que cuenta el periodista resume cómo han sido décadas de americanización en España: entusiasta, en la intimidad y con la boca pequeña; y a la española, cuando se exhibe en público.

*Este artículo está publicado en el número de enero de tintaLibre, a la venta desde el día 3. Puedes consultarla haciendo clic aquí.aquí

 

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