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A pecho descubierto

Retrato de Nuria Torres López a Kassandra.

Javier Caballero

Retrato de Nuria López Torres a Kassandra.

“Ya, claro, ¿y no prefieres ponerte alas y decir que eres un pájaro?” Esta frase, que bien podría haber salido de un guion de Almodóvar, fue la respuesta que se encontró Daniel Román de su padre cuando le dijo que no era, como habían pensado desde su nacimiento, una mujer. Daniel es un hombre transexual. Las personas transexuales son una parte, la más conocida, del colectivo trans, abreviación de transgénero, que incluye las distintas maneras en que las identidades de género de las personas pueden diferir del sexo que se les asigna al nacer. Bajo el paraguas de este término también se encuentran las personas no binarias, aquellas que no se identifican con ninguno de los géneros hombre/mujer, o cuya expresión de género y apariencia no se ajusta a ellos. A diferencia de estos, las personas transexuales suelen identificarse con uno de los dos lados del espectro y manifiestan discrepancia entre su sexo subconsciente y su sexo físico, el principal obstáculo de sus vidas. De las siglas LGTB, el colectivo trans es probablemente el más desconocido y discriminado de las cuatro letras.

La reacción del padre de Daniel es un ejemplo, tibio, de la brutalidad a la que pueden llegar a enfrentarse las personas transexuales. “De pequeña, ya era extremadamente femenina”, explica desde Sevilla Mar Cambrollé, presidenta de la Asociación de Transexuales de Andalucía Sylvia Rivera y de la Plataforma Trans, al otro lado del teléfono. “En mi adolescencia, durante la década de los setenta, desde los 13 años mi padre no me permitía comer en la mesa con el resto de la familia, debía hacerlo aparte, en la cocina. Un día, llegó a darme una paliza”. Obviando a su padre, el resto de la familia le apoyó y le acompañó en su proceso viendo cómo se desarrollaba en sus visitas semanales a la casa familiar. Por su parte, el reencuentro entre Daniel y su padre fue rápido: en dos días ya habían buscado ayuda en un psicólogo, porque ellos no sabían cómo guiarle en el proceso. La reconciliación entre Mar y el suyo se hizo esperar más. Tras años sin hablarse, un día su padre se acercó y le dijo: “Qué guapa estás, ¿me das un beso?”. “De mayor, a él le pudo el corazón, el amor que los prejuicios y la incultura no le habían dejado expresar; y a mí me pudo la razón, no tenía disculpas que pedir, pues él había sido víctima de un proceso educativo”.

La transfobia volvió a la vida de Daniel pocos años después, esta vez en el ámbito laboral, en un caso que tuvo una fuerte repercusión mediática. Cuando entró a trabajar, a principios de 2011, lo hizo bajo su identidad femenina (“por miedo a que no me contratasen”) y llevaba poco tiempo hormonándose. A finales del mismo año, los efectos del tratamiento comenzaron a hacer efecto y decidió contarlo. “La directora me respondió que trabajaba con menores con muchos problemas, muchos de los cuales habían sufrido abusos sexuales”, asegura. “Trabajas en el turno de noche, que es cuando muchos desarrollan sus miedos, y tener una figura referente que no es ni hombre ni mujer… Me propusieron que cogiera una baja laboral para llevar con más calma el proceso, pero les dije que lo llevaba perfectamente”. Tras un despido, una readmisión en otro de sus centros ya como Daniel y nuevas denuncias por acoso laboral, el caso se resolvió cuando la organización pagó en 2017 la indemnización que reclamaba.

También como colectivo sufren afrentas, la última y más llamativa por parte de Hazte Oír. La organización conservadora sacó a rodar un autobús por las ciudades de España con un mensaje en su carrocería: “Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen”. Y aunque muchos defendían ignorarlos para no darles publicidad, Mar ve algo positivo en haber hablado de ello. “Este caso sirvió para llamar por fin a nuestra discriminación por su nombre, transfobia, y no confundirlo como antes con la homofobia”.

Falta de información

Este desconocimiento generalizado que conlleva la transfobia, y que se extiende hasta nuestros días, es el mismo que retrasa a las personas trans identificarse como tal. Carmen García de Merlo, coordinadora de Transcogam, nació en 1962 en Valdepeñas y no escuchó la palabra transexual hasta los años ochenta. “Yo sabía que era una niña, pero no transexual. Descubrí a los travestis, que es como se nos llamaba entonces, por la revista InterviúInterviú, y pensé que eso era lo que me sucedía”. Mar, por su parte, también hija del franquismo, no se consideró mujer hasta los 19 años. “Hasta entonces pensaba que era un maricón, porque era la información que había recibido”. Y por un trance similar pasó Daniel, que pensó que era una mujer lesbiana. “Pero al entrar en el colegio, que era privado y obligaba al uniforme, me suponía un trauma llevar falda. Mi madre me asegura que lloraba, y recuerdo sólo sentirme cómodo cuando había gimnasia e íbamos a clase en chándal”.

En los últimos años, los medios de comunicación y las redes han puesto al alcance de la mano de todos cantidades ingentes de información, una vorágine que incluye al colectivo trans. En plataformas como YouTube, numerosas personas trans suben vídeos en los que cuentan su proceso día a día, y muestran los avances, como el resultado de las operaciones a las que se someten. En España, vídeos como los de Alejandro P. E. y los de Leo Mulio suman cientos de miles de visionados. Gracias a estos canales de información, cada vez más personas trans se identifican como tal antes. “Mi hija se enteró por un programa de El IntermedioEl Intermedio”, confiesa Concha Alcarra, madre de una hija transexual. “Estaban entrevistando a unas personas trans de la Fundación Daniela y mi hija se levantó y se fue. Días más tarde, me confesó que eso era lo que pasaba”. El hijo de Cruz Rabadán, un joven transexual menor de edad, se lo contó a su madre a través de una carta en la que le escribió que era transgénero, que quería que le llamase Jorge, empezar a hormonarse, operarse los pechos y que no se preocupara, que no le gustaban las chicas, sino los chicos. “Él tenía grupos de WhatsApp con gente de diferentes partes y, en uno de ellos, un chico dijo que era transexual, y pensó que era esto lo que le pasaba”, cuenta Cruz. “Con ayuda de su mejor amiga, empezó a informarse por Internet. Cuando nos lo contó, ya llevaba un año investigando”.

 

Imagen de la bandera LGTBI y la bandera trans. / EP

Al igual que Carmen, Mar y Daniel, este chico y esta chica ya se habían mostrado disconformes con el rol de género que se les había impuesto, pero carecían de información para lidiar con ello. Igual les pasaba a sus madres, a las que la noticia les pilló por sorpresa. “Es verdad que no le gustaba jugar al fútbol y que se llevaba mejor con las chicas, pero eso no tiene por qué significar nada”, explica Concha. “Es cierto que mi hijo no adoptaba los roles femeninos establecidos, pero yo tampoco lo había hecho nunca”, cuenta Cruz. “Recuerdo que, cuando íbamos a comprarle los juguetes, le decía a mi marido: ‘Van a pensar que tenemos un chico’, porque todos los juguetes eran de niño”. Las señales, por supuesto, se fueron agudizando. “Manifestó que no quería ir con falda ni zapatos de chica, y cuando le vino la regla lo llevó fatal, lloraba constantemente”, revela Cruz. “También observé que no se miraba al espejo cuando se le empezó a desarrollar el pecho. Un día, ya durante el proceso, me confesó que el momento más feliz de su vida había sido cuando le dejé ir con pantalones al colegio, con unos siete años”.

Con muchas más herramientas, los jóvenes pueden informarse sobre el proceso de reasignación y todo lo que conlleva, así como decidir cuándo empezarlo. Cuando Cruz descubrió que tenía un hijo y no una hija, se enfrentó a sus miedos y prejuicios, y le preguntó si de verdad estaba preparado para todo lo que venía, pues no se trataba de una orientación sexual, sino de un cambio ante la sociedad. “Creo que intentaba convencerme más a mí, pues él estaba decidido. Me respondió: ‘Mamá, sé todo lo que me estás contando, sé que hay un porcentaje muy elevado de suicidios en la gente transexual, ¿crees que elegiría esto si no lo necesitase?”. La hija de Concha optó por comenzar cuando pasó del colegio a la universidad. “En el colegio le conocían de una manera, cuando empezase en la universidad le conocerían de otra”, explica.

A los medios y las redes se suma la percepción de esta sensibilidad por parte de productores y creadores, que han dado lugar a numerosos productos audiovisuales en el que se recogen estas realidades. Si antes sólo se reflejaba el lado marginal del colectivo (como se puede apreciar en las primeras películas, por ejemplo, de Almodóvar), ahora el abanico se abre a otros entornos. Desde el exitoso largometraje La chica danesa, que narra uno de los primeros procesos de cambio de sexo de la Historia; a Sebastián Lelio, ganador de este año del Oscar a mejor película de habla no inglesa, Una mujer fantástica, protagonizada por una mujer transexual, Daniela Vega; pasando por series como Transparent, sobre una mujer transexual mayor que decide vivir su verdadera identidad a una edad avanzada –y que ha disparado al éxito a Hari Nef, la primera modelo transexual de carrera internacional–. “Ahora me da vergüenza decirlo, pero mi idea de la transexualidad era la que nos habían vendido por la televisión y otros medios: gente mayor que se dedicaba al espectáculo o la prostitución”, se sincera Cruz.

De criminales a enfermos mentales

Condenados al ostracismo y a la ilegalidad durante la dictadura franquista, que les tachó de travestis y les perseguía en cumplimiento de la Ley de Vagos y Maleantes y la posterior Ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social (acusándolos de homosexualidad), las personas trans quedaron excluidas del mercado laboral y se veían forzadas al espectáculo y la prostitución. Una situación que durante la democracia no se ha terminado de revocar. Un estudio de la Universidad de Málaga revelaba en 2012 que el 50% de las personas transexuales habían ejercido en algún momento la prostitución. En julio de 2015, la Organización Internacional del Trabajo sacó a la luz los primeros resultados del proyecto PRIDE, sobre la discriminación en el trabajo por motivos de orientación sexual e identidad de género. En él, aseguraba: “Las personas transexuales son las que enfrentan las formas más severas de discriminación laboral. Muchas de ellas declararon ser rechazadas en la entrevista de trabajo debido a su apariencia. Entre los problemas que enfrentan en el lugar de trabajo, cabe citar la imposibilidad de obtener un documento de identidad que refleje su género y su nombre; la reticencia de los empleadores a aceptar su forma de vestir […]. Por ello, en algunos países, la única estrategia de supervivencia que les queda es el trabajo sexual […]”. Carmen ve difícil, si no imposible, huir de ese destino para las personas transexuales que son repudiadas en el seno familiar. “En nuestro grupo, casi todo el mundo tiene un trabajo precario o está en el paro”.

Mar, en los últimos años, ve avances importantes. “Hace 10 años, el 80% de las mujeres transexuales dedicadas a la prostitución eran españolas, una cifra que ha bajado al 7%. Ahora, tenemos una población migrante a la que se le fuerza también a ejercer la prostitución, tanto si son mujeres transexuales como si no”. Además, existen empresas que han adoptado códigos de buenas prácticas para la empleabilidad de las personas transexuales y el pasado 9 de mayo se publicaron en el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía medidas para el fomento del empleo para personas trans, con incentivos a las empresas que van de 4.400 a 11.000 euros, en función del contrato y del sector.

Si en la dictadura les trataron como a criminales, la democracia les hizo pasar por otro trance. No fue hasta 2007, 29 años después de la aprobación de la Constitución, cuando el Gobierno socialista legisló para regular el cambio de sexo y nombre en el Registro Civil (y por tanto, en el DNI) de las personas transexuales. Eso sí, a cambio de considerar la transexualidad como una enfermedad. El artículo 4 de la Ley 3/2007, de hecho, establece como requisito indispensable para la modificación un informe psicológico que diagnostique la disforia de género y garantice que el solicitante no sufre ningún trastorno de personalidad, además de un tratamiento hormonal de al menos dos años. “Esta ley nació con fecha de caducidad, porque convirtió un mero trámite administrativo en un proceso médico, y excluye a los menores”, opina Mar. En una resolución de 2015, el Consejo Europeo llamaba a los Estados miembros a facilitar dichos trámites, a eliminar la obligatoriedad tanto de tratamientos médicos como de diagnósticos de patologías mentales, a considerar la opción de incluir un tercer género y a garantizar que, en todas las decisiones relativas a los menores, el interés superior del menor sea la consideración primordial.

El 30 de noviembre de 2017, el Congreso de los Diputados admitió a trámite una proposición de ley impulsada por el PSOE para modificar la ley de 2007 que, de aprobarse, permitirá a los menores presentar la solicitud a través de sus progenitores o, si estos se oponen, a través del Ministerio Fiscal; eliminará las exigencias médicas y permitirá a las personas extranjeras residentes en España que puedan hacerlo. Además de esta, se encuentran pendientes dos proposiciones, registradas por Unidos Podemos, con reclamaciones similares o más avanzadas.

Ante la inacción estatal, varias Comunidades Autónomas han legislado con el objetivo de despatologizar en su territorio al colectivo trans. Andalucía, pionera siempre en cuanto se refiere a sus derechos –incluyó la cirugía de reconstrucción genital en 1999 en su Servicio de Salud, cuando seguía vigente una prohibición expresa a nivel estatal sobre cubrir este tipo de intervenciones–, fue la primera en 2014, prohibiendo el requisito de un informe psicológico o médico para comenzar el proceso, así como para el cambio de sexo y nombre en los documentos de competencia autonómica, como la tarjeta sanitaria. Le siguieron Madrid –aunque los colectivos trans acusan al gobierno regional de no cumplirla–, Murcia y Cataluña en 2016, la Comunidad Valenciana, en 2017, y Aragón desde el pasado abril.

Apocalipsis Lemebel

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Leyes aparte, la mayoría de la sociedad española se postula a favor de que el Estado haga más por apoyar y proteger a las personas trans, y no considera que padezcan ninguna enfermedad mental. Al menos, es lo que se extrae de una encuesta online sobre la percepción en el mundo del colectivo trans realizada por la organización Ipsos. De los 16 países encuestados, España quedó a la cabeza como el país que mejor percepción tiene de estas realidades. “Si haces una comparación histórica e internacional, no estamos mal”, dice Carmen, “pero seguimos teniendo muchos problemas, y debemos seguir reivindicando nuestros derechos. Si no fuese por eso, las leyes no se habrían actualizado”.

*Este reportaje está publicado en el número de junio de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los artículos de la revista haciendo clic aquí.aquí

 

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