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¿Hemos aprendido la lección?

Alumnos realizando la EBAU en Universidad de La Rioja el pasado mes de julio.

Jordi Pacheco

Durante la recta final del curso 2019-2020 la pandemia comprometió seriamente la continuidad de la enseñanza en todos los niveles del sistema educativo. La mayoría de centros de España intentaron sobreponerse a los estragos del virus desde una actitud comprometida y responsable. Muchos de ellos, especialmente los que ya venían aplicando un proceso de transformación hacia una mayor flexibilidad curricular y organizativa, se adaptaron rápidamente a la situación manteniendo las propuestas de aprendizaje e intentando ajustarlas por edades, además de situar a los alumnos y las familias en el centro de su preocupación. En cambio, los más tradicionales se centraron en seguir ofreciendo contenidos, en un intento —erróneo para algunos— de llevar el modelo tradicional presencial al ámbito virtual.

“La capacidad de respuesta a los primeros envites de la crisis ha sido desigual y ha dependido mucho de recursos, de zonas y de los diferentes tipos de alumnos. Desde el punto de vista del profesorado, la reacción ha tenido que ver con la aptitud de los maestros y maestras de adaptarse o no a las nuevas formas de impartir la docencia, a los nuevos ritmos. Y desde el punto de vista del sistema, se ha podido comprobar que tenemos un problema con la digitalización, ya que la escuela virtual no es solo aprender a multiplicar y que los niños y niñas tengan acceso a internet y a los dispositivos; la brecha digital es una brecha de acceso pero también de uso: los estudiantes pueden ser unos cracks jugando a su videojuego preferido y al mismo tiempo no tener ni idea de cómo consumir información”, sostiene Liliana Arroyo, doctora en Sociología e investigadora del Instituto de Innovación Social de ESADE. 

Un informe elaborado en 2016 desde el Mobile World Capital de Barcelona define la brecha digital como “la desigualdad entre las personas que pueden tener acceso o conocimiento en relación con las nuevas tecnologías y las que no”. Existen, según este informe, tres tipos de brecha: de acceso, de uso y de calidad de uso. El primer tipo de brecha tiene que ver con si se tiene acceso o no a dispositivos digitales y a internet. Este factor es importante, pero es quizás el menos preocupante dado que actualmente la mayoría de la población dispone de dispositivos electrónicos que permiten llevar a cabo tareas digitales relacionadas con los estudios. Y a quienes no los tienen, la administración está en disposición de hacérselos llegar en muchos casos, tal como se pudo ver durante los primeros meses de la pandemia. 

El verdadero problema se encuentra en el segundo y tercer tipo de brecha. “Una vez que el dispositivo entra en casa, en función del nivel socioeconómico, del nivel de conocimiento, habilidad y destreza de la familia, los padres y madres son capaces de ayudar en mayor o menor medida a los menores. Entonces, a veces sucede que los aparatos acaban siendo usados con finalidades recreativas y no para un uso escolar o de aprendizaje. Ante este problema hay que hacer un esfuerzo muy importante para que las familias se suban al carro tecnológico y se pongan al día sobre estas cuestiones”, apunta Miquel Àngel Prats Fernández, profesor titular de Tecnología Educativa en la FPCEE de Blanquerna Universitat Ramon Llull. “Y en segundo lugar —continúa Prats—, al margen de los conocimientos y habilidades tecnológicas, las familias también han de ser capaces de regular el uso de las tecnologías para evitar que los menores se conviertan en verdaderos yonquis. Si esta cuestión ya era un problema antes de la pandemia, en este nuevo contexto de crisis los chicos y chicas se han conectado muchas más horas; y si los padres no están al tanto, esto puede derivar en una sobreexposición a los diferentes dispositivos electrónicos”.

Ciudadanos digitalmente competentes 

Tal y como quedó demostrado durante el confinamiento de la pasada primavera, el papel de las familias es y será crucial a partir de ahora para acompañar a los pequeños en los procesos de aprendizaje a través de las tecnologías, pero también para educar en el uso saludable y seguro de estas. El reto es hacer que la tecnología sea algo tan normal en la escuela como lo es en la vida cotidiana actual. “Las escuelas deben hacer entender a las familias que se les está proponiendo para sus hijos una enseñanza diferente a la que ellas tuvieron, una enseñanza en la que la tecnología se incorpora de forma estratégica pero con un sentido y vinculada a los valores de ciudadanía tradicionalmente asociados a la escuela. Las familias pueden jugar un papel de apoyo o de resistencia, pero en el fondo esta cuestión dependerá mucho de la capacidad de las escuelas de crear este relato de argumentación y justificación pedagógica y educativa de las tecnologías”, comenta Pepe Menéndez, profesor de Secundaria y asesor internacional de educación.

Las tecnologías han llegado a casi todos los ámbitos de nuestras vidas para quedarse. Este contexto requiere de ciudadanos digitalmente competentes. Basándose en el DIGCOMP, el marco europeo para el desarrollo y comprensión de las competencias digitales, en España algunas administraciones autonómicas como Castilla y León, Andalucía o Cataluña, incentivan desde hace algunos años el desarrollo de la competencia digital ciudadana a partir de la obtención —mediante la superación de una prueba— de certificados que acreditan el nivel de conocimiento y capacidades en relación con las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación). Si nos ceñimos al ámbito educativo, la formación del profesorado —existen también certificados específicos de competencias digitales para docentes— y de las familias es del todo necesaria para garantizar la buena marcha de los alumnos y la manera más efectiva, por tanto, de abordar el problema de la brecha digital. “Cuando hayamos superado la pandemia ya nada volverá a ser igual. Por eso, lo que se ha de hacer ahora más que nunca es formar a todo el mundo en competencias digitales”, reconoce Lourdes Guàrdia, profesora de los Estudios de Ciencias de la Educación de la UOC. “Esto puede ser difícil de implementar a nivel masivo, pero la metodología y el marco normativo ya existen a escala europea, de modo que quizás es cuestión de incidir en ello. En todo caso, de cara a septiembre es prioritario empoderar a las escuelas para que formen a las familias —algunas ya lo están haciendo— con el fin de que puedan acompañar adecuadamente a los menores mientras llevan a cabo las tareas escolares, ayudándolos a planificar el trabajo y evitando malos usos”, advierte Guàrdia. 

Cabe señalar, por otra parte, el papel que juegan en este contexto universidades a distancia como la UOC o la UNED, que durante los primeros meses de la crisis habilitaron por iniciativa propia recursos formativos abiertos a toda la población. En lo que respecta a la formación del profesorado, destaca el ciclo Docencia no presencial de emergencia, organizado por la UOC en abril. Compuesto por sesiones formativas en formato webinar y MOOC, este ciclo ha tenido un gran impacto social, con miles de visualizaciones en España y América Latina. La propuesta es un complemento a los recursos disponibles en el portal Conectad@s: la universidad en casa. Diseñado por la UOC y la UNED a petición del Ministerio de Educación, se trata de un proyecto del Ministerio de Universidades y Crue Universidades españolas. Desde la UOC también está prevista para este otoño la publicación de un libro de 10 capítulos (Decálogo para la mejora de la docencia online) al que cualquier persona o entidad interesada podrá acceder en línea de forma gratuita.

El factor humano 

Hay quien se pregunta si es correcto estar debatiendo de un modo tan insistente en torno a las tecnologías. ¿Qué papel han de ocupar exactamente? ¿Son meras herramientas o acaso algo más? “Me atrevería a decir que las tecnologías son herramientas, lenguaje y espacios: herramientas porque son máquinas; lenguajes porque son una forma de pensar e interactuar, sus códigos te obligan a pensar de una determinada manera; y espacios de interrelación porque permiten relacionarnos, como en las redes”, señala Miquel Àngel Prats.

Más allá del innegable reto tecnológico, el debate educativo ha de tomar en cuenta también otros aspectos: la posible falta de acompañamiento emocional por parte de los centros constituye uno de los principales motivos de preocupación entre los y las estudiantes a partir de la etapa de Secundaria. “Los centros que han sido capaces de involucrar a las familias y hacerlas partícipes de la educación de sus hijos e hijas han sido los que con mejor nota han resuelto la situación. Algunas de estas escuelas se han dado cuenta de la importancia de las tutorías individualizadas más allá de los contenidos. El factor humano ha sido, es y será primordial independientemente del formato de la escuela: da igual si es presencial, virtual o híbrido”, subraya Liliana Arroyo. 

En la misma línea avanzan las reflexiones del profesor Miquel Àngel Prats, que opina que la pandemia ha puesto puesto de manifiesto la necesidad de que todo profesor sea también tutor. “En el ámbito universitario probablemente ha sobrado conocimiento y ha faltado tutoría, acompañamiento; quizás ha faltado una llamada para preguntar: ‘¿cómo estás?’; porque la realidad es muy diversa y las historias de las personas que hay detrás de las pantallas son muy complejas. Por tanto, más allá de los ríos, de los volcanes y la geografía, que es muy interesante e importante, están las personas. Hay que entender que estamos en un momento de excepcionalidad en que la cuestión humana va por delante de los contenidos. Ahora lo importante es acompañar a los estudiantes, saber qué les está pasando y cuáles son sus necesidades. No se trata de enviarles los ejercicios pertinentes y quedarse con la conciencia tranquila sino de personalizar más la educación. Hay una función que es importante que nos la creamos todos los educadores y es que, por encima de todo, somos tutores”, asegura.

Podría pensarse que este componente emocional no ha de tener cabida más allá de los ciclos de Infantil y Primaria, sin embargo, la educación emocional de verdad —aquella que nos permite cuidar de nosotros mismos y de nuestro entorno— es imprescindible siempre. “Como personas adultas considero que seguimos necesitando herramientas que nos ayuden a interpretar el mundo, a nosotros mismos y a relacionarnos mejor con los demás, a repensar cada día el trabajo que hacemos y, sobre todo, a encarar esta complejidad e incerteza que vivimos en estos momentos. De cara a los tiempos que vienen, vamos a necesitar mucho las llamadas habilidades blandas, que engloban cualidades como la creatividad, espíritu crítico, colaboración, comunicación, civismo, ciudadanía. No podemos ser unos buenos profesionales en todo esto si no disponemos de unas buenas herramientas de autorregulación emocional y de gestión. Como afirma el neurocientífico David Bueno, cualquier aprendizaje que implique emociones perdura mucho más, y lo que necesitamos justamente son aprendizajes perdurables”, afirma Montse Jiménez, docente de Secundaria.

Integrante del equipo de formación, innovación y comunicación de la red de centros Vedruna Catalunya Educació, Jiménez sostiene que hay que cuidar las relaciones afectivas para que el aprendizaje sea realmente efectivo. “Una de las cosas que hemos visto durante el confinamiento —observa— es que no todos los contenidos que damos resultan imprescindibles. Por tanto, lo primero que tenemos que pensar es cómo reestructuramos todo esto hacia una enseñanza más competencial y descompartimentada, que integre materias que la vinculen con la vida. No se trata solo de contenidos sino también de competencias y también las personales. Esto implica desaprender. Hay una frase que dice que los analfabetos del siglo XXI no serán los que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y reaprender. Creo que como docentes, estamos en este proceso de reaprender. Si algo nos ha enseñado la pandemia es que no podemos limitar el aprendizaje a la mera transmisión de contenidos”.

Escenarios de hibridación 

El aumento de contagios de coronavirus experimentado a lo largo del verano puede llevar a nuevas situaciones de confinamiento obligatorio. La pregunta que se hacen muchas personas es si el sistema educativo está preparado para afrontar tal contingencia. “Quiero pensar que tras la primera emergencia los centros han tomado nota y han extraído algunas lecciones de cómo hacerlo mejor la próxima vez. Cuando se trata de una emergencia abrupta que se da por vez primera, puede cogerte por sorpresa, pero a estas alturas los centros saben como mínimo cuáles son las preguntas que se han de hacer. Quizás no tienen los recursos ni la capacidad de resolver las cosas de forma inmediata, pero al menos han tenido un ensayo ya que vienen de una situación límite que les ha hecho darse cuenta de sus carencias”, argumenta Liliana Arroyo. 

“Hay que empezar el curso con dos propósitos: compartir y cohesionar los aprendizajes de la pandemia. Hay que preguntarse qué hemos aprendido realmente y sacar conclusiones a partir de cosas que nos han sorprendido durante la crisis. Por ejemplo, se ha visto que alumnos que no se mostraban receptivos en las aulas, con la docencia virtual han conectado mucho mejor; los alumnos más tímidos y retraídos, así como aquellos que sufrían acoso escolar se han sentido liberados en el contexto de la pandemia. Es decir, ha habido lecciones interesantes y conviene aprender de ellos a partir del diálogo con los estudiantes y las familias. No podemos empezar el curso con la idea de que hay que recuperar el tiempo perdido sino poniendo en evidencia, ante todo, los aprendizajes”, advierte Menéndez, autor de Escuelas que valgan la pena. Historias para entender la educación del futuro (Paidós Argentina, 2020).

Ante la posibilidad de nuevos confinamientos y otras eventualidades, en educación todo apunta a un escenario de hibridación que requerirá la capacidad de combinar docencia presencial con la virtual. El reto es saber utilizar y combinar ambas para aquello en lo que son verdaderamente útiles. “Las escuelas se tienen que preparar para ofrecer un aprendizaje que no resulte disruptivo entre los períodos de estudios presenciales y a distancia”, remarca Menéndez. 

(Re)vuelta al cole, en 'tintaLibre'

(Re)vuelta al cole, en 'tintaLibre'

El próximo curso será volátil, complejo, incierto y ambiguo. “Nos tenemos que habituar a la incerteza. Ahora cobran vigencia las teorías de [Zygmunt] Bauman acerca del mundo líquido. Vivir en una sociedad líquida significa que todo se te escurre entre los dedos y tanta incertidumbre provoca cierto grado de estrés. Por eso habrá que tener en cuenta que no se podrá planificar más allá de una semana vista, o incluso menos. Y esto cuesta mucho porque estábamos acostumbrados a planificar a medio plazo, cuando menos. Por tanto, es importante tener flexibilidad y creatividad para pergeñar diferentes planes sin dejar de ser conscientes de que ninguno de ellos podría salir de acuerdo con lo previsto. Intentemos hacer como se hace en los aviones, donde siempre avisan de que si pasa cualquier accidente debes ser el primero en ponerte la mascarilla. Ahora debemos hacer lo mismo: para poder ayudar al otro, primero tienes que estar bien tú”, reflexiona Prats.

Nadie sabe a ciencia cierta cómo será el próximo curso, pero es incuestionable que va a requerir de una gran capacidad de adaptación por parte de todos los implicados. Los cambios en la manera de enseñar ya venían asomando en los últimos años y la pandemia puede ser una oportunidad para construir algo nuevo a partir de conceptos como la cooperación, la fortaleza interior, el equilibrio emocional y la ecodependencia, necesarios para que las nuevas generaciones comprendan la complejidad del mundo en que vivimos. La pandemia está desencadenando una crisis sin precedentes y la escuela ha de seguir desempeñando su papel de neutralizadora de desigualdades. En arquitectura se conocen como sismorresistentes las construcciones diseñadas para resistir terremotos frecuentes, protegiendo así las vidas de quienes las habitan. Hacer de la educación un edificio a prueba de sismos es, pues, una prioridad absoluta.

*Este artículo está publicado en el número de septiembre de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.aquí

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