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La naturaleza proveerá

Un caimán en un lago de un campo de golf en Río de Janeiro (Brasil).

Jordi Serrallonga

  • Este artículo está publicado en el número de enero de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes suscribirte a la revista en papel aquí o leer online todos sus contenidos aquí

En la antigua Babilonia el rey Nabucodonosor soñó con una gran estatua cuya cabeza era de oro, los hombros de plata, el torso de bronce, las piernas de hierro y los pies de barro. En el sueño, una pequeña piedra —ajena al ser humano— destrozó los pies del gigante; derrumbándose así lo que, a priori, tan sólido parecía. Según dicho mito, la piedra acabó convirtiéndose en imponente montaña. Hoy, en pleno siglo XXI, y de regreso a la realidad, una entidad microscópica ha puesto en jaque al Homo sapiens. El covid-19 nos ha hecho reflexionar sobre el futuro de la humanidad. 

Creímos ser dioses intocables capaces de superar todo contratiempo, hasta que un virus —la diminuta piedra mutada en montaña— ha hecho añicos nuestro pedestal. Siglos creyéndonos la creación perfecta y en cuestión de meses hemos visto que tan solo éramos una pieza más en el engranaje de la biodiversidad. La ciencia ya nos había advertido que somos polvo de estrellas; animales biológicos formados por átomos, células y órganos sometidos a la evolución azarosa, pero era más fácil acogerse a designios divinos —el diseño inteligente— o a nuestra confianza en el “progreso” socioeconómico: diosas y dioses infalibles.

Lo cierto es que la naturaleza campa ahí fuera y estamos sometidos a sus leyes. Las hemos desafiado y ahora padecemos las consecuencias; habíamos construido el mito del Homo sapiens sobre un terreno poco sólido. Precisamente, en mi reciente libro, Dioses con pies de barro, intento reivindicar la ciencia, el conocimiento y la educación como herramientas para afrontar el presente, y el futuro: “La pandemia del SARS-CoV-2 es, en buena parte, resultado de la vanidad y, en ocasiones, la estupidez propias del ser humano actual. Vanidad porque creímos ser el centro del universo, además de la especie elegida. Estupidez porque primero asesinamos a Hipatia, por ser mujer y sabia; después procesamos a Galileo, cuando nos sacó a bailar en torno al sol; quemamos a brujas y hechiceras, que eran las que estaban en posesión de conocimientos médicos reales, y acabamos mofándonos de Darwin, por osar plantear que descendíamos de un pequeño y peludo simio africano. A regañadientes, tarde y mal, acabamos pidiendo disculpas, pero de qué sirve si hemos continuado ignorando y cuestionando a los científicos”.

¿Es demasiado tarde o existen soluciones? 

Hundidos en el barro 

Los negacionistas desoyeron a la ciencia cuando advirtió sobre el actual cambio climático. En la Tierra siempre han existido ciclos climáticos globales, intensas glaciaciones seguidas de periodos cálidos. Ahora bien, hoy los humanos hemos causado y acelerado un desajuste climático. Por supuesto que, como parte de la naturaleza, podríamos decir que también se trata de un cambio climático natural. El problema es que va muy rápido y nos afecta a nosotros y al resto de seres vivos circundantes. Plantas, insectos, aves o mamíferos son básicos para el equilibrio de la biodiversidad, y si empiezan a faltar piezas de este engranaje sometido a la evolución biológica —adaptarse o morir— nos hundiremos, literalmente, en el barro.

Reducción de la biodiversidad, contaminación medioambiental, sobreexplotación de recursos (el planeta tiene límites), aumento demográfico, nuevas enfermedades y pandemias... El panorama no es nada halagüeño, más si ciertas élites, amparadas en su preciada seguridad socioeconómica, han vivido de espaldas al problema. No interesaba buscar soluciones a siglos vista —el ciclo vital y político del humano es corto en comparación con el biológico, geológico y astronómico— y era fácil pasarle el muerto al avance de la medicina y la ingeniería, o al gran hacedor. Pero todo ha cambiado con el covid-19. La amenaza se materializó de improviso y, aunque las élites sigan sorteándola mejor que la mayoría de mortales, no pudieron escapar de los tentáculos de la pandemia. Han comprobado que la selección natural, la evolución, sigue actuando. Habíamos tensado el hilo.

Trilobites y amonites ocuparon los océanos, y se extinguieron. Los dinosaurios dominaron el planeta hasta que, hace aproximadamente 66 millones de años, la caída de un voluminoso cuerpo extraterrestre puso la guinda al camino que llevaban hacia la extinción. Muchos eran enormes y vivían en manadas, por lo que necesitaban de ingentes cantidades de comida: recursos naturales. La diferencia entre trilobites, amonites y dinosaurios es que no pudieron estudiarse a sí mismos, ni al entorno. No sobrevive el más fuerte sino el mejor adaptado y, diezmados los dinosaurios, sobrevivieron formas de vida no tan espectaculares, en cuanto a tamaño, pero que tuvieron aquí su gran oportunidad. De entre ellas, unos minúsculos mamíferos que, al poco tiempo, darían lugar a los primeros primates de los que desciende el Homo sapiens. Una especie que sí es capaz de reflexionar sobre lo que ocurre en la Tierra y hacia dónde vamos.

Hacia un optimismo renovado

“La selección artificial no ha vencido a la natural. El Homo sapiens actual ha conseguido grandes logros e hitos con su tecnología, pero esto no nos convierte en dioses ni máquinas; incluso los frutos de la agricultura y la ganadería siguen siendo dádivas naturales. Los recursos energéticos también lo son y, desde una vacuna a un microprocesador de silicio, todo procede de una cultura que no sería posible sin nuestro complejo cerebro. La cultura es una adaptación biológica más, producto de la evolución. Por lo tanto, aunque el desafío a la naturaleza haya sido y seguirá siendo inevitable —somos muchos y continuamos consumiendo, polucionando el medioambiente y expandiéndonos por el territorio—, también formamos parte de una especie que tiene la capacidad de reflexionar y razonar. En resumidas cuentas, la única manera de afrontar las consecuencias a nuestras acciones es asumir que la evolución y la selección natural siguen ahí, con ello aprenderemos a comportarnos de forma más sostenible con el medio”.

En el libro Dioses con pies de barro propongo la búsqueda de soluciones que nos permitan pensar con renovado optimismo. Al menos, la ciencia puede ofrecerlas siempre que hagamos algo parecido a un reseteo y volvamos a otorgarle valor y la difundamos. Especialistas interdisciplinares y educadores, sin distinción entre ciencias y letras, deben ser escuchados. De lo contrario jamás saldremos del barro que se formó al pulverizarse los frágiles pies de la humanidad. Toda especie biológica, según las leyes azarosas de la selección natural, puede extinguirse. Hemos visto qué les ocurrió a los gigantescos dinosaurios y nosotros no somos una excepción, por mucho que quisimos ser dioses y diosas. Incluso el sol, un día, también se extinguirá. ¿Por qué acelerar nuestra futura e inevitable extinción? ¿Acaso no sería mejor alargar la estancia en el planeta?

Durante las primeras semanas de la pandemia, confinados en hogares, oficinas, supermercados, residencias y hospitales, comprobamos que animales y plantas protagonizaban una especie de rebelión. Los jabalís ocuparon el centro de diversas urbes, las hierbas crecieron en la jungla de asfalto y los delfines jugaban en el litoral. Incluso un animal invisible, como el puma, se paseó por las calles de Santiago de Chile. Las mismas que, poco tiempo antes, yo había visitado entre manifestaciones sociales y disturbios con la policía. Muchos creyeron que significaba el retorno del mundo natural aprovechando la reclusión humana, pero solo se trató de un espejismo. Con el paulatino desconfinamiento —la llamada nueva realidad— aplastamos las flores y los animales huyeron en retirada. Aunque pudimos extraer una lección.

La rebelión de plantas y animales funciona bien como moraleja. Habíamos ocupado el edén de otros seres vivos y, si aprendemos a dejarles espacios naturales, nos beneficiaríamos todos; ellos y nosotros. Ni que sea por puro egoísmo: la supervivencia de la humanidad. Bosques, selvas, sabanas, desiertos y polos dependen de los seres vivos que habitan en dichos ecosistemas. La falta de uno solo de ellos puede suponer el desequilibrio y la hecatombe. Por ejemplo, sin árboles, hojas o algas no tendremos la oportunidad de respirar. El naturalista sir David Attenborough denuncia esto mismo en el documental y libro David Attenborough: una vida en nuestro planeta.

¡Viva la resistencia!

¡Viva la resistencia!

Abandonamos la vida cazadora-recolectora paleolítica y desembocamos en una economía de producción neolítica, la Revolución Industrial y el mundo globalizado. En pocos milenios transformamos un planeta con 5.000 millones de años de historia. A pesar de ello, reflexionar sobre lo ocurrido en el pasado, junto con la revalorización del estudio y comprensión de la naturaleza, son herramientas a nuestro servicio para intentar minimizar y revertir la situación actual. En pocas palabras, podemos seguir cultivando, obteniendo energía y poblando la Tierra, pero con estrategias más sostenibles. La reducción de la contaminación atmosférica o acústica durante las fases más duras del confinamiento son la prueba. A corto y largo plazo, conservar la geología, fauna y flora salvajes no solo nos brindará una recompensa que algunos tildarían de romántica, bucólica o trasnochada, sino el premio de la supervivencia de la humanidad. Las longevas tortugas gigantes de Galápagos quizá encierran nuevos remedios para el cáncer y enfermedades ligadas con el envejecimiento, los hielos evitan el calentamiento de océanos y clima, y los bosques son nuestros pulmones, tanto para un ecologista militante como para una corporación industrial. Todavía estamos a tiempo de salir del barro.

*Jordi Serrallonga (Barcelona, 1969) es arqueólogo, naturalista, profesor de Evolución Humana en la UOC y colaborador del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona. Ha publicado el libro ‘Dioses con pies de barro’ (Crítica).

* Este artículo está publicado en el número de enero de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes suscribirte a la revista en papel aquí o leer online todos sus contenidos aquí aquíonlineaquí

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