Vacaciones de serie

'Cites': El fango bajo las luces

Escena de la primera temporada de 'Cites'.

Tinder, Meetic, Grindr, Brenda, OkCupid. No son nombres de raperos ni de robots de cocina, sino las marcas punteras del gran negocio del amor online. Internet ha cambiado la forma de comprar, de viajar, de comunicarse… y también de ligar. Cites (Citas), producción de TV3 estrenada en 2015 y cuya segunda temporada acaba de emitirse en la televisión catalana, no engaña con su título.

La serie, ya disponible en catalán subtitulado al español en la plataforma online Filmin, y en Youtube en el canal de TV3, es una versión de Dates, serie británica estrenada en 2013. Dos años más tarde, Cites copiaba su estructura: en cada capítulo de 40 minutos —una rareza para la televisión española, que suele alargarlos hasta la hora y media— vemos dos citas acordadas por Internet. Sencillo pero, a juzgar por los datos de audiencia, efectivo: en Cataluña ha tenido entre un 8% y un 15% de shareshare, con hasta 425.000 espectadores.

La propuesta de Cites se basa en la extrañeza generalizada ante las aplicaciones para ligar, que, aunque cada vez más frecuentes, siguen siendo vistas como un producto de la modernidad algo frío, cuando no frívolo o incluso inmoral. Pero, en realidad, la estructura dramática es muy clásica. Y muy teatral, casi de improvisación: dos personajesque a priori no se conocen y vienen de mundos distintos —aunque esta premisa se rompe a medida que avanza la trama— pasan una noche juntos. Dos personajes, por cierto, que suelen ser chica y chico, con la excepción de dos tramas largas y una de un solo capítulo que incluyen a personajes hosexuales y bisexuales. 

Las secuencias largas y los diálogos pausados refuerzan este espíritu, así como el elenco de actores, que va desde Eduardo Noriega, Laia Costa o Aida Folch hasta cameos de Leticia Dolera o Llum Barrera. Y menos mal, porque esta estructura reposa, básicamente, en el tour de force entre los actores —entre los 30 y los 40 años, de nuevo con algunas excepciones—, por lo que se ven grandes diferencias entre las parejas de intérpretes con oficio y cierta química y aquellas otras que no alcanzan ese nivel.

La serie creada por Pau Freixas (director también de Pulseras rojas) tiene un bonito envoltorio. Los restaurantes y bares en los que se citan podrían estar en el top 10 de los mejor decorados (y seguramente más caros) de Barcelona, ciudad en la que se desarrollan todas las tramas. Las casas de los personajes son amplias, luminosas y con encanto, muy por encima, en la mayoría de los casos, del nivel de ingresos que se les presupone a sus dueños. Las imágenes de calles, edificios iluminados y tráfico que se intercalan entre las secuencias tienen un halo publicitario. La banda sonora, muy presente y siempre en inglés, incluye suaves temas de bandas folkies, muchas de ellas catalanas. Todo es bonito, todo tiene un aire europeo y, en cierto modo, deslocalizado. Lo que ocurre bajo la superficie es otra historia.

Porque ni las citas son perfectas ni aquellos que se ven envueltos en ellas son modelos de conducta. Es difícil no sonrojarse ante ciertas tácticas de ligue —el que finge trabajar en una ONG para hacerse el interesante—, indignarse ante otras —aquel que puntúa del uno al diez su objeto de deseo junto a los amigotes— y preocuparse genuinamente ante otras tanas. Como el hombre que espía a su cita, la busca en su lugar de trabajo e insiste hasta la saciedad para que esta vaya a cenar con él en un bar que ha reservado al completo solo para los dos. No es la única escena que hace saltar las señales de alarma ante un comportamiento más que tóxico. La duda es si, tal y como están presentadas, el espectador sentirá miedo o asco ante estas actitudes… o empatizará con ese tipo con cara de bueno que solo quiere cenar con su ligue.

Más que una serie de amor, Cites es una serie de malentendidos y dolor. No sabemos, en la mayoría de los casos, si los personajes tienen familias, amigos, amores, cómo de felices son o cómo les trata la vida. Lo que sí sabemos es que cuando están en pantalla, frente a ese desconocido que les exige una cierta exhibición de encantos, un cierto teatro, parecen profundamente solos. Lo resume una conversación entre Ricardo, el personaje de Eduardo Noriega, y Mia, el de Aida Folch. Ambos toman el aire en una céntrica terraza barcelonesa. Las luces de la ciudad titilan y ellos miran al horizonte después de una cita desastrosa. Él se lanza:

—Me encanta Barcelona. Está todo aquí. Puedes hacer lo que quieras, lo que seas, en cada momento. Es perfecta para pasar un buen rato, para distraerte. Pero, en realidad, no sabes para dónde vas, ni qué estás haciendo. Tienes un montón de preguntas en la cabeza, excusas y razones y no encuentras nunca la respuesta. Y al final siempre llegas a la conclusión de que eres una mierda.

Y ella le corrige:

—No, dos. Dos mierdas grandes e inmensas.

 

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