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De series

'Juego de tronos', una ficción que se enreda sin motivos ni interés para Cristina Monge

La politóloga Cristina Monge.

Rafa Campaña

Cristina Monge (Zaragoza, 1975) es politóloga, directora de conversaciones de Ecodes y profesora asociada de Sociología en la Universidad de Zaragoza. Columnista semanal de infoLibre y autora de distintas publicaciones, 15M: Un movimiento político para democratizar la sociedad (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2017) entre otras, participa en De series, dentro de la revista Verano libre, en la que a lo largo de agosto políticos, politólogos y periodistas comentan las producciones que más y que menos les han gustado. Por ejemplo, Juego de tronos, que ha sido una de las decepciones televisivas para la politóloga.

Este 2019 se ha emitido la última temporada. Es difícil volver a generar todo lo que ha conseguido la saga basada en la obra de George R. R. Martin. Los premios, las audiencias, las expectativas. Juego de tronos ha batido récords. Con ocho temporadas y 73 capítulos, este drama, que baila entre lo medieval y lo ficticio, ha congregado a millones y millones de personas en todo el mundo con un objetivo: el entretenimiento entendido desde lo común, la televisión como generadora de imaginario. Juego de tronos pasará —y ya ha pasado— a la historia como la serie más nominada en los Emmy —164 candidaturas—, pero también como la producción con más estatuillas, 47, a las que se sumarán los galardones que la serie de dragones consiga este año. Sin embargo, para Cristina Monge, Juego de tronos fue perdiendo su encanto, si en algún momento lo tuvo, claro: “Perdí el interés conforme se iba enredando porque tuve la sensación de que la estaban alargando sin excesivo motivo”.

La superproducción de HBO, la más cara de la casa y la que más expectación ha generado siempre, es y será por mucho tiempo el buque insignia de la plataforma. Su impacto cultural y social se calcula a grandes niveles. Más allá de las niñas que ahora se llamen Daenerys o algún que otro perro con nombre de dragón, Juego de tronos, durante y después de sus emisiones, ha generado más debate y conversaciones que ninguna otra serie del momento. Sólo en Estados Unidos más de 17 millones de personas siguieron el estreno del primer capítulo de la octava temporada, lo que supuso también un récord de audiencias para HBO. Juego de tronos puede haber gustado más o menos, sea al público o a la crítica —muchos parecen estar de acuerdo en que a partir de la sexta temporada la calidad de la serie y del guion comienza a resquebrajarse, como se ve en Metacritic, una popular plataforma que recopila reseñas y críticas de producciones—, pero por ahora tendrá que pasar algún tiempo hasta que otra serie pueda generar, ya no los réditos, sino el impacto que la producción de R. R. Martin ha dejado tras de sí.

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Para la columnista, en cambio, la política no queda al margen de sus series favoritas. Como en la de esta temporada, Chernobyl, la miniserie de HBO que trata de sacar a relucir las vergüenzas del accidente nuclear del que han pasado ya 33 años. Este drama histórico de tan sólo cinco episodios se abre paso entre la realidad y la ficción para dar forma e imagen a uno de los mayores desastres medioambientales de la historia. Para Monge, que trabaja en la fundación Ecodes —Ecología y Desarrollo—, es “muy interesante que todo vaya saliendo a la luz”. Y es que la politóloga cree que uno de los aciertos de la ficción de HBO es mostrar “el apocalipsis ambiental” del accidente con sus derivadas “repercusiones económicas, sociales” y todo el papel que juega ahí la política.

Y en su misma línea, las dos series favoritas de la historia de Cristina Monge también juegan en el terreno de la política: Borgen y House of cards, casi como dos caras de la misma moneda. La primera, como una visión más bondadosa de la política, y la segunda, como todo lo contrario: la política al servicio del poder. “Dos visiones distintas de las tripas de la política que demuestran que existen culturas políticas distintas y por tanto que la política puede hacerse de muchas maneras, en función de esa cultura en la que se apoye”, destaca Monge.

Borgen, con sólo tres temporadas y 30 capítulos, relata el ascenso de Birgitte Nyborg, líder del Partido Moderado danés, como primera ministra de su país, mientras su esfera personal y sus esfuerzos por llevar adelante un gobierno se combinan en un producto de entretenimiento para los más forofos de la política, como Monge. Y en la otra punta, con muchas menos bondades, House of cards, la serie protagonizada por Kevin Spacey y Robin Wright que, con polémica servida, muestra el rostro menos humanizado de la política. Poder y mentira a cualquier precio hacen de la producción un relato dramatizado de muchos de los tópicos de los que se sirve la política estadounidense, donde manipulación, ego y epicidad hacen una carrera de fondo a costa del bien común.

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