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'Jane the virgin': el poder de la telenovela

Jane the virgin Jane the virgines una telenovela. Jane the virgin es también una de las series estadounidenses más celebradas por la crítica en los últimos años. Podría parecer que, para que lo segundo fuera cierto, habría que rebajar lo primero, decir que es una telenovela con matices. Y es cierto que la producción de la cadena CW, emitida por Netflix y Movistar+ en España, le da una vuelta de tuerca al género. Pero su creadora, Jennie Snyder Urman, nunca ha dejado de referirse a ella como una "telenovela", sin apellidos de ninguna clase, y el éxito de la serie depende en gran medida del buen uso de sus tropos: protagonismo de los personajes femeninos, interés por las tramas amorosas y familiares, desprecio por la verosimilitud y numerosos giros de guion. Tras cinco temporadas, el pasado miércoles, Jane the virgin emitió su último capítulo en Estados Unidos, dejando a sus fans sin cliffhanger al que agarrarse. El espectador español aún está a tiempo de ponerse al día, y por eso aparece en esta sección que recoge algunas de las mejores producciones del año, que quizás hayan quedado eclipsadas por el abrumador catálogo de la ficción televisiva. 

La premisa que se planteaba en el piloto de la serie, emitido allá por 2014, era deliberadamente telenovelesca, hasta el punto de rayar el absurdo. De hecho, está basada en la telenovela venezolana de 2002 Juana la virgen, cuyos derechos había comprado CW. En la versión estadounidense, no muy lejos de la original, Jane (Gina Rodriguez), una joven de origen latino, está comprometida con su novio Michael (Brett Dier), pero ha decidido no acostarse con él hasta el matrimonio, en parte por la presión de su conservadora abuela y en parte por el temor a repetir el embarazo adolescente por el que la tuvo su madre. Hasta ahí, todo normal. Aquí viene el giro: cuando Jane acude al ginecólogo para hacerse una revisión, la doctora traspapela los expedientes de dos pacientes y acaba inseminándola a ella. El origen de los espermatozoides resulta ser el apuesto dueño del hotel en el que trabaja, Rafael (Justin Baldoni), un playboy millonario cuyo estilo de vida y ambiciones poco tienen que ver con los de la protagonista. Jane la virgen está embarazada, el drama está servido. 

Y Jane the virgin no ha querido alejarse ni un poco de él. La serie ha tenido de todo: gemelos malvados, villanos psicópatas, muertes que no son tales, secuestros, grandes revelaciones y, por supuesto, el triángulo amoroso Jane-Michael-Rafael que se ha convertido en marca de la casa. Hay otros tropos telenoveleros menos evidentes que Jane también respeta: la heroína es una chica guapa de clase obrera; la villana, Petra Solano (Yael Grobglas) —uno de los personajes que más evoluciona a lo largo de la saga—, es una pérfida ricachona; los vértices del triángulo amoroso son un chico bueno y honesto y un hombre atractivo y peligroso; en este universo hay ciertas esperanzas de ascenso social, y el amor romántico y el matrimonio siguen siendo dos valores absolutos. Urman y su equipo, lejos de despreciar estos mecanismos y valores, los abrazan y hacen de Jane the virgin una telenovela sin complejos en un panorama con una idea muy concreta de lo que se considera buena televisión: dramas en los que se habla "muy despacio", con "muchas pausas" y "muchos hombres" que "se enfadan mucho", en palabras de la propia showrunner

Pero esta entrega absoluta a un género despreciado —y doblemente despreciado por su origen latino en un país anglosajón— es solo uno de los ingredientes del cóctel. Jane the virgin es perfectamente consciente de la existencia y el uso de estos engranajes, y construye gran parte de su identidad en torno a esta conciencia. Lo hace, principalmente, con un hallazgo narrativo brillante: su narrador, interpretado por Anthony Mendez, que, con una voz de latin lover, conduce y comenta el programa, señalando cuándo los giros parecen "sacados de una telenovela", exclamando "OMG!" ("¡Dios mío!") ante las sorpresas del guion y haciendo de la serie una producción decididamente autorreferencial. Pero hay más: las tres mujeres de la familia Villanueva son adictas a las telenovelas, y el padre de Jane resulta ser Rogelio de la Vega, uno de sus actores preferidos, cuyo sueño es adaptar para el público estadounidense uno de sus mayores éxitos entre el público latino. (Otro salto: el actor que le da vida, Jaime Camil, es conocido por su papel de galán en La fea más bella, adaptación mexicana de Betty la fea). Por último, Jane sueña con ser una escritora de novelas románticas, añadiendo a la mezcla otro género narrativo despreciado, considerado popular y para mujerespopular para mujeres, en el sentido más despectivo. 

"Jane the virgin no es un placer culpable": así titulaba la periodista Emily Nussbaum su brillante ensayo sobre la serie en The New Yorker. En el texto, defendía la pertenencia de Jane al paraíso de la televisión de calidad, y para ello abordaba la relación de la producción con el género al que pertenecía. Nussbaum señala que la autorreferencialidad y los guiños metaficcionales no son ni mucho menos novedosos: lo han hecho recientemente series como BoJack Horseman, The comeback o Episodes, jugando todas ellas con las sit-com de los noventa. "Pero una de las cosas más llamativas de Jane the virgin", escribía, "es que nunca es verdaderamente irónica, ni mucho menos condescendiente con su material original". Urman nunca se ríe de las telenovelas, nunca insinúa que sean contenidos de baja calidad y nunca trata de quedar por encima, a través del narrador, de su propia producción. Esta es una telenovela que no reniega de su propia identidad, sino que presume de ella a través de la deconstrucción de su engranaje. "Mira qué bien funciona esto", parece decirnos Urman. 

Esa aproximación honesta a su propio material hace que Jane the virgin pueda mezclar dos registros completamente distintos. Los momentos de delirio telenovelesco, con su acción, su drama y su comedia llevados siempre al límite, se funden con otros más pausados, instantes de ternura genuina o de preocupaciones más mundanas que pueden coincidir con las del espectador. Entre giro y giro, el hijo de Jane sufre un trastorno por déficit de atención, uno de los personajes pierde su líbido debido a una enfermedad, la protagonista pasa por bloqueos creativos y los tortolitos no encuentran ese "tiempo de calidad" que las parejas se quejan a menudo de perseguir. La producción tampoco pretende ser sutil el abordar estas cuestiones, pero eso no da lugar a un guion plano, sino que ofrece escenas de pura verdad televisiva. Las actrices principales cuentan, en el penúltimo episodio de la serie —en realidad, un pequeño making-of—, que llamaban al pequeño pórtico de entrada en el que sus personajes se sientan a menudo a conversar el "porche de las lágrimas". Y no sin razón: Jane arranca a sus espectadores tantas llantinas como grititos de asombro.  

La producción ha logrado también un difícil equilibrio en su aspecto visual. Por una parte, adopta los decorados un tanto evidentes de las telenovelas convencionales, abrazando el kitsch con alegríakitsch. Esto mismo se contagia a algunos de los frecuentes efectos visuales de la serie, que el equipo define como "realismo mágico", en referencia a la corriente literaria latinoamericana. Aquí, cuando alguien está enamorado le brilla literalmente el corazón, no es raro que nieven flores blancas, que las plantas revivan o que Gina Rodriguez se desdoble para dar vida a los personajes de la novela que está escribiendo la propia Jane. Junto a estos guiños, que casan bien con la estética general del show pero que no podrían considerarse exactamente innovadores, Jane the virgin ha desarrollado una identidad visual muy precisa en su uso del texto sobreimpreso: cuando los personajes intercambian mensajes, estos aparecen en pantalla de una manera muy orgánica —mucho más orgánica que otras series de supuesta mejor calidad—, más de una trama de Rogelio tiene que ver con su uso de Instagram o Twitter, y el narrador no duda en aportar su visión usando hashtags, títulos o incluso pequeños esquemas. 

Si Jane the virgin no reniega de la telenovela que es, se debe en parte a que no reniega de la serie latina que es. No deja de ser curioso que su creadora sea una mujer blanca, ajena hasta ese momento a las costumbres de la comunidad hispana. Tuvo que compensarlo en el departamento de guion: de sus 13 miembros, diez son mujeres y cuatro son latinos. No se trata solo de que la mayor parte del casting sea hispano —en 2016, solo el 5,8% de los personajes con frase en la televisión estadounidense eran latinos—, o de que los numerosos cameos sean de referentes culturales latinos —de Gloria Estefan a ¡David Bisbal!—, o de que se hable de la inmigración ilegal a través de la figura de la abuela. En otras producciones con un elenco esencialmente hispano, como la recientemente cancelada Día a día, la cultura latina se adapta a un tropo de la cultura estadounidense, en este caso los mecanismos de la sit-com familiar. En Jane the virgin, es la industria audiovisual blanca la que tiene que ajustarse al funcionamiento de la telenovela —su gran número de personajes, por ejemplo—, es el espectador blanco el que tiene que captar su estilo, y son los personajes blancos los que giran en torno al universo de las Villanueva. Si esto no es una forma revolucionaria de hacer ficción, se le parece mucho.  

 

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