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Cinema Paradiso

Una fuerza de la naturaleza

Fotograma de 'Bestias del sur salvaje'.

Anaís Berdié (Insertos)

El fin de la infancia es un tema atractivo y recurrente en la ficción. Contiene, en sí mismo, una evolución del personaje perfecta y capaz de calar en cualquiera, pues es absolutamente universal. Llevarlo al cine con maestría ya es más complicado. Y más si ese fin de la infancia se avecina a los seis años de edad en un rincón pantanoso y remoto del mapa. El reto de encontrar a una niña de carne y hueso capaz de mostrar ese viaje interior desde su propia mirada infantil se antoja, entonces, mayúsculo.

Quvenzhané Wallis surge así como un milagro ante los ojos del espectador. Con su pelo ensortijado, su piel morena y sus botas de agua, la Hushpuppy a la que interpreta en Bestias del sur salvaje se presenta tratando de comprender el significado del latido de los corazones de las aves de corral, intentando desentrañar los misterios de la naturaleza y, en fin, de la vida. Un cachorro silencioso, como podría traducirse el nombre de su personaje de forma literal, que está a punto de enfrentarse, mucho antes de tiempo, a la pérdida. Con un padre gravemente enfermo y una enorme tormenta amenazando la habitabilidad de su precaria vivienda, en un poblado en los meandros del Misisipi, Hushpuppy deberá aprender a sobrevivir por su cuenta antes de que el peligro anunciado se haga real.

 

Bestias del sur salvaje, la ópera prima y única película hasta la fecha del joven neoyorquino Benh Zeitlin, sorprendió por su naturalismo y por la sensación de inmersión total en la vida de estos habitantes de los márgenes, que se apañan a duras penas en un entorno aparentemente hostil, pero que disfrutan de una vida en sintonía con la naturaleza y desean, por encima de todo, permanecer en su hogar. “En la Bañera hay más días de fiesta que en ningún otro lugar del mundo”, relata orgullosa Hushpuppy al inicio de la cinta, en una secuencia que mezcla un folclore casi tribal con la música cajún de Luisiana hasta explotar en una celebración entusiasta y vital.

Para lograr esa sensación de verosimilitud se encargó a un grupo de artistas que construyera un pueblo semiflotante con materiales abandonados al estilo de los que se ven en la zona pantanosa de Nueva Orleans, logrando así un escenario poético y aislado del mundo, perfecto para la fábula. También se rodó la película con estilo documental y se buscaron actores no profesionales entre la comunidad local. El padre de la protagonista es un panadero de Nueva Orleans, que resultó todo un descubrimiento por su fuerza y su carácter ante la cámara. Y la niña que sostiene sobre sus pequeños hombros todo el peso de la película tenía cinco años cuando fue elegida entre casi 4.000 candidatas de decenas de escuelas, parroquias y pueblos de Luisiana.

Hija de una maestra y un camionero, Wallis se convirtió en la actriz más joven de la historia en ser nominada al Oscar a mejor intérprete femenina en el año 2013, cuando tenía nueve años (en el rodaje tenía seis), lo que provocó una cierta polémica en Hollywood, pues hubo quien afirmaba que a esa edad no se tiene capacidad de actuar, sino que se trabaja desde el instinto. El carisma de Wallis en pantalla, su seriedad y capacidad de contención para mostrar emociones y la relación a medio camino entre la devoción y el miedo con su padre ficticio son retos más que suficientes para juzgar que la capacidad interpretativa de la niña, que obviamente no estaba viviendo ninguna de esas situaciones de forma real, es sobresaliente.

Bestias del sur salvaje rompe con el estereotipo de niña indefensa ante las adversidades y construye con delicadeza un personaje que es una auténtica fuerza de la naturaleza. Consciente desde el principio de su insignificancia, en hora y media pasa del miedo a no saber cómo conseguir comida a proveer a su padre moribundo de pescado frito. La misma base de la supervivencia, la comida, actúa así como símbolo del camino recorrido y nos recuerda lo que es realmente importante: un hogar, sustento y protección. La heroína, que se mira en el espejo de un padre autoritario e implacable, quien en realidad solo busca enseñarle a vivir cuando él no esté, se va empoderando ante la cámara con un gesto duro en su cara infantil que perdura en la memoria. Su forma de llorar sin lágrimas conmueve y recuerda lo complicado que es recrear la reacción infantil ante la muerte, un sentimiento tan difícil de rodar como de poner en palabras, y que solo en contadas ocasiones (recordamos aquí a Laia Artigas, la protagonista de Verano 1993, de Carla Simón) consigue traspasar la pantalla con la fuerza de lo real.

 

Fotograma de Bestias del sur salvaje. | CINEREACH LTD

La ausencia de la madre es otro de los temas cruciales de la película, aunque permanezca en un constante segundo plano, y está tratado con imaginación y sensibilidad. Desde el relato del momento de la concepción de Hushpuppy, que se convierte en la secuencia más tierna protagonizada por el padre, hasta las conversaciones de la pequeña con una camiseta que encarna a la figura maternal, se dibuja al personaje sin realmente darlo a conocer, sino solo a través de la huella que ha dejado en los otros. En el clímax de la película, recupera protagonismo con una de las escenas más melancólicas de la cinta: la visita que las cuatro amigas hacen a un barco donde hay chicas de alterne. Allí, casi por primera vez, las niñas que siempre han parecido alegres en su pequeño mundo salvaje se vuelven de pronto vulnerables. Rodeadas de mujeres que les dedican su atención y su cariño, cada una acaba compartiendo un baile con una de ellas, componiendo una tristísima imagen sin palabras de sus carencias. Cuando la mujer con la que baila Hushpuppy la coge en brazos, la niña le confiesa que eso, ser cogida en brazos es lo que más le gusta en el mundo, para enseguida añadir que solo lo ha sentido una vez más en su vida: cuando su padre la cogió al nacer. Es en ese momento cuando la voz de Hushpuppy, que apenas se ha mostrado sombría hasta entonces, rompe definitivamente el corazón.

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Con una narración poética a menudo contemplativa, y siempre contada desde el punto de vista de la niña (muchos planos están rodados desde la altura de su cintura), la historia de esta superviviente huye del sentimentalismo y se adereza con pequeños toques de realismo mágico que dotan a la película de una atmósfera única. La amenaza de unos animales legendarios que despiertan a la vez que la tragedia se cierne sobre la protagonista, es una trama paralela a la que se vuelve de tanto en tanto y que aumenta en intensidad a medida que la vida de Hushpuppy se pone patas arriba. El encuentro final, en el que la niña se enfrenta a las fieras y les sostiene la mirada, contiene todo el simbolismo de la “prueba final”: el momento en que la heroína va a enfrentarse con su mayor miedo. La película consigue así un equilibrio entre lo real y lo fantástico que bien podría ser obra de la mente de una niña, con capacidad para mezclar una visión mitológica del mundo con la paulatina aceptación de la muerte del padre como una parte más del ciclo de la vida.

Todo lo que rodea a esta historia está tan cargado de tragedia (la ausencia de la madre, el miedo a la soledad, la enfermedad del padre, la pérdida del hogar), que la tarea de convertirlo en una aventura con toques oníricos con un bajísimo presupuesto podría haber acabado en desastre. Sin embargo, la película se convirtió en la sorpresa independiente del año. Fue nominada a cuatro Oscar, entusiasmó en su paso por festivales y ha hecho del regreso de su director con la próxima Wendy, también protagonizada por niños, un acontecimiento de lo más esperado. Nunca hay que subestimar el poder de una niña para cambiar el mundo.

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