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El dinosaurio todavía estaba allí

Manuel Borja-Villel: "Cuando nosotros no estemos, el museo sí estará, es el ecosistema el que sufre"

El director del Museo Reina Sofía, Manuel Borja-Villel.

Manuel Borja-Villel (Burriana, Castellón, 1957) atiende al teléfono desde su despacho en el Museo Reina Sofía, el que ocupa desde hace 12 años. El centro está aún a medio gas, con pocos visitantes y parte de la plantilla aún teletrabajando, pero el director asiste puntualmente a su puesto desde la reapertura. En estas fechas, en cualquier otro verano, el museo —o más bien algunas salas del museo: el Guernica, Dalí— estaría abarrotado de turistas: el Prado y el Reina Sofía en unas horas a todo correr, y al día siguiente ida y vuelta a Toledo. Ahora no. En junio, han recibido solo a un 10% de los visitantes del año anterior, unos 13.000 frente a unos 113.000. El mundo no es el mismo, y el museo tampoco. Y esa idea es la que aborda el gestor cultural en esta sección en la que creadores y trabajadores culturales se preguntan sobre los efectos íntimos y sociales de la pandemia. 

Eso tiene, obviamente, unas implicaciones económicas. Pero no tiene por qué ser algo enteramente negativo. Eso defiende Manuel Borja-Villel: "La pandemia ha puesto en evidencia que el modelo era insostenible, y que hay que buscar otros". ¿Cuál era el anterior modelo? Tras pasar por la Fundación Antoni Tàpies, por el Museu d'Art Contemporani de Barcelona (Macba) y por el centro madrileño, dependiente del Ministerio de Cultura, la descripción que Borja-Villel hace de la institución museística no es muy halagadora: "La cultura que ha sido dominante en las últimas décadas ha estado muy centrada en el espectáculo y en las grandes masas. Había elementos en ellas que no eran ecológicos ni sostenibles, y que pecaban de no tener en cuenta un ecosistema frágil y donde hay que cuidarlos a todos los operadores. No todo pueden ser los grandes números".

Borja-Villel siempre ha sido muy crítico con una cierta idea de museo que lo entiende como un centro que 1) organiza exposiciones de artistas reconocidos y populares con el objetivo de 2) atraer al mayor público posible para en última instancia 3) convertirse en un atractivo turístico. Se puede decir que la crisis sanitaria del coronavirus y los retos que plantea han venido a darle la razón. Y este crítico de arte, con formación en historia y en filosofía, cita al historiador italiano Marco Baravalle para defender que "hay que empezar a pensar en que más que visitar los museos hay que habitarlos". Para el director, esta situación ha acelerado la muerte de un modelo museístico que ya era "cosa del pasado", e insiste: "El gran problema es cómo sobrevivir a esta gran crisis, pero ya había cosas que no funcionaban. Lo que esto nos plantea es cómo mantener un tejido y cómo redefinir nuestras formas de producción, también en el arte".

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¿Cómo se hace eso en el principal museo de arte contemporáneo del Estado, sometido al escrutinio del prestigio, pero también de las cifras de visitas y de la sostenibilidad económica? Esa es la cuestión. En su plan de 2020, el Reina Sofía tenía una exposición de "grandes números": la dedicada a Mondrian y De Stijl, prevista en un inicio para mayo-septiembre de 2020 y pospuesta, por ahora, para noviembre-marzo. En la antigua normalidad, explica el director, su organización habría ocupado una cierta centralidad en la organización del museo, desde qué se considera lo más relevante hasta a qué dedican más tiempo los trabajadores. Eso, con el trabajo a distancia y la nueva situación, ya no es así: "Trabajar muy directamente a través de Zoom te hace relativizar una serie de escalas que hay en el mundo de la cultura, como hay en otros mundos. Con la pandemia, el trabajo con Mondrian y articular los préstamos, por ejemplo, se iguala esto con el trabajo que estamos haciendo con colectivos aquí en Lavapiés".

Menciona varias veces la palabra "ecosistema". Referida primero al barrio donde se sitúa el centro, Lavapiés, donde se mezclan los vecinos de toda la vida, ya ancianos, la población migrante y los jóvenes precarios, todos ellos expulsados en los últimos años por el empuje del turismo. "Aquí hay gente que si no sale a la calle no come, y el estar encerrados significa un problema muy grave", murmura, como para sí. Una de sus inquietudes es cómo se relaciona un museo, con sus connotaciones de elitismo y creación de un canon, con esas circunstancias. Pero "ecosistema" también se refiere al artístico: a los creadores precarios, a los montadores de exposiciones, a los comisarios, a los guías, a los educadores... "Se viene una crisis tremenda", apunta, "y, cuando nosotros no estemos, el museo sí estará ahí, pero hay todo un ecosistema de autores y de mediadores que es súper frágil, y si la máquina se para todo esto sufre". ¿Puede un museo incidir positiva y significativamente en esta cadena? Es otra de las cuestiones que le quita el sueño. 

Entre estas preocupaciones, Manuel Borja-Villel ha encontrado también algo de consuelo. Primero, y algo engañosamente, en la perspectiva de estar solo y poder dedicarse a la lectura y la reflexión a medio y largo plazo, "casi como una beca", dice. Luego, cuando se reveló la verdadera naturaleza laboral del confinamiento —cientos de e-mails, larguísimas reuniones viruales—, se asomó a Jacques Derrida, el filósofo francés, que se convirtió en una lectura de mesilla de noche: "Es verdad que puede resultar un poco complejo, pero este libro es de verdad accesible, y como él tiene el don de la escritura...". Se refiere a Adiós a Emmanuel Lévinas. Palabra de acogida, unas conferencias impartidas en los noventa en homenaje a su compañero, que versan sobre el concepto de hospitalidad. "El acoger o recibir al otro fue visto en un momento de la historia como un derecho y un deber", defiende. "Y en un momento en el que, cuando acogemos al extranjero, le pedimos incluso que se transforme en alguien parecido a nosotros, creo que es una idea importante que deberíamos recuperar". Un poco de luz y de optimismo entre tanta oscuridad. 

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