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Luces en la oscuridad

Harriet Tubman, la esclava que volvió (13 veces) al infierno en misiones de rescate

El billete de Harriet Tubman que EEUU no ha llegado a emitir por oposición frontal de Donald Trump.

Quien haya visto Django Desencadenado tal vez la recuerde como la película más cruel de Quentin Tarantino. Y no porque la sangre inunde más minutos la pantalla. Es la más cruel porque las muestras de fiereza hacia aquellos esclavos rebeldes o solo reacios a dejarse matar resultan tan verosímiles que algunos espectadores cierran los ojos para huir. Y si quien cierra los ojos sabe que la esclava Harriet Tubman logró huir en 1849 puede que sus ideas se asocien y surja entonces la pregunta: ¿cómo puede alguien volver voluntariamente al infierno si ha logrado escapar de él? No existe una respuesta única. Pero lo cierto es que tras recorrer más de 200 kilómetros desde el condado de Dorchester (Maryland) hasta Filadelfia, Tubman volvió al Sur para salvar a otros esclavos. Y no una sino 19 veces, según la información más difundida, aunque no está claro si la cifra real de viajes llegó como mucho a 13.

Algunos de los que se han acercado a su figura aseguran que así salvó a 300 mujeres, hombres y niños. Otras investigaciones hablan de 70. Pero el número da igual. Porque Tubman, que había nacido alrededor de 1820, se arriesgó una y otra vez. Analfabeta, difícilmente conocería el mito griego de aquel Orfeo que bajó al infierno en un intento por rescatar a su mujer, Eurídice. Pero, desde luego, Tubman bajó. Y ella sí tuvo éxito. Lo hizo sin mirar atrás. Sin dejarse vencer por el pánico a esas manadas de perros salvajes que eran los cazadores de esclavos. Ni siquiera episodios como el asesinato por asfixia de George Floyd en Mineápolis hace menos de tres meses, esa demoledora certeza de que la herencia del esclavismo todavía acumula fondos sin agotar, desinflan el valor de lo que Tubman llevó a cabo. Porque aun a riesgo de que le arrebataran la piel y la vida,  impuso su no es no frente a una atrocidad que, en aquellas fechas, también pervivía fuera de EEUU. Por ejemplo, y aunque forme parte de los pasajes silenciados en aras de un supuesto bien común y patriótico, España permitió la esclavitud en la colonia de Cuba hasta 1880. En Puerto Rico, había desaparecido legalmente apenas siete años antes

Howard Zinn, el historiador estadounidense cuya fama multiplicó en 2004 el actor Matt Damon como narrador de un documental sobre su vida y sus postulados –No puedes ser neutral en un tren en movimiento–, escribió sobre Tubman lo que sigue: "A los fugitivos les decía: 'Serás libre o morirás'. Así expresaba su filosofía: 'Había una o dos cosas a que tenía derecho: la libertad o la muerte, si no podía tener una, tendría la otra, porque ningún hombre me iba a coger con vida". Zinn se cuenta entre quienes cifran en 300 los rescatados por la antigua esclava. E incluyó los entrecomillados anteriores en la que probablemente es su obra más conocida, La otra historia de EEUU.

Pero el papel de Tubman no se quedó en aquellos viajes de salvamento civil. Durante la Guerra de Secesión (1861-1865) trabajó para el Ejército. De hecho, contribuyó a tejer una red de espías en Carolina del Sur.

Como recuerda Zinn, Tubman iba armada. Y sin duda con el arma al cinto participó en incursiones bélicas en territorio enemigo sureño. La más relevante o, al menos, la más citada  fue la conocida como Combahee Ferry Raid, una operación militar desarrollada los dos primeros días de junio de 1863 en un par de condados de Carolina del Sur. Tubman no se sumó como enfermera. Ni como aguadora. Junto con el coronel James Montgomery dirigió la expedición. ¿El resultado? Más de 700 esclavos liberados. 

Cuando acabó el conflicto bélico que formalmente puso fin a la esclavitud, Tubman se comprometió con la lucha por los derechos de la mujer y el sufragio femenino. E intentó conseguir una pensión que reconociese sus servicios al Ejército. Fracasó durante mucho tiempo. La publicación history.com lo narra así: "Dos décadas después del fin de la guerra, un congresista llegó a presentar una proposición que pedía para Tubman una pensión de 2.000 dólares, pero el proyecto de ley fue rechazado". Tubman sí recibió ciertos beneficios militares como esposa de un veterano oficial, su segundo marido, Nelson Davis. Finalmente, el Congreso autorizó en 1899 un incremento de 20 dólares al mes en su pensión por los servicios prestados en la guerra. Servicios como "enfermera".

Nacida como Araminta Ross, Tubman tomó luego el nombre de pila de su madre y el apellido de su primer marido, un "negro libre" que se negó a sumarse a la huida cuando su mujer supo que su venta la dejaría sola, sin familia, esclavizada en otra plantación. Fue en ese momento cuando Araminta o Minty o Harriet dio el primer paso de una carrera veloz y sostenida que duró hasta su muerte con 90 años.

Pero aquel primer paso que supuso su fuga y liberación no nació de la nada. Algunas fuentes sostienen que con 15 años fue ella quien se negó a azotar a otro esclavo que trataba de huir. La pedrada —una pesa de metal, señalan otros relatos— con que el capataz trató de evitarlo impactó contra la cabeza de la adolescente. Algunas crónicas entienden que aquello fue un mero accidente que no se vio precedido por ningún gesto heroico. Pero todos coinciden en que jamás se repuso del daño. Ni del físico —grave— ni, todo parece indicarlo, del emocional, aunque ese último tal vez se remontaba a su infancia: con cinco años, explican sus perfiles biográficos, la azotaban si el bebé blanco que debía cuidar lloraba de noche. Con lesiones cerebrales, con el recuerdo de una infancia de terror al castigo, Tubman creció. Y se convirtió en "conductora" del Ferrocarril Subterráneo.

O lo que es lo mismo, The Underground Railroad, las tres palabras de la clave secreta de aquella extensísima red de huida de esclavos promovida por negros libres y en la que también participaron blancos. En buena parte, los blancos pertenecían al grupo religioso y pacifista de los cuáqueros. Así los había bautizado despectivamente un juez británico – cuáquero significa tembloroso— en lo que suena a broma macabra si se tiene en cuenta que en una de sus comunidades americanas acabaría naciendo Richard Nixon. Y, desde luego, Nixon no era un objetor de conciencia. Ni le tembló el pulso enviando tropas para aniquilar a miles de civiles en Vietnam ni para dar cobertura a la invasión de la sede demócrata en el mundialmente conocido caso Watergate.

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Al igual que ocurrió luego en la Guerra Civil española, donde anudaron una verdadera malla de ayuda a niños republicanos, muchos cuáqueros abolicionistas se erigieron en revisores, jefes de estación y otras categorías de la ruta de escape, todas ellas camufladas bajo el lenguaje ferroviario y con casas-refugio repartidas a lo largo de cada línea. A Tubman se la conoció también como Moses por analogía con el personaje bíblico Moisés y su papel en el éxodo hebreo desde Egipto.

Casi dos siglos después de que Moses cruzara la frontera divisoria entre la vida donde los humanos eligen aunque sea poco y aquella donde han de limitarse a obedecer sin que ello baste para sobrevivir, el dinero se convierte en otra pedrada a la cabeza de Tubman. Barack Obama había decidido imprimir su rostro en los billetes de 20 dólares. Pero Donald Trump ha revocado la medida. Mientras ocupe la Casa Blanca, la efigie impresa de Harriet Tubman no reemplazará la de Andrew Jackson.  Es decir, la del presidente esclavista que en 1804 publicó un anuncio ofreciendo 50 dólares por el regreso de un esclavo fugitivo, y 10 extra "por cada cien latigazos que cualquier persona le dé, hasta 300". Como en casi todo, Trump ya había esparcido durante su campaña de 2016 pistas sobre lo que haría en este asunto aunque no sirvieron de nada: el proyecto de reemplazar a Jackson por Tubman era "pura corrección política", un concepto odioso para su pensamiento.

¿Se rebelaría Tubman contra Trump si esta vez lograse escapar del limbo real o imaginario de la ultratumba, subirse a la máquina del tiempo, bajarse en 2020 y comprobar que un policía aniquila porque sí a un ciudadano llamado George Floyd? ¿Toleraría que el presidente de su país atrincherase en el papel que sirve para comer la imagen del racista Andrew Jackson, responsable también del exterminio de miles de indios? Nadie lo sabe. Del final de su vida solo conocemos un dato irrefutable: que el 10 de marzo de 1913 murió de neumonía en el Hogar de Ancianos Negros fundado por ella misma en la localidad neoyorquina de Auburn. De lo que dejó atrás sabemos también algo: que su generosidad no se detuvo. Ni acabó jamás asfixiada por una bota de sumisión.

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