Carbón para la vuelta al cole

La noticia la escuchamos volviendo a casa, en el coche. Llevábamos la radio puesta y en el boleto recogían las declaraciones de Díaz Ayuso plateando la posibilidad de que, tras las vacaciones de Navidad, los alumnos de secundaria y Bachillerato regresaran a un formato de sempiresencialidad. A estas alturas de pandemia, a nuestros hijos adolescentes no hay que explicarles en qué consiste eso de “formato de semipresencialidad”. Lo saben muy bien, lo han aprendido a base de lágrimas y mucha resignación. Mi marido, que todavía anda en el formato EGB, aún le cuesta identificar a qué curso van nuestros hijos, a qué edad corresponde secundaria, y muy bajito, sin quitar la vista de la carretera, me preguntó: “¿Tercero de secundaria es Pablo?” No hizo falta que yo le contestara. El “¡No puede ser!” que soltó desde el asiento de atrás nuestro hijo se lo confirmó. Efectivamente: él escuchó lo mismo que nosotros y a él, más que a nosotros, se le heló la sangre.

La posibilidad está ahí, la semana que viene se estudiará y se confirmará o no, pero con la tendencia que tiene la presidenta madrileña de llevar la contraria a Sanidad en todo lo que se refiera a esta pandemia, esa posibilidad parece mucho más real, aunque padres y alumnos, sinceramente, no acabemos de entenderla.

A estas alturas, y tras año y medio de colegios en formato covid, sabemos que los centros, los profesores, pero sobre todo nuestros hijos, han aprendido a mantener el virus a raya. Han asumido que llevar mascarilla es sí o sí la única posibilidad de socializar. Aunque muchos ni se conozcan casi, aunque al compañero que ha llegado nuevo este año apenas le sepan identificar porque nunca le han visto sin mascarilla. Han dado un ejemplo durante todo este tiempo: ni siquiera en los meses finales, con el calor ya apretando, han protestado. Han salido al patio, han hecho deporte y los exámenes cumpliendo con todos los protocolos. Los centros han hecho un esfuerzo extra, han reordenado las aulas, los espacios, las clases, para poder seguir manteniendo la presencialidad porque sabían, saben, que mandar a los alumnos de nuevo a casa a sentarse frente a una pantalla es llevarlos a lo peor de los meses del confinamiento. No se trata ya de si la calidad de las clases, la atención que prestan o la implicación es mayor o menor. Se trata de que devolverlos de nuevo a sus casas a dar clases online les recuerda los peores meses de esta pesadilla, los que pasaron sin poder salir de casa. Es una cuestión puramente emocional.

Sabemos que los contagios, en esta sexta ola, no se están dando en las aulas. Con la vacuna ya en marcha en los más pequeños, los contagios se dan en las reuniones sociales, en las quedadas, en lo que hacen cuando están fuera del colegio.

Sabemos que los contagios, en esta sexta ola, no se están dando en las aulas. No se están dando en las clases. Con la vacuna ya en marcha en los más pequeños, los contagios se dan en las reuniones sociales, en las quedadas, en lo que hacen cuando están fuera del colegio. Y aquí, permítanme que rompa una lanza a su favor, también están siendo extremadamente responsables y nos están dando una lección. No sé sus hijos, pero en lo que yo veo en casa llevan cancelados no sé cuántos cumpleaños estos días, no sé cuántas fiestas de fin de exámenes, por no hablar de que no han visto a sus primos ni siquiera en Nochebuena y Navidad y esto sí que les ha dolido. Una vez más han asumido que esto es lo que hay, que es lo que toca, y ahí están, aceptándolo sin rechistar.

A 5 días de Reyes, Díaz Ayuso le ha traído carbón a toda esta generación. Les ha planteado el peor de los escenarios: volver a clase sin volver físicamente a ella. No ver a sus compañeros, estar de nuevo una semana en casa y otra en el centro. Exigirles un nuevo esfuerzo que, a estas alturas, si todos estamos más que agotados y hastiados de esta situación, imagínense en chavales de 14, 15 ó 16 años. Sólo espero que se lo replanteen de nuevo y comprendan que ahí no está la solución para frenar esta sexta ola.

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