Lo que deja la Cumbre de Madrid

Se acabó la cumbre. ¡Menos mal! Y todo, a pesar de que se preveía que esto iba a ser un caos, que moverse por Madrid iba a ser imposible, que la organización podía provocar más de un problema; todo, insisto, ha salido más que bien. El martes y el miércoles, ir al centro en transporte público era más fácil y rápido que cualquier otro día de entre semana. A pesar de los cortes de tráfico, a pesar de los movimientos de las comitivas. Y la organización de esta cumbre, es justo decirlo, ha sido todo un escaparate para España y para Madrid. Todo un ejemplo de una organización impecable. Muchos colegas periodistas asiduos a este tipo de reuniones destacaban la agilidad en los accesos, la facilidad en las acreditaciones, en las señales de televisión que se ofrecían de cada acto, en cómo estaban organizadas las agendas y convocatorias… Sí, la cumbre ahí ha sido todo un éxito. Y es justo decirlo. Han sido un acierto los lugares elegidos para las cenas de gala, para las excursiones de los acompañantes. Todo un escaparate para el turismo de la ciudad. Así que, ahí, el aplauso es unánime, o casi, porque en este país, lo de estar todos de acuerdo, es complicado, ya saben. 

Si entramos a lo importante, la cumbre también ha marcado un hito. De Madrid sale una nueva estrategia de la alianza, se refuerzan las democracias —decía el presidente del Gobierno— frente a los totalitarismos. Las fronteras sur y este de la Alianza en Europa dibujarán un nuevo escenario y es aquí donde, quizás, el análisis a futuro es menos alentador.

Volvemos a un mundo dividido en bandos. Y eso tiene muchas más derivadas que las de los equilibrios geopolíticos. El gasto en armamento crece, los países se rearman y empiezan a mirarse de reojo

El panorama que se ha dibujado para los próximos 10 años es preocupante. Decía Stoltenberg que la OTAN tenía que prepararse para un mundo más peligroso. Y con esa idea, los aliados han marcado cuáles son sus retos y cuáles son sus desafíos: qué países dejan de ser amigos y pasan a ser considerados una amenaza. Rusia, evidentemente, es uno: la invasión de Ucrania lo ha cambiado todo. Y no sólo con el Kremlin: los aliados también han forzado que China se pronunciara y eso no ha gustado al gigante asiático. Así que de Madrid también sale colocado en el bando de los países considerados como “desafíos”. Con todo lo que eso supone. Pekín considera un ataque directo contra sus intereses ese nuevo plan de la Alianza: “difama maliciosamente a China”. Su tibieza a la hora de condenar a Putin, su ambigüedad con respecto a las sanciones, la han colocado en el bando de los no amigos. Y eso tensiona aún más los equilibrios políticos. Volvemos a un mundo dividido en bandos. Y eso tiene muchas más derivadas que las de los equilibrios geopolíticos. El gasto en armamento crece, los países se rearman y empiezan a mirarse de reojo. Cualquier gesto puede ser considerado una amenaza, una provocación. Rebajar esa tensión no va a ser cuestión de semanas. Al revés. Pasamos a un escenario que parecía olvidado. Y que, con grandes esfuerzos, se había conseguido superar.

Así que Madrid pondrá el apellido a una nueva era en el orden mundial. La cumbre de estos días fija una posición clara de un bloque respecto a otro. Rearmarse, blindarse, tiene un coste. Lo estamos sufriendo todos. Pero, seamos claros, el coste no es igual para todos. Algunos países salen reforzados con esta estrategia. No hace falta ser muy sagaz para entenderlo. Volver a los tiempos de la guerra fría tiene beneficios para algunos intereses. Es así. Y perjuicios, en términos económicos y de libertad, para otros, para los de siempre.

Y esto es básicamente lo que nos va a tocar vivir. Al menos durante los próximos meses. Cuando el mundo se divide en blancos y negros y se deja de contemplar todas las gamas de grises, las decisiones y las soluciones a los problemas suelen ser, casi siempre, injustas, exageradas y desproporcionadas. Sólo queda confiar en que los errores del pasado no se vuelvan a cometer en el futuro.

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