El idioma no ocupa lugar

Suena a que cuento esto porque ha pasado en Navarra, pero no, esta historia te interesa aunque no seas de allí. Porque habla de tu historia y de la mía, de la historia de todos los que vivimos aquí. De dónde venimos, de quiénes somos, de cómo éramos hace miles de años.

Resulta que han descubierto una plancha de bronce que, según los expertos, tendría la primera inscripción escrita en vasco. Tiene forma de mano y creen que es de hace 2.100 años. En esa chapa, que se cree que utilizaban de amuleto los vascones, aparece escrito la palabra sorioneku, que en euskera significa “buena suerte”. La chapa la bautizaron como la mano de Irulegui, el valle sobre el que se asentaba ese pueblo vasco y que fue arrasado por los romanos. Ahora es el valle de Aranguren, a unos 8 kilómetros de Pamplona. Son en total 40 caracteres, signos, y los expertos no tienen duda de que es el primer “texto” escrito en euskera del que se tiene conocimiento.

Aquellos vascos habían nacido y vivido en lo que hoy conocemos como Navarra. Según los historiadores también habitaban mucho más al sur, hacia La Rioja, Zaragoza y Huesca y también, un poco más al norte, en alguna localidad de lo que hoy se conoce como Guipúzcoa. Aquellos fueron los hombres y mujeres que hablaban un idioma milenario, del que ahora se han descubierto los primeros textos escritos en una época en la que había poco o nada de aquel legado. La mano de Irulegui se ha convertido por derecho propio en el primer texto en euskera de la historia. Se ha convertido en parte de la historia, de la tuya y de la mía, aunque no seas de allí.

La mano de Irulegui se ha convertido por derecho propio en el primer texto en euskera de la historia

Es curioso que se haya descubierto allí, en las afueras de Pamplona. En una ciudad en la que muchos no hemos aprendido el idioma, en mi época muy pocos lo hablaban y aún hoy es complicado encontrar a gente que lo domine. El euskera se convirtió en un arma política, algunos se apropiaron culturalmente de ella y crearon división y rechazo entre quienes sí lo hablaban y quienes no lo hacían. No hace tanto escuchar hablar en “vasco” era una rareza en las calles de Pamplona, las mismas que muchos años atrás fueron cuna del idioma. Quien hablaba en euskera era mirado por muchos con recelo. Algunos utilizaron el idioma como bandera política. Y lograron que quienes sí lo hablaban y quienes no se miraran como extraños, a pesar de ser hermanos. Se empezaron a repartir carnets de auténticos vascos y auténticos navarros. Imagino la risotada de quienes habitaban hace 2.100 años esos mismos valles viéndonos ahora disputarnos la paternidad o maternidad de un idioma.

El hallazgo esta semana de esa inscripción me ha hecho pensar en todo esto. En lo absurdo que es enfrentar a gente por un idioma ancestral. La apropiación cultural de unos orígenes ha sido motivo de disputa y división. Se hablaba del origen del idioma, de los orígenes de los vascos. Se pedían anexiones en nombre de una historia que demuestra tozudamente que las fronteras las hemos inventado sobre el papel. Que lo que éramos hace miles de años y lo que seremos dentro de otros miles está por encima de los intereses partidistas de unos iluminados.

Un idioma jamás debe servir para separar. Un idioma debe servir para tender puentes. Para fomentar el entendimiento, para lograr preservar parte de esa historia de lo que hemos sido. Yo nunca he hablado euskera y eso me echó en parte de mi tierra. No podía cubrir ruedas de prensa de determinados colectivos si no sabía vasco, no pude optar a una plaza en algunos medios porque no dominaba el idioma. Hoy, no podemos prescindir de talento por eso mismo. No en la sanidad, no en las áreas de desarrollo. No podemos echar a quienes quieren quedarse o ir a trabajar allí por no dominar un idioma que, admitámoslo, es endemoniadamente complicado. Igual ése no es el camino: obligar a hablar un idioma para ejercer una profesión quizás es un error. Pero eso tampoco debe servir de excusa para negar la historia, para reconocer lo que fuimos. La mano de Irulegui ha venido ahora a recordárnoslo. A decirnos que tenemos una lengua ancestral todavía viva. Como los jeroglíficos egipcios son ventanas al pasado. Aunque en este caso es el presente. Trabajemos para que también siga siendo el futuro. El idioma no ocupa lugar. 

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