¿Qué está pasando?

¿Qué está pasando? ¿Cómo puede ser que podamos contar, sin casi ya escandalizarnos, que un chico de 13 años ha participado junto otros 10 ó 12 chavales en una violación grupal? ¿En qué punto estamos para que hablar de esto sea cada vez más habitual, violaciones grupales, manadas…? Me asquea que lo que contamos hace unos años como algo absolutamente excepcional, que un grupo de hombres (estoy siendo muy generosa porque podría llamarlos animales) organizaran su ocio y sus quedadas en torno al sexo forzado que ejercían sobre mujeres a las que elegían por su estado de embriaguez o inconsciencia, se haya convertido en algo más que habitual. Aquella terrible manada de Pamplona no era tan extrañamente inusual, no. Aquella manada era mucho más común de lo que creíamos. Ejercer la violencia sexual en grupo sobre mujeres, juntos porque así nos sentimos más seguros dentro de nuestra barbaridad y salvajismo, se ha convertido en una práctica mucho más común.

En el caso de Logroño estamos hablando de niños que siguen siendo niños, por mucho que vean o practiquen sexo, que engañan a niñas de 12 años para que acudan a un sitio, sin conocerse, y las fuercen a meterse en un trastero y, entre todos, cometan un acto que las marcará de por vida, que las dejará secuelas psicológicas para siempre.

Sé que llevamos tiempo alertando de ese consumo tan extendido entre los adolescentes de porno muy explícito y muy agresivo. Que su educación sexual, desde muy pequeños, se está cimentando sobre esos vídeos a los que tienen acceso de una forma demasiado sencilla. No tienen que hacer una búsqueda, navegando simplemente por la web por los contenidos que suelen ver acaban llegando a vídeos más o menos así. Y si llegan una vez, puede que repitan, muchos lo hacen. Y acaban convirtiendo en un hábito ver ese tipo de contenidos. Aprenden o creen que aprenden que el sexo, para que realmente sea sexo y sea bueno, hay que hacerlo así, de forma salvaje, dominando a la mujer. Sé que parte de la explicación de estas manadas está aquí, pero hay más.

Nunca hablé de sexo con mis padres. Jamás. Era un tema que no se trataba entonces. Y cuesta una barbaridad hacerlo con tus hijos, se mueren de la vergüenza sólo con mencionarles el tema

No ayuda tampoco que los que se suponen que son sus referentes a esta edad, estrellas del fútbol la mayoría, sean detenidos o enjuiciados por hacer exactamente eso: tratar a las mujeres como objeto y abusar de ellas, someterlas de la forma más humillante. Practicar con ellas el sexo más salvaje.

Aceptamos que, a una edad, es normal que nuestros hijos e hijas se aíslen de su entorno. Se encierren en su cuarto y pasen ahí horas, sin saber muy bien qué hacen. Con la puerta cerrada o abierta, como negocias que se haga cada cierto tiempo, para que cuando pases por el pasillo, como quien no quiere la cosa, eches un vistazo por el rabillo del ojo. Y es una trampa. Cuando vivimos en grandes ciudades, tememos que salgan a la calle y que vayan por ahí, sin saber muy bien a dónde ni con quién. Tememos que vayan solos en metro, que estén en un parque cuando se hace de noche. Crees que hay más peligros ahí fuera que si están en casa, en su cuarto, frente al ordenador, jugando en línea con sus amigos o viendo y grabando vídeos de TikTok. Y es un enorme error. Hemos dejado de pedirles que estén un rato con nosotros en el sofá, en la cocina, mientras hacemos la cena, porque sabemos que la respuesta va a ser un bufido “Jo, mamá, que tengo que hacer cosas”, pero hay que seguir insistiendo. Seguir buscando que se abran, que hablen, que te cuenten. Intentar en definitiva no perderles la pista, no dejar que todo en esa etapa pase por el aislamiento más absoluto, por el no saber qué hacen, con quién van o a dónde. No se trata de controlarles, se trata de seguir acompañándolos, que sepan que, si hay un problema o duda, ahí estamos. Aunque estén en la edad en la que nosotros somos a los últimos a los que les contarían qué les gusta o qué les preocupa.

Nunca hablé de sexo con mis padres. Jamás. Era un tema que no se trataba entonces. Y cuesta una barbaridad hacerlo con tus hijos, se mueren de la vergüenza sólo con mencionarles el tema. Pero hay que hacerlo. Hay que contarles qué es amar a una persona. No quiero que esa parte la aprendan fuera, o en internet, o con lo que les puedan contar en clase. No. Quiero que sepan lo que es respetar a la otra persona, amarla respetando su cuerpo, sus tiempos…

Me temo que habrá más manadas. Que habrá más casos. Y que la solución no es ni inmediata ni fácil. Pero hay que intentarlo, una y otra vez. Y no permitir que existan agujeros legales en todo esto. No es asumible.

 

¿Qué está pasando? ¿Cómo puede ser que podamos contar, sin casi ya escandalizarnos, que un chico de 13 años ha participado junto otros 10 ó 12 chavales en una violación grupal? ¿En qué punto estamos para que hablar de esto sea cada vez más habitual, violaciones grupales, manadas…? Me asquea que lo que contamos hace unos años como algo absolutamente excepcional, que un grupo de hombres (estoy siendo muy generosa porque podría llamarlos animales) organizaran su ocio y sus quedadas en torno al sexo forzado que ejercían sobre mujeres a las que elegían por su estado de embriaguez o inconsciencia, se haya convertido en algo más que habitual. Aquella terrible manada de Pamplona no era tan extrañamente inusual, no. Aquella manada era mucho más común de lo que creíamos. Ejercer la violencia sexual en grupo sobre mujeres, juntos porque así nos sentimos más seguros dentro de nuestra barbaridad y salvajismo, se ha convertido en una práctica mucho más común.