Huir de quien está triste

En Buenismo Bien entrevistamos esta semana a Ismael Serrano. Me cae bien Ismael como todas las personas que saben reírse de sí mismas, y además mantiene opiniones contra viento y marea en tiempos en los que es más fácil callarse o rectificar sin creer que debas hacerlo. Decía Serrano (recomiendo de verdad escuchar su entrevista) que muchos cantautores piden no identificarse como tales porque no los quieren en los festivales. Que hoy en día, el cantautor es poco menos que un apestado porque es melancólico, triste, reflexivo. Un pesao, vaya.

Partiendo de la base de que sí, puedo llegar a estar de acuerdo con que los cantautores son unos pesados y unos intensos, y teniendo en cuenta que a mí jamás me ha apasionado esa música y ese rollo (digámoslo claro: soy de los que hacen chistes de cantautores), me pareció muy interesante lo que decía Serrano porque define una realidad. En el mundo de hoy en día se huye de la melancolía, de la tristeza y del duelo. No tanto porque se huya de las sensaciones negativas (la ira, por ejemplo, está muy de moda), sino porque se evita ese espacio de malestar sereno. También, creo, se hace poco caso de la felicidad tranquila. En general, se huye de lo calmado. De lo pensado. De lo no extremo.

Que vivimos tiempos de excesos es evidente. El zasca, la pelea, la megafiesta, la carcajada, la violencia, la rabia. Todo se muestra teatralmente y así te mantienes dentro. Si te apartas a vivir serenamente tu dolor o tu dicha, dejas de interesar

Hoy en día vende el baile, la fiesta, la carcajada o la indignación, la ira, la tragedia. Lo que nos polariza no solo políticamente, sino como seres humanos. El espacio medio, el que decide que hay que quedarse en la tristeza un tiempo hasta que escampe, el que opta por pasar el duelo con serenidad y sin huir hacia la euforia, está proscrito. Más que el iracundo, el agresivo, el que odia. Ese tiene un hueco porque enfrenta y activa, y si te acelera te mantiene vivo, envuelto en emociones fuertes. Y además vende. El alegre tranquilo, el que está contento pero no eufórico, el que se muestra feliz sin ostentarlo demasiado, ese también recibe menos espacio que el que no para de enseñar lo bien que está y lo superado que lo tiene todo. Se huye del triste porque no trae emociones fuertes. Parece que es mejor la toxicidad que la muestra serena de sentimientos que duelen.

Que vivimos tiempos de excesos es evidente. El zasca, la pelea, la megafiesta, la carcajada, la violencia, la rabia. Todo es performativo, todo se muestra teatralmente y así, de esa manera, te mantienes dentro. Si te apartas a vivir serenamente tu dolor o tu dicha, dejas de interesar. No es tiempo de taimados ni de tranquilos. Se repudia la calma.

Yo, que me encuentro en el grupo de los calmados, aunque aprendí la lección de que no hay que regodearse ni presumir de estar mal (soy hijo del grunge y, créanme, hubo un tiempo en el que tener pinta de que te ibas a suicidar era cool) no voy a abandonar mis tránsitos por la tristeza, el duelo y la reflexión sobre lo que me pasa o me duele porque es la única manera de construir una vida sana y real. Veo con cierta distancia estos tiempos de exceso y a veces me siento a pensar en las consecuencias de quien vive ahí, y lo siento por ellos y por ellas. Si hay que estar fuera de este tiempo, lo estaré. Pero construir una vida digna de ser vivida en la que sentirse mal o bien sea igual de asumible es el objetivo más ambicioso que se puede marcar uno en la vida. Y en eso estamos.

Más sobre este tema
stats