Desde la tramoya

Breve antología del plagio perpetrado por los políticos

Hace falta ser un escritor de discursos (un logógrafo, un escritor "fantasma" o un "negro") muy novato o muy torpe para que te pase lo que le ha pasado a Meredith McIver, la amiga de la familia Trump y vieja militante de la causa del magnate y candidato a la presidencia de Estados Unidos. Según ha reconocido ella misma, fue responsabilidad suya que Melania Trump, la pretendiente a "primera dama", haya echado a perder el discurso más importante de su vida, al copiar casi literalmente unos cuantos párrafos del homólogo discurso de Michelle Obama, cuando su esposo era nominado candidato en 2008.

Según desvela el New York Times, en realidad el borrador de discurso para Melania estaba preparado un mes antes de su lectura en el teleprompter, y fue redactado por dos profesionales muy reputados, que habían trabajado para el presidente Bush hijo y para un buen número de personajes de la política republicana, incluida Sarah Palin: los escritores Matthew Scully y John McConnell. Pero a Melania no le gustó el resultado y se apoyó, según parece, en su amiga Meredith, que en nuevas versiones del discurso incorporó las frases de Michelle plagiadas casi literalmente.

El asunto no tiene la más mínima importancia instrumental. A fin de cuentas, un discurso de ese tipo suele ser un rosario de arquetipos, simplificaciones, bellas frases de amor al esposo (o esposa: será curioso escuchar a Bill piropear a Hillary Clinton en la convención demócrata), y a la familia, como metáfora del servicio amoroso que se presta a la patria al lado del candidato a la presidencia.

El problema, como suele pasar desdichadamente, es que, como dicen que dijo Edward Kennedy, "la política es como las matemáticas; lo que no está completamente bien, está mal". Y una chorrada como copiar unos párrafos de un discurso de otro te deja en el ridículo más absoluto, aunque el resto de la pieza sea impecable y original.

No es la primera vez que el plagio se convierte en en asunto de escándalo político y quebradero de cabeza para el copión. El caso más notable en Estados Unidos fue el del actual vicepresidente Joe Biden, cuando siendo precandidato a la presidencia de Estados Unidos, en 1987, tuvo que dimitir después de reconocer que había copiado párrafos enteros de un discurso del laborista británico Neil Kinnock. El mismísimo Obama, en su enfrentamiento en las elecciones primarias de 2008, fue acusado por Hillary de haberse inspirado demasiado en el gobernador de Massachusetts. Con la ironía del momento, Hillary dijo que "si toda tu candidatura son palabras, deberían ser tus propias palabras". En otra ocasión, Clinton, criticando que Obama era retórica y sólo retórica, le espetó a Obama aquella frase magistral: "Sr. Obama: se hace campaña con poesía, pero se gobierna con prosa".

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En Europa han sido conocidos los casos de plagios de tesis doctorales, que han terminado con algunas carreras políticas brillantes. Karl Guttenberg, el ministro de Defensa alemán, dimitió cuando se descubrió que la suya era copidada. El presidente de Hungría Pal Schmitt, también dimitió aunque nunca reconoció que lo hiciera por copiar. El presidente Putin no dimitió, pero fue criticado  –a la manera rusa, censura mediante– por plagiar dos decenas de páginas de sus tesis en Economía. En España, Marc Guerrero, un miembro destacado de Convergència, también fue cazado en lo mismo.

En Amércia Latina, Sandra Correa, entonces ministra de Educación, se aferró al cargo a pesar de haber sido sorprendida en plagio. Y César Acuña, el candidato a la presidencia de Perú este mismo año de 2016, tampoco se dio mucho por aludido a pesar de haberse confirmado que su tesis –¡sobre calidad de la educación universitaria, para más inri!– tenía páginas y páginas completamente copiadas de varios autores españoles, sin citar como conviene.

Es peculiar que de algún modo se perdone a los políticos un uso libérrimo de la verdad en sus declaraciones públicas y sus compromisos, pero se les exija absoluta originalidad en lo que dicen en sus discursos o escriben en sus textos universitarios. Paradojas del espectáculo político.

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