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El 23J también se vota a la oposición

La entrevista más comentada, visualizada y analizada de la semana ha sido la que José Luis Rodríguez Zapatero concedió a Carlos Herrera en la Cope (ver aquí). Lo cual ya es por sí mismo significativo. ¿Por qué? Porque se trata de un nombre muy relevante del PSOE que acude a una de las plataformas principales de las derechas y defiende sin complejos lo que piensa, desmontando uno tras otro algunos de los principales bulos que han venido alimentando ese “antisanchismo” que tanto peso tiene en los resultados del 28M y en el clima político que se respira ante el 23J: Bildu, pucherazos, cesiones al independentismo, okupaciones, etc, etc.

Pero quiero poner el foco en otra reflexión de fondo que quizás ha pasado más inadvertida sobre esa entrevista. “En democracia es tan importante la tarea de la oposición como la del gobierno”, dijo Zapatero. Cargado de razones.

Es obvio que lo que se juzga (o debería juzgarse) en unas elecciones generales es la gestión del gobierno saliente y las propuestas que cada partido plantea para ejecutar desde el poder. A ese doble baremo convendría añadir una referencia más: ¿qué oposición hace cada cual? Porque un gobierno puede gestionar mal, cometer errores, empeorar la situación que se encontró al acceder al poder o presentar una hoja de servicios positiva. Las urnas lo juzgan. Pero también importa (y mucho) qué tipo de oposición se ejerce para conquistar el poder.

No ha hecho ningún favor a la calidad democrática el mensaje (desde la propia política) de que todo vale para erosionar a quien gobierna. No todo debería valer. Los mismos que no se cansan de repetir (con razón) que el Brexit se produjo en buena parte por la campaña de desinformación y engaño masivo protagonizada por Cambridge Analytica y por el populismo nacionalista conservador (el propio Nigel Farage reconoció en cuestión de horas que había mentido en sus mensajes principales sobre la UE) han demostrado en España una dedicación a la mentira y la manipulación digna de mejor causa.

El dominio casi hegemónico del marco discursivo y mediático conservador lleva enseguida a escuchar de fondo esas voces que enseguida claman: “Bueno, hoy por ti, mañana por mí; en la oposición todos hacen lo mismo”. Falso

En estos tiempos marcados por la velocidad y el simplismo a la hora de analizar realidades complejas, convendría repasar en bucle los hitos de la oposición protagonizada por la derecha en los últimos cuatro años para colocarlos en la balanza a valorar el próximo 23J: desde el bloqueo permanente de los órganos constitucionales, y especialmente del Poder Judicial, a las caceroladas en pleno confinamiento por el covid; desde el rechazo a la reforma laboral, la subida de las pensiones o del salario mínimo a las falsas denuncias en Bruselas sobre la gestión de los fondos europeos; desde la divulgación constante de anuncios de inminentes quiebras de la economía nacional a la calificación como “timo ibérico” de una medida copiada por el resto de la UE y clave para frenar el precio de la luz… Añada usted ejemplos. Los hay por decenas.

El dominio casi hegemónico del marco discursivo y mediático conservador lleva enseguida a escuchar de fondo esas voces que enseguida claman: “Bueno, hoy por ti, mañana por mí; en la oposición todos hacen lo mismo”. Falso. Repasen hemeroteca, videoteca, archivos o fuentes mínimamente fiables, y comprueben quién ha bloqueado los órganos constitucionales y quién ha facilitado pactos de Estado; quién ha respetado las medidas que cada gobierno tomaba para acabar con el terrorismo y quién puso palos en las ruedas y hasta sigue resucitando a ETA para captar votos; quién defiende la solvencia de las garantías constitucionales y quién es capaz de pronosticar un pucherazo… (ver aquí el repaso que Daniel Basteiro hace de algunos sucesos antes y después del 28M).

Todo indica que el nivel de polarización, de crispación, de fomento del odio al otro alcanzado en España condiciona esta campaña electoral, y que la principal disputa se centra en la franja de voto transferido del PSOE al PP, en la motivación que Sumar logre en un espacio fracturado y en la movilización del abstencionismo de izquierdas (las derechas viven movilizadas por la mecha permanentemente atizada del antisanchismo). Pero más allá de la confrontación entre bloques, sería higiénico en términos democráticos que cada cual decidiera qué tipo de democracia desea para sí mismo y para sus hijas e hijos: ¿la del todo vale (y casi siempre les vale a los mismos) o la que exige respetar unas reglas mínimas de convivencia, de civismo, de responsabilidad?   

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