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Buzón de Voz

Entre la nieve y el fango

Jesús Maraña nueva.

No habíamos despertado aún de la pesadilla del asalto al Capitolio cuando Filomena decretó en media España ese confinamiento total que las autoridades autonómicas y estatales no se atrevieron a decidirFilomena en lugar de "salvar la navidad", transmitiendo una especie de resignación colectiva, como si alguna fuerza divina hubiera dictado que es aceptable una multiplicación de los contagios, un aumento de las muertes y una nueva saturación de los hospitales a cambio de que la ciudadanía brindara y se abrazara "un poquito" para dar de paso cierto respiro a la actividad comercial. Quizás el ejercicio más difícil en estos tiempos extraños y acelerados consista en lograr diferenciar lo trascendente de lo coyuntural, lo importante de lo accesorio, sobre todo cuando asistimos a un bombardeo permanente y masivo de desinformación y a un proceso galopante de espectacularización de la política.

Justo la mañana siguiente a los sucesos de Washington (hace sólo una semana aunque parezcan tres meses) acudió a Taller de Ideas, la sede compartida por infoLibre y otros medios, Iñaki Gabilondo, en vísperas de anunciar su decisión de abandonar el comentario político diario en la cadena SER para dedicarse a "escuchar a gente joven que tiene cosas nuevas que decir" (ver aquí). No nos ocultó el motivo principal que le lleva a alejarse del análisis de la actualidad: se declara agotado y harto del clima político, de un sectarismo que convierte el debate público en un permanente chapoteo en el fango.

Así es. Resulta tan cansina como preocupante esa contaminación político-mediática que sepulta a base de ruido y crispación, cuando no directamente odio, cualquier amago de reflexión que pretenda aportar luces, críticas constructivas, datos diferenciados de las meras opiniones personales, por respetables que sean.

Si no nos hubiera caído la mayor nevada de los últimos cincuenta años (y no sólo en Madrid, como nuestra mirada centralista a menudo distorsiona) seguramente habríamos dedicado más espacio y atención a las lecciones que deberíamos extraer de los violentos coletazos del mandato de Trump y a los monstruos desatados por el nacionalpopulismomonstruos desatados por el nacionalpopulismo allí, aquí y en otros lugares del mundo. Algunos dirigentes imitadores del discurso y de las técnicas trumpistas se aferraron de inmediato a una pala para fotografiarse apartando nieve de una acera y procurando no hablar demasiado de su (hasta hace cuatro días) admirado referente.

Que la presidencia de Trump termine con violencia en las calles y con su principal inspirador afrontando responsabilidades políticas e incluso penales debería tener consecuencias en el debate público sobre la salud de la democracia. Se trata de movimientos políticos que utilizan las más elaboradas técnicas de manipulación informativa para instalar "realidades alternativas" que son enormes falsedades capaces de socavar la democracia deslegitimando al adversario y asaltando las instituciones (incluso en sentido literal).

¿Qué diferencia de fondo hay entre el trumpismo y los partidos que en España han considerado ilegítimo el Gobierno de coalición de izquierdas? Deslegitimar el resultado de las urnas o al Ejecutivo que sale de una mayoría parlamentaria es exactamente el mismo hilo conductor que termina en revueltas violentas alentadas por el mensaje del falso "robo electoral" (ver aquí).

"Un país no puede pretender vivir con el arrastre de medio país viviendo todos los días con el sueño de ver si se hunde todo lo que el Gobierno haga. Es absurdo. Es la depravación final de la democracia", comentaba Iñaki Gabilondo a Antonio Contreras. Y así es. Del mismo modo que una democracia falla si el Gobierno no es controlado, vigilado, criticado y castigado en sus errores, también se debilita la democracia cuando una oposición tiene como objetivo prioritario hacer caer al Gobierno y torpedear cualquier medida que tome, incluso frente a una pandemia. Ha sido curiosa la rápida evolución del discurso de Pablo Casado tras la gran nevada (ver aquí). Primero intentó aplicar su manual de achacar absolutamente toda la responsabilidad a la "ineptitud de Sánchez" para presumir (como con la pandemia) de que su compañera Isabel Díaz Ayuso es un ejemplo de buena gestión, esfuerzo, rigor, etcétera, etcétera. Cuando Martínez Almeida y la propia Ayuso manifestaron la necesidad de una cooperación eficaz entre el Gobierno central, el autonómico y el municipal ante la innegable realidad de que Filomena había desbordado a las administraciones, Casado tuvo que rebajar tono y mensaje. Posar pala en mano no basta para ocultar el hecho de que, una vez más —como denunciaba en Hora 25 una médico rural de Villarejo de Salvanés— "la comunidad, la sociedad civil, reacciona y se organiza mientras las instituciones madrileñas nos dan la espalda. Parece que les da igual". Y añadía esa misma doctora de Urgencias (con 25 contratos precarios en ocho meses), algo que no debemos olvidar: "Todo esto es resultado de años y años de recortes de servicios públicos" (escuchar aquí).

Los efectos de Filomena pasarán, y cada cual puede y debe examinar la reacción y la gestión de las administraciones cercanas y lejanas. Lo que se explica racionalmente por la magnitud de un temporal avisado y pronosticado pero de unas proporciones inabarcables y lo que tiene relación directa con el desprecio a lo común y unas políticas intencionadamente debilitadoras de lo público. Pero lo que evidentemente tardará bastante más en pasar es la pandemia y sus consecuencias sociales y económicas. Habríamos avanzado mucho en el cambio de año si hubiéramos escuchado algún análisis autocrítico, alguna fe de errores. Por predicar con el ejemplo: en un artículo publicado a finales de febrero pasado y titulado Un margen de confianza, yo me equivoqué por completo al escribir que "no tiene ningún sentido andar por Madrid" con mascarilla (ver aquí). Por mucho que citara a Fernando Simón y a otros expertos, es obvio que cometí un grave error. Tendrán que pasar otras dos olas de contagios y tres Filomenas para escuchar a Isabel Díaz Ayuso admitir que no es admisible acusar al Gobierno de entregar pocas vacunas a Madrid y luego ser la comunidad que menos vacunas pone de las que recibe.

Podremos (y tendremos que) soportar más nevadas intensas (ver aquí su probable relación con el cambio climático). Costará mucho más fortalecer la democracia y una convivencia sana si el debate público continúa chapoteando en el fango.

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