Buzón de Voz

Nuevo Gobierno: del 'Ala Oeste' a 'Baron Noir'

Jesús Maraña nueva.

Ha hecho mucho daño El Ala Oeste de la Casa Blanca, quizás la mejor serie política de la historia de la televisión (o lo fue durante años, e inspiró a muchas otras). Los efectos de la mitología creada en torno al presidente Bartlet se han dejado ver a raíz de la megacrisis de Gobierno decidida por Pedro Sánchez y resuelta este último fin de semana (ver aquí). Nadie contaba con que se llevara por delante al supuestamente todopoderoso Jefe de Gabinete, Iván Redondo. Nadie imaginó que aquella serie resistiera la ausencia de un Leo McGarry brillante, inteligente y realista encarnado por John Spencer, uno de esos secundarios capaces de llenar la pantalla sin necesidad de estrellas.

Ni Redondo es Leo ni Sánchez es Bartlet ni la Moncloa es la Casa Blanca, pero en todo caso la realidad de la política española se parece más a Baron Noir que al Ala OesteBaron NoirAla Oeste, y nuestro mapa electoral se acerca más al multipartidismo de Borgen que al bipartidismo eterno que inspiraba a Aaron Sorkin.

Los factores que maneja un jefe de Gobierno para abordar una remodelación de su Ejecutivo son tantos y tan personales que nadie más puede tener en cuenta todos y en su justa medida. Tampoco son estáticos. Antes del viaje a los países bálticos y antes de leer alguno de los informes internos sobre valoración de líderes, es muy probable que Sánchez no tuviera decidido abordar los cambios de inmediato ni poner en la calle a su jefe de Gabinete. Lo cierto es que en un momento dado confluyeron las reflexiones sobre la necesidad de tomar la iniciativa política en la postpandemia, sobre la idea instalada de que el gobierno del país estaba en manos de alguien no elegido sino designado como experto en mercadotecnia y sobre la conveniencia de una renovación profunda que rompa el alarmante envejecimiento del electorado del PSOE.

Eran tan relevantes los nombres de los caídos (Calvo, Ábalos, Redondo, González Laya, Celaá…) que hasta difuminan el peso de quienes se mantienen en pie (ver aquí). Por más que los focos se centren en la salida del Jefe de Gabinete (que en cuestión de semanas pasó de dimitir una vez más a pensar que su poder no tenía techo y después a estrellarse con la realidad de que no era imprescindible), tiene más trascendencia el ascenso de Nadia Calviño a la Vicepresidencia primera. El ala liberal del PSOE gana peso en la proporción que exigen los compromisos adquiridos en Bruselas para recibir los Fondos de Recuperación, y muy especialmente esos primeros 70.000 millones a fondo perdido. En la UE debe de causar carcajadas la insistencia del PP y de su líder Pablo Casado, en definir como “socialcomunista, bolivariano, procastrista…” un gobierno cuya número dos es la “amiga Nadia", veterana en la maquinaria sistémica de la eurozona.

Resulta innegable la audacia demostrada por Sánchez a la hora de exhibir su liderazgo (ver aquí) y la frialdad a la hora de ejecutar las maniobras que considera imprescindibles para resetear la legislatura (ver aquí). A menudo se olvida que el primer gobierno de coalición de la historia democrática española desde 1978 tomó posesión un 14 de enero, y que mes y medio después estalló una pandemia global de consecuencias letales, en lo humano, en lo económico, en lo social. Como se olvida (sobre todo algunos) que España es una de las pocas democracias que han tenido que hacer frente a la pandemia con una oposición política marmórea que, desde el minuto uno, en lugar de arrimar el hombro, ha puesto en duda la legitimidad misma del Gobierno elegido. La excusa primero fue una moción de censura, después un estado de alarma, más tarde unos indultos. Todo perfectamente constitucional, pero intolerable para quienes actúan como si fueran propietarios exclusivos del poder, sea el parlamentario, el económico o el judicial.

El nuevo Gobierno estrenado oficialmente este martes supone, es cierto, una especie de reinicio de la legislatura. Pretende liderar la recuperación económica y social, y lanzar mensajes de esperanza respaldados por los recursos que aporta Europa, la misma Europa en la que se confía para amortiguar la fuerza de los nacionalismos periféricos y de los populismos neofascistas que sacan petróleo electoral de cada crisis.

Es muy probable que la amplia y profunda remodelación del Gobierno frene ese ascenso electoral de las derechas impulsado por el éxito de Ayuso el 4-M en Madrid que reflejan todas las encuestas. Es posible que la valoración de Sánchez pueda remontar unos índices en los que ya aparecía superado o empatado por Yolanda Díaz o Íñigo Errejón. Pero en el ecuador de la legislatura y en el kilómetro cero de la postpandemia el efecto “remontada” de la crisis de Gobierno será por sí mismo limitado. Lo verdaderamente trascendente será el uso que cada semana en los próximos 30 meses haga del BOE la coalición de Gobierno, o el fruto parlamentario que coseche la mayoría que hasta ahora ha respaldado las principales leyes de esta extraña y pandémica legislatura.

Más mujeres y más jóvenes, con mensajes de calado hacia un PSOE que aún necesita soltar lastres. Una renovación positiva, a juzgar por el histrionismo que ha provocado en la oposición política y mediática (ver aquí). Cuando el grueso de la reacción consiste en insultos personales es que el contenido político resulta difícil de atacar. Pero una alineación renovada, sonriente y optimista no basta para ganar un partido. Ahora toca ir concretando la subida del salario mínimo, la tantas veces aplazada ley de vivienda, la prometida reforma de la reforma laboral o una reforma de las pensiones que no vuelva a sembrar el miedo entre pensionistas actuales o futuros. Toca demostrar que los fondos europeos (este mismo martes confirmados por el Ecofin, para disgusto de un catastrofista y nada patriótico Casado) pueden ser ejecutados en beneficio de quienes más los necesitan y dibujar con ellos un nuevo modelo económico que rompa con las recetas coyunturales de ladrillo y cañas. Y para todo eso, Sánchez tiene que entenderse con Yolanda Díaz, y ambos con el resto de las fuerzas progresistas. El idealismo del Ala Oeste no debería ser incompatible con el pragmatismo de Baron Noir.

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