Mientras Feijóo calienta convencido de que está a punto de saltar al campo como titular, entre los socialistas y sus votantes se ha instalado un sentimiento colectivo de decepción y desánimo. Ni tan siquiera están enfadados, más bien defraudados, excepto los damnificados de Cerdán. Que ya intuían que con un apellido tan traicionero estaba abocado a enguarrinar a Sánchez. Adriana Lastra se ha despachado a gusto a pesar de que hasta hace no tanto habría puesto la mano en el fuego por él. Me gusta ese cinismo que mete más aún el dedo en la llaga.
Poner la mano en el fuego es un ejercicio de alto riesgo. Incluso los más acérrimos defensores del presidente no acercarían las manos a las brasas ni tan siquiera la noche de San Juan, y eso que se supone que el fuego es purificador. Esta semana, los diputados y diputadas del PSOE trataban de calmar los ánimos en los pasillos del Congreso. La pregunta era si había financiación ilegal del partido. “Si la hubiera ya lo sabríamos”, decía tratando de ser convincente un diputado socialista catalán.
No lo tienen tan claro los socios del Gobierno, que no dudarán en quemar a lo Juana de Arco a Sánchez si se demuestra lo contrario. Porque autoinmolarse no está en el ánimo del líder. Los ministros se están partiendo la cara estos días en la defensa del honor del presidente. Han sonado más aguerridos que nunca. Y mira que es difícil porque el hemiciclo lleva en llamas toda la legislatura.
El espectáculo es como de cine B. Habría que abrir una causa popular para proponer al Cervantes a algunos de los asesores que escriben los discursos. “Llegaron al poder en el caballo blanco de la regeneración y ahora están a los pies de los caballos”, suelta Carmen Fúnez, vicesecretaria de Organización del PP, en el Congreso, y su bancada y la de Vox se la comen a aplausos, aunque en realidad iban dirigidos a esa pluma brillante capaz de generar frases tan memorables que ni la IA podría mejorar.
Esta semana podría haber sido trending topic, si no estuviera tan pasado de moda el término, la modalidad de rebuscar en los archivos preguntas que en su día hizo Pedro Sánchez y planteárselas ahora a él o a los ministros, para demostrar que aquello de lo que acusó a Rajoy en su momento se le puede atribuir a él. Qué agudeza, de nuevo, la de los asesores de los partidos. Muy disruptivo, porque llevan desde julio del 23 escribiendo las mismas preguntas una y otra vez. Ha debido de ser un reto pensar en algo nuevo.
La realidad es que Sánchez ha dado la cara mientras Rajoy protegía a los corruptos como un padre putativo. Y se han tomado medidas rápidamente, sin esperar a que finalice la investigación
La realidad es que Sánchez ha dado la cara mientras Rajoy protegía a los corruptos como un padre putativo. Y se han tomado medidas rápidamente, sin esperar a que finalice la investigación. Una diferencia importante, que los votantes socialistas no están teniendo en cuenta en el duelo por el que están pasando estos días. “Primero es la negación y luego asumir los hechos”, dice una diputada del partido del Gobierno, que confía en que el partido no esté también cerdanizado.
Si Panini pusiera a la venta un álbum de cromos de la corrupción, ya veo a sus señorías intercambiando los repetidos en las Cortes. Porque parece imposible presumir de estar libre de pecado. Ni los obispos, tan píos ellos, son capaces de perdonar a los corruptos. Que se han dado una prisa loca en pedir adelanto electoral con Argüello a la cabeza. Esa tolerancia cero ya la podían haber mostrado cuando gobernaba Rajoy o con el PP, que se puede poner la medalla de ser el único partido condenado por corrupción tanto por la Audiencia Nacional como por el Supremo. Los obispos los hubieran absuelto, porque los políticos de derechas son gente decente aun cuando roban.
Mientras Feijóo calienta convencido de que está a punto de saltar al campo como titular, entre los socialistas y sus votantes se ha instalado un sentimiento colectivo de decepción y desánimo. Ni tan siquiera están enfadados, más bien defraudados, excepto los damnificados de Cerdán. Que ya intuían que con un apellido tan traicionero estaba abocado a enguarrinar a Sánchez. Adriana Lastra se ha despachado a gusto a pesar de que hasta hace no tanto habría puesto la mano en el fuego por él. Me gusta ese cinismo que mete más aún el dedo en la llaga.