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La culpa es suya por querer engañar a la banca

Ese jubilado es mi padre, o soy yo mismo, que paso el ecuador de los cincuenta. Los hombres que gritan, que insultan a Blesa y meten en el saco de su ira a Rajoy, que vacían su rabia y su impotencia sobre el duro metal del coche, que estrellan sus palabras y sus puños cansados sobre el blindaje del Mercedes del banquero, tienen hijos, quizá nietos y es posible que nunca participaran en manifestaciones ni hubieran querido salir jamás del amable confort del anonimato sin complicaciones. Imagino que se casaron, trabajaron, sufrieron el franquismo o la postguerra, o puede que ambos. Seguro que se emocionaron con Suárez y creyeron en el futuro democrático.

Hay una generación entera como ellos.

Algunos habían estudiado, los que pudieron; otros trabajaron desde jóvenes para poder empezar a “formar una familia”. Se sacrificaron, ahorraron, se privaron de algunos pocos lujos en un presente nada fácil y hoy lejano para poder disfrutar en un mañana que imaginaban sereno y despreocupado, y con los suyos, que así sabe mucho mejor. El ahorro no era mucho, pero calculaban que con la quita de cada mes podrían después de unos años contar con un capitalito para la jubilación tranquila.

Y claro, el dinero en el calcetín no rentaba, de modo que había que ir al banco donde tenían confianza con el director de la sucursal –“qué buen chico, también de familia humilde”– y escucharon su consejo y creyeron a pies juntillas que sus recomendaciones eran las más sinceras y saludables, porque con un mínimo riesgo se grantizaban el porvenir de sus ahorros. Y lo pusieron en sus manos.

A partir de ese momento cambia su destino y, por lo visto, también su intención. Con el dinero ya en el banco, los impositores revelan su impostura y se muestran como lo que en realidad son: lobos financieros, perfectos conocedores de los mecanismos bancarios y el entrelíneas de los contratos, que buscan fácil rentabilidad de su dinero por la vía que sea, abusando incluso de la buena disposición de bancarios y banqueros. Exigen preferencia de trato y producto preferente y por eso reclaman las opciones del mismo nombre. Lo importante es la rentabilidad, no el riesgo.

Los funcionarios ahorradores, las viudas que estiraron la pensión, los jubilados que se privaron de una vida más cómoda no son víctimas, según este relato, sino responsables impulsores de su propia ruina. Cómo hemos podido pensar en algún momento que fueron consciente y reiteradamente engañados si no son “analfabetos financieros”.

Blesa sale de la Audiencia entre carreras de la policía y gritos de ira y dolor, explosiones de rabia de quienes lo perdieron todo por algo que él y los de su clase y religión ordenaron hacer con el dinero que les confiaron. Pero no parece sentirse culpable: ni quizá sienta algo así jamás. No hay dolor ni empatía porque su mentira, la de la tribu del lujo y la vida fácil, es la liturgia que se oficia cuando el dinero llega a sus manos: si hay beneficio, ellos ganan; si no, tú pierdes.

Ellos no engañan, somos nosotros los que queremos engañar a la banca. Esos jubilados que lo perdieron todo y ahora gritan su frustración en la cara del presunto ladrón de cuello blanco.

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