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Desde la tramoya

Las 'kellys' y el nuevo sindicalismo

Luis Arroyo nueva.

El sindicalismo clásico lleva años en crisis. Nacido en los talleres, las fábricas y las explotaciones agrarias del siglo XIX, ha llegado al XXI sin haberse adaptado bien a una sociedad que en lo laboral es mucho más compleja y más líquida.

La identidad de clase, la concreción de las causas y de los enemigos a combatir, se difuminan en buena parte en un tiempo en el que los explotados con frecuencia ni siquiera se encuentran entre sí físicamente y en el que hay herramientas perfectamente legales –el supuesto autoempleo, la subcontratación, el encadenamiento de contratos…– que permiten soslayar las exigencias legales.

El sindicalismo tuvo un éxito contundente en Europa y logró imponer derechos laborales básicos, como el pago del descanso, de la jubilación o de las bajas por enfermedad, la limitación de las jornadas, la prohibición del trabajo infantil, o el salario mínimo.

Pero parece hoy sufrir por su propio éxito. Sus reivindicaciones reconocidas se dan por garantizadas y las nuevas –la igualdad salarial de las mujeres, el respeto de las normas de salud y seguridad en el trabajo, la estabilidad de los contratos– parecen menores que las de antaño o no logran romper el atractivo de esa nueva economía ultraliberal predominante en la que se sacraliza el éxito personal, el “emprendimiento” y una supuesta “flexibilidad”. En nuestro tiempo, la consigna es que si no cobras un buen salario o sufres la precariedad, una de dos: o eres tonto, o te has acostumbrado peligrosamente al papá Estado. Deberías adaptarte porque las cosas ya no son como eran.

Los propios sindicatos han entrado en dinámicas parecidas y a veces parece que ni ellos mismos creen en sus propias causas. Se han convertido en grandes organizaciones altamente burocratizadas y demasiado acomodadas.

Por eso las kellys, las bravas mujeres que forman la renombrada asociación de limpiadoras de hotel, ha traído muy grato aire fresco al mundo de las reivindicaciones laborales. Las limpiadoras se han organizado de manera muy sencilla. Son una asociación con centro en varias ciudades, como Barcelona, Madrid o Benidorm. Actúan de manera horizontal y asamblearia, evitando al máximo los rigores de jerarquía de la Ley de Asociaciones.

Aunque por definición son progresistas y se unen con frecuencia a las causas de compañeras y compañeros, por ejemplo en la plataforma Unificando las luchas, huyen de las etiquetas ideológicas partidarias, y más aún de la identificación con los grandes sindicatos.

Su éxito es proporcional al humor y la frescura con que asumen su causa. El nombre, “las kellys, las que limpian”, que constata su voluntad de mantener la sencillez y la cercanía para lograr la empatía del público es una auténtica genialidad. Sus reivindicaciones son tan concretas y sencillas, que hasta un niño podría firmar sus manifiestos. Visten siempre sencillas camisetas verdes y a veces también guantes de fregar. Piden media decena de cosas, la mayoría de las cuales exigen un simple cumplimiento de la ley: prevención de riesgos laborales, igualdad salarial, salario mínimo. La que hoy más les ocupa es la subcontratación, que blanquea la responsabilidad de los avariciosos y los usureros.

Si han asumido bien que en esta sociedad nuestra que sufre de infoescleroris es fundamental que las causas sean sencillas y concretas, también han entendido que hay que jugar con las mismas armas que usan las clases dominantes. Por eso también es una excelente idea la creación de una plataforma de reservas de hotel que respete los principios que ellas defienden y que en estos días ha logrado generar ríos de tinta y de imágenes. En unos pocos días consiguió cubrir de sobra sus objetivos económicos con aportaciones voluntarias.

Es inevitable que las organizaciones que tienen éxito se vuelvan más complejas y menos flexibles. Pero mientras les ocurra eventualmente a las kellys, es reconfortante ver que en la defensa de los intereses de los vulnerables puede haber también imaginación e inteligencia.

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