Caníbales

Aquellos espantosos años

Abro Patria, de Fernando Aramburu, y, a las pocas páginas, vuelvo a la infancia: huele a colacao con galletas y a las zapatillas heredadas de mi hermano. Primeras lluvias de septiembre, nadie decía mucho, todos sabíamos demasiado: ese niño nuevo tenía un padre amenazado; la hermana mayor de R. salía con un fascista que había jurado venganza y los primos de A. habían huido a Francia para evitar la cárcel… Ya ese mes, como todos, había amenaza de bomba en el colegio.

ETA era y estaba cerca porque Madrid es solo un pueblo grande. Y nos habíamos acostumbrado. Hasta que la sociedad empezó a saber, a hartarse, a... O hasta que aquello se salió de madre. La tortura era inadmisible, lo del GAL una mortadelada cruenta, las víctimas tenían nombre y no sólo un uniforme (Hipercor, Irene Villa, Gregorio Ordóñez…).

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– ¿Cómo? ¿Tú has tenido ideas políticas?– Cada cinco meses me viene una; pero se me pasa enseguida.

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¿Hicimos, como sociedad, lo que debíamos? ¿Lo hicimos a tiempo? Preguntas que me hago leyendo.

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Para que entres en una guerra no hace falta una declaración formal ni que te apetezca combatir. Basta con que alguien se ponga enfrente y decida etiquetarte: "eres el enemigo". Alguien con más rabia y mejor acceso a una pistola, con más furia.

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"…en esta tierra nuestra la verdad murió hace mucho tiempo". 

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Se torturaba, sí, mucho, horrible, en algunas comisarías y algunos cuarteles. Algún listo del Ministerio del Interior promovió los GAL. Y otro tipo, uno que había falsificado su CV y se corría unas juergas que llegaban al Interviú, acabó fugándose con casi tres millones de euros de los fondos reservados y otros diez en comisiones.

No lo hizo solo, no. Le ayudó Francisco Paesa, un espía poco heroico, un caradura, que se choteó del gobierno y que, ficcionado lo justo (o sea, nada) es la estrella de la sensacional película de Alberto Rodríguez: El hombre de las mil caras.

(Ahora en el Festival de Donosti; se estrena el 23 de septiembre).

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La vimos en un pase privado. Nos emocionó el talento de los actores y el ritmo del director, nos rompió una verdad tan cercana que habíamos casi olvidado. Una periodista de veintipocos, que nunca ha ejercido sin Twitter, no daba crédito al esperpento.

– ¿Y el presidente de aquel gobierno es ahora un estadista…? ¿Felipe instruyéndonos si esta semana toca gobierno de gran coalición, abstención o cambio de candidatos…?

Se quedó colgando, como respuesta, una frase de la peli: "Nadie dijo que ser rico fuera barato". Alguien habló de otro libro:

– En Fariña, Nacho Carretero cuenta los vínculos del narcotráfico con parte del Partido Popular gallego. Perdón: no lo cuenta, lo documenta. Y mira las encuestas: van a ganar por goleada.

(Carretero también documenta la tolerancia social hacia el delito. El narcotráfico daba empleo a muchas familias). 

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Gritamos en Twitter y creemos, como creía esa periodista, que hoy, ya sí, por fin, se destapan todas las mentiras.

¿Sí?

Tal vez sea peor: todo se sabe y nada se cura. El dinero que, "presuntamente", desvió Bárcenas está tan lejos de nosotros como el de Roldán.

¿Y entonces? ¿No hemos aprendido? ¿Qué estamos haciendo mal?

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Estos dos libros, esta película han necesitado decenas de años para contarse. "La derrota literaria de ETA sigue pendiente", dice Aramburu; la de la corrupción no ha sido ni siquiera legal (ahí estamos todavía, subiendo y bajando de trenes, pactando grados: éste te lo admito de diputado, que sólo es un poquito corrupto; éste no, que ya es mucha tela; quédate con el partido, yo me quedo la inmunidad).

La derrota del delito no es sólo una responsabilidad social, sino también una responsabilidad individual: no se puede votar a quién nos avergüenza.

P.D.: La película de Raúl Arévalo, Tarde para la ira, no es política y, a la vez sí lo es. Ha tardado ocho años en poder rodarla tal y como la tenía en la cabeza. Es una historia de venganza, de alguien que necesita herir para que ya no le duelan las heridas, una película extraordinaria aunque la venganza sea siempre un fracaso.

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