La portada de mañana
Ver
La red infinita del lobby de la vivienda: fondos, expolíticos, un alud de 'expertos' y hasta un pie en la universidad

El vídeo de la semana

Esta flojera dominante

Ya hay mujeres en el Partido Popular que se atreven a alzar su voz contra la reforma de la Ley del Aborto que ha planeado el ministro de Justicia más conservador de los últimos treinta años.

Escuchamos y vemos aquí a Cristina Cifuentes y a la alcaldesa de Zamora. Ellas también creen que ese no es el camino y lo dicen todo lo claramente que se puede manifestar un militante destacado de un partido en este régimen en que las carreras políticas las impulsan o las cercenan los aparatos oficiales de las formaciones políticas, no el servicio público o la entrega a los ciudadanos. Muestran, por tanto, valentía, aunque dentro de un orden y desde una posición política considerablemente fuerte. En el otro lado está la alcaldesa de Madrid, pero ignoro si ese apoyo le será grato al señor ministro, dada la proverbial facilidad de la señora Botella para enredarse por cuestión de la lengua y la conocida trayectoria de, digamos, desapego afectivo y político de la familia Aznar-Botella hacia el señor Ruiz Gallardón.

Aunque la verdad, creo que importa poco lo que las posiciones a favor o en contra del ministro justiciero entre las mujeres de su partido puedan influir en su política. Lo relevante es que haya tormenta interior en el PP como parece haberla también por los excesos verbales del ex rockero Montoro, que tiene encendido al gobierno del señor González en Madrid. En realidad, tengo la impresión de que estas públicas expresiones de descontento o, si quiere usted, desacuerdo, no son más que el reflejo superficial de una realidad mucho más profunda que uno puede constatar a poco que hable con militantes o dirigentes del PP. Que está pasando algo, es evidente; que se quiere ocultar, también. Que no pueden pararlo, absolutamente indudable. En todos los partidos tradicionales hay desasosiego interno, y sobre todos ellos pesa –o debería hacerlo– el constante e irrefrenable desapego de la ciudadanía; pero el PP es el que gobierna y no tiene contentos ni a sus propios militantes, y además arriesga con su política su permanencia en el poder y con sus fieras disputas internas su propia existencia como partido, con lo que eso conlleva para los muchos profesionales de la vida pública que hoy por hoy sostiene en forma de cargos públicos y dirigentes partidarios. “Génova es un desastre” repite cualquier militante o dirigente que alguna vez pase por la sede principal del partido en Madrid.

Todo esto, que es sabido o intuido por cualquiera que posea un poco de información o dedo y medio de frente, lo vuelvo a poner por escrito porque no es ajeno a la oleada de retroceso que vivimos y viviremos si algo no lo remedia.

Gallardón es conservador, muy conservador. Pero este hombre gestionó la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento con talante y decisiones que no eran precisamente ultras. Y estoy pensando, por ejemplo, en lo que hizo con Telemadrid: fundamentalmente, dejar hacer a los profesionales y poner aquella Televisión autonómica en niveles de aceptación y audiencia que no tuvo después ni tendrá jamás, si es que sobrevive; o el Madrid que ha dejado tras su paso por la alcaldía, endeudado, sí, pero mucho más abierto y ciudadano que casi todos sus antecesores, y lejísimos de lo que puede soñar alguna vez hacer la señora de Aznar. Tampoco creo que Soraya Saenz de Santamaría sea una ultra, ni siquiera una política de cuño conservador tradicional como gran parte de la militancia popular o algunos miembros del gobierno de Rajoy.

Estamos ante un ejecutivo que si hasta ahora gobernaba priorizando la política de Bruselas sobre la realidad de España sin tratar siquiera de defender sus propias ideas o su propio país, ahora podría estar haciéndolo para garantizar la supervivencia del partido que lo sustenta. El caso de su respuesta a la decisión de Estrasburgo sobre Parot o la iniciativa de Gallardón de recortar derechos en un territorio tan dolorosamente delicado como el aborto, son sólo dos ejemplos de esa forma de gobernar para los suyos.

Las consecuencias de la debilidad del gobierno están a la vista: ni la política impuesta por Bruselas ni los gestos a su galería parecen conseguir los propósitos que se buscan. Es como cuando la vicepresidenta Fernández de la Vega retiró la publicidad de TVE para ganarse el favor de las privadas. Tampoco le salió la jugada, y dejó como dejó a la Radiotelevisión pública.

El debate hoy no es aborto si o aborto no, ni vida sí o vida no como quieren plantear algunos. La cuestión hoy es que esta reforma, como casi todas las que estamos sufriendo los ciudadanos en este tiempo de gobierno de Rajoy se hacen por pura debilidad política. Y no debemos ni aceptar el retroceso ni dejarnos gobernar de forma tan insensata.

Estoy tan convencido de que la clave es esa nada sutil flojera política, compartida en diferentes grados por gobiernos anteriores, que soy capaz de apostarme un par de cañas a que el señor Gallardón reculará. No hay más que conseguir que le tosan desde Europa. Al tiempo.

Más sobre este tema
stats