Muy fan...
Del 'hemicirco deluxe', casa de la palabra
La vida es eso que pasa mientras sus señorías nos ofrecen su show en el hemicirco. El arco parlamentario se utiliza para lanzar flechas y el paisanaje contempla el espectáculo desde el trabajo, desde la cola del Inem, desde el atasco, desde la cama del hospital… Muy fan.
Después de la bochornosa sesión de control al gobierno –una más– del pasado miércoles, en la que Gabriel Rufián obtuvo de nuevo su ansiado protagonismo, la presidenta del Congreso, Ana Pastor, pronunció un discurso en el que recordaba a sus señorías que el Parlamento es la cámara de representantes de los ciudadanos y que la palabra se la damos nosotros. Cuando resulta necesario refrescar la memoria sobre lo obvio, la cosa va mal.
En ese mismo discurso, Pastor, que definió el Congreso como “la casa de la palabra”, explicó las razones para pedir la retirada de los términos “fascista” y “golpista” del Diario de Sesiones: “Leerán el Diario de Sesiones, no mañana, lo leerán dentro de cien años. Y esta generación, que posiblemente tuviéramos que representar lo mejor de la historia de España, después de cuarenta años de democracia, estamos demostrando que no utilizamos bien la palabra que nos han dado los españoles”.
Ante el debate que suscitó la decisión –muchos criticaban que al eliminar estos términos no quedara constancia del ambiente político y social que respiramos y del nivelazo parlamentario que contemplamos–, la presidenta aclaró en un tuit:
A menudo nos cuestionamos qué hemos hecho para merecer esta clase política, una pregunta incómoda porque es posible que la respuesta no nos guste, que no nos gustemos… Los diputados, los senadores, los ministros, los presidentes, los alcaldes, los concejales, no son ejemplares de otra especie, ni nacen de un huevo verde. Resulta que pertenecen a la misma categoría animal que nosotros, en serio, es un hecho científicamente probado.
De hecho, si uno se da una vuelta por ese otro parlamento digital que son las redes sociales, no difiere tanto lo que oímos en boca de sus señorías, de lo que escribimos o leemos en ellas. La ligereza con la que escupimos palabras tan vacías de reflexión como cáscaras de pipas, es como para hacérnoslo mirar. Si leen el “diario de sesiones tuiteras" dentro de cien años, también van a flipar…
Tal vez se nos olvida a menudo que las palabras tienen valor, que no son un encadenado de letras sin más. Las palabras construyen nuestro pensamiento, nuestra mirada sobre el mundo, sobre la vida. Y no son inocuas, hay palabras que acarician y palabras que apuñalan; palabras trágicas y palabras cómicas; palabras profundas y palabras espumosas.
Si alguno de ustedes ha vivido, o está viviendo, la terrible experiencia de la enfermedad propia, o la de las personas a las que más quieren, aquellas cuyo dolor uno llega a sentir en su propio cuerpo, quizás se haya encontrado con la recomendación de expertos en medicina y en psicología, acerca del poder aliviador o dañino de la palabra.
Para emprender un camino durísimo, en el que nos sentimos tan impotentes como vulnerables, nos aconsejan escoger aquellos términos que nos ayudan a elaborar un pensamiento que nos dé fuerza y eliminar de nuestras conversaciones, y hasta de nuestras reflexiones, aquellos otros que nos oscurecen el ánimo, para evitar ese peligroso vuelo sin motor que emprende la mente hacia el abismo cuando el miedo se apodera de nosotros.
Mientras tantas personas luchan con la enfermedad, con la precariedad, con la pobreza, con el maltrato, con las frustraciones, con los tropezones cotidianos, mientras tantos pelean a diario con los problemas y las necesidades, el exhibicionismo parlamentario, en el que tantas veces sentimos que no hablan de nosotros, es deprimente.
De hecho, si me pidieran completar el rosco de esa nueva inolvidable sesión de descontrol, utilizando las primeras palabras que me vienen a la cabeza, respondería: fascista, golpista, indigno, hooligan, serrín y estiércol. Pero si después me preguntaran en cuántos de ellos he sentido que hablaban de mí y de mis problemas, tendría que decir… Pasapalabra.
Lo más triste no es la selección de las palabras escogidas, ni la insistencia de algunos por convertir sus rifiRufis en minuto de oro, sino el derroche. Invertir el tiempo de debate –cuyo objetivo es resolver los problemas de los ciudadanos y fijar un proyecto de país– en fabricar titulares para el zapping, es gastarse lo nuestro una vez más.
Personalmente, si quiero invertir dinero en ver actores interpretando el guión de una España en blanco y negro en la que unos las pasan canutas y otros montan unos fiestones estupendos, prefiero ver Arde Madrid, que es una serie fantástica llena de talento. Es cuestión de gustos.